sábado, 10 de junio de 2023

 Estrellas y estrellados

Réquiem por el Centro moribundo

En las democracias occidentales suele considerarse un axioma que el control del centro  es la escalera que conduce al Poder. Sin embargo, el centro político español carga a su espalda la paradójica maldición de que acaba siendo el oscuro objeto del deseo de unos y otros de manera que el Partido que lo encarna termina siendo triturado una y otra vez por la derecha y por la izquierda. 

Es la consecuencia de que los grandes ambicionan la ocupación de ese espacio como premisa para poder gobernar.

Al mismo tiempo, los Partidos que flanquean ese espacio enmascaran su verdadera fisonomía  disfrazándose de centristas, así que el conservador dominante se hará llamar "Centro Derecha", y su antagonista progresista, tratará de ser visto como "Centro de Izquierda".

Le teoría política dice que en toda democracia consolidada, es positivo contar con una formación moderada, refugio de intelectuales tolerantes, atractiva para la pequeña burguesía, para profesionales independientes, para gentes interesadas por la política pero alejadas de las ideologías excluyentes; un partido interclasista, apoyado en algún medio de comunicación solvente y alejado del sensacionalismo. Estas formaciones no suelen alcanzar la Presidencia del Gobierno pero sí puede decidir quién ocupará el sillón más buscado.

El papel esencial de este partido es actuar como amortiguador de la tensión que genera la confrontación directa de conservadores y progresistas, de tal suerte que ambos sepan que, llegado el caso su acceso al Poder pasa por recibir el apoyo del centro, que, por definición puede ser capaz de hacerlo con uno o con otro: todo depende de cuál de los dos sea capaz de incluir en su programa de Gobierno más o menos puntos del catecismo centrista.

En consecuencia, la mera existencia de ese Centro consolidado obliga a la derecha y a la izquierda a moderar sus propuestas.

Por desgracia, en España, desde los años 30, por referirnos sólo a épocas cercanas, cada vez que este Centro ha existido ha acabado pulverizado por las formaciones que lo flanquean

  • Azaña terminó en la irrelevancia frente a la batalla entre CEDA y a la conjunción social comunista. Al final de la lucha encarnizada entre ambos nos esperaba una guerra civil de la que a veces parece que aún no nos hemos recuperado del todo.
  • Suárez acabó siendo víctima de las prisas del Partido Socialista y del apetito del Partido Popular refundado sobre las ruinas de Alianza Popular, con la intestimable colaboración de los prófugos internos, muchos de los cuales les debían a Suárez ser quienes eran.
  • Intentos como el CSD, la UPyD el ensayo del centro liberal, no importa la valía de gentes como Miquel Roca, Caamuñas, Merigó, Garrigues Walker, Eduardo Punset, y tantos otros, acabaron siendo un lejano recuerdo de lo que pudo haber sido y no fue.

Hubo un momento en el que parecía que Ciudadanos escaparía a esa maldición. Es verdad que el Partido nació con ciertas carencias doctrinales que hubo que ir rellenando con más frases que fundamentos: presentarse en público como garante de la lucha contra la corrupción y defensor de la unidad de España como conceptos diferenciales era olvidar que la honradez es requisito previo común (no importa cuántos lo olviden) y que la unidad territorial del Estado es bandera compartida por la inmensa mayoría de las formaciones, entre otros detalles porque esa unidad es piedra angular de la Constitución.

Pese a todo, pese a su programa económico tan alejado del centro, pese a su indefinición en bastantes otros campos, pareció consolidarse. Más entre desencantados de la derecha y de la izquierda que por obra y gracia del aporte de liberales convencidos, una especie que no abunda demasiado entre nosotros.

Ciudadanos empezó a morir cuando su éxito, primer Partido en Cataluña, tercer Partido  nacional a muy poca distancia del Partido Popular, despertó la ambición de su líder por llegar más allá. 

Varios errores monumentales, no hacer nada en Cataluña después de que Inés Arrimadas ganara las elecciones catalanas, o tratar de desbancar al PP para convertirse en líder no del centro sino de toda la derecha, mandaron a Rivera a su casa. 

