Se acaba el año (por fin)
Hace un año menos dos días.
En la mañana del 1 de enero del 2016, durante el Concierto de Año Nuevo, mientras oía la consabida interpretación del vals de los vales, pensaba en las contradicciones del tiempo en el que se escribió el Danubio Azul, fin de una época pretendidamente amable que preludiaba las convulsiones de las dos grandes conflagraciones que diezmaron la juventud del mundo.
Pasé de ahí a tratar de imaginar qué nos esperaba en el año recién estrenado. España estaba en el primero de los períodos de incertidumbre que nos habían traído las elecciones de diciembre. En Estados Unidos Obama terminaba mandato y empezaba a barruntarse un período electoral convulso. Los británicos amenazaban con acudir a las urnas para decidir cuánto de europeos querían considerarse y para qué. El ventisquero de Oriente Medio era cualquier cosa menos comprensible. Los desgraciados que huían del hambre, la guerra y la muerte seguían muriendo a miles en el Mediterráneo. Venezuela languidecía bajo el mandato de un histrión. etc., etc.
Ahora, trescientos sesenta y tres días después tengo que confesar que mi pesimismo de aquella mañana se quedó a bastantes leguas de lo que este puñetero 2016 nos ha traído.
Un mundo terrible.
Tal parece que ha sido el año en el que no uno sino muchos fantasmas han recorrido el mundo y amenazan con adueñarse de él. Xenofobia, nacionalismo, racismo, intolerancia, fanatismo, violencia, guerra, hambre y muerte cercan a la razón, a los viejos valores cada vez más desacreditados, y dan la impresión de estar enseñoreando todos los ámbitos de nuestra existencia.
Europa se olvida de los millones de refugiados que lanzó al resto del mundo cuando éramos nosotros los que huíamos de la guerra y de la muerte. Tanto, que patrocina acuerdos miserables, tratando de exportar el problema de los refugiados pagando a terceros para que se hagan cargo de la solución.
Todos sabemos que si los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad -los cinco grandes exportadores de armas- se lo propusieran, la mayoría de las guerras terminarían por consunción en cortos espacios de tiempo. Como sabemos que la emigración del hambre se cura invirtiendo en los territorios pobres. Pero preferimos teorizar sobre las monsergas de la globalización y trampas semejantes.
Se nos vende LA CRISIS como la gran responsable, pero se se pasa de puntilla sobre los causantes de la crisis que son, al mismo tiempo, sus grandes beneficiarios y los amos de los Gobiernos que legislan y decretan a su única conveniencia.
Sí, es cierto, la crisis es la responsable de que gobiernen demagogos sin escrúpulos de un signo y del contrario (Maduro y Trump son la cara y la cruz de una misma maldita moneda), como seguramente lo es de que tres máximos responsables seguidos del Fondo Monetario Internacional, hayan terminado por tener serios problemas con la justicia, por más que el propio organismo los disculpe y los arrope. Lógico, si se tiene en cuenta cuál es le verdadero papel de tan oscura institución y quién la financia.
Hoy es sencillo teorizar sobre las causas profundas del triunfo de un sujeto como Donald Trump. Poco podíamos hacer gentes como los lectores de este blog o quien lo escribe, pero ¿qué hicieron para evitarlo los que siempre se ha dicho que mandan en los Estados Unidos de Norteamérica? ¿Seguro que están desolados? Al fin y al cabo se les viene encima un Gobierno formado por empresarios multimillonarios de inequívoca ideología. ¿No es la mas genuina representación del sueño americano?
Y, sí, supongo que también la crisis es la responsable del ¿inesperado? resultado del referéndum británico, o del italiano, o del auge de los partidos que hasta hace poco tiempo eran extraparlamentarios.
2016 ha visto, por otra parte, cómo mientras el Estado Islámico perdía día a día partes crecientes del territorio bajo su dominio, mantenía intacta su capacidad de aterrorizar a una sociedad occidental vulnerable ante un nuevo modo de hacer la guerra: el terrorismo a cargo de semejantes nuestros (¡Sí, semejantes nuestros!) capaces de hacerse saltar por los aires si con ello se llevaban por delante a unas docenas de infieles. Como hace mil años.
En cuanto a España...
Tenemos nuestra propia versión del desbarajuste y la sinrazón. Nuestra insultadísima clase política (¿alguien ha caído en la cuenta que son compatriotas que están ahí porque los hemos elegido nosotros y porque otros miles de ciudadanos mejor preparados prefieren criticar a ocuparse de solventar los problemas que tanto dicen preocuparles?) ha dado media docena de pasos más en el camino del descrédito.
