Votos: la deseada cosecha del otoño
Era de esperar
Pasó lo que tenía que pasar: nuestros geniales políticos, tan parlanchines, tan proclives al insulto gratuito, tan alejados de lo que acontece a su vera, tan dispuestos a cargar las culpas al vecino, no han estado a la altura de las circunstancias así que de aquí a poco nos volveremos a ver papeleta en mano camino de las urnas.
Pase que los figurones que tanto se desgañitan desde las pantallas, se empeñen en culpar al otro de lo que está pasando, de lo que pudo haber sido y no fue, del desatino que impera en nuestra política desde hace demasiado tiempo.
Pase, digo, porque cada día más la política española es cosa de pícaros, pero nosotros, los paganos del desafuero, los soportadores de la ineficacia de los que se hacen pasar por nuestros representantes, tenemos que saber que tanto despropósito excede con mucho los deméritos de uno, de dos, o de tres personajes.
No es posible, les faltan fuerzas para ello. No hay titanes tan poderosos en nuestro escenario. Llegar a donde ahora estamos es obra colectiva. Sólo la complicidad suicida de la clase política en su conjunto puede conseguir algo tan eficazmente disolvente como lo que se nos viene encima: un país paralizado, vegetando entre los estertores de un modelo de desarrollo agotado, mientras fuera de nuestras fronteras asoman nubarrones por todos los frentes que exigirían acuerdos básicos sobre las líneas maestras del caminar del Estado. Ponerse a trabajar codo con codo y dejar las discrepancias para mejor momento
Las causas de la parálisis
Como digo, sería ingenuo e injusto pensar que la causa del desbarajuste es cosa de uno que lo ha hecho todo mal. No. Ni de uno, ni de dos, ni de tres. De todos, ya digo.
Por inmadurez política, por la arraigada manía de pensar siempre y solo para adentro del Partido, o, incluso, de la fracción del Partido a la que perteneces.
Por la subordinación de la ideología a la táctica, por la dependencia patológica de los resultados de las encuestas (se dice lo que se supone que quiere escuchar el votante, no lo que debería deducirse de lo que que cada Partido dice que defiende)
Y ellos, nuestros representantes, siguen creyendo que somos imbéciles y no perciben nuestro desánimo, nuestro hastío, hasta nuestra indignación que, sorprendentemente, volcamos también contra quienes hace poquísimo tiempo se alzaron como portavoces de eso, de la indignación, para terminar siendo alumnos aventajados de quienes decían maldecir.
Pero no todos son iguales, no
Permítanme que pase de puntillas sobre las escasas responsabilidades de dos formaciones, ambas de la derecha, en el resultado que ahora tenemos ante los ojos.
Vox no es responsable de que no haya Gobierno. Sus escaños eran irrelevantes a la hora de configurar mayorías parlamentarias suficientes, y su papel en el teatro de nuestra política era otro: agitar las aguas, llegado el caso escandalizar con declaraciones coherentes con su programa pero llamativas por infrecuentes y, en definitiva, poner en dificultades a sus aliados circunstanciales. El viejo principio de conseguir que sean otros quienes apliquen tu programa.
Nadie en su sano juicio podría solicitar de Vox el menor movimiento que facilitara la continuidad del Partido Socialista en la Moncloa.
Tampoco el Partido Popular tenía demasiado recorrido en este desbarajuste. Cierto que en otros países, coaliciones de socialdemócrtas y conservadores han sido el contrapunto a populismos de ambos extremos.
En otros países. Me temo que en el nuestro, aún estamos verdes para ello. Así que el Sr. Casado bastante ha tenido con moderar sus exabruptos de campaña y mostrarse algo más conciliador. Es de agradecer, en especial si persevera en su nueva línea y deja los excesos para otros.
Nacionalistas y secesionistas jugaban con un panorama predibujado del que era difícil, imposible desmarcarse: cualquier cosa menos favorecer las opciones conservadoras de las que nada podían esperar (al menos en teoría, porque la Historia reciente demuestra con qué frecuencia ha pactado el PP con vascos y catalanes cuando ha necesitado sus votos).
