Una pelea entre abuelos
El Imperio es así
Gente pintoresca los norteamericanos. Usos y costumbres extraños que, por la fuerza de los hechos, que viene a ser la fuerza de la fuerza, va contagiándose a todas las provincias del imperio. Cuando lo de Roma, fue igual y me temo que cuando en las tierras de España no se ponía el sol, lo mismo.
Pintorescos, como decía. Por ejemplo, eligen Presidente una vez cada cuatro años, contra viento y marea y a fecha fija; el primer martes, después del primer lunes de noviembre. Esta vez, este año, el 5 de noviembre. Hasta aquí, todo normal. Puede hacerse de otra forma, pero ésta es tan buena como otra cualquiera y mejor que muchas.
Hablo de estas cosas, y de otras que iré exponiendo, porque desde mi punto de vista, para ustedes, para mí, para cualquiera de los habitantes de las provincias del Imperio, podría resultar más importante en su vida real, quién acabe siendo el Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, para por ejemplo, poder vender una parte de su cosecha de aceitunas, que cuál sea el Alcalde de su pueblo.
No se trata sólo de nosotros, no: el devenir de la guerra de Ucrania, las relaciones, por llamarlas de alguna manera, entre judíos y palestinos, el precio del gas, nuestras exportaciones de productos agrarios o de los derivados del cerdo pueden depender de quién acabe en el tópico "Despacho Oval".
Pero, fíjense:
- El último año de cualquier mandato presidencial, se dedica a la campaña electoral; incluso cuando se trata del segundo y último mandato. ¡La cuarta parte del mandato! Las decisiones que se toman por el Presidente durante la campaña, ya sean de orden interno o internacional, necesariamente se toman con un ojo puesto en lo que haya de pasar ese decisivo "primer martes después del…". Eso implica la no necesaria relación entre la política prometida por el Presidente y la que acaba llevándose a cabo.
- "El Supermartes", que, por cierto ha sido el de esta semana. Hito tan trascendental en el imaginario popular USA como "El Día De La Marmota" o más. Entender el sistema electoral norteamericano no es tan sencillo. Un auténtico galimatías: por un lado, la mayor parte de las normas electorales no son federales sino estatales. O sea que bien pudiera ser que las reglas de Carolina del Norte no fueran las mismas que las de Carolina del Sur. Por otro, hay además margen para que los propios Partidos establezcan también sus reglas. Así que en tal Estado, funcionan los caucus como asamblea del Partido en la que se admiten a no afiliados, en otros como un tea party, y en un tercero como asambleas al modo tradicional. Y estamos en la fase previa en la que cada Partido elige delegados que decidirán… Lo dejo aquí, porque no es mi intención convertirlos en expertos en el sistema electoral gringo. En esta ocasión, como estaba previsto, el supermartes ha dejado en la carrera a sólo dos atletas: Biden y Trump
- Luego está el espinoso asunto de la mentalidad de los lectores. (Hablo de la mentalidad, no de la ideología) Lo que podemos considerar valores medios consolidados en el elector estadounidense. Todos recordarán que a Bill Clinton a punto estuvieron de mandarlo a su casa por el asunto de Monika Lewinsky; un asunto espeso, procaz, de pésimo gusto, estrictamente privado que, curiosamente ni siquiera acabó con el matrimonio de los Clinton. Ahora, hoy, en cambio, es más que posible, seguro diría yo, que una inmensa masa de los votantes de Donald Trump no le hagan el menor reproche por sus problemas judiciales, que afectan a su relación con el fisco, con agentes de potencias extranjeras y hasta bordean el intento de golpe de Estado.
- Y es que, inmigrantes de primera o tercera generación al margen, los norteamericanos vienen de donde vienen y llevan con ellos los valores que traían en la mochila "Los Padres Fundadores" cuando desembarcaron del May Flower, una caterva de puritanos fundamentalistas expulsados de Inglaterra por fanáticos e intolerantes. Y, por otra parte, ni Manhattan es Nueva York, ni Nueva York es USA. Hay una América profunda, como hay una España profunda, y, supongo, una Turquía profunda, (en San Marino o Luxemburgo, resulta más difícil) guardianas todas ellas de las tradiciones, de los valores históricos, que opera como recordatorio y como freno.
La gran cita de noviembre: dos abuelos frente a frente
Creo que fue en tiempos del Presidente Gerald Ford, cuando se hizo popular aquello de que "la prueba de que en los Estados Unidos cualquiera puede ser Presidente, la tenemos en su Presidente". En USA, país de contrastes, se puede pasar de unas elecciones entre los dos candidatos más jóvenes de la Historia (de su historia, se entiende), la del año 1960 entre Richard Nixon (47 años) y John F. Kenneddy (43), a otras, las de este año entre los dos púgiles más ancianos. Joe Biden, que "defiende el título", con 82 años y Donald Trump, que intenta recuperarlo, con 78. Que a simple vista la diferencia parezca ser mayor, no modifica lo esencial: casi medio siglo más tarde, sigue siendo cierto que cualquiera puede aspirar a la Presidencia.
