martes, 16 de octubre de 2018

Píldoras (I)

Fotos para el recuerdo

Dicen que cayeron más de 230 litros de agua por metro cuadrado en muy pocas horas. Los cielos se abrieron y derramaron sobre la Sierra de Calicant torrentes que se volverían mortíferos en menos de tres horas.

El fenómeno no es nuevo ni en Sant Llorenç, ni en otros muchos puntos de la cuenca Mediterránea. Una atenta lectura de “La Odisea” puede dar cuenta de fenómenos parecidos hace treinta siglos.

La orografía, el descuido urbanístico y hasta cabe en lo posible que el tan traído y llevado cambio climático pueden acabar provocando tragedias como la que acabamos de vivir.

El caso es que el desastre ha provocado movimientos solidarios nada infrecuentes entre españoles, algunos de cuyos ejemplos han merecido tratamiento especial de los medios de comunicación.

Rafael Nadal, manacorí nacido a una treintena escasa de kilómetris del siniestro, tal vez nuestro mejor deportista de todos los tiempos, acudió a prestar su ayuda. No fue el único, pero sí el más conocido, así que su actitud mereció comentarios elogiosos y fotografías demostrativas de su ejemplar actitud, pala en mano, calzando  botas de agua y vistiendo ropa de trabajo.

En la misma fecha, compareció también por Sant Llorenç, Pedro Sánchez, Presidente de Gobierno. También fue fotografiado. Vestía traje oscuro y se le veía saludando sonriente (o serio, que hubo más de una fotografía) con lo que suele conocerse por “las fuerzas vivas”. Don Pedro, como digo, vestía “de calle”; ni mono de trabajo, ni pala en mano.

Horas después me llega al teléfono una composición fotográfica (lo cierto es que la misma foto me llegó por tres conductos diferentes) en la que se contraponían las figuras del tenista y la del Presidente, con sendos subtítulos que ponían de manifiesto que uno había ido a trabajar y otro a hacerse la foto.

Evidente. ¿Qué otra cosa podría haber hecho el Presidente del Gobierno, más que acudir al lugar de la tragedia, dejarse ver, ser fotografiado, infundir alguna palabra más o menos animosa y volver a su despacho que es donde podía hacer algo por los afectados?

El mismo día, en la misma zona y a la misma hora, el líder de la oposición, el Sr. Casado, hacía cosas parecidas a las del renacido Sr. Sánchez: dejarse ver, hacerse fotografiar y hablar con quien encontrara al paso, sobre todo si llevaba un micrófono en la mano. Tampoco vestía mono, ni portaba pala.
Y digo yo ¿Por qué tenemos que aprovechar ocasiones como la que comento para intentar ridiculizar al Presidente de Gobierno? ¿Quién sale ganando con semejante maniobra? ¿Es que no ven que lo que puede echársele en cara (nada en este caso, tal como yo lo veo) al Presidente le es igualmente aplicable a uno de sus principales adversarios políticos?

Uno y otro fueron a lo que mejor saben hacer: intentar arañar algún voto a costa de meros gestos sin mayor valor ni trascendencia. Ni malicia.

Imaginen lo contrario: Sánchez y Casado se quedan en sus despachos en vez de acudir al lugar de la tragedia ¿No serían tachados de insensibles?
Todos sabemos que es un juego, pero a los afectados, no lo duden, les gusta lo que hizo Nadal, y lo que hicieron el Presidente y el líder de la oposición.

Y a diferencia de lo que pudo pasar por la cabeza del anónimo autor del poco afortunado montaje fotográfico, saben distinguir entre lo que puede esperarse de uno y de otros. 

El mito de los autónomos.

Columna vertebral de nuestra economía, héroes anónimos, superhombres que nunca enferman,  trabajadores infatigables, creadores silenciosos de empleo, etc. etc.

Los autónomos, qué duda cabe, tienen muy buena prensa entre nosotros. No importa de qué formación política sea el que habla, se habrá deshecho en halagos a este ejército de emprendedores modestos que, dicen, vienen a ser la reserva moral, laboral y productiva de España.

