Ni suspensos ni repeticiones de curso
El atajo
"Si no sabes dónde vas, seguramente terminarás en otro lugar". He oído esta frase atribuida a Lewis Carrol, y a Yogi Berra, aunque no falta quien la considera anónima. No importa: no la traigo aquí para felicitar a su creador sino para preguntarme si quienes han decidido acabar con la terrorífica y a la par entrañable figura del suspenso académico saben lo que están haciendo.
He oído ingeniosos argumentos, llamadas a la modernidad, alegatos que tratan de demostrar que el suspenso "desmotiva" al alumno y provoca el incremento del abandono escolar. En resumen, que no hay por qué penalizar al suspendido y obligarle a perder otro año de su valiosa adolescencia repitiendo curso.
Escucho hablar de la inutilidad de los exámenes y de su escasa virtualidad frente a fórmulas mucho más actuales, y de cómo las nuevas medidas van a mejorar los "ratios" de nuestro sistema educativo en el concierto europeo y mundial.
Tanta palabrería no despeja algunas de mis dudas. Cazurro que es uno:
- ¿Cuál es la finalidad primordial del sistema educativo? ¿Escalar posiciones en la clasificación internacional, mejorar el nivel de conocimientos de nuestros educandos, poner en el mercado nuevas generaciones de ciudadanos competentes? ¿O sólo se trata de satisfacer el orgullo de papás y mamás?
- ¿Cuál es la mejor manera de reducir el fracaso escolar, incrementar los conocimientos, mejorar las herramientas formativas, o disminuir la exigencia?
- ¿Qué hace diferente la enseñanza al resto de las actividades humanas? ¿Sería lógico eliminar los análisis clínicos para reducir la tasa española del colesterol?
Los tiempos cambian
Y tanto. En el terreno que nos ocupa, hay un hecho aceptado por todos: la validez temporal del caudal de conocimientos de una persona es cada vez menor. Hace un siglo, lo que se aprendía conservaba su utilidad durante toda una vida, o casi. Hace años oí decir que en Silicon Valley se daba por axiomático que el caudal de conocimientos de un primera fila servía nada más para siete años; ahora se habla de cuatro.
Es imprescindible, por tanto, acomodar las enseñanzas, el modo de transmitirlas, su contenido, a ese hecho: lo que hoy has aprendido no te valdrá para nada en cinco, quizás cuatro años. Así que ahora no es que haya que enseñar, sino que habrá que enseñar a aprender, porque habrás de ser tú quien busque la manera de reciclar tu bagaje.
No obstante, ¿qué tiene que ver todo eso con pasar curso sin haber demostrado que dominas las herramientas que te habilitan para el siguiente paso? ¿Cómo demostrar que eliminar la prueba es un estímulo para seguir avanzando? ¿No será al revés y por partida doble?
Imaginen el entrenamiento de un vallista: su preparador verifica que el aspirante a figura olímpica derriba una y otra valla; ¿qué es más sencillo para evitarlo, enseñarle a saltar más o reducir la altura de las vallas? ¿Lo ven? ¡Vallas más bajas! Ya, pero luego, en la Olimpiada, las vallas van a tener la altura de siempre, así que el neófito no pasará de la primera eliminatoria.
Y es que en la escuela y en el gimnasio hay dos realidades que no han cambiado: No hay resultados sin esfuerzos, y no hay forma de medir los resultados sin pruebas de contraste. Hay una tercera, pero ésa es la que ahora se quiere esconder: cuando algo no sale bien a la primera, no hay más remedio que repetir el intento. Para eso se inventaron las gomas de borrar y los períodos de garantía.
Cuando se toma el rábano por las hojas
Es importante, qué duda cabe, ocupar lugares destacados en cualquier clasificación que trate de certificar lo bueno que eres. Eso suele medirse en estadísticas, cuadros comparativos y otras herramientas parecidas.
España, y no saben cuánto lo siento, hace más de un siglo que no encabeza ninguna de estas clasificaciones internacionales relacionadas con la enseñanza. Hay demasiado fracaso escolar, demasiado abandono prematuro de las aulas.
Algo que hay que corregir ¿verdad? El caso es que, desde mi punto de vista, la manera de resolver el problema no es hacer trampas en el solitario, sino mejorar todos y cada uno de los elementos del sistema:
- ¿Estamos seguros de que sabemos dónde queremos llegar? ¿Se trata de conseguir generaciones bien pertrechadas para lo que les espera, o papás satisfechos de que sus hijos no hayan suspendido ninguna asignatura? ¿Qué debemos mejorar, las notas o los conocimientos?
- ¿Contamos ya con el estamento docente que necesitamos o también en ese terreno hay que empezar por mejorar sus niveles de competencia, digan lo que digan las organizaciones que les representan?
- Y en el escalón docente superior ¿Cómo nos las hemos arreglado para pasar de trece universidades a más de cien en menos de medio siglo? ¿De dónde hemos sacado tanto profesor? ¿Tendrá eso algo que ver con los irrelevantes lugares que asignan a nuestras universidades en las listas mundiales de la excelencia?
- Y, volviendo al origen: ¿dónde dice que todo español por el mero hecho de serlo tenga derecho a ser titulado universitario? ¿Quién paga eso? Y, sobre todo ¿necesita España tanto titulado superior? Dicho de otra manera, dado que la enseñanza es muy cara, no para el alumno, sino para el contribuyente ¿qué es primero, el orgullo familiar de que el nene esté matriculado en Ciencias Políticas, o el correcto uso de los recursos escasos de un país pobretón como el nuestro?
En fin…
- Yo ya no me veo examinándome, así que tampoco descarto que todos estos lamentos e interrogaciones sólo sean, una vez más, cháchara de viejos.
- Auguro el próximo "avance": podrá mantenerse la beca (o sea la entrega de un dinero salido de los impuestos) aunque el beneficiario no supere las pruebas que habilitan para acceder al curso siguiente, ya sean exámenes clásicos, evaluación continua o resultados de sorteos en combinación con el cupón pro ciegos.
- Cuando el recién licenciado acuda a su primer empleo, va a encontrarse con pruebas de selección, con exámenes, en definitiva, sea cual sea su contenido. ¿Podrá exigir su desaparición? Quizás, pero si no da la talla que se requiere, acabará en la calle. Buen momento para preguntarse de qué valió haber celebrado en su día la desaparición de los amargos suspensos.
- Pero qué más da: cada nuevo Ministro, Ministra o Ministre de Educación que tome la palabra, hablará de que "estamos en presencia de la generación mejor preparada de la historia"; ya lo verán.
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