sábado, 5 de marzo de 2022

 Entre el caos y la esperanza

Más cerca del caos

La experiencia demuestra que el paso del tiempo es imprescindible para evaluar los acontecimientos históricos. A veces se necesitan siglos para interpretar hechos que conmovieron el mundo. La Revolución Francesa, nuestra Guerra Civil, la Reforma protestante… ¿Estamos ya en condiciones de acercarnos a estos hitos con la serenidad de ánimo necesaria? ¿Cómo ven la gesta de las Cruzadas los pueblos musulmanes? ¿Tiene el pueblo judío la misma opinión que nosotros del supuesto papel civilizador de Roma?

Si eso es así ¿Qué decir de lo que está ocurriendo en estos momentos en Ucrania? ¿Cómo ven a Putin sus votantes? Dice Emmanuel Carrere que "cuando a los rusos se les sube la patria a la cabeza se avecinan problemas". ¿Y qué piensan de él quienes se juegan su libertad para protestar por la guerra en plena Plaza Roja? 

Así que admitida la imposibilidad de ser objetivos, y asumiendo mi "posición de parte", que diría un letrado, permítanme que siga escribiendo mis impresiones sobre las barbaridades que estamos viendo. 

Imágenes pavorosas, niños que huyen, moradas reventadas, fuego, nieve, hambre, muerte, hombres en armas, máquinas de guerra. 

Y el uso de la mentira sistemática como arma adicional. La desfachatez de quien encarcela a sus críticos por decenas de miles y,  sin mover un músculo, se permite tildar de nazis drogados a gobernantes elegidos por sus conciudadanos.

Como escribía Tucídides hace la friolera de 2.500 años cuando narraba la Guerra del Peloponeso "cambiaron el significado de las palabras en relación con los hechos para que se ajustaran a lo que querían que dijeran", de manera que para el Zar Putin, invadir un país soberano es impedir el genocidio, y ocupar un central nuclear es contestar a una provocación.

Hay quien se pregunta cuándo y cómo terminará esta tragedia. No nos hagamos ilusiones: cuando Vladimir Putin consiga lo que busca o cuando seguir en el intento le resulte tan costoso que su propia supervivencia esté en peligro. La suya, no la de su país.

  • ¿Qué busca Putin? Difícil de saber. Como mínimo, programa corto, derrocar al actual Gobierno ucraniano, sustituirlo por un grupo de acólitos obedientes y cobrarse el barato de las zonas pro rusas del este más, quizás, el territorio necesario para unir Crimea con las nuevas adquisiciones y dejar a Ucrania sin acceso al Mar Negro. Como objetivos de largo alcance, si el resto del mundo no se lo impide, rehacer íntegra la zona de influencia moscovita anterior a Gorbachov. En términos teóricos no es exactamente el “Espacio Vital” nazi, el Lebensraum hitleriano, pero sus efectos son muy parecidos. Ése objetivo, lindante con lo imposible, exigiría que nueve Estados que en tiempos fueron miembros del Pacto de Varsovia y ahora lo son de la OTAN, volvieran a cambiar de bando. Para complicar más las cosas, estos países, son, además, miembros de pleno derecho la Unión Europea. Tal parece que sólo una guerra de proporciones nunca vistas podría dar un vuelco de tal magnitud al mapa de Europa.
  • La otra alternativa, riesgo para la supervivencia de Putin, podría darse si la situación interna en Rusia se deteriorara tanto que fuerzas ahora afines al déspota del Kremlin le forzaran a ello. Nunca se sabe cuando llega el final de un dictador. Muchos mueren en la cama, pero los más acaban sucumbiendo a las fuerzas destructivas que ellos mismos desataron, porque en toda dictadura hay siempre un complot en marcha, repasen la historia. Es posible que este escenario sólo pudiera activarse si los efectos de las sanciones cumplieran su objetivo. Tal vez haya que alargar la lista y, desde luego, mantenerlas en el tiempo, asumiendo que también nosotros, los agredidos y sus defensores, habremos de sufrir nuestra parte alícuota de penurias.