Tienen razón en muchas de sus proclamas, pero…

También es cierto que en el mundo de los autónomos florece el fraude fiscal como en ningún otro. El dinero en B circula con una cierta prodigalidad y eso es algo que todos sabemos porque, en muchas ocasiones, cada uno de nosotros hemos sido cómplices del fraude para ahorrarnos el desembolso de una parte del coste del servicio o el bien recibido.

Tampoco es infrecuente encontrar casos flagrantes de fraude a la Seguridad social: trabajadores sin dar de alta, por acuerdo mutuo en ocasiones no dejemos de admitirlo, o cotizantes por menos horas de las trabajadas, o sin aportar las cotizaciones correspondientes a horas extraordinarias, por ejemplo. Cosas que no suelen ocurrir en las empresas de grandes dimensiones, cuya fuente de ahorro y ganancia está en otros parámetros.

Si eso es así ¿por qué el entusiasmo y el halago de nuestros políticos con y para los trabajadores autónomos?

Simple cuestión de matemática electoral: según las fuentes consultadas, el número de trabajadores autónomos en España supera la cifra de 3 millones.
Por cada consejero de administración de alguna de las 135 empresa cotizadas en el Ibex (cuyo voto puede darse por supuesto en la mayoría de los casos) hay más de cien mil autónomos que puede inclinarse por éste o aquél Partido en las siguientes elecciones.

El colectivo que comentamos es, antes que nada, para nuestros políticos, un caladero de votos, eso es todo.
Nosotros y sobre todo ellos deberíamos tenerlo muy presente.

El paradigmático caso de D. Eduardo y Dª Pura

Dª Pura y D. Eduardo No se conocen.

D. Eduardo, Ingeniero de Caminos, natural y residente en Madrid, 45 años de edad, casado, padre de dos hijos que se educan en un acreditado colegio del extrarradio, es un hombre brillante. Terminó la carrera a los 23 años, triunfa en la vida y vota a cierto Partido de la derecha.

Dª Pura, valenciana, soltera vocacional, 43 años, funcionaria de uno de los Cuerpos Superiores de la Administración Civil del Estado, es una mujer inteligente. Fue número uno de su promoción con 24 años y ahora vive en Málaga, presta servicios a la Junta de Andalucía y siempre vota a la izquierda.
  
A D. Eduardo no se le conoce actividad política alguna, más allá de acudir a las urnas cuando es convocado. Por supuesto, tampoco imagina siquiera la posibilidad de ocupar la Presidencia de su comunidad de vecinos. Para ser precisos, ni siquiera suele acudir a las Asambleas. No lo ha hecho nunca pero está convencido de que eso no sirve para nada.
Tampoco Dª Pura está por la labor de dedicar una parte de su valioso tiempo libre a tareas políticas. Y, como D. Eduardo, no se deja ver por las Asambleas vecinales. En realidad fue una vez y salió pensando que aquello era un gallinero.

D. Eduardo y Dª Pura, ya dije que no se conocen, coinciden no obstante en dos o tres detalles:

- Ambos habitan en sendas urbanizaciones en los aledaños de sus ciudades respectivas, urbanizaciones que padecen problemas de muy variada condición.

- Los dos se consideran suficientemente capacitados para criticar los escasos logros de las instituciones que les afectan ya hablemos de esfera estatal, autonómica, municipal o, incluso, vecinal.

- La funcionaria y el ingeniero, como si hubieran crecido juntos, comparten algunas sólidas convicciones: el Gobierno de la Nación, los destinos de la Comunidad de Madrid y de la Junta de Andalucía, el Ayuntamiento de la Capital de España y el de Málaga, y, desde luego, sus respectivas comunidades de vecinos, están en las peores manos posibles.

- Ambos se quejan en sus círculos respectivos de amigos, cuando salen a cenar, del caótico estado de cualquier entidad que salga a relucir en la conversación.