Me resulta, no obstante, enternecedor verificar la transfiguración del malo por antonomasia, el Sr. Rufián, convertido en un apacible y moderadísimo parlamentario, ejemplo de las buenas formas ¿Han visto? ¡Si le ha cambiado hasta la voz!
Por otra parte, certificadas las divergencias entre ex convergentes (dispensen el mal juego de palabras) y gentes de ERC, buena parte del futuro de estas formaciones en las próximas citas va a depender del texto de la Sentencia al Proceso, de las reacciones que provoque en seguidores de huidos y encarcelados y de las posteriores actuaciones del Gobierno al que toque lidiar este morlaco.
El papel de Pedro Sánchez y su actuación en la tragicomedia
Sánchez recogió el mayor número de votos en las últimas elecciones. No es ganar, pero se le parece bastante. No debe de extrañar, por lo tanto, que se reservara para sí mismo el papel de Presidente de Gobierno, por mucho que molestara a quienes militaban en otras formaciones.
Conviene recordar a veces lo que uno mismo dijo cuando estuvo en semejante posición y recordar, sobre todo, que los demás también tenemos memoria.
Había dos posibles mayorías parlamentarias. Por una parte, una difusa izquierda, suma de elementos dispersos, a veces contradictorias, socialdemócratas, comunistas, populistas antisistema, izquierdas provincianas con alma de insurrectos radicales. Matemáticamente posible, pero social, política e históricamente catastrófico.
Desde mi punto de vista, Sánchez podría haberlo conseguido, pero debió de creer que era un ensayo insensato, incluso suicida para su propio futuro político. Acertó, desde luego, mal que le pese a los nostálgicos irreductibles.
Cabía también un ensayo novedoso en España y archiconocido de fronteras afuera: una alianza de centro izquierda, con o sin responsabilidades de Gobierno compartidas. PSOE y Ciudadanos sumaban escaños y no eran incompatibles ni mucho menos. Dos tercios de España suspiraban por el acuerdo, Sánchez/Rivera. No incluyo la lista de los interesados porque están en lamente de todos.
Fue imposible; absoluta, completa e irremediablemente imposible. Alguien acabará pagando sus errores.
Pedro Sánchez no todo lo hizo bien, ni mucho menos. Intentó jugar a dos barajas (enseñó el caramelo a Pablo Iglesias y, al mismo tiempo,odejó que dijeran que su afán era acordar lo que fuera con Ciudadanos) y a poco le sale mal, porque ofrecer, como hizo, una Vicepresidencia y tres Ministerios a las de Unidas (lo siento pero me resisto a escribir “los de Unidas”) estuvo a punto de llevarle a un punto de no retorno en la alianza que nunca quiso con el Sr. Profesor.
Hayan dicho sus adversarios lo que hayan querido, creo que el paso del tiempo ha demostrado sin género de dudas que Sánchez nunca se fio de Iglesias (¿Quién de mis lectores se hubiera fiado?) y que, sea por estrategia, por convicción o por mero oportunismo, no ha querido saber nada del independentismo catalán.
Destaco lo de catalán, porque no hizo tantos ascos al independentismo vasco, acaso porque ahora no cuente con banda armada detrás de ellos. En todo caso, el episodio navarro admitiendo la ayuda de Bildu es, en mi opinión, su gran error de este período de interinidad.
Él lo verá como quiera, pero para muchos, el saldo de la operación es clamorosamente negativo, no sólo para España, sino para él y su Partido.
Así que si las cosas no salían como él hubiera querido, pocas opciones le quedaban más que pedir (con la más pequeña boca que pueda imaginarse) la ayuda de sus contrincantes y, dando por descontado que era pedir peras al olmo, ir preparando la siguiente cita con las urnas.
El dramático caso del Profesor que quiso ser Ministro
Empezó como agitador callejero, aglutinador de descontentos interclasistas, muñidor de acuerdos fragilísimos entre antisistemas, jubilados enojados, ayudantes de cátedra, comunistas desnortados, feministas radicales, regionalistas que se creían nacionalistas y tránsfugas que empezaron en la ultra derecha y terminaron de consejeros áulicos del Profesor.
Se pronunció a favor de referéndums a la carta, soñó con ser el referente de la izquierda, acuñó términos que hicieron fortuna (“La casta”, “La Trama”, “La Gente”) quiso ser comunista por la mañana y socialdemócrata por la tarde.
