martes, 23 de octubre de 2018

Píldoras (II) 

La generación mejor preparada de la Historia.

Otro eslogan que funciona como un mantra: los jóvenes españoles actuales son la generación mejor preparada de la Historia.

¿Con qué criterios hacemos la comparación? ¿Cuantitativa o cualitativamente? ¿Más jóvenes preparados o jóvenes mejor preparados? ¿Comparamos con las generaciones españolas anteriores, ya sea en cantidad o calidad, o con sus coetáneos del mundo mundial?

No hay duda alguna de que el número (número, repito) de universitarios o egresados de escuelas técnicas superiores, es mucho mayor que el de generaciones anteriores. Eso no sólo es cierto, sino que es algo de lo que deberíamos congratularnos.

¿Podríamos decir lo mismo si quisiéramos comparar a nuestros jóvenes licenciados con los de hace cincuenta años? Aplicando un criterio lógico, es decir, comparando los españoles de antes y de ahora, con sus coetáneos de naciones con las que aspiremos a ser identificados.

Hay algunas evidencias preocupantes. Esta supuesta generación tan bien formada, ha salido de alguna de nuestras 83 Universidades, ninguna de las cuales está entre las 120 mejores del Planeta.

Según la fuente que consultes, el mejor de nuestros Centros Universitarios aparece en el puesto 135 o en el 151. No creo que sea para vanagloriarse de la calidad de nuestra enseñanza superior.

De esas 83 Universidades, 65 han sido creadas en los últimos 40  años. Magnífico, sí, pero… ¿De dónde han salido los cuadros docentes para tanta aula, para tanta disciplina nueva o vieja?¿Cuánto tiempo ha de invertirse en formar un formador eficiente? ¿Pueden garantizar esas instituciones la calidad de sus enseñanzas? Permítanme el símil: es como tratar de comercializar un tinto “Gran Reserva”al año siguiente de inaugurar la bodega.

Si acudimos a otros niveles educativos, mi opinión es más pesimista: la formación profesional ha retrocedido en todos los frentes y la enseñanza en los primeros niveles más aún. Está fallando el fundamento, los cimientos que sustentan el edificio donde guardar y difundir el saber de nuestros muchachos.

En resumen: creo que el joven español conoce más y mejor que ninguno de sus antecesores lenguas extranjeras y domina, cómo no, con más soltura que sus mayores las nuevas tecnologías. ¿Eso es suficiente para calificar a esta generación como la mejor formada de la Historia?

Otra vez, como en el caso de los autónomos, que comentaba hace algunos días, me asalta la sospecha “electoral”. Quien tanto halaga a los recién llegados a la condición de votantes, busca la devolución de sus mimos en forma de votos contantes y sonantes.

No se alarmen: lo hacen todos los Partidos, así es que lo único que pretendo es no comulgar con ruedas de molino, al margen de quién sea el oficiante de esa extraña Misa laica.


El mito de la alternancia

No creo que sea necesario, en apariencia, insistir demasiado en que el principio de la alternancia en el poder viene a ser algo así como el fundamento, los cimientos de la democracia.

Gobiernas en tanto el pueblo sigue confiando en ti, en tus programas, en tu modo de ejecutarlos. Un buen día (o malo, eso depende del punto de vista) las cosas cambian, quienes ejercieron hasta entonces la oposición llegan al Gobierno y tú y los tuyos ocupáis su lugar.

Ni siquiera hay que extrañarse si el comportamiento del pueblo soberano adquiere ciertos tintes de ingratitud: los casos de Sir Winston Churchill o del General de Gaulle, son paradigmáticos.

Puede ser que tu caudal político se haya agotado, que lo hayas hecho mal, o que el electorado haya cambiado. Pasas de gobernante a opositor.

El cambio, desde luego, sólo puede producirse por alguno de los métodos previstos en las Leyes; en caso contrario, no hay alternancia: hay usurpación, asalto al Poder, Golpe de Estado. En definitiva, muerte o colapso de la democracia.

No es que nadie debiera extrañarse de ese cambio: es que su existencia es la prueba de que el sistema funciona con absoluta normalidad.

Para evitar abusos y forzar la garantía de que los que ostentan el poder deben cambiar de tanto en tanto, hay países que limitan la duración de los mandatos de los gobernantes. 

Los Estados Unidos de Norteamérica, prohiben el tercer mandato de un Presidente. México, desde que se deshizo de Porfirio Díaz, sacralizó el principio absoluto de la no reelección. 

Europa, por el contrario, es más tolerante y deja que sea el normal desenvolvimiento de la vida política el que establezca los procesos sucesorios.

Así que cabría decir que para que todo esto funcione hay que partir de un doble axioma: el poder, y por tanto quien los representa, el Gobierno, es del pueblo, no de la izquierda ni de la derecha. El pueblo somos todos, no sólo los que piensan como yo.

Me temo, no obstante, que no todos los que repetimos estas ideas, además, creemos en ellas.

Supongamos que lo escrito hasta ahora tiene un cierto sentido. Entonces ¿Es Pedro Sánchez un “okupa”?