Peor aún fue ser infiel al credo centrista y alinearse inequívocamente con la derecha.  No jugó la baza de apoyar al PSOE cuando pudo hacerlo y eso acabó trayendo como consecuencia la más nefasta algarabía de pactos entre socialistas y lo peor de cada casa para hacer buena la mayoría insuficiente del PSOE. Simultáneamente, el PP cayó en la cuenta de que los votos de Rivera, dado su cambio de estrategia, estaban disponibles: el objetivo dejó de ser conseguir su apoyo y pasó a ser absorberlo.

Albert Rivera confundió Poder con Gobierno; fue incapaz de advertir que hay más "Poder" en decidir quién gobernará España que en alojarse en La Moncloa.

No obstante, seguimos necesitando, quizás más que nunca, contar en este país tan propenso al cainismo con una fuerza capaz de castigar al extremismo, sea del signo que sea. Es posible que falten años para que acabemos dándonos cuenta de que no es lo mismo perder las elecciones porque el centro se ha aliado con la otra gran opción, que porque tu antagonista te ha machacado a conciencia.

La existencia de ese centro, hoy perdido, es garantía de que tú mismo tenderás a moderarte siquiera sea para poder contar, llegado el caso, con el apoyo de quien puede elegirte como socio dominante o inclinarse por tu antagonista, y que la decisión depende en buena medida, no sólo de los votos obtenidos sino de tu propia prudencia.

Otra vez será. Hoy, ahora, estamos lejos de ese remanso de paz. Andamos en otras: los conservadores tratan de quitar protagonismo a lo que hay a su diestra y los progresistas intentan ser hegemónicos respecto quienes tiene a su flanco izquierdo. Unos y otros quieren conseguirlo huyendo del centro. Peor para todos, peor para España. En cada cambio de ciclo, perderemos el tiempo deshaciendo lo que encontremos hecho porque es la manera de que se nos identifique como verdadera derecha o verdadera izquierda.


Historia de una caída anunciada

Nueve años. Ésa es la edad de Podemos. Fue el fruto de circunstancial una ola general de descontento. Vino al mundo como una consecuencia más de los efectos que la crisis financiera el 2009 tuvo sobre amplísimas capas de la sociedad española.

Un grupo de profesores universitarios, activistas sociales y tertulianos aglutinaron a su alrededor la más variopinta caterva de indignados que quepa imaginar. Pasado el tiempo, cuando fueron capaces de individualizar su indignación, unos acabaron votando a la derecha de la derecha, otros se quedaron en casa, algunos volvieron a su lugar de origen y bastantes siguieron a Podemos. 

La suma heterogénea de esos descontentos, el hábil manejo de las nuevas técnicas de comunicación social, la puesta en circulación de un lenguaje nuevo y la momentánea debilidad de las formaciones clásicas dieron alas al movimiento que, nacido como alternativa a la partitocracia, acabó siendo otro Partido más. No, no un Partido más, sino la caricatura de lo que decía odiar.

Podemos fue pasando de la fase del de la etapa del descontento como cemento aglutinador al personalismo lindante con el culto a la personalidad, las purgas internas, las deserciones, el germen de la desunión, en definitiva. Tanto que tuvo que añadir a su nombre el adjetivo "Unidas". Todo un síntoma.

El Partido nacido en los arrabales del movimiento antisistema, el que quería acabar con "la casta", creció deprisa, aglutinó docenas de movimientos similares, consiguió la incorporación de lo que un día fue nada menos que el Partido Comunista de España, coqueteó con el secesionismo, apadrinó la celebración de cuantos referéndums de independencia pudieran pedirse, convirtió en bandera la defensa del feminismo, de la diversidad, de la transición ecológica, del animalismo y llegó, como sabemos al Gobierno. En parte por la irresponsabilidad de los que negaron a Sánchez el pan y la sal, pero llegaron. Y ahí , precisamente ahí, empezó su declive.

