sábado, 3 de junio de 2023

La campaña interminable

Hace una semana hubo elecciones ¿recuerdan?

Apenas 24 horas. En tan breve plazo, los resultados de las elecciones dejaron de ser noticia de primera plana y cedieron el espacio a la convocatoria anticipada de las generales.

No obstante, cada cosa a su tiempo: el 28 pasado votamos y nosotros, los electores, dimos el triunfo a unos y dejamos a otros en la cuneta. Pura simetría democrática.

El Partido Popular fue el rotundo ganador en ambos comicios. No importa cómo midamos el triunfo, si en votos totales o en Ayuntamientos conquistados y Comunidades controladas, el color del mapa cambió a favor del azul del PP. Ganó también Vox aunque no tanto, y en el territorio vasco, por poco que me agrade reconocerlo, también Bildu, que adelantó al Partido Nacionalista Vasco.

Los demás perdieron. Las elecciones fueron el acta de defunción de Ciudadanos, Partido fallecido hace ya tiempo y ahora sólo pendiente de fijar la fecha para decidir qué hacer con el cadáver. Perdió el Partido Socialista, se mire como se mire, y perdió bastante más lo que hay a su izquierda. El dúo Montelarra, con la inestimable ayuda de algunas comparsas y las insólitas declaraciones de quien fue su creador, el profesor Iglesias, piden cama en la UVI. 

Los errores se pagan; tanto que pueden llegar a hacer olvidar los aciertos. La memoria del pueblo soberano no suele coincidir ni con la de sus gobernantes ni con la de sus opositores. Recuerdan lo que les molestó y a veces, eso basta para tapar los aciertos que olvidaron. Así es, así ha sido siempre, y así seguirá ocurriendo, y al que no le guste que deje la política y se dedique a otra cosa.


Las municipales las carga el diablo

Tiren de memoria: el 14 de abril de 1931, el resultado de las elecciones municipales fue el detonante del cambio de régimen. Alfonso XIII huyó despavorido y dio paso a la II República.

Esta vez ha sido menos dramático. Sólo ha cambiado el color dominante en el mapa de reparto del poder. Cede la izquierda y avanza la derecha. Puro y simple ejercicio democrático de alternancia. Prueba de normalidad, así debería ser percibido por ganadores y perdedores. No me refiero sólo a los nuevos alcaldes y presidentes de comunidades y a quienes aspiraban a serlo, sino a todos nosotros, los votantes que lo hemos hecho posible. No lo olviden: su voto pesa lo mismo cuando su destinatario gana que cuando pierde.


En campaña de nuevo

Sin tiempo para especular sobre cómo se resolverá la gobernabilidad de los territorios en los que nadie ha logrado mayorías absolutas, cuando deberíamos estar atentos a cómo se afrontan los crucigramas pendientes en alcaldías o presidencias, qué clase de acuerdos pueden fraguarse para rematar lo que empezó la noche del 28, el Presidente del Gobierno, apenas quince horas después de cerrarse las urnas, hace pública su decisión de disolver las Cortes y convocar elecciones generales a celebrar el 23 de julio. 

Voces más o menos oficiales dicen que fue una decisión de Sánchez tomada durante la madrugada del 29 de mayo. Es posible, ni ustedes ni yo estábamos allí. Mi impresión personal es que no importa en qué minuto exacto diera el último paso, el análisis de qué habría que hacer dependiendo de los resultados electorales debió de estar hecho bastante antes y en él tuvo que participar alguien más. Lo contrario sería una prueba de inmadurez. No creo en ese automatismo temperamental que parece desprenderse de una decisión impulsiva tomada en la negra noche electoral en la que nada salió bien para el PSOE. 

Lo que no ofrece duda alguna es que se ha conseguido el primero de los efectos de la convocatoria, pasar cuanto antes la página de los resultados y volver a influir en el futuro inmediato, es decir, recuperar el protagonismo, guste o disguste a quien lo examine: la noticia ya no es qué Alcalde viene o qué Presidente se va, sino quién ganará las elecciones generales.


En la mente de Pedro Sánchez

Apenas terminado el recuento de votos que le llevó finalmente a la Moncloa, Sánchez tuvo que escuchar a García Egea pidiendo su dimisión. Desde entonces, PP y Vox y a veces Ciudadanos, una y otra vez pidieron la convocatoria de elecciones generales. Siempre con el mismo argumento: a los peticionarios les constaba que "la mayoría social", ésa cuya única voz válida es la que sale de las urnas, estaba harta del Gobierno de coalición.