No me entusiasma ni su modo de gobernar, ni su forma de gestionar el liderazgo de su Partido. Creo que se equivoca demasiado, improvisa más de lo conveniente, rectifica con excesiva frecuencia; ha cambiado el modo de entender y desarrollar la política en el PSOE y, sobre todo (es mi opinión), suele ir en malas, pésimas compañías.

Sin embargo, ésa no es la cuestión. Lo que deberían preguntarse muchos de nuestros conciudadanos es si el acceso al Poder de Sánchez se ha hecho o no de espaldas a la legalidad vigente.

Si la contestación es que llegó a la Moncloa con arreglo a métodos consagrados por las Leyes, deben asumir cuanto antes que seguirá donde está hasta que se le desaloje por los mismos procedimientos legales posibles: Elecciones Generales o moción de censura constructiva que lleve en volandas al Gobierno a un nuevo Presidente.

No olviden, por otra parte, que acierte o se equivoque, es el Presidente del Gobierno y no los líderes de los Partidos de la oposición, quien tiene la facultad de disolver las Cortes y convocar Elecciones. (Yo creo que se está equivocando y que cuanto más tarde en hacerlo, menor será la distancia electoral con Podemos, pero mi opinión, es obvio, carece de importancia).

O sea, que se pueden pedir elecciones a diario, incluso más de una vez al día, pero que nadie crea que Sánchez está obligado a atender la petición.

Mientras tanto, recuerden todos: el Poder no es de las derechas o de las izquierdas, sino del pueblo soberano que no siempre elige para gobernar al que nos gusta.

Fiat iustitia et pereat mundus

Al aforismo (“Hágase justicia y perezca el mundo”) y a cualquiera de sus variantes, suelen atribuírsele múltiples paternidades. Desde Aristóteles, hasta Fernnando I, único Rey de Hungría y luego Emperador de Alemania nacido en Alcalá de Henares, pasando por Kant o Hannah Arendt.

Algún siglo que otro después, Hegel transformó la frase y la cambió de sentido (“fiat iustitia ne pereat mundus”, es decir, "hágase justicia para que el mundo no perezca").

En todo caso, estamos en presencia de una de las encrucijadas filosóficas del mundo occidental sin solución definitiva: cuál es el papel del poder judicial, aplicar la legislación vigente caiga quien caiga, o llevar a cabo una delicada operación de interpretación jurídica que permita resguardar una apariencia de legalidad y defender, al mismo tiempo, el orden aparente de la sociedad. ¿Nada menos que justicia versus orden?

Ya suponen a qué viene esta introducción: la Sala 3º del Tribunal Supremo ha cambiado el criterio que hasta entonces sostenía el mismo Tribunal, y ha sentenciado que ciertos costes fiscales derivados de la concesión de hipotecas deben correr por cuenta de quien se lucra del negocio, el Banco que otorga el crédito, y no de quien suscribe la hipoteca.

Hasta aquí, nada especial, más allá de su trascendencia para los interesados.No tengo elementos de juicio suficientes para opinar si la posición correcta era la antigua o la nueva. Lo insólito es que, tras dictar Sentencia, el Tribunal sigue dudando qué hacer.

Dicen, eso he oído, que estamos hablando de un coste añadido para la Banca de seis mil millones de Euros. Dicen que la Bolsa ha penalizado inmediatamente a los Bancos porque esos caudales se traducirán en mayores pérdidas o en menores ganancias. Dicen que los perjuicios para la economía podrían ser tales que algo habrá que hacer.

Parece ser que el Tribunal Supremo, ¡Supremo!, o sea, nadie por encima de él, ha decidido tomarse un tiempo y ver si donde dijo Diego, dice digo, o si deja las cosas como están.

Tal como yo lo veo, el problema no es cuánto cuesta la Sentencia. Se mire por donde se mire, sean seis mil millones, sesenta mil millones o catorce €, el importe siempre será el mismo lo paguen los clientes o lo paguen los Bancos.
Así que se me ocurren tres comentarios:
  • El pretendido efecto negativo sobre la economía nacional es discutible: los seis mil millones los pueden pagar unos u otros, pero siguen siendo los mismos dineros. Salvo que demos por supuesto que la economía nacional y la de los bancos son una y la misma cosa.
  • No encuentro por parte alguna, entre las funciones del Poder Judicial, velar por la buena marcha de la Economía Nacional. Tengo la impresión de que eso les corresponde a otros.
  • Mucho me temo que el ciudadano acabe teniendo la impresión de cuando los bancos andan de por medio, eso de que todos somos iguales ante la Ley no siempre acaba de verse.
En resumen:
  • La justicia española, ésa que según el art. 117 de la Constitución emana del pueblo y se administra en nombre del Rey por Jueces y Magistrados integrantes del poder judicial, independientes, inamovibles, responsables y sometidos únicamente al imperio de la ley, está a punto de entrar en el fangoso territorio en el que todo puede ocurrir.
  • No andamos sobrados de instituciones por encima de toda sospecha como para que ahora, el mismísimo Tribunal Supremísimo acabe por darse un tiro en un pie y salga malparado de este entuerto. Cualquier cosa que menoscabe el prestigio de la justicia es malo para España.























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