sábado, 27 de junio de 2020

De aquí y de allá

Ideología y electoralismo

"Lo malo de los fanáticos es que toman una idea y la convierten en un ideal". El autor de la frase tenía que ser un humorista, un hombre serio y profundo, capaz de hacernos sonreír poniendo ante nuestros ojos el espejo de la evidencia. Permítanme que dé una vuelta de tuerca más a la genialidad de Máximo y ponga a disposición de los lectores mi propia ocurrencia: "Lo malo de los políticos es que convierten los ideales en ideología".

Algunos quizás recuerden la distinción que Marx establecía entre ideología y fundamentos teóricos de la política. Para el marxismo  "ideología" era poco menos que herejía de convertir la política en el arte de engañar al ciudadano con la mixtificación de conceptos básicos sin aporte alguno de fundamentos rigurosos. Así que frente a la práctica, la"praxis", no estaba la ideología, sino la "teoría".

No obstante, como estas sutiles distinciones tengo para mi que han caído en el olvido, déjenme que haga del término "ideología" el uso que a diario suele dársele por cualquiera de los actores de nuestra tragicomedia política

De un tiempo a esta parte, oigo, no sin cierta sorpresa, cómo el partido A, acusa al Partido B de que la propuesta de Ley que está apunto de llevar al Parlamento, o el intento de regulación de no importa qué materia, está teñida de ideología y que, eso si que no, así que el Partido A se opondrá con todas sus armas. 

Y no lo entiendo. El juego político, en democracia, está basado en la confrontación de modos distintos de identificar, catalogar y priorizar no sólo los problemas colectivos sino la forma de solventarlos. Ambos procesos se diseñan por cada Partido en función de sus fundamentos teóricos, o, si se prefiere, de su ideología. La praxis, o sea, la forma de poner en práctica lo programado, también será distinta por completo, por la misma razón: porque las ideas base de cada Partido son diferentes.

Si el Partido C considera prioritario mejorar la enseñanza versus modernizar el transporte ferroviario, lo hará en función de sus ideas, de su ideología, de su teoría política. Si el Partido D, a la hora de afrontar la mejora de la enseñanza cree preferible encomendar la mejora a la iniciativa privada y no al sector público, está aplicando, aunque no lo sepa, su propio catecismo, su ideología.

Lo que hace grande la democracia es que los unos y los otros deberían no sólo admitir, sino defender, el derecho del resto de formaciones a mantener sus propios criterios y pedir el voto a los ciudadanos en las mismas condiciones que ellos mismos, porque, por definición, cada uno cree que defiende lo mejor para el país.

Así que, en cierto modo, acusar a un Partido de aplicar criterios ideológicos es tacharlo de "político", lo que no deja de ser redundante.

Como es caer en candorosa ingenuidad tachar de electoralistas la mayoría de las acciones puestas en marcha por quienes están en el poder, o de las iniciativas de quienes penan en la oposición para ejecutar en cuanto ganen las elecciones.
¡
Claro que hay muchas, por no decir todas, de las cosas que hacen o proponen unos y otros que tienen como objetivo ganar elecciones! Es que resulta que sólo obteniendo más apoyo popular que los demás se consigue estar en condiciones de poner en práctica lo que quiera que sea que busque el Partido que estemos analizando. 

Y es más que legitimo, es natural, y, además, inevitable, y, de paso, ni siquiera es malo, porque estamos hablando de Partidos constituidos de acuerdo con la legalidad vigente que defiende, cada uno, su propia versión de lo que es bueno para el país. 

Parece como si unos, otros y los de más allá, consideraran vergonzosa su propia actividad, la de ganar elecciones para sacar adelante sus programas, y por ello acusan a diestro y siniestro de lo que ellos mismos no tienen más remedio que hacer a diario.

Todos estos equívocos acaban por llevar la política a terrenos fangosos, envueltos en sobreentendidos, hipocresías y farsátiras penosas. La derecha se disfraza de "centro reformista", la izquierda de "centro progresista". Estaría muy bien que un día de estos la clase política española acabara reconociéndose a sí misma, que todos, todos, aplican a diario criterios ideológicos, aunque no lo sepan, como el gentilhombre de Molière que hablaba en prosa sin saberlo.

¿Qué ha pasado con los mascarones de proa del secesionismo?

¿Dónde se ha metido el fugado Puigdemont? ¿Está confinado y no se deja fotografiar siquiera, o usa mascarilla gigante y aprovechando el disfraz ha vuelto al Ampurdán de tapadillo? ¿Cuándo leyeron la última declaración de Oriol Junqueras? ¿En qué lugar soportaron la pandemia las fugadas a Suiza o a Escocia? ¿Siguen siendo dos los Jordis? No quiero imaginar, sería tremendo, en un coma inducido colectivo de los líderes secesionistas, en una hibernación preventiva a la espera de su renacimiento en una territorio sin  la pringosa Covid 19 infectando la tierra de sus delirios.

No me digan que todas esas preguntas son retóricas, porque ya lo sé: las he escrito yo, así que…

Hay quienes intentan sacar conclusiones optimistas de las pequeñas diferencias tácticas entre los que obedecen al preso y los que lo hacen al fugado. Algunos ni recuerdan a los antitodo de la CUP. Llegan a suponer grietas crecientes, que podrían convertirse en zanjas insalvables entre unos y otros. Se engañan: esas escaramuzas son las divergencias lógicas entre pandillas que están a punto de enfrentarse para ver quién manda algo más que el otro.

De vez en cuando, alguien dice lo que piensa (incluso hasta es posible que piense lo que dice) y sin el menor recato declara en sede parlamentaria que a ella "la gobernabilidad de España le importa un pimiento". ¿Qué quieren que les diga? Se lo agradezco, porque me ahorra argumentar sobre qué puede esperarse de todos ellos: eso, lo que nos dice la diputada catalana.

Sólo espero que el Señor Presidente del Gobierno y el Partido que le apoya no caiga en el error de creer que tiene aliados entre esa gente. Observen que digo "Presidente" y "Partido que le apoya", y no "Gobierno" o "Mayoría Gobernante", porque en esta suerte de emulsión inestable que se reúne en Consejo de Ministros, no hay que olvidar que el sector minoritario sigue defendiendo "El Derecho a Decidir", así como el acendrado amor a la paz de los mentores de los otros sececionistas, ahora tapados por al pragmatismo de los "nacionalistas buenos", si me permiten la ironía cuando me refiero a los actuales conductores del Partido Nacionalista Vasco.

