No es justo
¿Qué he hecho yo para merecer esto?
Tengo una edad, 83 años, que desde que era joven daba por supuesto que, de llegar a ella, podría disfrutar de un relajado descanso, justa compensación por lo que hice cuando mis años me lo permitieron.
Sin embargo, hasta la modestísima tarea de redactar cuatro o cinco folios sobre algún asunto que se me ocurra pertinente para compartir, se está convirtiendo en una ocupación amarga, inquietante, perturbadora. No me refiero al efecto que pueda causar en mis lectores, sino en mi ánimo.
Cada día, no importa qué diario consulte, quién me interpele desde la pantalla, me parece que tratan de convencerme de que hay una banda de desalmados colonizando las instituciones de las que tan orgullosos nos sentíamos cuando las sacamos de la nada, entre todos. El signo político de los desalmados cambia con sorprendente facilidad, apenas acudes a una u otra fuente e información.
Hasta esa misma aventura de sacar a España del agujero en que estaba, ahora hay quien la reinterpreta en clave revisionista y arroja las peores sospechas sobre lo que de verdad hicimos, hace ya caso medio siglo.
Es una nueva epidemia
Más o menos la mitad de mis compatriotas creen que LA CULPA (en mayúsculas porque abarca cualquier aspecto de la vida) la tienen Pedro Sanchez y sus cómplices. Aproximadamente la otra mitad de los españoles culpan de lo que ocurre al ansia de poder de los que hora están en la oposición. Cada día que pasa, los unos y los otros están más convencidos de lo que les han ido contando.
En medio de este pandemonio, estoy yo, y ustedes y algunos más que de vez en cuando nos hacemos preguntas, y en días, en tardes como ésta me da por pensar que quién me manda a mí preocuparme por las peripecias del heroico Puigdemont, o por tratar de clasificar a los sinvergüenzas en función del calibre más o menos grueso de sus desmanes, o intentar dilucidar qué es menos acorde con la Constitución, si la Ley de Amnistía como asegura el informe mayoritario de los vocales del CGPJ o seguir sentado en el sillón cinco años más allá de lo que establece la misma Constitución.
Y pienso, no sé ustedes, qué es lo peor, si que sigamos descubriendo que no cesa el chorreo de golfos descubiertos con las manos en la masa, o que quienes tendrían que estar trabajando a destajo para evitar que pasaran estas cosas, en realidad estén gastando todas sus energías en denigrar al contrincante.
Hace tiempo que se nos han terminado los adjetivos descalificativos aplicables a nuestros representantes. Un matrimonio amigo me comentaba entre estupefacto y escandalizado el espectáculo de asistir en directo a un pleno del Parlamento. No sólo por tener que escuchar las groserías en las que se regodeaban los oradores, sino por el nulo interés que el discurso despertaba ente sus señorías, ocupados en sus cosas. Oyéndoles se me ocurrió que si el español medio acudiera de vez en cuando a oír a sus parlamentarios, acaso lo que viera y oyera influyera en el sentido de su voto.
Miguel Ángel Rodríguez, jefe de Gabinete Isabel Días Ayuso, antiguo Secretario de Estado de Comunicación con Aznar, no solo admite que ha difundido un bulo sobre colegas periodistas sino que amenaza a ciertos medios con "triturarlos". Reconocerlo no me suena a arrepentimiento sino a sentimiento de impunidad.
Cito este asunto como ejemplo de lo que está llegando a ser la política española. Ayer, viernes, dos políticos sobradamente conocidos, cada uno de una tendencia opuesta a la otra, reconocían que hemos llegado a un punto en que es necesario que ambos, PSOE y PP den marcha atrás.
Resultaba asombroso oírlo; dos viceprebostes uno de izquierdas y otro de derechas confesaban que había que reducir la bronca. Faltaba la guinda. A renglón seguido dos reporteros ponían el micrófono ante sendos parlamentarios de los Partidos citados y les preguntaban su opinión sobre lo que habían dicho sus compañeros: unanimidad absoluta; palabra arriba o abajo, ambos opinaban que "el compañero tiene toda la razón: ahora a esperar a que ellos den ejemplo, que fueron los que empezaron".
¡Falta tanta mano de obra…!
Así que entre lo de M.A.R., las respectivas cacerías sobre el novio de la Ayuso y la mujer de Sánchez, los tejemanejes de ex porteros de clubs de alterne o registros en el domicilio de Rubailes, teniendo en cuenta que en las sesiones de control nadie pregunta a nadie qué medidas se han tomado para paliar la sequía en levante español, qué hay del Plan Hidrológico, en qué se ha invertido el caudal europeo que nos llegó tras la pandemia, me pregunto si no habrá llegado el momento de sugerirle a nuestros parlamentarios, a la plana mayor de los Partidos y a cuanto gurú se pasa el día tratando en encalabrinar a la ciudadanía, que echen una mano en el campo, en la construcción o en la hostelería que parece que están encontrándose con serios problemas para hacerse con la mano de obra adecuada.
Y todo este ruido ¿a santo de qué?
Cualquier politólogo titulado podría escribir un ensayo sobe el caso español. Visto desde la paticorta atalaya de un bloggero octogenario, veo dos aspectos, creo que ciertos y suficientes para explicar la actual coyuntura:
1ª: El asombroso caso de las vidas paralelas de los dos grandes Partidos: el Secretario General del PSOE supedita cualquier cosa a lograr la ayuda de quien sea necesario para mantener sus posaderas en íntimo contacto con la poltrona presidencial.
En justa correspondencia, Don Alberto Núñez Feijoo patrocinará cualquier maniobra, sea en A Pobla do Caramiñal o en Bruselas que haga tambalear la susodicha poltrona.
El resto es retórica.
2ª Las formaciones menores, del PNV a Teruel Existe, han aprendido que el valor de un escaño depende de su utilidad para alquilarlo a quién dé más por él.
Es increíble que PP y PSOE no hayan caído en la cuenta que una reunión, una sola, entre ambos podría poner la cosas al revés.