sábado, 6 de junio de 2020

La funesta Covid 19 

84 días después  

Cuando el macabro recuento de fallecidos se vio enturbiado por el aluvión de exabruptos que en vez de disparar contra el virus se dedicaron a soliviantar a la ciudadanía decidí que yo no iba a sumar mis comentarios para aumentar la zozobra.

Tiempo tendría más adelante, si la muerte me respetaba (y en caso contrario ¿qué más daba?) de retomar el discurso. Bien, ese día, treinta o cuarenta mil muertos más tarde, ya ha llegado. El tiempo pasado es tan extraño que ni siquiera sabremos nunca cuántas víctimas ha dejado la pandemia. Ni aquí ni en ningún rincón del globo.

Qué fácil es predecir el pasado

España no estaba preparada para lo que nos esperaba. Como no lo estaba ningún país del mundo, pese a que ya habíamos recibido algunos toques de atención. El ébola, la gripe aviar no nos hicieron aprender nada.

Aquí, en Epaña, presumíamos de tener "la mejor sanidad pública del mundo". Era y es buena, pero ni la mejor, ni, sobre todo, suficiente para afrontar lo que estaba llegando. 

Ni la mente de un guionista ebrio habría concebido las escenas de ciudades, estaciones, carreteras, playas, aeropuertos vacíos, como si un cataclismo nuclear hubiera terminado con el género humano. ¿Quién habría sido capaz de imaginar depósitos de cadáveres improvisados porque ni siquiera dábamos abasto para sepultar a nuestros muertos? 

Hablo de España, pero esto mismo podría estar escribiéndolo un lombardo o un neoyorquino

Dicen que hace unos años nuestra sanidad era mejor que la actual. Es posible. Saldremos de ésta amargura y quizás hayamos aprendido qué es lo esencial y qué no. Qué parte de nuestros recursos debe destinarse a protegernos y cuánto al bienestar personal de nuestros representantes. Me temo, no obstante, que tampoco la sanidad de hace diez o doce años habría superado  con éxito el ataque de la Covid 19.

También el empresariado español había cedido al espejismo de la globalización. También habíamos desmantelado nuestra industria a la búsqueda de márgenes sustanciosos aprovechando los salarios de hambre del otro confín del planeta. También habíamos aceptado que en el reparto de papeles, a España le tocaba ser "país de servicios" y obtener del turismo lo que la industria dejaría de ofrecernos. ¡Qué fácil es ahora decir que…! Hicimos como tantos otros países ¿Por qué debían pensar nuestros empresarios que el resto del mundo estaba equivocado?

Así que cuando llegó el momento no teníamos de nada en el país, ni el modo de fabricarlo. No había almacenes rebosando medicinas, mascarillas o respiradores, ni teníamos los componentes necesarios para producirlos en talleres e instalaciones que también habíamos desmantelado. Había que ir de compras. 

Y cuando acudimos a las fuentes de suministro, nos encontramos con que los vecinos guardaban para ellos lo poco que tenían y que comprar en China, India, Indonesia, Turquía en competencia con países que necesitaban lo mismo que nosotros y pagaban más o tenían mayor capacidad de presión, era una tarea titánica.

Fuimos engañados no como chinos sino por los chinos, entre otros fulleros. Gobierno y CC. AA. fueron timados una y otra vez, que en tiempos revueltos florecen los canallas como setas en otoño. Y cada vez que nos pasaba, lo aireábamos para ridiculizar al engañado en vez de solidarizarnos con él y tratar de ayudarlo. 

Ni España, ni Europa, ni USA, ni nadie estaba en condiciones de afrontar el reto. Y como así estaban los países, sus dirigentes erraron una y otra vez. 

En este tiempo de angustia, la población ha reaccionado de mil maneras
  • Hubo incrédulos y no sólo al principio, cuando incredulidad y optimismo pueden confundirse, sino cuando la evidencia de los números demostraba que nos enfrentábamos a un monstruo desconocido y mortífero.
  • Reaparecieron milenaristas agoreros que anunciaron el fin de una época, de una civilización. Las culpas se cargaron a quien mejor sintetizaba los odios y temores del cenizo de turno. 
  • Ha sido también tiempo propicio para el contagio de la conspiranoia. El mal provenía de siniestras maniobras de éste o de aquél aspirante a dominador del mundo. Como siempre. China y Estados Unidos acapararon los honores de disputarse la autoría de la conjura. Como cuando el ébola o antes el sida
  • Círculos siniestros de intereses inconfesables alimentaron los terrores de la población y trataron de magnificar la catástrofe para desacreditar a quien de antemano habían seleccionado como víctima a batir. Las falsas noticias, la desinformación han seguido siendo una constante, rendidos a la influencia de las redes sociales tan fáciles de manipular. Los tiros venían de todas partes: díganme quién recibía los disparos y le identificaré al francotirador.
  • Otra vez más, como siempre en tiempos de desgracia, han aparecido la banda de los sinvergüenzas, los saqueadores; gente sin escrúpulos que se alimenta, vive y engorda de y con la desgracia ajena: especularon, robaron, manipularon y se hicieron algo más ricos. Malditos sean ahora y siempre.
  • La mayoría de la población está dando la talla, pero crece día a día el número de ciudadanos que parece pensar que las normas de prevención son un fastidio estúpido inventado por un Gobierno incompetente para molestarles a ellos, que tanto saben de pandemias. Ojalá no tengamos que pagarlo los que sí hemos cumplido. 