Las próximas elecciones, sin embargo, reúnen características más importantes que la edad de lo candidatos.
- La primera y más llamativa, es el alto número de votantes que en cada uno de los dos Partidos, no les gusta su candidato. El ala moderada del Partido Republicano abomina de Donald Trump, de su aventurerismo, de los riesgos que lleva aparejada su visión de las relaciones internacionales, de su tendencia al aislacionismo, de sus poco recomendables amistades internacionales, de su nada edificante historial judicial. Tampoco Joe Biden entusiasma a los demócratas: a sus cuestionables condiciones físicas y hasta mentales (sus llamativas y frecuentes equivocaciones), sus vacilaciones, la distancia enorme entre su programa y lo que ha puesto en práctica, y, ya en los últimos tiempos, el asombroso acercamiento real a los postulados de Trump en materia migratoria, lo que ha llevado a su rival a extremar más aún su programa electoral. Lo que no quiere decir que estos descontentos de uno y otro signo vayan, al final, a votar por el candidato del otro Partido.
- Uno de los aspirantes, Donald Trump, empresario de éxitos y fracasos sonados, es, sin duda, un líder; es decir, alguien capaz de arrastrar a las masas tras de sí, diga lo que diga y haga lo que haga. Esa condición no equivale a ser portador de una teoría política estructurada, racional, coherente; nada de eso, ser líder es, simplemente contar con un don que encadena a su peripecia a una gran cantidad de seres humanos, dispuestos a creer en él por encima de la evidencia de las pruebas que hagan de él un sujeto poco recomendable. (Hannah Arendt estudia en profundidad el fenómeno en "Los orígenes del totalitarismo"). Los seguidores de Trump tienen fe ciega en él y contra eso no hay razón que valga. Inauguró un modo nuevo de gobernar, vía twiter; simultaneó los negocios inobiliarios, la política y la organización concursos de belleza y despreció la verdad. The New York Times, publicó un editorial cuando, según el periódico, su cuenta de twiter alcanzó las 1.000 mentiras: su popularidad se mantuvo inalterada.
- El otro, Joe Biden, en las antípodas, es un hombre nacido y desarrollado en el mundo de la política. Un producto típico del establishment. Tiene el aspecto de un probo funcionario, entre jefe de negociado del Catastro y subdirector de infraestructuras del Ministerio de Asuntos Varios. Sin embargo, pese a su carencia de atractivo, su currículo (búsquenlo si les pica la curiosidad) es largo, denso y polifacético y, en honor a la verdad, sus ideas eran bastante lógicas dentro de lo que se espera del centro del Partido Demócrata. Lástima. muy pocas se han convertido en realidades. En clamoroso contraste, algunos episodios de su vida privada dinamitan esa plácida estampa de abuelete bondadoso y ya un poco gagá: hasta ocho mujeres, han acusado a Biden de manoseos inapropiados. De hecho, en pleno auge del movimiento Me Too, quizás para curarse en salud, Joe Biden publicó un video en el que decía que entendía que su historial no era algo apropiado pero que había aprendido y que los tiempos han cambiado.
No son el único ejemplo, luego citaré el caso español, pero tengo para mí que esas zonas de desafección, podrían llegar a ser un caladero de votos para el otro competidor. Quiero decir que allá por noviembre muchos estadounidenses estarán planteándose votar contra Trump, es decir, hacerlo por Biden, porque les disgusta menos. Como ocurrirá lo mismo en el caso contrario, espero que no me pidan un anticipo de cuál será el saldo final.
¿El ejemplo español? Pedro Sánchez y Vox.
P.D. Permítame terminar con cuatro noticias dispares, con su punto de sano surrealismo, cazadas al azar el mismo día en cuatro diarios españoles de tirada nacional. Buen fin de semana.
- Los jueces también quieren insultar en internet, pero a ellos les puede salir mucho más caro (El Confidencial 5–3)
- ¿1.900 dólares por tener sexo en un avión? El auge, los riesgos y el negocio de copular en las alturas (El País 5-3)
- Un sanitario fallece tras recibir una patada en los testículos en un hospital de Madrid: "Nunca le atendió un médico". (El Mundo 5-3)
- La parroquia católica de Gaza deja de celebrar la misa de tarde para ahorrar hostias (El Debate, 5-3-24)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta aquí lo que desees