El viacrucis de los demagogos

Viacrucis, que no pasión y muerte, ni yo se las deseo.

Los grandes de la mentira, la ocurrencia, la negación de la evidencia; los artistas de la manipulación, los negacionistas de pro, los que prefieren la frase hiriente al discurso metódico, los que viven de las emociones viscerales porque conocen la dificultad de articular razonamientos rigurosos, no han tenido mucha suerte frente a la embestida del coronavirus.

Ni de lejos me apena su desairada situación política. Siento los efectos de sus modos de actuar; lamento que sus países, poblados por millones de gentes como cualquiera de nosotros, estén sufriendo más de lo debido; quisiera poder hacer algo más que escribir unas cuantas frases mal hiladas sin ninguna eficacia práctica, pero no lamento el ridículo en que incurren.

No ha habido ningún gobernante que no haya caído en la trampa de la improvisación, hija del desconocimiento, nieta de la falta de preparación, prima hermana del temor a alarmar, sobrina del falso dilema salud, ruina. No, no los ha habido.

No me refiero a ellos, sino a una tropilla especial: la formada por aquellos que eligieron las soluciones antes de tener definido el problema. Para entendernos, hablo del selecto club de los Grandes del Populismo Planetario: Donald Trump, Boris Johnson, Jair Bolsonaro, Antonio Manuel López Obrador, Rodrigo Duterte. (Por cierto, no sé por qué me viene a la memoria el título de una excelente comedia británica de los años  50, "El quinteto de la muerte". ¿La han visto? No, no tiene nada que ver con lo que estoy hablando, no sean mal pesados; es sólo eso, que me ha vendo a la cabeza ahora)

Ustedes conocen las cifras actuales, saben cómo han aumentado los contagios, las muertes, el desastre económico, el dolor y la desesperación. Sólo quiero dejarles de recuerdo para este fin de semana un ramillete de frases del quinteto. Si es humor negro, desprecio por el ciudadano o muestra de deterioro mental de sus autores, no soy yo quién para establecerlo.
  • Ser Presidente no le convierte a uno en Premio Nobel de Medicina. "¿Por qué no prueban a inyectarse lejía?": Donald Trump
  • Todo político ha de elegir, pero a veces, hay que buscar términos medios. "Hay que evitar el colapso del sistema sanitario y de la economía británicos, aunque el Covid-19 provocará miles de muertos en el país y que muchos británicos perderán a sus seres queridos "antes de tiempo" por culpa del virus": Boris Johnson.
  • Otro genio de la medicina. "No es más que una gripecinha, un catarrinho sin importancia": Jair Bolsonaro.
  • Algunos ienen vedado el don de la oportunidad. "No tengan miedo. Yo me protejo con un escapulario. Sigan saliendo, sigan acudiendo a los restaurantes": Antonio Manuel López Obrador.
  • Muerto el perro, se acabó la rabia. "Mis órdenes son para la policía y el ejército, si hay problemas o surge una situación en que la gente pelea y sus vidas están en peligro, disparen a matar": Rodrigo Duterte.

Así que…
  • No estaría de más que en los cursos de verano que organizan los Partidos Políticos para cuadros y aspirantes, empezaran por el principio (La "B" con la "A", "BA", y todo lo demás).
  • ¿El independentismo? "No estaba muerto, estaba tomando cañas".
  • ¿Saben lo peor? Toooodos los tipos de las frasecitas han sido elegidos por el voto popular. No es cierto que el pueblo nunca se equivoque, aunque siempre sea inocente.






sábado, 20 de junio de 2020

Los Pactos de La Moncloa y 

La Comisión de Reconstrucción Nacional.

¿Recuerdan aquella España?

1977 fue un año clave. 

  • En enero, la L. para la Reforma Política deroga tácitamente el sistema político franquista.
  • Ese mismo mes, vivimos el horror de la matanza de Atocha mientras el GRAPO secuestra al General Villaescusa que llega a compartir cautiverio con Oriol y Urquijo. 
  • Poco después, se legalizan los sindicatos de UGT, USO y CC.OO y en el mes de abril, en plena Semana Santa, el Partido Comunista de España.
  • El 15 de junio se celebran las primeras elecciones democráticas después de más de cuarenta años. 
  • Antes de que termine el año ETA se anota 13 muertos y  el GRAPO 9.

Asombroso ¿Verdad? Pues la lista podría ser mucho más larga. 

La economía bordeaba el colapso: millón y medio de emigrantes penaban en Europa, el paro superó el 20%, la peseta se devaluó un 25%, los tipos de interés oscilaban del 10% y el 20% y la inflación alcanzó el 26,5%. No estábamos en Europa, así que no había, siquiera, la posibilidad de que unos tipos llegados de Bruselas te prestaran dinero a cambio de decirte cómo tenías que hacer las cosas.

Si la situación económica era insostenible, la política era un un polvorín. Cabía aplicarle el aforismo de Antonio Gramschi: "Lo nuevo aún no ha nacido y lo viejo se resiste a morir". Necesitábamos una Constitución, había que consolidar la forma del Estado, decidir cómo elegiríamos a nuestros representantes, establecer las reglas del mundo laboral, etc., etc.


¿Es comparable con la España de 2020?

  • Las cifras de 2019, hablan de un PIB por habitante de 26.440 €, frente a los aproximadamente 2.700 de 1977. 
  • En 1977 bandas de matones, unos secesionistas, otros sedicentes ultraizquierdistas, los de más allá nostálgicos del difunto General zarandeaban  la naciente democracia con una saña infernal. Pese a una cierta apariencia de normalidad en las instituciones recién estrenadas, en las calles,  ETA, GRAPO y paramilitares de extrema derecha causaban estragos. En los cuarteles crecía el ruido de sables a cada nuevo atentado.
  • En 2020 hemos terminado con el terrorismo autóctono y el importado está relativamente controlado. Tengo mis dudas de si se ha terminado para siempre con el huevo que incuba viejos monstruos, pero ésa es otra cuestión, que nos llevaría a hablar de qué se ha hecho para eliminar las causas que amamantaron a la bestia.
  • Recuerdo 1977 como un tiempo de inquietud, de esperanza y de ingenuidad; de incertidumbe y de entusiasmo. No sabíamos cómo hacer lo que teníamos por delante, pero había una mayoría aplastante de ciudadanos que estábamos de acuerdo en lo que no queríamos: volver al pasado.
  • Las primeras elecciones dieron 165 escaños a UCD, 118 al PSOE, 20 al PCE, 19 a Alianza Popular, precursora del PP, 11 a lo que más tarde sería Convergencia Democrática de Cataluña, 8 al PNV, 6 al PSP, desaparecido por absorción del PSOE, y el resto a formaciones menores. 
  • Comparen con el actual; vean qué Partidos faltan, de dónde han salido las nuevas formaciones y cuál es el resumen del resumen: holgada mayoría del centro-derecha en el 77, ajustada, arriesgada e inestable mayoría de izquierdas la actual.


