sábado, 2 de abril de 2022

 Las orejas del lobo

En plena resaca

Una semana; apenas ha pasado una semana desde que las carreteras y los mercados volvieron a una cierta normalidad cuando el transporte volvió a rodar; tiempo suficiente, no obstante, para reflexionar sobre síntomas, indicios, avisos que nos llegan de tanto en tanto sobre rumbos torcidos que deberíamos enderezar.

Nosotros, los españoles, hemos vuelto a caer en la trampa, como la práctica totalidad de países que habíamos creído las prédicas de los profetas del desarrollo sin fin. ¿Para qué enterrar el capital en los almacenes, cuando puede llegar a tu puerta lo que necesitas justo en el momento preciso? ¿Por qué pagar a 100 lo que se fabrica junto a tu corral trasero cuando puedes comprar a 20 el mismo artículo aunque venga del confín del mundo? ¿Qué necesidad tienes de mantener a tu costa a quienes puedes utilizar desde fuera de tu nómina? Llegó la edad de oro de la deslocalización, de la externalización, de la economía global, de la interdependencia absoluta. El apogeo de la logística: dime qué necesitas y yo me ocupo de todo.

Alguna advertencia clamorosa pasó sin que hiciéramos caso. 

  • Un porta contenedores atravesado en el Canal de Suez demostró la fragilidad de la economía desarrollada: una interrupción brusca del delicado mecanismo de los suministros había puesto el mundo boca abajo. 
  • La evidencia de que cuando atacó la Covid no podíamos producir medicinas o mascarillas, ni nosotros, ni los alemanes, ni nadie fuera de China, de India, del otro lado del planeta, en definitiva. Y seguimos como antes, lamentándonos, filosofando, perdiendo el tiempo.

Un nuevo aldabonazo, esta vez local

Precios de los combustibles desbocados, incremento constante inexplicable o inexplicado de la factura eléctrica, gestión política desconcertante de estos y de otros fenómenos, habían creado el descontento popular creciente, el caldo de cultivo ideal como para que en cualquier momento saltara la chispa que provocara el incendio.

Había habido un aviso en diciembre: el transporte amenazó con paralizar su actividad. No llegó a mayores porque las instancias oficiales, Ministerio de Transporte y Consejo Nacional del Transporte alcanzaron un acuerdo. Nadie supo ver los agujeros de la manta que cubría el problema: habían quedado fuera, huérfanos de representación, decenas de miles de transportistas autónomos.

Salido de quién sabe dónde, no seré yo quien vea conspiraciones sin verificar las pruebas, un ex camionero alzó la voz y tras él se agruparon transportistas autónomos suficientes para bloquear carreteras, sellar accesos a puertos y mercados, y congestionar vías y calles.

Algún atisbo de histeria timorata, común en estos casos, agravó las tensiones y, en momentos puntuales, llegó a palparse desabastecimiento de productos como leche, legumbres, arroz, aceite de girasol o pescados de según qué orígenes. 

Superado el mal trago, déjenme que comente algunas de mis impresiones


Cuando la ciudadanía salta sobre las instituciones

Ocurre de tanto en tanto. Los clásicos de la izquierda hablan del protagonismo de las masas en momentos pre revolucionarios. No es el caso, como no lo fue el mayo francés, o, entre nosotros, el 15 M o, más tarde, el movimiento de "los chalecos amarillos" que tanto incordió a Macron. 

Simplemente, en ocasiones, el corsé institucional se muestra insuficiente para dar cauce y solución a un problema complejo no previsto en los fines fundacionales de la institución desbordada.

En nuestro caso, los camioneros autónomos y las grandes patronales el sector no comparten intereses ni problemas. Los primeros no se sienten representados por el Consejo Nacional del Transporte, ni, por tanto, vinculados por sus acuerdos.

Tampoco tenían mucho que decir en este asunto los Sindicatos. No ha habido huelga sino paro de empresarios autónomos, que nada tienen que ver con el concepto de trabajador por cuenta ajena. Quejarse de inoperancia sindical en este caso es tan razonable como culpar de abulia a la Real Academia de la Lengua.