¿Pero hay esperanzas?

Lejanas, pero las hay. El Presidente Macron -lo doy por mejor informado que yo- ha afirmado que lo peor está por llegar. Lo creo porque Putin, por lo que decíamos antes, necesita terminar la operación Ucrania antes de que sus apoyos internos (poca o ninguna ayuda puede esperar de más allá de sus fronteras) le exijan un cambio de rumbo. Y hará lo que crea necesario para conseguirlo, así es que a corto plazo aumentará la crueldad, la barbarie y el dolor.

Sólo en este contexto de lucha contra el reloj cobra algún sentido el envío de armas a los patriotas ucranianos. Todos somos conscientes de la insultante desproporción entre las fuerzas contendientes. Ya sabemos que las armas que entreguemos a Ucrania quizás sólo valgan para prolongar la agonía de una lucha sin esperanzas. O no. No es concebible un desafío militar a campo abierto al modo clásico, pero la lucha en las calles, en las ciudades, casa por casa, donde una navaja se vuelve un arma capaz de competir con un lanzagranadas, puede alargar los tiempos y hacer insostenible el mantenimiento de una guerra que lleve la ruina y el hambre a Rusia.

¿Se dan cuenta de las barbaridades que estoy escribiendo? Hambre y ruina como posible  forma de detener la muerte y la destrucción. ¿Qué más da de qué país sean los muertos? Seguro que congenian mejor que cuando estaban vivos. En todo este infierno, en esta maldición, hay hombres, mujeres, niños, ancianos que sufren y mueren. Unos nacieron del lado de acá y otros del lado de allá de una línea que no sólo existe en los mapas. Y ahora, de pronto, alguien ha decidido que esa raya los hace enemigos y deben tirarse a degüello del otro. Bien, es decir, mal, pero esto es la guerra y de ella estoy escribiendo.

La hora de la verdad para Europa

A punto de terminar la Primera Guerra Mundial, Oswal Spengler empezó la edición de su obra magna, "La decadencia de Occidente". Occidente era, entonces, poco más que Europa. Un concepto nebuloso fuera de nuestro pequeño rincón neurasténico, que para algunos, en los tiempos que corren, está en vías de convertirse en un extraordinario "Parque Temático" donde disfrutar de los restos de refinadas culturas difuntas. Decía Spengler que "la voz Europa debiera borrarse de la historia. No existe el tipo histórico del europeo". Para el padre espiritual de todos los movimientos identitarios surgidos desde entonces, especialmente el nacional socialista, de haber algún resquicio para la esperanza, habría que buscarla en las naciones, no en esa fantasmal Europa.

Eso fue hace algo más de un siglo. Spengler y Nietzsche y Rosemberg y Feder, llevan muchos años enterrados. Cien años y sesenta millones de muertos después, estamos empeñados en construir Europa. Es más que posible que Vladimir Putin, muy a su pesar, nos esté ayudando a conseguirlo. La adversidad arma el espíritu (a veces acaba con él, pero ésa es otra historia). La amenaza exterior ha sido, es y será siempre, un factor de cohesión interna. Europa no tiene por qué ser una excepción. 

Que uno de los objetivos de Putin, o de los hitos, o de los presupuestos para lograr sus intenciones, era torpedear la unidad europea, está fuera de toda duda. Tanto que hasta se preocupa de meter sus manos en el avispero catalán. Tanto que días antes de invadir Urania, cuando quiso dirigirse a los europeos, no habló ni escribió a ninguna institución de la UE, sino que mandó una carta a cada uno de los veintisiete gobernantes de los países miembros. Recibió una sola contestación.

