domingo, 21 de julio de 2019

Bien está lo que bien acaba

Esperemos que así sea

Esperemos, pero hoy, domingo 21 de julio, me parece un final poco menos que imposible.
¿Recuerdan a Pirandello? Fue Premio Nobel de Literatura y es el autor de la obra cuyo título, “Bien está lo que bien acaba”, he tomado prestado para este post.

Les aseguro que olvidaría los despropósitos y las consiguientes angustias del tiempo que estamos viviendo si el final de tantas idas y venidas, tantos dimes y diretes, tantas últimas palabras, fuera conveniente para el bien común.

Es obvio que hay más de una versión de qué es hoy el bien común. Peor aún: hay versiones contradictorias. Irreconciliables, incluso. Quizás por ello tengo la impresión de que ninguno de los actores principales del reparto está interpretando bien su papel.

Hace un par de días, desde posiciones políticas bastante alejadas, leí opiniones coincidentes sobre el momento actual a dos ex Presidentes de Gobierno, Felipe González y José María Aznar.

No es casualidad. Unos habrán votado en su día a uno, otros al otro y no faltará quien abomine de ambos. Desde mi punto de vista, han sido dos Presidentes con suficiente peso específico como para escuchar lo que digan, se comparta o no. 

Diagnósticos parecidos, tratamientos semejantes. Ambos llamaban a la cordura, y los dos daban versiones muy parecidas de qué entendían por cordura: en pocas palabras, buscar el centro y huir de los extremos.

El guión va por otro lado

Me gustaría equivocarme, pero parece que nadie está haciendo lo preciso para que las cosas terminen bien. Por excepción, y como prueba de que la política y la economía se influyen pero no son la misma cosa, los últimos estudios de instituciones europeas y alguna española, como el BBVA, anuncian que nuestras previsiones de crecimiento deben de revisarse al alza y de que pese al agorero lamento del mandamás del Banco de España, el incremento del salario mínimo no va a devolver España a la Edad Media.

Puedo entender que Pedro Sánchez quiera ser Presidente de Gobierno. Obtuvo más votos que nadie y sabe sumar y restar. Ve, por tanto, que hay múltiples combinaciones diferentes, cada una de las cuales vale para que siga en La Moncloa.

Estoy en condiciones de admitir que las, los o les que tomen las decisiones en Unidas Podemos quieran cobrarse las ayudas que saben suficientes para que Sánchez conserve su puesto. Hasta entiendo que el cobro lo quieran en sillones ministeriales. Que se lo den o no, es harina de otro costal. Del costal de Sánchez, en concreto.

No tengo por qué extrañarme de que Santiago Abascal toque a rebato y exija que quien busque su apoyo sea consecuente y no mire para otro lado cuando él entre en un salón. Me veo en su lugar (sólo es una figura retórica) y me llevarían los diablos tantos remilgos, todos cara a la galería, convirtiendo en estúpido al ciudadano.

Es comprensible que Casado, segundo en votos conseguidos, líder, por tanto, de la oposición y conocedor, también, de la matemática parlamentaria se resista a que su principal contrincante se salga con la suya.

Más me cuesta entender a Don Albert, otrora paladín del liberalismo, vocero del centro político y hoy incapaz de hablar con nadie que no sea aquél a quien aspira a desbancar como esencia de la derecha, pero, en fin, puedo intentar averiguar su obsesión por su peculiar versión del “no es no” de infausta memoria.

Preferiría que las cosas hubieran sido de otra manera, pero tampoco me extraña que los políticos presos quieran seguir siendo lo primero y dejar de ser lo segundo cuanto antes. Si prestar sus votos les ayuda a salir de la cárcel es comprensible que lo hagan saber de una u otra forma a quien suponen que tiene las llaves del calabozo. Hasta tiene su punto de milagrería ver al azote del españolismo, al mismísimo Sr. Rufián, oficiando de moderado ejemplar.

Tampoco es un disparate dar por supuesto que los restantes depositarios del voto popular traten de “hacer caja”, trapicheando sus ayudas. Es lo que mejor saben hacer, que no en balde llevan practicándolo desde que el General Franco dejó este mundo. 

El problema es la suma

Pero lo grave de la situación es que la suma de tanta posición comprensible lleva de cabeza al desastre. No es frecuente, pero, repito: la suma de una larga serie de posiciones con cierta lógica interna nos lleva a un laberinto sin salida. 

El puzzle no puede encajar porque muchas de las piezas son incompatibles entre sí, así que la única forma de evitarlo es que los actores de esta tragicomedia comprendan (ellos, no nosotros) que sólo renunciando a una parte importante de sus sueños pueden traernos a los ciudadanos paz, serenidad, Gobierno estable, tranquilidad, en definitiva.