Más problemas entonces pero menos crispación que ahora


Como si la experiencia no nos hubiera servido para nada ¿Tendrán algo que ver los líderes de entonces y los de ahora? 

Jueguen a las comparaciones y díganse si les gustaría, si es que pudieran,  sustituir a nuestros tonitronantes dirigentes de hoy por aquellos "Jerifaltes de antaño". Olvídense de la antipatía que pueda provocarles el líder de la formación esa que jamás votarían, y hagan un esfuerzo de objetividad:

  • El centro lo ocupaba UCD. ¿Preferible Inés Arrimadas que Adolfo Suárez o al contrario?
  • ¿Quién se anima a comparar a Manuel Fraga con Pablo Casado?
  • Felipe González, tan cambiado a estas alturas ¿lo hizo mejor, peor o igual que Pedro Sánchez?
  • ¿Es comparable Santiago Carrillo con Pablo Iglesias?
  • ¿Admite Errejón la comparación con Enrique Tierno Galván?
  • ¿Y Miguel Roca con Rufián, aunque uno fuera de CyU y el otro de Esquerra?

Podríamos seguir configurando parejas de competidores: Herrero de Miñón/Cayetana Álvarez de Toledo; Alfonso Guerra/Adriana Lastra; Fuentes Quintana/Cristóbal Montoro; Solé Tura/Alberto Garzón. ¡Tantos nombres de entonces que ahora darían juego…! Landelino Lavilla, Joan Raventós, Adolfo Muñoz Alonso, Marcelino Camacho, Gabriel Cisneros, José María Areilza, Gregorio Peces Barba, López Raimundo… No importa dónde militara cada uno, hoy no tendrían precio. 

Sólo me resulta imposible comparar a Vox con nada de aquél tiempo, porque ni el ideario de Blas Piñar tiene demasiado que ver con Abascal, ni lo que tiene éste detrás de él, guarda excesiva relación con la Fuerza Nueva del notorio Notario.

Así que sí, es posible que aquel cesto exigiera aquellos mimbres. Supieron cerrar un acuerdo endiablado en un momento crucial; aprovecharon el deseo masivo de cambio, y con la economía al borde de la suspensión de pagos, la evidencia de que estábamos solos, la costumbre de vivir sacrificados y el miedo de volver al pasado, lo consiguieron.

¿Y ahora? La Covid 19 se ha llevado por delante decenas de miles de compatriotas; ni siquiera sabemos cuántos. Nadie dudamos de que estamos inmersos en una crisis económica cuyas consecuencias aún es pronto para evaluar con cierta exactitud. La pandemia ha golpeado a todo el mundo, de ahí su nombre, pero no a todos de la misma manera y con la misma gravedad. España ha perdido cientos de miles de puestos de trabajo y muchos más están en suspenso. Y nuestra recuperación depende en buena parte de las ganas que tengan de arriesgarse a viajar ochenta millones de visitantes que también tienen problemas y tal vez miedo. No, no es el mejor momento para airear miserias ajenas sino para buscar puntos de encuentro.  


¿Cómo lo consiguieron?


Es muy fácil de contar

  • El Presidente Suárez tanteó a Santiago Carrillo (empezó, como se ve, por el punto más alejado de sus tesis políticas) y cuando comprobó que era posible, siguió explorando. Dicen que luego fue Felipe González; si el PCE aceptaba el PSOE no podía quedarse al margen; por la misma razón entró al juego Tierno Galván, y luego Ajuariaguerra y después los catalanes. Fraga fue más reticente: se resistía a sentarse a la misma mesa que los comunistas, pero aceptó porque era mucho lo que estaba en juego. Todos, en definitiva, pensaron más en España que en sus Partidos y más en sus Partidos que en ellos mismos.
  • Cuando el objetivo global estuvo definido, se acordaron el resto de cuestiones previas, calendarios, metodología de trabajo, incluso lugares de reunión, composición de grupos de trabajo, forma y fondo de la comunicación.
  • Sólo entonces, cuando el compromiso alcanzado garantizaba que no habría francotiradores, se habló de ello. El país entero contuvo la respiración pendiente de lo que la inmensa mayoría esperaba como una muy buena noticia: la firma de los acuerdos.
  • Y cuando la tinta aún estaba fresca, salimos a dar a conocer nuestro trabajo. Equipos con miembros de los Partidos firmantes recorrimos barrios, salones parroquiales, estudios de radio, centros culturales y hablamos de lo que habíamos hecho y de para qué valía. (recuerdo que en mi equipo estábamos Adrián Piera por AP, Mariano Aguilar Navarro por el PSOE, Simón Sánchez Montero por el PCE, lamento haber olvidado el nombre de quien iba por UCD y yo) Nos habíamos comprometido a defender lo que habíamos firmado, sin desacreditar en ningún caso a los compañeros de mesa. Siempre hicimos honor al pacto ¿Lo imaginan ahora?  

Fue posible. Éramos más jóvenes, sabíamos mucho menos, teníamos menos dinero, habíamos viajado poco, ni siquiera éramos "europeos" y lo hicimos. El Gobierno y el Partido que lo sostenía cedió en materias políticas y sociales. De ahí salió el reconocimiento de la libertad de prensa ¡Qué raro suena hoy que eso fuera un logro! ¿verdad?, la consagración de otras libertades básicas y algunas concepciones que más adelante sirvieron para aprobar la Ley de Partidos y, por encima de todo, se sentaron las bases de la Constitución. La izquierda cedió en sus exigencias económicas, aceptó una plan de ajuste bastante duro, admitió la propiedad privada y la Monarquía y empezó una nueva época: la más larga y fructífera de la Historia de España.


