viernes, 26 de julio de 2019

Santiago y cierra España

Del mal en menos

Ayer, 25 de julio de 2019, día de Santiago, el Matamoros, el que ganó la batalla de Clavijo según la leyenda, el del viejo día de la consagración del Reino a su Patrón, Pedro Sánchez perdió la votación que le habría investido como Presidente del Gobierno de la Nación.

Por segunda vez en poco más de tres años, Pablo Iglesias y sus Diputados (y Diputadas, que casi se me olvida), la quintaesencia de la izquierda según ellos mismos, impidieron que el candidato socialista formara Gobierno. Cosas que pasan: dos de dos.

Tragedia para algunas, algunos y sus confluencias, alivio para otros, perplejidad para los poco avisados, compás de espera para los eclécticos, soy de los que creen que uno de los más plausibles diagnósticos del grotesco espectáculo que hemos padecido es que, según el dicho “del mal el menos”.

Habría sido deseable que hoy estuviéramos comentando qué podría esperarse de un nuevo Gobierno, estable, apoyado por suficientes fuerzas parlamentarias, cuánto habría habido de funambulismo político en el camino que lleva a la Moncloa y estable, y cuántas promesas escuchadas habrían de quedarse por el camino.

Hace muy pocas fechas, comentando el desconcierto instalado en el Congreso, utilicé el viejo dicharacho de “ni se muere padre, ni cenamos”; un amigo me contestó algo así como que mejor quedarse sin cenar que hacerlo mal, a lo que yo añadía, que eso dependía del menú.

Razón tenía mi amigo, que era lo que pretendía al contestarle: mejor acostarse en ayunas que con indigestión provocada por según qué clase de alimentos tóxicos.

“Y nos molieron a palos, los sarracenos, que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos”

Eso debió de pensar más de un podemita y tal vez alguno que otro que ya se frotaba las manos rehaciendo el cuento de la lechera, con la República catalana como final feliz. y dándose a sí mismos el calificativo de buenos.

Porque el problema para la mayoría de los españoles, creo yo, no era si gobernaba o no Sánchez, sino de quién habría dependido su cargo, y ahí, (puedo equivocarme, pero no lo creo) había algo así como un sentimiento mayoritario, por encima o por debajo de viejos conceptos -viejos pero vivos- como izquierda y derecha.

No quiero esconderme en mayorías inventadas, así que hablaré en primera persona: yo habría bramado de impotencia si la Presidencia hubiera dependido expresa o tácitamente del apoyo del independentismo.

No habría bramado pero hubiera torcido el gesto si del cóctel formaran parte licores nacionalistas y populistas, aunque no estuvieran pidiendo ayer por la tarde referéndums a la carta, y se limitaran a hacer como que nunca lo habían dicho, cuando lo cierto es que esas banderas continúan en sus documentos programáticos.

En cuanto al apoyo de Podemos… ¿Abrazo del oso? ¿Lobos con pieles de corderos? me ciño a sus textos y no me fío, como, al final se ha demostrado que tampoco lo ha hecho el candidato del PSOE.

Y ahora llega el día de las lamentaciones, reproches y admoniciones. En política, por definición, el culpable es siempre el otro, que no ha sabido estar a la altura de las circunstancias, que ha puesto por delante sus mezquinos intereses y… etc., etc. No estoy hablando de España 2019, estoy hablando de la Humanidad, desde los Sumerios a Donald Trump, que tampoco ha pasado tanto tiempo.

Todos son y somos culpables, o sea, todos somos inocentes, pero no se pueden pedir peras al olmo

Llegado el día de los análisis, llama la atención verificar con qué desparpajo se olvidan los pronósticos de hace un par de días y se editorializa sobre “lo que se veía venir”.

¿Qué más da? Ni siquiera tenemos que dar por hecho que si sabemos por qué ha pasado algo, podríamos evitarlo en el futuro, porque no es así.

Nadie ha estado a la altura de las circunstancias (Nadie de los que cuentan, porque ser consecuentes desde posiciones irrelevantes tampoco tiene mayor mérito).

Unos han jugado a la catástrofe desde el principio, anunciando el desembarco de la tropa indeseable de bandoleros populistas y salteadores secesionistas, y como ellos sabían que eso se estaba negociando en la sala del miedo, ¿para qué perder el tiempo en comedietas?