Esta reiterada demanda facilita la explicación de la decisión de Sánchez, aunque sea la que menos haya pesado en su ánimo: las urnas del 28 de mayo certifican que son mayoría los que apoyan a los Partidos que, hoy por hoy, son la oposición; demos, pues, la voz a la ciudadanía y que los españoles nos digan a quién prefieren. 

Como era de esperar, por aquello de que el adversario nunca tiene razón, Alberto Núñez Feijóo ya se ha quejado de que no se le haya hecho caso antes y de las fechas de la convocatoria. ¿Las quería antes o después?

Pero hay mucho más. La decisión puede y debe ser examinada desde otros ángulos. Por ejemplo:

  • Solapamiento de calendarios políticos. Los ganadores de las elecciones no lo han sido con la misma contundencia en todas partes. Hay muchos Ayuntamientos y Comunidades Autónomas en los que no ha habido mayorías absolutas. El gobierno de estos Ayuntamientos y sobre todo de algunas Comunidades, va a exigir pactos entre PP y Vox. ¿Cómo y cuándo van a materializarse? ¿Durante la campaña de las  generales? Si es así ¿les conviene al PP y a Vox presentarse cogidos de la mano ante los futuros votantes? ¿Cómo diferenciarse una semana después? Hay estatutos Autonómicos que podrían permitir aplazar la decisión de pactar o no y de cómo hacerlo hasta más allá del 23 de julio. Pero, incluso en este caso ¿qué hacer en el entretanto, disputarse el voto estatal con uñas y dientes o dejarse ver como socios inminentes? ¿Qué efecto puede tener en el votante una u otra alternativa? En todos estos casos, los afectados, PP y Vox, tendrán que tomar decisiones que no habrían sido tan apremiantes de haberse mantenido el calendario normal. Sánchez les ha creado un problema.
  • Reducción de engorros. Se acabaron las incómodas sesiones de control parlamentario; ya no habrá que oír más críticas, más insultos; adiós a las peticiones de adelantos electorales; si acaso habrá que escuchar comentarios sobre la desvergüenza del Presidente que convoca comicios en fechas que a la oposición no acaban de venirle del todo bien. Cosas que pasan: desde la bancada de enfrente, todas las decisiones que tome el Gobierno, éste o el que le suceda, o son erróneas o son nefastas.
  • Manos libres en la relación con sus molestos socios ("molestas" en su monótona terminología), quiero decir socias de Gobierno: el dúo Montelarra y sus palmeras saben que ha empezado un tiempo nuevo y que el Presidente podría en cualquier momento mandarlas a su casa porque tan Gobierno en funciones sería el actual como otro en el que ellas no estuvieran. Tengo verdadera curiosidad por ver qué hará el Presidente. Si decide cesarlas, que no esperen mis lágrimas.
  • Recuperar la iniciativa. Pedro Sánchez, que empezó bien y terminó mal la campaña electoral, habría podido estar contra las cuerdas: semana a semana tenía ante sí el rosario de tomas de posesión, de celebraciones, de noticias positivas para PP/Vox y negativas para él. El adelanto electoral trastoca el calendario: ahora lo importante es saber quién gobernará España los próximos cuatro años. En resumen: menos sinsabores y alguna que otra posibilidad de volver a ganar, por lejana que sea. La convocatoria  adelantada es un órdago y los órdagos se ganan o se pierden, y eso sólo se sabe cuando se levantan las cartas, es decir, cuando termina el recuento de los votos.
  • La decisión tomada el 29 de mayo es de carácter estratégico: se trata de volver a ganar o de perder lo menos posibles. La tortura que le esperaba a Sánchez con la oposición cercándole a diario y las socias de su Gobierno protestando por lo poco que arriesga o por lo mucho que las incomoda, insultándolo a las mismas puertas del Consejo de Ministros, se antojaba insufrible. Esperar era, pues, la peor opción.

Cuestiones a tener en cuenta 

Las elecciones van a celebrarse veintitrés días después de que España acceda a la presidencia semestral de la Unión Europea. No es lo que a Sánchez, que tan bien se mueve en el escenario comunitario, más le hubiera gustado. Si, como avanzan las encuestas, perdiera las elecciones, tendría que ceder su puesto, presumiblemente, a Núñez Feijóo. Inevitable aunque no tan dramático: ambos, Sánchez y Feijóo tendrían que solapar el traspaso de poderes en ambos planos; es decir, tendrían que trabajar juntos ellos o sus equipos. No veo en qué podría perjudicar esa colaboración a los españoles.