Volvamos al presente. ¿Estamos hoy en condiciones de hacer lo mismo?

  • ¿Tiene el Gobierno intención real de llegar a ese magno acuerdo? Lo dudo. En este Gobierno, el Vicepresidente 2º se ha pasado años abominando de "El Régimen del 78", el de los Pactos de La Moncloa, el de La Constitución, el de La Monarquía. El socio de Sánchez quiere otra cosa, difícil de saber, por otra parte, porque rara vez dice lo mismo que la víspera. En cuanto al Presidente, todo parece indicar que su primera y no sé si única prioridad es seguir donde está. Imaginen su entusiasmo si como colofón del acuerdo tuviera que comprometerse a convocar elecciones.
  • ¿Tiene intención el principal Partido de la oposición, el PP,  de conseguir el Acuerdo? También dudoso. Descartada la opción de rechazar la idea frontalmente, ya ha obtenido parte de lo que quería: llevar las conversaciones a sede Parlamentaria y convertir, en la práctica, la Comisión en una  Comisión de Investigación sobre la gestión de La Covid 19 con el propósito no de salvar a España sino de hundir al Gobierno Social-Comunista, lo que desde su punto de vista es una y la misma cosa. Por cierto, una precisión: escuché a Pablo Casado decir que los Pactos de La Moncloa fueron el milagro de la UCD y ellos, el PP, eran los herederos del Partido de Suárez. Falso: el que el hijo de Adolfo Suárez ande por la Calle Génova no es título suficiente. El Partido Popular es heredero Alianza Popular y no hay razón alguna para ocultarlo; salvo que quieran que olvidemos que Manuel Fraga firmó la parte económica de los Pactos de la Moncloa, pero no los Políticos.
  • ¿Tiene intención Vox de colaborar? No hace falta conjetura alguna, basta escucharlos: no, en ningún caso. No hay trato alguno con este Gobierno.
  • ¿Quizás los socios de investidura? Es posible que algunos sí, en según qué condiciones. PNV, quizás Compromís, tal vez Más Madrid y alguna de las formaciones menores, pero nunca el independentismo catalán, pendientes unos de la Mesa de Diálogo y de la libertad del jefe preso y otros de lo que pueda ocurrírsele al fugado en Waterloo y a su monaguillo: no tienen el menor interés en acordar nada que pueda levantar un Estado del que abominan. Exactamente igual que los amigos de ese "hombre de paz" que según Pablo Iglesias es Arnaldo Otegi.
  • Queda Ciudadanos. ¡Qué pena! El pasado no es reversible, así que no podemos jugar a que Rivera vuelva de entre los muertos (políticos, se entiende), haga valer sus votos y sin necesidad de más zaradajas asegure la Presidencia de Sánchez, previa firma de unas cuantas concesiones y le llevara ahora de la mano para armar la Segunda Edición de Los Pactos de La Moncloa. ¡Qué pena!: podría haber entrado en la Historia de España como el mago que sin ser Presidente de Gobierno llegó a influir más que él en la marcha de su país. 

En resumen:

  • No es la primera vez que me gustaría equivocarme, pero dudo de que lleguen a buen puerto los trabajos de la Comisión de Reconstrucción.
  • El único signo positivo que detecto es el talante conciliador, serio y moderado de algunos de sus miembros, Ana Pastor, Patxi López, Ana Oramas… Insuficiente, si tenemos en cuenta otros nombres que no pienso citar que neutralizan tan pocos activos. ¡34 comisionados! ¿Qué esperan conseguir?
  • No llegarán a ninguna parte: el Gobierno soporta contradicciones internas muy graves en este asunto; los populares, más allá de lo que puedan conseguir como foro para erosionar al Gobierno, no consentirán que unos hipotéticos acuerdos alarguen la vida del Gobierno; PNV ni una cosa ni otra, pero puede que sí, aunque quizás no, salvo que… ERC, ni en pintura: ni sirve para independizar Cataluña, ni erosiona la Monarquía, ni le asegura el primer puesto en el Parlamento Catalán cuando a Torra le dé por convocar elecciones.
  • Vox. Este apartado, rellénelo cada lector, y si alguno cree que Espinosa de los Monteros y la Srª Olona llorarán si no se llega a un acuerdo, no duden en hacerme saber sus razones.
  • ¿Verdad que se entiende que no basta con la buena voluntad de Ciudadanos, y la ayuda de Teruel Existe, Regionalistas Cántabros y Canarios A y B?
  • La Comisión, como el Congreso de Viena "danza pero no avanza", lo que es todo un signo: Los Pactos de la Moncloa se negociaron en menos tiempo del que ya ha consumido el Engendro de La Reconstrucción.




















sábado, 13 de junio de 2020

Carta abierta a S.M. Felipe VI

Excmº Sr. Don Felipe de Borbón
Palacio de la Zarzuela                                      Madrid, a 13 de junio de 2020
                                    