Por el camino fue dejando los cadáveres políticos de la mayor parte del equipo fundador; repasen las fotos de Visa Alegre I. Cuando arreció el temporal, su mismo creador hizo como se alejaba, cuando en realidad seguía trasteando en su juguete con el mando a distancia, parapetado detrás de un micrófono y una cámara de televisión. Lo cierto es que nunca fue capaz de superar el hecho de que no es lo mismo juntar a tu alrededor a los descontentos que ponerlos a trabajar en un solo proyecto, porque las causas de la indignación eran dispares, contradictorias en muchos casos: había descontentos por lo que se hacía de más y por lo que no se hacía, y Pablo Iglesias quiso que marcharan todos al paso de su música. 

La debacle no ha sido, por el momento, del calibre de lo ocurrido a Ciudadanos, pero está al borde del despeñadero. Unidas Podemos no está en la UVI, pero acaban de darle cama en la UCI: los resultados de la última confrontación electoral son evidentes. Su irrelevancia aumenta cada día que pasa, cada oportunidad que pierde de distinguir entre la esencial y lo accesorio. Las epígonas de Iglesias ni están dando la talla ni son capaces de alzar el punto de mira y apuntar al horizonte: todo se les va en insultar a los que tiene más cerca. Quizás porque su soberbia se lo impide, acaso porque su vista no da para más.

No es que hayan caído en la herejía del fraccionalismo, es que a la izquierda del PSOE jamás hubo ni el menor amago de unidad. El odio al próximo es más fuerte que la aversión al contrincante. Siempre ha sido así: es peor el hereje que el infiel, y en esos matices, el español es un maestro.

Inexplicablemente, el dúo "Montelarra", la pareja de ministras más impopulares de la historia, no parecen capaces de entender algo elemental: lo malo no es que las odien los votantes de Vox; lo verdaderamente nocivo para la izquierda es que son las menos apreciadas por quienes tendrían que ser sus votantes naturales; estos, puede ser que no voten a Núñez Feijóo, pero si se quedan en casa restarán votos al bloque progresista. ¡Y Belarra y Montero, y Montero y Belarra, erre que erre, dando la murga con un relato que ya era viejo cuando se les ocurrió! 

Así es que así estamos ahora: en seis semanas votamos. La campaña se presenta desapacible, porque así lo hemos querido todos. 

  • La derecha, al menos sólo plantea una alternativa, PP o Vox, alternativa en la que cada día que pasa es más difícil encontrar las diferencias. No importa demasiado: al final el bloque encontrará la forma de trabajar juntos.
  • La izquierda, a la greña, perdida en los matices, enfrentada a muerte por personalismos suicidas, tendrá muy difícil ser el bloque compacto que saque al votante de su casa. Como suele decirse hay quien está dispuesto a quedarse ciego con tal de que el otro se quede tuerto.

A última hora, un panorama no tan incierto

Virtualmente enterrado Ciudadanos, y con las fuerzas a la izquierda del PSOE a la greña ¿qué cabe esperar el día 23?

  • Las encuestas, tomadas una a una, no aciertan jamás. Consideradas en su conjunto, señalan el horizonte con bastante nitidez: sube el PP y baja el PSOE; Vox aguanta y UP se desmorona. Nadie tendrá mayoría absoluta. El peso específico de cada uno de los bloques está muy parejo. Será determinante quiénes vayan los terceros.
  • Anoche a las 12 se cerró el plazo para inscribir coaliciones. Pocas horas antes supimos que Yolanda Díaz había logrado reunir bajo "Sumar" a las formaciones que están a la izquierda del PSOE. Las listas únicas no son garantía de éxito, pero sí condición imprescindible. 
  • Irene Montero se queda fuera.  Es la cara visible de algunos de los errores de más grueso calibre, imputables al Gobierno de coalición. Yolanda Díaz suelta lastre y su todavía colega del Consejo de Ministros, Ione Belarra, acepta lo inevitable: su más próxima compañera de Unidas Podemos, es rechazada por las demás formaciones.

Una última y manida reflexión: la alternancia es uno de los dogmas de la democracia: veámosla como lo que es, ganen o pierdan los que se llevaron tu voto.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comenta aquí lo que desees