El Partido Socialista, por poco que les guste a muchos, es una de las piezas clave en el equilibrio de nuestro sistema político. Se diría que en estos últimos meses es el propio Partido quien lo ha olvidado, y el día que no se pega un tiro en el pie amenaza con saltar por la ventana. Durante buena parte de este año nefasto estuvo en manos de alguien mejor dotado para frases redondas ("No es no") que para la verdadera acción política. Lo hizo tan rematadamente mal, que dio origen a una conjura palaciega de muy mal estilo y acabó como el Gallo de Morón. El Partido ha perdido dos Elecciones seguidas con sangrías crecientes de votos y bastante tiene con lograr tiempo para recomponerse. Por fortuna, el mayor riesgo, acabar fagocitado por Podemos, se ha podido evitar.
En cuanto a estos últimos, han entrado en una fase digna de estudio. Los Profesores que lo dirigen han caído en uno de los grandes vicios de la izquierda: las luchas intestinas por el Poder tiempo antes de hacerse con él. Su máximo dirigente, el que unos días era antisistema y otros socialdemócrata, ha tomado la bandera de "los parias de la tierra" y parece estar dispuesto a prescindir de la clase media (o decidido a suprimirla, que eso no está del todo claro)
Allá él, pero supongo que un politólogo acreditado como se dice que es, sabe que en una sociedad como la española, o cualquiera otra europea, si se prescinde de la clase media, sólo se llega al poder a través de la Revolución (sí, con mayúscula), o sea que no se llega.
Su segundo en el mando habla de transversalidad. Se ve que el viejo término, "interclasismo" le da grima. Lo que dice parece más lógico, pero lo cierto es que manda menos que su jefe, o sea que igual acaba pronto en el PSOE, del mismo modo que un tal Jorge Verstringe, de salto en salto ha terminado a la vera del Sr. Iglesias. ¡Ah si Don Manuel Fraga levantara la cabeza!
Sin embargo, hay ciertas banderas, la creciente brecha entre ricos y pobres, la falta de contundencia con los innumerables casos de corrupción, que nadie parece dispuesto a discutirles, lo que deja el camino libre para la demagogia.
¿Ciudadanos? Ahora que la necesidad obliga al PP a hablar y acordar cosas con el PSOE es posible que se le vaya acortando el recorrido. Empezó como adalid del constitucionalismo en Cataluña y martillo en materia de corrupción, dos grandes banderas, por otra parte, pero o se replantea su andadura o no habría que descartar que su final se pareciera al de aquél Partido, ¿cómo se llamaba? que lideraba una tal Rosa Díez
El Presidente, mientras tanto, parece feliz y bienaventurado al verificar que su tendencia a esperar que el paso del tiempo resuelva los problemas está dando algunos resultados.
Creo que es un espejismo. Rajoy está obligado a pactar, lo hará y no tiene por qué pensarse que lo hará mal del todo ahora que ya no tiene mayorías confortables que le sirvan de colchón.
Preferirá al PSOE como interlocutor, porque Ciudadanos como no se va a aliar con Podemos acabará sumándose a los pactos, y porque Iglesias jamás firmará nada, aunque se trate, como ya ha pasado, de mejorar las perspectivas de los necesitados en materia energética. Cualquier cosa a que le tomen por uno más de "la casta". ¿Firmar? Mejor encabezar una manifestación para clamar contra lo que acabarán consiguiendo otros.
Hay, no obstante, algunos puntos en los que el paso del tiempo no sólo no van a ayudar al Presidente sino que puede hacer insolubles problemas que están ahí desde hace demasiado tiempo. La reforma constitucional, por ejemplo, o la de la Administración de la Justicia, o la de la Seguridad Social. Un inciso: a un pensionista con pensión máxima, le subirán sus ingresos 5 € al mes, a uno con pensión mínima, menos de 1'5 €. Ésa es la versión Popular del mantenimiento de las pensiones.
Y, sobre todos estos puntos, lo que no va arreglar la abulia es el problema del secesionismo catalán. No hay más que ver cualquier cadena de TV o leer cualquier periódico para comprobar que la dinámica actual sólo ha servido para convencer a la patulea de formaciones separatistas de que desconocer la legalidad sale gratis.
¿Les felicito o no el Año Nuevo?
Pues claro que sí, siempre que entiendan que no es más que la suma de una costumbre inveterada y mi tendencia, pese a todo, al optimismo. Pero, por favor, no se hagan demasiadas ilusiones.
Tal vez podría atreverme a pedir a mis lectores que cada uno de nosotros se comprometiera consigo mismo a que a lo largo de 2017 tomara un par de decisiones o tres, sencillas, nada espectaculares, que fueran en la dirección correcta (rechazar pagar un trabajo casero si no lleva IVA, mandar una queja por escrito a la Junta de Distrito, tomar alguna medida de ahorro energético, cosas así)
Porque ni podemos echar a Trump ni a Maduro, ni está en nuestra mano acabar con el terrorismo, ni seremos capaces de conseguir, siquiera, que sienten, de una vez al clan PUJOL al completo en el banquillo de los acusados.
ASÍ ES QUE, AMIGOS MÍOS, ¡¡FELIZ 201711!!
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