   Majestad: Ruego perdonéis mi atrevimiento. Jamás hubiera osado distraerle de sus ocupaciones si no estuviera seguro de que estas líneas nunca llegarán a sus manos. No obstante, tiene sentido esta súplica porque, lea o no lo que estoy escribiendo, no deja de ser una osadía dirigirme a Su Majestad sin más razón que dar rienda suelta a cuatro ideas que rondan por mi cabeza desde hace algún tiempo.
   Mis disculpas, Señor, si, además no siempre soy capaz de dar con la tecla de los tratamientos protocolarios exigibles a quien pretende establecer algún género de comunicación con el Jefe del Estado. Valga en mi descargo el que, hasta donde he podido averiguar, nadie de mi familia ni de mis amistades se ha visto hasta ahora en semejante trance. En todo caso, puedo asegurar a Su Majestad que cualquier error en esta materia es mero fruto de mi ignorancia.
  Quiero empezar por decirle, Señor, que barrunto tiempos aciagos para la institución que representa. No, no se trata, al menos de momento, de advertirle sobre los riesgos del supuesto crecimiento del republicanismo en España. Tal vez más tarde lo haga; ahora prefiero ponerle al tanto de otros peligros más insidiosos. Lo cierto, Majestad, es que de un tiempo a esta parte veo expandirse por doquier una versión del monarquismo que me parece más letal para la institución que cualquiera de sus contrarias.
  Crece y crece el número de ciudadanos que aprovechan cualquier ocasión para gritar "Viva el Rey" no como homenaje a su persona ni a la Casa Real, ni a la Monarquía como forma de Estado, sino como insulto a quien tienen en frente. Es, pues, un grito de combate, no de homenaje.
  Pretendo, Señor, ponerle sobre aviso acerca de una clase de ciudadanos que se han empeñado en su aparente defensa incluso en momentos y situaciones en los que nadie intenta ataque alguno contra la Monarquía. Tal como yo los percibo, estos sedicentes defensores de su Real Casa tratan más de secuestrarlo que de protegerlo.
   Son los mismos que están haciendo eso con la bandera. Se han apropiado de ella, quieren convertirla en símbolo de facción y hasta llegan a usarla como arma. No admiten que sea el símbolo de todos: la quieren para ellos y para quienes ellos decidan. Pretenden atribuirse la prerrogativa de distinguir quién puede portar nuestra enseña, la de todos, y quién no es digno de hacerlo. Más aún: osan atribuirse la condición excluyente de españoles y pretender calificar al resto, de enemigos de España. Mucho podría escribirse sobre la negligente responsabilidad de quienes han tolerado tal apropiación indebida, de los escasos esfuerzos que han hecho para evitarla, de la pasividad con que han consentido el abuso, pero eso queda fuera de los objetivos de esta misiva.
  Estos peculiares monárquicos no han nacido ahora como por un sortilegio inesperado, ni mucho menos. Vienen de antiguo; de muy lejos. No hace falta remontarse a la prehistoria; limitándonos al pasado reciente los encontramos activos desde hace dos siglos.
  Son los herederos de quienes en 1814 al grito de "Vivan las caenas" desengancharon los caballos que tiraban del carruaje donde viajaba Fernando VII (Mal antepasado, ¿No cree, Señor? Los republicanos lo tienen en muy alta estima; dicen, riendo, que hizo mucho por traer la República a España, aunque no tanto como Isabel II). Aquellos bizarros monárquicos animaron al pueblo llano a que prescindiera de las caballerías y tiraran ellos mismos, con sus brazos, de la carroza del Monarca felón. Recuerde, Señor: jaleaban al Rey, no por serlo sino porque acababa de pisotear la Constitución de 1812 que había jurado acatar.
  Son los biznietos de quienes animaron al bisabuelo de Su Majestad para que abriera las puertas del Poder al General Primo de Rivera. Podrían haberle advertido de que apadrinar la dictadura era poner en peligro el Trono, pero volvieron a vitorearlo enfervorizados ¿Defendían a Alfonso XIII o al general que creían que iba a garantizar mejor que nadie sus intereses?
  Son los nietos de los que aplaudían enfervorizados al General Francisco Franco, y decían que el abuelo de Su Majestad, Don Juan, era un borracho incorregible que mejor estaba en Estoril con una copa en la mano, que estorbando en Madrid la siniestra ejecutoria del innombrable.
  Son los hijos de los que ponían en circulación chascarrillos mordaces sobre la figura de su padre cuando era rehén de su Caudillo. Se reían de él y ponían en duda su capacidad intelectual. ¿Le ha dicho alguien que hubo un tiempo en que "Borbón" era poco menos que un insulto?
 Son los que llamaron traidor al Rey Emérito cuando rompió con el Régimen anterior, los mismos que murmuraban que el padre de Su Majestad no sólo estaba detrás de los golpistas del 23-f sino que, llegado el momento, los traicionó, como era de esperar.
  Son los que hicieron circular infamias sobre usted, Señor, cuando era Príncipe de Asturias, maledicencias que me niego a repetir, pero que sin duda habrán llegado a los oídos de su Majestad; son, también, los que se niegan a admitir a Dª Leticia como Reina de España, porque… permítame que lo deje así.
  Son los aficionados a pedir como leones libertad cuando la hay para todos, y a callar como conejos, cuando sólo ellos la disfrutan. Gente acostumbrada a confundir "Libertad", su libertad, con "Patente de corso". 
  Son quienes cada vez que se quedan sin armas legales para torcer la voluntad de cualquier gobernante que no participa de su credo, claman al cielo y se preguntan escandalizados "¿qué hace el Rey que no les pone en su sitio?"
  ¿Qué quieren de su Majestad estos conversos al credo libertario? Poner el Trono a sus órdenes, Señor, y conseguir que se les devuelva cuanto antes y no importa a qué precio lo que siempre, siempre, siempre han creído que es suyo porque Dios así lo quiso desde el comienzo de los tiempos: el Poder.
   Estoy seguro, Señor, de que no se le ha pasado por la cabeza hacerles caso, pero, pese a todo, permítame que insista: no son de fiar. Se dicen monárquicos pero son meros manipuladores sin escrúplulos dispuestos a llevarse por delante a quien sea, persona o institución, que no se pliegue a sus designios. 
  Barrunto que tal vez lo único que les atrae de la institución monárquica es el probable prestigio del Rey sobre las Fuerzas Armadas. ¡Ah, lo que podría conseguir -sueñan- si Felipe VI diera un paso al frente y cumpliera hasta sus últimas consecuencias, con su papel de Jefe de nuestros Ejércitos… ! No dude, Señor, de que, si eso pasara, la lealtad de estos "patriotas" se entregaría envuelta en la bandera a los pies del General al que hubieran convencido. Como siempre han hecho.
   Mal año para todos, Señor. También para la Corona que está viendo cómo la Fiscalía ha resuelto investigar la conducta de su señor padre. Estoy convencido, Señor, de que quienes han decidido tal cosa no son una mano de jacobinos a la busca de guillotinas vengadoras. No seré yo quien dicte sentencia que ni soy Juez ni conozco de la misa la media, pero creo que del modo en que su Majestad afronte la dura realidad que se le viene encima, puede depender no sólo el futuro inmediato del Rey Emérito, sino, siento decirlo, el mismísimo futuro de la Monarquía en España.
   Su augusto padre, Su Majestad lo sabe mejor que yo, no siempre ha estado a la altura de las circunstancias; ha incurrido en frecuentes y muy graves errores; su conducta podría haberle valido serios descalabros de no estar protegida su figura por la Constitución. Todo eso es cierto y soy tan crítico con la conducta de Juan Carlos I que me gustaría ver eliminada de la Carta Magna la excesiva protección de que goza la Primera Magistratura del país. No obstante, si de algo puede vanagloriarse el Rey Emérito, si algún motivo tiene para esperar entrar con buen pie en la Historia es, precisamente, aquello por lo que quienes ahora dicen defender a Su Majestad, lo insultaron sin descanso.
   Es más que posible que el Parlamento siga sin entrar a fondo en el examen de la conducta de Juan Carlos I. Sin embargo, esté muy atento, Señor, a entender lo que opine el pueblo, no vaya a ser que pierda en la calle lo que gane en los pasillos, y cuando eso ocurre, la Historia acostumbra a cerrar un capítulo y dar por comenzado el siguiente. Éste es el momento en el que los españoles necesitan saber si elRey viejo ha sido un Rey intachable, si faltó a los principios éticos exigibles al Jefe del Estado o si saltó los limites de la legalidad vigente. Tal como yo lo veo, el momento de otorgar confianzas ha pasado ya.
    El crédito de su señor padre está más que agotado, sus méritos caducados, su abdicación amortizada, pero sigue siendo el eslabón imprescindible en la cadena dinástica, así que lo que pase con él, afecta al futuro de la institución; y por lo que ya he dicho, de poco va a servirle a la Casa Real la posible defensa de aquellos sobre los que antes ponía sobre aviso a Su Majestad. 
    Hay ocasiones en las que sólo queda dar un paso adelante y demostrar con los hechos que uno es quien dijo que era y está dispuesto a hacer lo que sea preciso para demostrarlo. En pocas palabras: póngase en cabeza por mucho que el corazón de hijo se le haga trizas. Nadie dijo que ser Jefe del Estado Español sea un camino de rosas.
  Caigo ahora en la cuenta de que tanto escribir, tanto escribir y ni siquiera le he dicho por dónde respiro. Espero no sorprenderle demasiado, Señor, pero es lo cierto que no soy lo que podría denominarse un monárquico ferviente. Ni republicano convicto y confeso, no se alarme. Como tantos otros ciudadanos de mi tiempo soy accidentalista en esta materia: la Historia y el examen del presente me han enseñado que, al margen de argumentos racionales, cuentan los resultados.
  Ni su Majestad ni yo necesitamos forzar nuestra mente para descubrir que agotar los fundamentos teóricos básicos de la democracia nos acercan más a la República que a la Monarquía, pero sabemos también que la lista de Monarquías que respetan y garantizan la democracia es, al menos, tan larga como la de repúblicas que cobijan dictaduras infames ¿verdad, Señor?
  Y es al hilo de esta evidencia y de la no menor de que nunca se nos ha preguntado al pueblo español si preferimos que la Jefatura del Estado la ocupe el primogénito de la familia de Su Majestad o quien decidamos elegir cada cierto tiempo, por lo que se me ocurre que tal vez lo mejor para todos, incluso para su real familia, sea corregir esa anomalía y disponer las cosas de manera que se nos permita elegir.
  Ya sé que la Constitución vigente, votada y aprobada por una abrumadora mayoría, estableció la Monarquía como forma de Gobierno; pero eso fue en un referéndum en el que se votaba un texto con 169 artículos y unas cuantas disposiciones finales, y adicionales. Se votaba en bloque, sí o no, al texto completo. Ninguno de nosotros pudo decidir, por ejemplo, sí al Rey y no al Estado de las Autonomías o al contrario.
    Por tanto, ni su Majestad ni nadie sabemos cuál habría sido el resultado si antes o después de aprobada esa Constitución se nos hubiera preguntado si preferíamos Monarquía o República. Por eso creo que no sería mala idea salir de dudas. Una vez, solo una vez, que tampoco es cosa de sacar la cuestión a pasear cada vez que a los nostálgicos de un signo o del otro se les ocurra marearnos con sus prédicas.
   Estoy seguro de que si Su Majestad creyera que lo que digo no es un disparate, tendría medios sobrados para hacer llegar sus deseos al Presidente del Gobierno que en ese momento ocupara el puesto, y no dudo de que su intención tendría adecuada respuesta. 
  Le digo todo esto, Señor, con el ánimo no de crearle problema alguno, ni mucho menos de dividir a la ciudadanía, sino de todo lo contrario: asegurar que terminado el escrutinio, aunque cada votante mantuviera intacta su ideología, no tuviera más remedio que aceptar el veredicto popular. 
 Termino, Señor, que temo haber abusado de su paciencia: reitero mis disculpas y, créame, ahora y en el futuro deseo lo mejor para Su Majestad, para su familia y para España. 