Creo que las reacciones que está consiguiendo son una muestra inequívoca de que ha errado el tiro. Supongo que Putin, como antes Trump, nos vería como una asamblea ingobernable de pequeños países, con espléndidos pasados, presentes discutibles y futuros inciertos. Como deberían ver los emperadores romanos a la turbulenta colección de ciudades estado griegas. Ya, y quizás Calígula, Trajano, Putin y Trump tengan razón, pero no deberían olvidar que hubo momentos en el que la amenaza persa unió a la Hélade. Vuelve a ocurrir. Sólo sería de desear que el intento no cesara cuando el peligro pasara. 

Lo cierto es que los efectos inmediatos en la Unión Europea de la agresión de Putin no sólo a Ucrania, sino al resto de Europa, han sido los contrarios a los que buscaba: cuando el Parlamento Europeo votó otorgar o no a Ucrania el Estatuto de País Solicitante, 637 votaron a favor, 36 se abstuvieron y sólo 13 lo hicieron en contra. (Por cierto, Miguel Urbán  de Anticapitalistas, votó en contra, y Pernando Barrena de Bildu, Sira Rego y Manu Pineda ambos de IU, se abstuvieron. Allá ellos con sus conciencias y sus electores con las suyas).


Y, por fin, nosotros, los españoles

En un pleno insólito, convocado a petición del Presidente del Gobierno, hemos asistido a otra sesión rayana en el surrealismo.

  • Don Pedro, otra vez, donde dijo digo, digo Diego y luego negó que hubiera diferencia alguna entre digo y Diego: al final estamos mandando armas ofensivas a los patriotas ucranianos. Mejor así ¿A qué venía significarnos y quedarnos fuera de la fila? Los fondos de recuperación aún no han llegado, y, por encima de todo, el peligro ronda a Europa: no se puede remar sólo. "Hay que tomar partido hasta mancharse"
  • Cuca Gamarra, cambiadas las fuentes de su inspiración, sensible a los aires galaicos, bajó el diapasón hasta casi acoplarlo a la melodía monclovita y escenificó la llegada de una nueva fase de las relaciones entre Sánchez y el PP. Sea bienvenida la incipiente primavera, aunque sólo sea para poder descansar de tanto insulto como hemos tenido que oír en tiempos recientes. El futuro sigue nebuloso pero huele a soluciones alternativas.
  • Lo de Unidas Podemos es digno de los Hermanos Marx ¿Unidas? ¿Quién con quién? ¡Qué poco ha tardado en descoserse el estrecho refajo que pretendía mantener como hermanas siamesas a Ione Belarra y a Yolanda Díaz! Y si lo ponemos en masculino, más de lo mismo: Don Echenique, el escudero sin señor,  y Don Garzón, el de los chuletones, cada uno por su lado. Así que digo yo, ¿Podrá Podemos si las Unidas están desunidas? 
  • Don Santiago subió al estrado, tonitronante, batería de tres insultos para abrir boca y a por el PP y el PSOE de una sola tacada. El pleno era por lo de Ucrania, pero don Santiago, a lo suyo. Luego, "fuese y no hubo más". ¡Ah, las encuestas! ¿Quién es el papá de tan malhadado invento?
  • Y los extras, PNV y su acreditado sentido del oportunismo político, Rufián y sus cosas, Del Val y sus lamentos, Bildu y su empanada independentista ultra radical, cada uno tratando de quedar bien con su electorado, de atraer algún voto perdido, despistado, qué sé yo, como si ya estuviéramos en precampaña.

   Cuando todo terminó, me quedó la duda de si algunos de los parlantes están al tanto de que ni Putin es comunista, aunque se criara a la ubre de la KGB (su ultranacionalista Partido, Rusia Unida, cuenta con 325 escaños de 450, frente a los 57 del Partido Comunista) ni por tanto, votar contra Ucrania es hacerlo en plan rojo de toda la vida, sino, como mucho antigringo de los 70. Lo que cuando nos acercamos al primer cuarto del siglo XXI está a medio camino entre el hippismo trasnochado y la nostalgia de las Brigadas Rojas (aquellas que, bomba a bomba, tanto hicieron por el mantenimiento de las derechas de medio mundo).









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