viernes, 13 de diciembre de 2019

El hartazgo
¡Qué Navidades!

Si mi capacidad de observación sirve para algo me atrevo a decir que la ciudadanía está empachada. El hartazgo de menús políticos es de tal magnitud que estamos llegando al punto en que seguimos tragando alimentos, casi todos indigestos, porque la costumbre nos empuja a ello, pero, al mismo tiempo, soportamos la náusea constante de no poder levantarnos de la mesa, de tener que comer y seguir comiendo a todas horas por obligación, como si no hubiera mejor cosa que hacer.

El subconsciente, el consciente y el inconsciente nos llevan a culpar a la clase política de nuestro hastío, de nuestro hartazgo. Hacemos un paquete con “todos los políticos” y les maldecimos. Proliferan chistes y dicharachos en los que nuestros representantes salen siempre, siempre trasquilados: oportunistas, mentirosos, haraganes, trileros, chaqueteros, suma de todos los vicios, sin brizna alguna de virtud. 

A veces, muy pocas, reflexionamos y caemos en la cuenta que también nosotros exageramos, que ni todos, ni siquiera la mayoría de nuestros políticos, son delincuentes, pero son excepciones en nuestro comportamiento habitual.

En consecuencia, llegamos a pensar que España está perdida, ya se ha perdido, somos menos que nada: el hazmerreir del resto del Planeta.

Y no es así, España es un gran país, no porque lo dijera Rajoy, sino aunque lo dijera Rajoy. Es imprescindible que sus ciudadanos tomemos este hecho como artículo de fe.

Pese a los desbarajustes del mundo de la política, España sigue funcionando, sus aviones vuelan, los trenes circulan, el comercio abre y cierra a las horas precisas, la bolsa se mueve al mismo compás que el resto de las plazas europeas, los mercados están abastecidos, los inversores foráneos siguen confiando en nosotros.

Y cuando se nos requiere para ello, seguimos siendo capaces de dar el do de pecho ¿Qué otra cosa es el asombroso alarde de mi país, nuestro país, organizando con éxito la cumbre mundial del clima en un tiempo récord? Lo veo, me asombro y me extraña que los diarios, los noticieros de televisión sigan dándole mucha más importancia a los traspiés del devenir político que al acontecimiento que ha hecho de Madrid, durante estos días, con o sin Greta, la capital del mundo.

Así es que antes de entrar en materia, permítanme un brindis por quienes han hecho y siguen haciendo de España un lugar donde vale la pena vivir.

No sólo de política vive el ciudadano

Me atrevo a decirlo al revés: hasta de política puede alimentarse el contribuyente, si bien una cosa es alimentarse y otra bien diferente, empacharse, que es lo que a mí me parece que está pasando en estos últimos tiempos.

No importa qué medio de comunicación escojas, da lo mismo prensa escrita que noticiarios de radio o televisión, unas u otras redes sociales, todo el mundo usa y abusa del recurso a la situación política para machacar al lector, al radioyente, al televidente, al conocido.

Espacios pensados para comunicarse entre amigos a propósito de cuándo y cómo ver tal película, dónde cenar o en qué cancha jugar a lo que sea, se han convertido en foros airados donde cada cual pretende que su último descubrimiento se difunda urbi et orbe. ¡Hasta el fútbol retrocede ante el ímpetu de la moda política!

Lo que más me llama la atención es que la materia prima, los ingredientes de las recetas políticas, brillan por su ausencia. Las reformas imprescindibles que aseguren el futuro de los pensionistas del mañana y del más lejano futuro, el urgente cambio de rumbo en la política educativa para colocar a España en el pelotón de los países punteros, qué hacer para reducir las listas de espera en la sanidad, qué modelo de cobertura energética necesitamos… 

Para qué seguir. Sólo importa quién va a gobernar. Perdón: quién va a intentar gobernar y qué hay que hacer para impedirlo, no vaya a ser que haya que esperar cuatro años más para llegar a La Moncloa; y, desde el otro lado, la otra orilla, la otra trinchera, con quién puedo aliarme, no importa cómo ni cuándo para dejar a ése de ahí compuesto y sin novia.