sábado, 6 de junio de 2020

La funesta Covid 19 

84 días después  

Cuando el macabro recuento de fallecidos se vio enturbiado por el aluvión de exabruptos que en vez de disparar contra el virus se dedicaron a soliviantar a la ciudadanía decidí que yo no iba a sumar mis comentarios para aumentar la zozobra.

Tiempo tendría más adelante, si la muerte me respetaba (y en caso contrario ¿qué más daba?) de retomar el discurso. Bien, ese día, treinta o cuarenta mil muertos más tarde, ya ha llegado. El tiempo pasado es tan extraño que ni siquiera sabremos nunca cuántas víctimas ha dejado la pandemia. Ni aquí ni en ningún rincón del globo.

Qué fácil es predecir el pasado

España no estaba preparada para lo que nos esperaba. Como no lo estaba ningún país del mundo, pese a que ya habíamos recibido algunos toques de atención. El ébola, la gripe aviar no nos hicieron aprender nada.

Aquí, en Epaña, presumíamos de tener "la mejor sanidad pública del mundo". Era y es buena, pero ni la mejor, ni, sobre todo, suficiente para afrontar lo que estaba llegando. 

Ni la mente de un guionista ebrio habría concebido las escenas de ciudades, estaciones, carreteras, playas, aeropuertos vacíos, como si un cataclismo nuclear hubiera terminado con el género humano. ¿Quién habría sido capaz de imaginar depósitos de cadáveres improvisados porque ni siquiera dábamos abasto para sepultar a nuestros muertos? 