En qué manos estamos

La clase política en su conjunto y los gobernantes con mando en plaza en particular, no importa en qué ámbito, han fallado. No todos tienen el mismo grado de responsabilidad. Obtenido el mando único, el Gobierno Central acaparó errores y críticas.

Hicieron lo que pudieron y hasta es posible que lo que creyeron que era lo mejor, pero:
  • Pidieron nuestros votos y se los dimos. Si hubieran estado otros, es posible que tampoco hubieran acertado, pero estaban los que estaban, en sus ansiados despachos, porque quisieron estar.
  • Actuaron tarde y fueron vacilantes. Tardaron en echar a andar y en demasiadas ocasiones improvisaron. Quizás porque no había más remedio. Pero se equivocaron una y otra vez.
  • No sé si mintieron, pero no dijeron la verdad, o no supieron dónde estaba. Falsearon la realidad, antes, durante y después de la crisis. 
  • Todos, todos, se vieron condicionados por lo que me he atrevido a llamar el síndrome de "Tiburón" (¿Recuerdan la película de Spielberg? Las autoridades locales prefieren negar la evidencia que desatar la alarma social ¡y perjudicar la economía local!) Parafraseando a W. Churchill, al final tuvieron la alarma social, la ruina de los negocios y los muertos. 
Es verdad que la gran mayoría de los Gobiernos de países civilizados cometieron los mismos, parecidos e incluso en ocasiones, mayores errores que el nuestro. ¿Algún consuelo por ello?  Por lo que a mí respecta, prefiero, por el contrario, poner de manifiesto algunos fracasos inadmisibles.
  • Tenemos un Gobierno de coalición, así que la monserga de las "distintas sensibilidades", pueden ahorrársela: ya lo sabemos. No obstante, mientras el ala socialista del Gobierno trataba de luchar contra el virus en tanto negociaba apoyos parlamentarios, su socio de Gabinete se ha preocupado de colar cuanto antes partes de su programa que cabría haber esperado para el final de la legislatura, si es que había tiempo y dinero para ello.
  • Algunas concesiones a la egolatría del Profesor Iglesias han olido a podrido. ¿Era imprescindible colarlo en el mundo de los servicios de inteligencia del Estado? ¿Por qué y para qué? 
  • No seré yo quien discuta la "legalidad" de cualquiera de las formaciones que se sientan en el Congreso, (para eso están los Tribunales) pero hay Partidos cuyo bagaje histórico hace suicida cualquier acuerdo con ellos. No para quien ha venido defendiendo la celebración de cuantos referéndums de autodeterminación puedan pedirse. No para quien considera a Arnaldo Otegui "un hombre de paz". Así las cosas ¿Engañó Iglesias a Sánchez o éste sabía dónde se metía cuando pactaba con Bildu? Mala alternativa: ignorante o farsante.
  • La política de comunicación del Gobierno ha sido nefasta: aburrida, prepotente, reiterativa y encarnada en una Portavoz que desconoce las más elementales reglas de la gramática española. No hablo de prosodia, sino de gramática. Aunque peores han sido las intervenciones del Presidente: soporíferas, reiterativas, admonitorias, dolientes, interminables, catequizantes, falsamente modestas, con un poso de hipocresía que le restaban credibillidad. Resumiendo: no hay por dónde cogerlas.. ¿Y qué decir de la espérpentica fase en la que el Secretario de Comunicación actuaba de filtro entre interpelantes e interpelados? Intolerable ¿Y del muestrario de uniformados engalanados como para una parada militar que, los pobres, tenían que cubrir un flanco para el que nadie los había preparado? Patético.
  • Como decía antes, si no han mentido, no siempre han dicho la verdad. Quizás porque no la conocían, o porque se escudaron en mentiras para tapar defectos que más valdría haber confesado, que para eso somos adultos. Por ejemplo: no tenía sentido imponer la obligatoriedad de mascarillas cuando no las teníamos. ¿Tan grave, tan difícil era explicarlo?
  • Ha resultado asombrosa la soberbia, la suficiencia con la que Sánchez y su equipo han tratado a la oposición. No importa cuál fuera su comportamiento (peor cada día, como era de esperar) era obligación del Gobierno buscar hasta el agotamiento puntos de encuentro: no lo han hecho y, desde luego, no lo han conseguido.