Dio ruedas de prensa sentado en el suelo, encabezó manifestaciones contra el Parlamento, abandonando su escaño para ponerse al frente de la algarada, intentó abrumar a un joven líder sin escaño que debió parecerle fácil de devorar, dio a conocer Gobiernos que nadie había nombrado y, de repente, todo se vino abajo y empezó a perder fuelle.
No sé si por propia iniciativa o por consejo de la número dos de su organización (¿o debería decir de su desorganización?) dejó pasar el último tranvía, creyendo que el siguiente sería más confortable y traería asientos para más conmilitones.
Se quedó compuesto y sin novia, lamiéndose sus heridas no sé de qué lado de la piscina de su flamante vivienda.
Espera las siguientes elecciones en posesión de un récord difícil de superar: es la única formación que se dice de izquierdas y ha impedido cuatro veces en tres años la formación de un Gobierno de izquierdas.
Pese a todo, no creo que sea un submarino de la derecha. Es, nada más, alguien que tiene una opinión inexplicablemente sobrevalorada de sí mismo.
El sueño imposible de un centrista descentrado
Y me falta hablar del Sr. Rivera. Él, no yo, él, dice de sí mismo y de su Partido, que es liberal y, claro, cómo no, de centro.
Demasiados políticos quieren ser el centro, no porque ahí esté la verdad, sino porque ser de centro es evitar el estigma de ser rojo o de ser facha y, cuando toque, puedes mirar a un lado o a otro.
Pero… por sus obras los conoceréis.
Rivera empezó bien. A muchos nos gustaba la gallardía con la que hablaba de España en Cataluña, y el énfasis que ponía en considerar inadmisible la corrupción. Alguna vez dije que pobre el país que necesita que un Partido defienda la honradez, pero ésa es otra cuestión.
Lo que no ofrece dudas es que el Centro permite mirar a izquierda y derecha sin riesgo de que se te parta el pescuezo. El centro es el gozne, la bisagra que puede, en un momento dado, cambiar de socio para seguir garantizando la gobernabilidad del país.
Resulta, pues, incomprensible que el líder del supuesto centro se niegue no ya a pactar, sino a hablar siquiera con quien tiene a su lado por la izquierda (o por la derecha, aunque esto parece que ni ha ocurrido ni se espera que ocurra).
No quiero elucubrar sobre las causas, pero la deriva de Rivera en estos últimos meses ha sido espectacular: elaboró un discurso y sigue preso de su contenido. Lo malo, lo pésimo para Rivera es que el discurso ha resultado estar vacío.
Dijo que la banda de Sánchez, desde el comienzo de los tiempos tenía ya acordado el reparto de los pedazos de España con independentistas y comunistas, en el conciliábulo que había tenido lugar “ahí al lado, en la habitación del pánico”.
¡Qué miedo! ¿Verdad? Luego, cuando se demuestra que es falso, se revuelve indignado porque la realidad le estropea el discurso y se queda sin tarima sobre la que alzarse.
Tan seguro estaba de sí mismo que los discrepantes de su propio Partido tuvieron que irse.
¿Saben? No quiero ser profeta pero noto un cierto tufillo a Rosa Díez, esperanza blanca un día, cabeza visible de una supuesta tercera vía, y hoy… quizás esté guardando sitio a Don Rivera, donde quiera que ahora esté.
Las claves de la próxima cita electoral
Complicado cóctel. Mezclen una sentencia que deje malparados a los procesados; añadan una dosis de discrepancias estratégicas entre catalanes; dispongan de algunos excesos verbales de Vox; cuenten con la presencia de algún que otro actor más o menos esperado en la izquierda, procedente del Claustro de Profesores; tengan a mano una dosis creciente de desinterés traducido en abstención; den por hechos nuevos errores de quienes no dan ni una en el clavo en los últimos tiempos; dejen caer unas gotas de exceso de confianza en quienes se supone que deberían tener buenos resultados, agiten durante dos semanas y…
Seguiremos en un panorama semejante al actual.
La única vía de salida pasa por que nuestros representantes, por una vez y ojalá sirva de precedente, piensen en España antes que en ellos y su Partido.
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