  • La premura del calendario obliga a las formaciones a la izquierda del Partido Socialista (me resisto a perderme en la sopa de siglas) a conseguir unirse o a suicidarse en pandilla. Así que menos hablar de unidad y pónganse a trabajar, si quieren salir guapas en la foto del 23 de julio. Hasta el más profesor de todos los profesores, don Pablo Iglesias, ha insistido sobre el particular y recomienda, ¡qué cosas hay que oír!, humildad a sus chicas. Él que hace bien poco ponía a Yolanda Díaz de chupa de dómine y le auguraba la catástrofe si no rendía pleitesía a Unidas Podemos. Ahora, abiertas las urnas, las cosas ya no están tan claras.
  • 23 de julio: segunda quincena del segundo mes más vacacional del año. ¿Playa o voto? Incomodidad para muchos, necesidad absoluta de que el voto por correo no sea fuente de polémica, conjeturas sobre a quién perjudica más votar en vacaciones. ¡Pamplinas! Seamos adultos. Se ha votado, se vota y se votará en cualquier época del año y hacerlo es cumplir con la primera de las obligaciones del ciudadano que tiene la fortuna de vivir en una sociedad regida por los principios de la democracia representativa. Y no perdamos el tiempo en atribuir resultados que aún no se han dado a la distinta influencia del factor vacaciones en los electorados de los contendientes.

Una se va y otra vuelve

Para que nada falte en esta semana repleta de acontecimientos, hemos asistido a la despedida de una política y al retorno de otra.

  • Inés Arrimadas deja la política. Otro día retomaré el asunto. Hoy permítanme que le desee lo mejor que la vida pueda concederle ahora que elige dejarnos. Fue la pagana de decisiones erróneas que otros tomaron por ella. Lo siento por ella. Merecía mejor suerte.
  • Macarena Olona, por el contrario, vuelve. No era, o no quería ser, flor de un día. Cuando menos, ella está convencida de que su tiempo apenas ha comenzado. Me sorprende oírla decir sin pestañear que coincide con Podemos en reclamar referéndum sobre Monarquía o República. Espero que "Caminando Juntos", su nuevo Partido tenga algo más que ofrecer. El tiempo nos lo dirá.

En resumen

  • Estamos donde estamos, en precampaña permanente a la espera de unas elecciones que, ojalá me equivoque, van a venir precedidas de una campaña más bronca, más agresiva, más polarizada que nunca. Peor para todos.
  • ¿Por qué no empezamos por asumir que la alternancia es uno de los pilares básicos de la democracia? Digo esto referido por igual al resultado de los comicios del 28 de mayo y a lo que pueda ocurrir el 23 de julio. Ganan unos, enhorabuena, y pierden otros, qué le vamos a hacer. Y que sea por muchos años ¿O ya nos hemos olvidado de cuando no teníamos la posibilidad de elegir?
  • Cuando al término de un almuerzo, delante de unas cervezas, o en charla de amigos salgan a relucir cuestiones políticas, recuerden todos que la izquierda y la derecha vienen de la noche de los tiempos y seguirán existiendo contra viento y marea. Si la mitad de España piensa una cosa y la otra mitad otra diferente ¿Por qué hay que satanizar al otro? ¿No sería mejor dar por supuesto que el que ve el país con otros ojos también está convencido de que su creencia es la mejor vía para acabar con problemas que todos, ellos y nosotros, sabemos que existen?

Dejo para otra ocasión examinar más a fondo varios fenómenos ocurridos el 28 de mayo: 

  • La distinta suerte que corrieron dos formaciones independentistas, ambas dentro de lo que se ha venido llamando "la mayoría de la investidura". El ascenso de Bildu a costa del PNV y la pérdida de influencia de ERC a favor de los seguidores de El Gran Fugado.
  • La penosa noche triste de Ciudadanos y la sorprendente (o no tanto) debacle de las epígonas de don Pablo Iglesias.

Tiempo tendremos porque, de momento, no barrunto nuevas sorpresas sanchistas, aunque nunca se sabe cuando hablamos de un prestidigitador con probada capacidad de resistencia.



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