La desmesura

Todos lo niegan, pero nadie deja de mirar el calendario para calcular cuándo volveremos a votar.

Cualquier cosa, con tal de llegar al palacete ése que tanto desean todos, todos, todos. Así que como eso es así, han entronizado la desmesura como única forma de mantener calientes los motores, exacerbados los ánimos y listas las armas para vapulear al contrario desde ahora, que luego llega la campaña y no hay tiempo para nada.

Todo vale, porque nadie se para a desmentir la barbaridad que acaba de escuchar. Es preferible soltar tu propio despropósito, porque ha llegado el momento de los monólogos a coro, oxímoron que viene a cuento por cómo todos vociferan al mismo tiempo sin pararse a reflexionar cuánto más valdría desmontar falacias ajenas, que inventar la tuya.

Unos suspiran porque el Rey haga tal o cual cosa y le ponga las peras al cuarto cuando ése vaya a verlo. Que el Jefe del Estado tenga facultades para cuadrar a un candidato o carezca de ellas, a quién le importa. Lo dices, el mensaje va dando tumbos por las redes sociales y con eso basta.

Otros se atribuyen el lucido papel de monopolizar el reparto caprichoso de ciudadano amante de la Constitución, que, mira tú por dónde, diga Pablo Casado lo que diga, tiene bastante más cabida que la que pretende limitarla al club de los amigos.

¿Quién es capaz de pesar el dolor? ¿Cuánto daño hizo ETA? ¿Cuáles de sus bestialidades son, para siempre y por definición, irreparables? ¿Qué más da? Se trata de colocar al contrincante por debajo de la línea de flotación, de manera que su cabeza no pueda respirar. Luego otros intentan aclarar, dulcificar, matizar, “pamplinear” lo que se dijo, y la vida sigue otro día más.

¿Otro día? No hace muchos España entera oyó decir a Pedro Sánchez que le habría resultado imposible dormir si se hubiera aliado con ese político que no siempre hizo lo que debía, o que nunca le facilitó las cosas. Se abrieron las urnas, se contaron los votos y le faltó tiempo para olvidarlo y emprender el camino a la Moncloa de la mano del que le provocaba insomnio.

No sé qué clase de somnífero tendrá en la mesilla, pero parece que es eficaz para permitirle dormir a pierna suelta cuando, además del que no quería ver ni en pintura, pasa el tiempo pasteleando con quien hasta hace bien poco era la encarnación del mal.

En un tris hemos estado de asistir al asombroso fenómeno de la conversación del Rey Mago negro, en un avanzado émulo de Michael Jackson, hasta que el trío de adoradores pareciera que eran todos arios puros.

Grotesco ¿verdad? Pero no más que abrir el debate de cuántas naciones hay en España. Espero ver el día en el que mis paisanos mirobrigenses recuperen la parte mítica de su Historia y reclamen el reconocimiento de la Nación Vetona como una más de las que tienen que ser admitidas dentro del infumable puzzle que algunos defienden. ¿Han mirado el mapa mundi? ¿En serio creen que la parte hispana de la península ibérica da para tanto? ¿Cuatro, seis, ocho naciones, por qué no catorce, en un territorio menor que Texas?

¡Ah, la semántica! Naciones y nacionalidades, conflicto político o conflicto de convivencia, derecho a decidir, consulta vinculante o referéndum, pueblo, nación, país, Estado… Docenas de gramáticos autodidactas enervan al personal usando términos traídos a la mesa para la ocasión, tirándoselos a la cara al que tienen en frente. Y unos por otros, la casa sin barrer. 

La inutilidad de lo que pudo haber sido y no fue

Albert Rivera tuvo en su mano evitar el penoso espectáculo al que estamos asistiendo. Se equivocó, no entendió que es más importante decidir quién es Presidente que serlo él mismo, y pagó con su vida política  No vale de nada recordarlo. 