Hablo de España, pero esto mismo podría estar escribiéndolo un lombardo o un neoyorquino

Dicen que hace unos años nuestra sanidad era mejor que la actual. Es posible. Saldremos de ésta amargura y quizás hayamos aprendido qué es lo esencial y qué no. Qué parte de nuestros recursos debe destinarse a protegernos y cuánto al bienestar personal de nuestros representantes. Me temo, no obstante, que tampoco la sanidad de hace diez o doce años habría superado  con éxito el ataque de la Covid 19.

También el empresariado español había cedido al espejismo de la globalización. También habíamos desmantelado nuestra industria a la búsqueda de márgenes sustanciosos aprovechando los salarios de hambre del otro confín del planeta. También habíamos aceptado que en el reparto de papeles, a España le tocaba ser "país de servicios" y obtener del turismo lo que la industria dejaría de ofrecernos. ¡Qué fácil es ahora decir que…! Hicimos como tantos otros países ¿Por qué debían pensar nuestros empresarios que el resto del mundo estaba equivocado?

Así que cuando llegó el momento no teníamos de nada en el país, ni el modo de fabricarlo. No había almacenes rebosando medicinas, mascarillas o respiradores, ni teníamos los componentes necesarios para producirlos en talleres e instalaciones que también habíamos desmantelado. Había que ir de compras. 

Y cuando acudimos a las fuentes de suministro, nos encontramos con que los vecinos guardaban para ellos lo poco que tenían y que comprar en China, India, Indonesia, Turquía en competencia con países que necesitaban lo mismo que nosotros y pagaban más o tenían mayor capacidad de presión, era una tarea titánica.

Fuimos engañados no como chinos sino por los chinos, entre otros fulleros. Gobierno y CC. AA. fueron timados una y otra vez, que en tiempos revueltos florecen los canallas como setas en otoño. Y cada vez que nos pasaba, lo aireábamos para ridiculizar al engañado en vez de solidarizarnos con él y tratar de ayudarlo. 

Ni España, ni Europa, ni USA, ni nadie estaba en condiciones de afrontar el reto. Y como así estaban los países, sus dirigentes erraron una y otra vez. 

En este tiempo de angustia, la población ha reaccionado de mil maneras
  • Hubo incrédulos y no sólo al principio, cuando incredulidad y optimismo pueden confundirse, sino cuando la evidencia de los números demostraba que nos enfrentábamos a un monstruo desconocido y mortífero.
  • Reaparecieron milenaristas agoreros que anunciaron el fin de una época, de una civilización. Las culpas se cargaron a quien mejor sintetizaba los odios y temores del cenizo de turno. 
  • Ha sido también tiempo propicio para el contagio de la conspiranoia. El mal provenía de siniestras maniobras de éste o de aquél aspirante a dominador del mundo. Como siempre. China y Estados Unidos acapararon los honores de disputarse la autoría de la conjura. Como cuando el ébola o antes el sida
  • Círculos siniestros de intereses inconfesables alimentaron los terrores de la población y trataron de magnificar la catástrofe para desacreditar a quien de antemano habían seleccionado como víctima a batir. Las falsas noticias, la desinformación han seguido siendo una constante, rendidos a la influencia de las redes sociales tan fáciles de manipular. Los tiros venían de todas partes: díganme quién recibía los disparos y le identificaré al francotirador.
  • Otra vez más, como siempre en tiempos de desgracia, han aparecido la banda de los sinvergüenzas, los saqueadores; gente sin escrúpulos que se alimenta, vive y engorda de y con la desgracia ajena: especularon, robaron, manipularon y se hicieron algo más ricos. Malditos sean ahora y siempre.
  • La mayoría de la población está dando la talla, pero crece día a día el número de ciudadanos que parece pensar que las normas de prevención son un fastidio estúpido inventado por un Gobierno incompetente para molestarles a ellos, que tanto saben de pandemias. Ojalá no tengamos que pagarlo los que sí hemos cumplido. 

En qué manos estamos

La clase política en su conjunto y los gobernantes con mando en plaza en particular, no importa en qué ámbito, han fallado. No todos tienen el mismo grado de responsabilidad. Obtenido el mando único, el Gobierno Central acaparó errores y críticas.

Hicieron lo que pudieron y hasta es posible que lo que creyeron que era lo mejor, pero:
  • Pidieron nuestros votos y se los dimos. Si hubieran estado otros, es posible que tampoco hubieran acertado, pero estaban los que estaban, en sus ansiados despachos, porque quisieron estar.
  • Actuaron tarde y fueron vacilantes. Tardaron en echar a andar y en demasiadas ocasiones improvisaron. Quizás porque no había más remedio. Pero se equivocaron una y otra vez.
  • No sé si mintieron, pero no dijeron la verdad, o no supieron dónde estaba. Falsearon la realidad, antes, durante y después de la crisis. 
  • Todos, todos, se vieron condicionados por lo que me he atrevido a llamar el síndrome de "Tiburón" (¿Recuerdan la película de Spielberg? Las autoridades locales prefieren negar la evidencia que desatar la alarma social ¡y perjudicar la economía local!) Parafraseando a W. Churchill, al final tuvieron la alarma social, la ruina de los negocios y los muertos. 
Es verdad que la gran mayoría de los Gobiernos de países civilizados cometieron los mismos, parecidos e incluso en ocasiones, mayores errores que el nuestro. ¿Algún consuelo por ello?  Por lo que a mí respecta, prefiero, por el contrario, poner de manifiesto algunos fracasos inadmisibles.
  • Tenemos un Gobierno de coalición, así que la monserga de las "distintas sensibilidades", pueden ahorrársela: ya lo sabemos. No obstante, mientras el ala socialista del Gobierno trataba de luchar contra el virus en tanto negociaba apoyos parlamentarios, su socio de Gabinete se ha preocupado de colar cuanto antes partes de su programa que cabría haber esperado para el final de la legislatura, si es que había tiempo y dinero para ello.
  • Algunas concesiones a la egolatría del Profesor Iglesias han olido a podrido. ¿Era imprescindible colarlo en el mundo de los servicios de inteligencia del Estado? ¿Por qué y para qué? 
  • No seré yo quien discuta la "legalidad" de cualquiera de las formaciones que se sientan en el Congreso, (para eso están los Tribunales) pero hay Partidos cuyo bagaje histórico hace suicida cualquier acuerdo con ellos. No para quien ha venido defendiendo la celebración de cuantos referéndums de autodeterminación puedan pedirse. No para quien considera a Arnaldo Otegui "un hombre de paz". Así las cosas ¿Engañó Iglesias a Sánchez o éste sabía dónde se metía cuando pactaba con Bildu? Mala alternativa: ignorante o farsante.
  • La política de comunicación del Gobierno ha sido nefasta: aburrida, prepotente, reiterativa y encarnada en una Portavoz que desconoce las más elementales reglas de la gramática española. No hablo de prosodia, sino de gramática. Aunque peores han sido las intervenciones del Presidente: soporíferas, reiterativas, admonitorias, dolientes, interminables, catequizantes, falsamente modestas, con un poso de hipocresía que le restaban credibillidad. Resumiendo: no hay por dónde cogerlas.. ¿Y qué decir de la espérpentica fase en la que el Secretario de Comunicación actuaba de filtro entre interpelantes e interpelados? Intolerable ¿Y del muestrario de uniformados engalanados como para una parada militar que, los pobres, tenían que cubrir un flanco para el que nadie los había preparado? Patético.
  • Como decía antes, si no han mentido, no siempre han dicho la verdad. Quizás porque no la conocían, o porque se escudaron en mentiras para tapar defectos que más valdría haber confesado, que para eso somos adultos. Por ejemplo: no tenía sentido imponer la obligatoriedad de mascarillas cuando no las teníamos. ¿Tan grave, tan difícil era explicarlo?
  • Ha resultado asombrosa la soberbia, la suficiencia con la que Sánchez y su equipo han tratado a la oposición. No importa cuál fuera su comportamiento (peor cada día, como era de esperar) era obligación del Gobierno buscar hasta el agotamiento puntos de encuentro: no lo han hecho y, desde luego, no lo han conseguido.