El Ministerio competente no supo diagnosticar el problema, erró cuando acusó de mala manera a los que se habían revuelto contra los acuerdos, y negoció no con quienes estaban en pie de guerra sino con los que consideraba únicos representantes de la totalidad del sector. Confundió legalidad con representatividad; el Consejo es un órgano legal y democráticamente elegido pero ¿qué tiene eso que ver con tratar de identificar quiénes se estaban manifestando, por qué lo hacían, qué pedían y con quién había que hablar?

Pasaba el tiempo, la situación se deterioraba, el cabecilla de la revuelta se veía cada día más envalentonado y empezaba a soñar con que podría salirse con la suya. Finalmente fue recibido por la Ministra. Salió convencido de que había ganado, pero en realidad había perdido. Él creía que el futuro era suyo: el paro seguiría creciendo, otros sectores se sumarían a su movimiento, y eso sería el principio del fin para el Gobierno. Demasiado arroz para tan poco pollo.


Los errores de un novato

No sé si fueron ocurrencias suyas o de asesores interesados en que el paro de transportistas no fuera sino la mina bajo la alfombra de Pedro Sánchez, pero la verdad es que las peticiones del camionero sin camión fueron una tontería y un imposible.

Exigir que la Ministra le pidiera perdón suena a música conocida; es una exigencia altanera de quien cree que ya ha ganado. El problema es que ni abarata costes, ni, al final, le importa a nadie salvo al ego crecido del que lo pide. Una tontería, ya digo.

Imaginar que el Gobierno de un país cuya Constitución entroniza la economía de mercado pueda garantizar por Ley que las empresas de todo un sector no pierdan dinero es una blasfemia política. Ni se puede hacer, ni se puede intentar. Otra cosa es que a quien ya ha perdido su empresa una vez, caso del líder de "La Plataforma", le parezca una ingeniosa manera de volver a intentarlo. Pero ¿por qué habría que garantizárselo a los camioneros y no a los hojalateros? ¿Y cómo tratar por igual al emprendedor diligente y al que lleva su negocio de cualquier manera? 

Tomemos nota, no obstante

Por esos errores, más el cansancio, más los efectos del paro sobre las economías de los que siguieron las consignas del convocante, el movimiento se desinfló.

Cierto, pero tal vez sea el momento de poner de manifiesto algunas evidencias 

  • Es difícil que esto hubiera pasado si las medidas de contención de precios de la energía y los combustibles se hubieran tomado antes.
  • Nuestra clase política debería hacerse a la idea de cada día va a tener que enfrentarse a situaciones más complejas en las que podría resultarle complicado encontrar la salida buscándola en los manuales de hace medio siglo. Ese tiempo se ha ido para siempre.
  • Acaso ahora sea buen momento para meditar cuáles de nuestras novísimas convicciones globalizadoras deban ser revisadas, no sea que otra epidemia, otro buque atravesado en cualquier punto estratégico, una barrera de seiscientos tractores, o un paro de los fabricantes de lapiceros, vuelva a poner la economía del país o la de todo Occidente en estado de coma.

¿Es que no hay un modelo de transporte alternativo?

Desde luego que lo hay: el semi olvidado transporte ferroviario; el tradicional y el de última generación. Más barato, más eficiente, menos contaminante, menos letal en términos de accidentes. 

En ocasiones, incluso más rápido: imaginen un Ave nocturno en unidades frigoríficas Almería/ Hamburgo. Los tomates que emprendieran el viaje a las 10 de la noche estarían en su lugar de destino en 12 horas. Fresas de Huelva, vía Madrid, Hendaya, París, llegarían quizás antes aún al mismo destino. 

Sí, ya sé: el AVE no llega a Almería ni a Huelva, y esa solución crearía problemas en el colectivo actual de transportistas por carretera. No demasiados si creemos las cifras que hemos escuchado sobre la necesidad de no recuerdo cuántos miles de nuevos conductores, pero sí, habría que afrontar ese riesgo. Como se hizo con tantos otros sectores, desde la minería del carbón a la siderurgia. ¿Qué debe primar, el bien común o el particular, perdón, el sectorial?  

¿Sería necesaria la reconversión del sector del transporte por carretera? Desde luego, aunque podría renacer como gestor del nuevo modelo. Por otra parte ¿Algún conductor de autobús ha llorado por la desaparición de las diligencias?


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