Ni uno ni otro, son conscientes de que el Estado, la Comunidad Autónoma, el Municipio y la Comunidad de Vecinos, los habitamos los mismos ciudadanos, con distintas gorras según la ocasión.
En todos los casos somos los mismos los que votamos o nos abstenemos. Así que no cabe esperar grandes diferencias en lo que pasa en cada una de las áreas de convivencia de que estamos hablando.

Ninguno de los dos, y ninguno de sus amigos que comparten las lacrimógenas críticas de nuestros protagonistas, caen en la cuenta de que cuando los buenos se abstienen de participar en la cosa pública, el poder acaba en manos del primero que está dispuesto a ejercerlo.

Es posible que yo esté equivocado y que todas estas reflexiones estén al alcance de D. Eduardo y Dª Pura, pero ni ellos ni sus amigos parecen estar dispuestos a hacer algo más que quejarse en tertulia. 


Aviador y Comandante.

Hasta hace muy poco tiempo, Madrid tenía una calle que se llamaba “Comandante Zorita”. La calle sigue existiendo, el homenajeado sigue en el callejero, pero… ¡El mismo individuo ha pasado a llamarse “Aviador Zorita”! Sí, la calle cambió de nombre pero no demasiado. 

Esta vez no se le ha quitado de las placas para dar paso a un poeta muerto en el exilio, al cuñado de un político republicano, o a la estanquera que vendió puros a don Indalecio Prieto.

Reconozco que hasta ahora nunca hice nada por saber quién era Zorita así que me documenté (lo justo ara escribir este post, tampoco quiero alardear de lo que no habría sido cierto)

Demetrio Zorita Alonso, el que antes era conocido como Comandante y ahora como Aviador, fue un estudiante de ingeniería que ingresó voluntario en el Ejército del Aire dentro de las fuerzas que se alzaron en armas en el 36. Piloto militar franquista, para que no quepan dudas. 

Fue protagonista de bastantes hechos de armas durante la Guerra Civil, se integró después en la Escuadrilla que voló en los cielos rusos con la División Azul, y, más tarde, vuelto a España, fue el primer español en romper la barrera del sonido. El 5 de marzo del 54, para ser precisos.

Dos años más tarde, en 1956, perdió la vida a los mandos de su aparato en un accidente en acto de servicio.

Y a su debido tiempo tuvo su calle en Madrid.

Luego, en tiempo presente, alguien sospechó que había sobrados motivos para poner en cuarentena el nombre de la citada calle.

Y eso es lo que no entiendo. No que quien ahora está al cargo de repartir y retirar rótulos callejeros dudara de la procedencia o no de atribuirle una vía pública a alguien con ese historial, sino a que, si superaba el rígido y tal vez dogmático filtro por el que se miden estas sandeces, se respetara el nombre pero no la profesión.

O sea, que Don Demetrio Zorita Alonso puede seguir poniendo nombre a una calle, pero sólo si se le recuerda a la ciudadanía que fue aviador, no comandante.

Que siempre y solo fuera piloto militar es algo que no parece deba ser tenido en cuenta por quienes con tanto celo velan por la democratización de nuestro callejero.

Dicho de otro modo: hay alguien (o “alguienes” que quizás para llegar a tan alambicada decisión final se haya necesitado el trabajo de una comisión) que piensa que una cosa es ser aviador del Ejército del Aire, profesión tolerable, a lo que parece, y otra bien distinta, ostentar el grado de comandante en el mismo Ejército.

Es posible que ande yo un tanto espeso, pero, el episodio me resulta a ratos inexplicable, a ratos cómico y a ratos enervante. Un esperpento irritante, en el mejor de los casos.

Les aseguro que es una de las ocasiones en las que más me está costando no dedicarle algún adjetivo descalificativo al autor de semejante despropósito.

Supongo que los hechos hay que encuadrarlos en el capítulo de la Política. Si es así, alguien debería recordar que en Política hay algo mucho peor que hacer el mal: hacer el ridículo.




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