En cuanto a la oposición…
  • Deplorable (y estoy siendo muy amable). Sin paliativos, sin paños calientes, sin disculpas, sin atenuantes. Han logrado llamar la atención incluso fuera de nuestras fronteras. Ningún Gobierno de cualquier otro país del mundo ha soportado una actuación tan ruin.
  • Ningún gobernante por mal que lo estuviera haciendo, ni Donald Trump, ni Giuseppe Conte, ni Emmanuel Macron, ni Boris Johnson, ni el mismísimo Jair Bolsonaro han escuchado en estos dos meses las lindezas que uno solo de nuestros opositores ha dedicado al Gobierno en una sola sesión parlamentaria.
  • El Partido Popular y Vox han visto la ocasión para hostigar al Gobierno y tratar de recuperar el poder antes de lo que esperaban, así que se han tirado a la yugular desde el minuto uno de la crisis. La salud, nuestra salud, ha sido lo de menos: el objetivo, el único, era derribar al Gobierno social-comunista cuanto antes y al precio que fuera.
  • En las últimas semanas, solo Inés Arrimadas ha sido capaz de dar algunos síntomas de cordura democrática y patriótica. No ha necesitado banderas ni insultos: le ha bastado aplicar cierta dosis, ni siquiera exagerada, de sentido común. Uno recuerda el capital político que dilapidó su predecesor y querría ser el dios del tiempo para dar marcha atrás al reloj. 
  • No importa lo que griten, está fuera de duda de que eso, erosionar al Gobierno, ha sido la verdadera obsesión de la pareja Casado-Abascal y sus pretorianos. Y es sarcástico porque si buscaban el desgaste del Ejecutivo, el resultado habría sido el mismo trabajando juntos que tirándose a degüello: ni éste ni cualquier otro Gobierno habría podido salir de la crisis en loor de multitudes.
  • Hora es, pues, de recordarle a la oposición que el poder no lo ha regalado Dios a una clase social desde el comienzo de los tiempos y para siempre jamás, sino que lo entrega el pueblo cuando es llamado a votar. Y que eso, cuándo se vota, no suele depender del ruido más o menos molesto de una puñado de cacerolas. Hablo, por supuesto, sólo desde premisas democráticas; al menos de palabra, nadie se ha declarado a favor de otras alternativas, aunque ha faltado bien poco.
  • Lo cierto es que se ha emprendido una carrera suicida a la desgracia. Pareciera como si el lema hubiera sido "que se destroce todo cuanto antes que ya lo recompondremos nosotros cuando echemos a los usurpadores".
  • Faltaba el último eslabón: agitar la calle. Olvidando sus propias diatribas sobre el 8 M, veinte mil muertos después han llenado media docena de  calles, plazas y avenidas reclamando una libertad que ya tenían y presumiendo de éxitos tan falsos como inútiles. Hagan cuentas, incluso con sus cifras y comparen cuánta gente lograron reunir para atascar el centro de unas cuantas ciudades. Comparen sus números con los que quieran. Y no mientan, no ustedes, los que tantas veces han echado en cara al Gobierno falsear la realidad: no eran multitudes, pero aunque lo hubieran sido, habrían seguido siendo insuficientes para violentar el resultado de un proceso electoral.

Mi resumen
  • Vuelvo al día a día descorazonado: Gobierno, oposición y ciudadanos no estamos dando la talla por mucho que los noticieros hablen del "sentido de la responsabilidad de la mayoría de los españoles". Mentira.
  • Preferiría estar equivocado, pero me temo que no hemos aprendido nada. Entraremos en eso que alguien decidió llamar "la nueva normalidad" (o sea, anormalidad semivigilada) y seguiremos siendo los de antes: egoístas, sectarios, dogmáticos, anárquicos, manipulables con o sin banderas de no importa qué colores.
  • La Comisión Parlamentaria de Reconstrucción Nacional ha nacido muerta, así que será enterrada de tapadillo o con estrépito, pero sin ningún resultado positivo. No puede ser de otra manera, porque nadie está dispuesto a impedirlo. 
  • Tenemos lo que nos merecemos, o sea que en el otoño es más que posible que vuelva la segunda oleada del virus. ¿Qué haremos entonces? ¿Más insultos, más cacerolas, más ruedas de prensa insufribles, más improvisaciones, más carencias al descubierto? 
  • No tengo trinchera, ni cuartel. Voy por la vida sin credenciales partidistas, así que me temo que estas líneas anteriores, contra tirios y troyanos, no van a entusiasmar a nadie. ¡Qué le vamos a hacer! Demasiado tarde para cambiar mi forma de ser.