Es encomiable que su más que probable sucesora intente arreglar el roto. Un poco tarde, con el escaso aporte de escaños que puede poner en juego, pero menos es nada. (No deja de ser curioso, por cierto, que los cerebros del PP empujen a Ciudadanos a una abstención que ellos rechacen, mientras preparan una OPA amistosa que acabe con la marca centrista).

También pudo haberlo evitado hasta en tres ocasiones el sin par Profesor de Ciencia Política, pero no lo hizo y es ahora cuando está dispuesto a borrar de su programa cualquier propuesta que estorbe para alcanzar la meta de sus sueños: sentarse en el Consejo de Ministros. ¿Le valdrá esta vez o, al final, tendrá que volverse cabizbajo a su chalé? 

Oyendo a la mayoría de los comentaristas y tertulianos, tal parece que hemos pasado de la incertidumbre a la perplejidad. Ya no se trata de no estar seguro de qué nos traerá la próxima semana, sino de instalarse en la más incómoda de las posiciones: aquella en la que temes que hacer una cosa o su contraria te llevarán, de la misma forma, al desastre.

Lo cierto es que hay alternativas posibles, pero improbables
  • El Jefe del Estado ha vuelto a encomendar la formación de Gobierno a Pedro Sánchez. Pese a quien pese, pocas opciones tenía de no hacerlo, a menos que se olvide que sacó más votos que nadie, aunque eso, desde luego, no equivalga a haber ganado las elecciones.
  • El acuerdo en el seno de lo que sus antagonistas llaman “El Frente Popular”, es posible desde el punto de vista matemático, pero improbable no ya como camino para acceder a la investidura, que también, sino como alianza estable que garantice un mínimo de sosiego para gobernar. Demasiadas formas de ver España no sólo diferentes, sino antagónicas.
  • “Las derechas” (por no acudir a términos muy del gusto de los anteriores, pero no demasiado rigurosos) no reúnen escaños suficientes, salvo que el PSOE que fue quien más votos obtuvo, se haga a un lado y deje gobernar a quienes quedaron peor que él. ¿Posible o ciencia ficción? Por el  momento se limitan a escandalizarse de todo y por todo. Por supuesto, plantearse que ellos mismos podrían hacer eso que le sugieren a Pedro Sánchez, les parece una herejía. Cosas que pasan.
  • ¿Nuevas elecciones? Si no hay más remedio… Todos dicen que sería tremendo, pero, en el fondo, como nadie piensa en lo que le conviene a España, sino en cómo sentarse en La Moncloa, estoy convencido de que están dispuestos a votar, votar y volver a votar, hasta que ganen. Supongo que sugerirles que vinculen la Presidencia de Gobierno al Gordo de Navidad, les parecerá una frivolidad, pero…  

Nosotros, los ciudadanos, contribuyentes, votantes o sufridores ¿qué pintamos en todo esto?

Poco o nada, hasta que nos necesiten para volver a votar.

Nos gustaría disfrutar estas fiestas en paz y los meses que les sigan, y los próximos cuatro años; querríamos olvidarnos de tanta frase hueca, tanto figurón vociferante, tanta desfachatez generalizada. Querríamos que se nos tomara por lo que somos: seres que demostramos a diario suficiente inteligencia como para resolver los problemas que nos van surgiendo.

Querríamos que nuestros representantes no nos manipularan sino que nos representaran, que para eso los elegimos; que comprendieran que son nuestros servidores, que les estamos pagando sueldos y sinecuras para que se preocupen de nuestros problemas, no sólo de los suyos.

Necesitamos que gobiernen unos, les pongan los puntos sobre las íes los otros, y que hablen, y acuerden y legislen sobre economía, sobre pensiones, sobre salud, sobre medio ambiente, sobre infraestructuras, sobre educación, en vez de pasar su tiempo mintiéndonos a nosotros e insultándose entre ellos.

¿Puedo desear que algo de todo eso se nos regale en 2020? 




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