Doy una vuelta más a la máquina de pensar y caigo en la cuenta de que ni todos los implicados tienen las mismas posibilidades de resolver la ecuación, ni es tan imposible de hacer lo que se les puede pedir a los que de verdad tienen en su mano el futuro inmediato.

¿Algún objetivo?

Sé que algunos lo verán de otra forma. Para mí, el desideratum sería conseguir un Gobierno estable, capaz de llegar al final de la legislatura con media docena de Leyes importantes aprobadas, el desempleo rondando cifras de un dígito, algunas medidas eficaces adoptadas en relación con la mejora medioambiental, consensos conseguidos cuando se haya tratado del futuro de las pensiones, de la orientación de la enseñanza y de las relaciones internacionales. Faltarían otras cosas, pero el saldo no habría estado mal.

Por el contrario, a la inmensa mayoría de los votantes, ya seamos ciudadanos, pueblo o “La Gente”, nos trae al pairo si tal o cual pelanas es o no Ministro, Ministra o lo que sea; si aquél que tanto grita, se abstiene o vota a favor, siempre que el resultado sea el mismo. Nos aburren las discusiones bizantinas sobre qué es cooperación, coalición, o concentración. Nos cansan las diatribas sobre si tal político y tal otro son aliados, aliados de los aliados o meros conocidos de vista que han quedado a tomar un cafelito.

Ellos, los que han sido elegidos para gobernarnos, deberían saber que a casi todos los ciudadanos, los que votamos blanco, los que lo hicieron negro y los que se quedaron en casa, nos importan las mismas cosas: cómo llegar a fin de mes, en qué momento la corrupción será algo del pasado, y, milagro entre los milagros, cuándo la clase política pondrá los intereses generales por delante de los suyos. 

¿Cómo conseguirlo?

No con un Gobierno apoyado en fuerzas múltiples y dispersas, prestas a cambiar de rumbo si esa Sentencia que llegará en el otoño no es conforme a sus delirios y el Gobierno no está dispuesto a ejercer su prerrogativa de aplicar indultos a troche y moche.

No con unos apoyos de gentes que hacen figurar en su programa, escrito y proclamado hasta hace una semana, el derecho de cualquier Comunidad Autónoma a decidir si sigue o no formando parte de España y ahora dicen que defender lo contrario no es ningún problema.

No, en resumen, apoyándose en la muleta de quienes desde hace cuarenta años (estos últimos, no los anteriores) han vendido o alquilado sus votos al mejor postor legislatura tras legislatura.

Como decía “El Guerra”, (el torero, se entiende) “Lo que no puede ser, no puede ser, y, además, es imposible”.

Lo posible, por el contrario, es ponerse de acuerdo entre quienes están dispuestos a jugar al mismo juego y con el mismo reglamento. Es decir, los que se mueven sin vacilaciones ni valores entendidos, ni subterfugios, ni reservas mentales dentro de la Constitución.

Más concreto aún: entre quienes ya han demostrado que eso, el respeto a la Constitución, ha sido siempre una constante en su modo de hacer política.

El resto de Partidos sigue y seguirá existiendo, desde luego, y sigue y seguirá teniendo derecho a defender aquello en lo que cree, pero los acuerdos con ellos sólo aportaría en estos momentos más confusión., más incertidumbre, más inestabilidad

Un poco más claro

¿Dónde iríamos con un Gobierno apoyado en formaciones que hoy llaman blanco lo que hasta ayer decían que era negro?
¿Qué ocurriría con los posibles apoyos secesionistas si el Tribunal Supremo condena a sus líderes a un buen número de años de cárcel?
¿Cómo se comportarían unos y otros si el Gobierno se niega en redondo a liberar a los políticos presos? 
¿Dimitirían los Ministros de Unidas Podemos?
¿Y qué consecuencias tendría hacer lo contrario, es decir, dejar en la calle a quienes el más alto Tribunal de la Nación ha considerado culpables de tan gravísimos delitos?
¿Hasta dónde llegaría la indignación del pueblo soberano?
¿Qué coste electoral (¿o es que eso no se ha pensado?) tendría para el gobernante que se plegara a las exigencias de esos precarios sostenes parlamentarios?

Más claro todavía (a riesgo de que algunos amigos se rasguen las vestiduras)

Partido Popular, Ciudadanos y Partido Socialista tienen la obligación de garantizar la gobernabilidad de España.

Los tres pueden hacerlo, ya saben cómo.

Si no lo hacen, la Historia en su momento y los votantes en el suyo, lo tendrán en cuenta. 










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