En cuanto a la oposición…
  • Deplorable (y estoy siendo muy amable). Sin paliativos, sin paños calientes, sin disculpas, sin atenuantes. Han logrado llamar la atención incluso fuera de nuestras fronteras. Ningún Gobierno de cualquier otro país del mundo ha soportado una actuación tan ruin.
  • Ningún gobernante por mal que lo estuviera haciendo, ni Donald Trump, ni Giuseppe Conte, ni Emmanuel Macron, ni Boris Johnson, ni el mismísimo Jair Bolsonaro han escuchado en estos dos meses las lindezas que uno solo de nuestros opositores ha dedicado al Gobierno en una sola sesión parlamentaria.
  • El Partido Popular y Vox han visto la ocasión para hostigar al Gobierno y tratar de recuperar el poder antes de lo que esperaban, así que se han tirado a la yugular desde el minuto uno de la crisis. La salud, nuestra salud, ha sido lo de menos: el objetivo, el único, era derribar al Gobierno social-comunista cuanto antes y al precio que fuera.
  • En las últimas semanas, solo Inés Arrimadas ha sido capaz de dar algunos síntomas de cordura democrática y patriótica. No ha necesitado banderas ni insultos: le ha bastado aplicar cierta dosis, ni siquiera exagerada, de sentido común. Uno recuerda el capital político que dilapidó su predecesor y querría ser el dios del tiempo para dar marcha atrás al reloj. 
  • No importa lo que griten, está fuera de duda de que eso, erosionar al Gobierno, ha sido la verdadera obsesión de la pareja Casado-Abascal y sus pretorianos. Y es sarcástico porque si buscaban el desgaste del Ejecutivo, el resultado habría sido el mismo trabajando juntos que tirándose a degüello: ni éste ni cualquier otro Gobierno habría podido salir de la crisis en loor de multitudes.
  • Hora es, pues, de recordarle a la oposición que el poder no lo ha regalado Dios a una clase social desde el comienzo de los tiempos y para siempre jamás, sino que lo entrega el pueblo cuando es llamado a votar. Y que eso, cuándo se vota, no suele depender del ruido más o menos molesto de una puñado de cacerolas. Hablo, por supuesto, sólo desde premisas democráticas; al menos de palabra, nadie se ha declarado a favor de otras alternativas, aunque ha faltado bien poco.
  • Lo cierto es que se ha emprendido una carrera suicida a la desgracia. Pareciera como si el lema hubiera sido "que se destroce todo cuanto antes que ya lo recompondremos nosotros cuando echemos a los usurpadores".
  • Faltaba el último eslabón: agitar la calle. Olvidando sus propias diatribas sobre el 8 M, veinte mil muertos después han llenado media docena de  calles, plazas y avenidas reclamando una libertad que ya tenían y presumiendo de éxitos tan falsos como inútiles. Hagan cuentas, incluso con sus cifras y comparen cuánta gente lograron reunir para atascar el centro de unas cuantas ciudades. Comparen sus números con los que quieran. Y no mientan, no ustedes, los que tantas veces han echado en cara al Gobierno falsear la realidad: no eran multitudes, pero aunque lo hubieran sido, habrían seguido siendo insuficientes para violentar el resultado de un proceso electoral.

Mi resumen
  • Vuelvo al día a día descorazonado: Gobierno, oposición y ciudadanos no estamos dando la talla por mucho que los noticieros hablen del "sentido de la responsabilidad de la mayoría de los españoles". Mentira.
  • Preferiría estar equivocado, pero me temo que no hemos aprendido nada. Entraremos en eso que alguien decidió llamar "la nueva normalidad" (o sea, anormalidad semivigilada) y seguiremos siendo los de antes: egoístas, sectarios, dogmáticos, anárquicos, manipulables con o sin banderas de no importa qué colores.
  • La Comisión Parlamentaria de Reconstrucción Nacional ha nacido muerta, así que será enterrada de tapadillo o con estrépito, pero sin ningún resultado positivo. No puede ser de otra manera, porque nadie está dispuesto a impedirlo. 
  • Tenemos lo que nos merecemos, o sea que en el otoño es más que posible que vuelva la segunda oleada del virus. ¿Qué haremos entonces? ¿Más insultos, más cacerolas, más ruedas de prensa insufribles, más improvisaciones, más carencias al descubierto? 
  • No tengo trinchera, ni cuartel. Voy por la vida sin credenciales partidistas, así que me temo que estas líneas anteriores, contra tirios y troyanos, no van a entusiasmar a nadie. ¡Qué le vamos a hacer! Demasiado tarde para cambiar mi forma de ser.














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