lunes, 26 de septiembre de 2016

La prodigiosa máquina de perder votos

Hubo un tiempo en el que nada era fácil.

España vivía los estertores de una época en la que la disidencia, en el mejor de los casos, se castigaba con la pérdida de la libertad. Pese a todo, gentes curtidas en la clandestinidad, con años de cárcel a sus espaldas, rodeados del aura que proporciona el riesgo constante, intentaban monopolizar la oposición de izquierdas al Régimen. Eran las gentes del Partido Comunista.

También fuera del sistema había un cierto galimatías de siglas que de una u otra manera portaban las banderas del socialismo. Tal vez sólo tuvieran en común la idea de que la España que había de llegar iba a necesitar un Partido Socialista (uno, no nueve) fuerte, unido, disciplinado, hermano de las grandes formaciones de la Internacional Socialista.

Y hubo una generación entusiasta, clarividente y disciplinada que lo consiguió: liquidó los restos del sector histórico anclado en un pasado irrepetible; aglutinó sopas de siglas bajo las históricas y más bien que mal, borrada la Dictadura del mapa, llegó a la primera cita con las urnas de la que salió como la segunda fuerza política española y, desde luego, como la cabeza visible de la izquierda y, por el momento, de la Oposición.

No siempre acertaron.

Ni ellos, ni nadie, pero fueron una de las claves que dieron a luz la Constitución que más ha durado en nuestra tierra. No era su Constitución, ni la de nadie: era la de todos. Tuvieron que dedicar horas, días, semanas a negociar con gentes a las que poca o ninguna simpatía procesaban, pero entraron en la Historia pensando primero en España y luego en el Partido. No recuerdo que pensaran en ellos.

Y siguieron adelante.

Gobernaron España, según algunos con acierto, según otros, traicionando sus principios. Pero seguían siendo el Poder o su alternativa. Volvieron a ser oposición, y otro día sus sucesores volvieron al Gobierno. En estas andaban cuando una crisis mundial, aún hoy insuficientemente explicada, se los llevó por delante.

No fue España una excepción. Las mismas fuerzas que desencadenaron el cataclismo se alzaron con el santo y la peana y, con algunos matices a uno y otro lado del Atlántico, se dedicaron a convencernos de que ganábamos demasiado, teníamos demasiados médicos, demasiados maestros, demasiados derechos y demasiado bienestar. Durante años acumularon tal poder que nadie parecía poder oponérseles

Luego, el panorama cambió.

Grupos airados, indignados por tanto abuso, tanta corrupción, tanta desfachatez, primero tomaron las calles y más tarde  se medio organizaron al modo y manera de los Partidos a los habían declarado dignos de los museos de la Política. Nació también algún otro Partido semejante al que estaba en el Poder, pero con el ánimo de hacer de la honradez bandera.

Mientras tanto, en un escenario favorable (la calle bramando contra la gran formación de la derecha, los secesionismos periféricos envalentonados por la abulia crónica del mascarón de proa del Gobierno, la nueva izquierda bullente pero sin organización) el viejo Partido Socialista entró en bucle.

Dijérase que el candidato socialista estaba de surte. No tiene delante al hombre que pilotó la Transición, ni al correoso tercer figurante de las Azores, sino al más romo, menos carismático y más agobiado por escándalos diarios de corrupción que pueda imaginarse. No encandila ni a los suyos, pero le sobran recursos para sacar muchos más votos que su contrincante. 

Pese a todo, se puso muy contento porque entre los conservadores y él, no había nadie. Un líder manifiestamente incapaz de articular un discurso político coherente capaz de arrastrar a los descontentos y de contener a los activistas que tenía enfrente, perdió unas elecciones que, no obstante aún le dejaban mucho margen para la acción inteligente a largo plazo.

Obsesionado por llegar al Poder, perdió la oportunidad de vender carísima su abstención, dejar sentadas las basas del futuro a medio plazo y ejercer una oposición implacable. Perdió la ocasión de ser un estadista a cambio de no lograr, tampoco, ser Preboste. Su posición hubo días que tuvo ribetes hirientes, como cuando alguien anunció qué Ministerios exigiría para darle su apoyo.

Y llegaron peores tiempos.

El nuevo líder se precia ahora de no hablar con quien cada vez que hay elecciones se le aleja más. Repite una y otra vez ¡"No, es no"! ¡"Tenemos que unir las fuerzas del cambio"! y poco más. Su programa es cada vez más magro: ya parece que sólo tiene un punto, a saber: que no gobierne el Partido que una y otra vez lo deja en la cuneta.

Éramos pocos y parió la abuela. Dos nuevos procesos electorales, dos más, y la máquina de perder votos ve cómo en el País Vasco pierde 7 de 16 escaños, mientras en Galicia su oponente en la izquierda le sobrepasa en votos y escaños ¿Se puede hacer peor? Sí, por supuesto que sí. Todo depende de lo que ronde por las entendederas del Líder. El más somero ejercicio de autocrítica, le llevaría a la dimisión, pero no hay rastro de tal evento.

De lo que se trata ahora no es de pensar en España, ni siquiera ya en echar al Presidente del Gobierno de la Moncloa a costa, si preciso fuere de pactar con Satanás, sino de manejar los entresijos reglamentarios y estatutarios del Partido para acallar la disidencia interna y continuar arrastrándose hasta quién sabe cuándo, terceras, cuartas, quintas elecciones, porque "no, es no".

Ya está bien.

España necesita, sigue necesitando un gran Partido Socialista, capaz, cuando los ciudadanos le otorguen su confianza, de reducir las enormes brechas creadas en estos últimos años.

España necesita una fuerza de izquierdas que defienda sin complejos la soberanía nacional, y, llegado el caso, que sea capaz de afrontar los imprescindibles cambios de una extraordinaria Constitución, que, pese a todo, no es eterna.

España necesita un Partido respetable y respetado, dispuesto no sólo a la confrontación, sino, también al diálogo, en el que quepa, cómo no, antes que nada el imprescindible debate interno.

Y aunque sólo sea una opinión, creo que quien impida todo esto, debe prestar su último servicio al Partido Socialista Obrero Español: DEBE MARCHARSE A SU CASA.




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