Otros han fingido que negociaban cuando desde el principio sabían que nunca iban a caer en trampas de las que ya habían escapado en alguna otra ocasión. Acertaron en la estrategia y erraron en la táctica, porque han dejado el regusto desagradable de que nos estaban tomando por memos a los votantes.

Algunos se han encerrado en sus castillos viendo las miserias de su país conscientes de que el paisanaje iba a entender que no eran ellos, precisamente ellos, quienes tuvieran que dar la llave de la gobernabilildad a quienes durante cuarenta años eran su alternativa, su contrincante, o su enemigo, dependía eso de quién fuera el portavoz en cada momento.

No han faltado quienes esperaban cruzando los dedos para que tirios y troyanos dejaran de morderse, firmaran el acuerdo y les dejaran a ellos el papel de comparsas, por el que pensaban empezar a cobrar peajes, justo después de que se levantara la sesión. No ha sido así y ya algún bramador transfigurado en moderado orador ha advertido que lamentarán lo malos que han sido.

Estaban los que pueden caber dentro del dicho (hoy va de refranes) de no pedir peras al olmo. Vox no tiene por qué perder ni un segundo decidiendo qué debe de votar si lo que está en juego es la Presidencia para un socialista. Ni Puigdemont ni sus turiferarios culiparlantes pueden esperar nada de Sánchez, así que ni estaban por el sí, ni se les esperaba: sólo un referéndum pactado y vinculante, (o sea, impuesto y resuelto antes del recuento) satisfacía sus delirios, y eso no entraba en la agenda del candidato.

Aunque más parecen membrillos que peras quienes se pasaron las sesiones clamando contra la banda, el botín a repartir y otras lindezas. No deja de ser chusco verificar el considerable desconcierto disfrazado de indignación de quien tan sobreactuado anda estos últimos tiempos cuando ha comprobado que ¡vaya por Dios! la realidad no se ha acomodado a su discurso ¿será posible?

Queda el estrambote

Hablaba yo en el encabezamiento del apartado anterior de que todos somos culpables. Nosotros, o sea usted y yo y aquella señora bajita del fondo de la sala.

¿Seguro? Absolutamente ¿Son extraterrestres los parlamentarios españoles? ¿Serán diablos y ángeles, o una y otra cosa dependiendo de quién los observe? ¿Trasgos, fantasmas, gnomos, zombies?

Ya saben que no. Son conciudadanos llevados en volandas a sus escaños por nuestros votos o por nuestras abstenciones, así es que la próxima vez que le pidan su voto, adminístrelo con sumo cuidado, porque luego pasa lo que pasa. Procuraré aplicarme mi propia medicina.

Mientras tanto, descartando nuestra mala fe el día de las elecciones, demos por bueno que lo que de verdad somos no es culpables, sino responsables, que siempre suena mejor.

¿Saco la bola de adivinar?

Como quieran (o como no quieran, que, al final, haré, como siempre, lo que mejor me cuadre).
Habrá elecciones en otoño, porque

- Le guste o no, yo creo que no, al Profesor Iglesias a su copropietaria del chalé serrano y al siempre ocurrente Dr. Echenique, don Pedro les tiene calados y no se fía de ellos.

- Ha pasado muy poco tiempo para que el Sr. Rivera, por su boca o por la de su portavoz, la nena que tan hermosos pollos soporta cuando le da por ir de moderna el día que no toca, poco margen tiene para ir en dirección contraria sin que le fallen los frenos.

- Tendremos Sentencia en el asuntillo ese del Nordeste de la Península y a ver cómo explican los “torreznos” (seguidores de Torra), Rufianes y demás compadres amarillentos que van a facilitar el Gobierno a quien no se haya comprometido antes a sacarlos en hombros de las cárceles, dejarles volver de donde huyeron, o permitirles levantar fronteras donde no las ha habido nunca.

Ese día, que llegará, esperemos que los elegidos por nosotros hagan mejor sus deberes.

Buenas vacaciones, amigos. Durante el mes de agosto no pienso ocupar vuestro tiempo con mis elucubraciones, aunque igual me da por ofreceros algún relato sin relación con lo que pasa a nuestro alrededor.















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