Una censura censurable.
Instalados en el esperpento.
Oigo y veo esta mañana a la Srª Cospedal criticando a Pedro Sánchez por su ocurrencia de presentar la moción de censura y no doy crédito a mis sentidos. La Secretaria General del PP, actuando como tal, por suerte, y no como titular del Ministerio de Defensa, acusa a su homólogo socialista nada menos que de traición a la Patria por su osadía de intentar una moción de censura contra su jefe por partida doble, el Sr. Rajoy.
¿Es que han perdido el juicio? Una cosa es hacer del sostenella y no enmendalla un arte de vivir y otra distinta caer en tal despropósito. Digo yo si no habría llegado el momento de que los que oficien de cerebros pensantes del Partido se encierren en cualquier cenobio y mediten sobre por qué han llegado a donde están, cuáles son sus propios errores, sus culpas y de qué modo podrían salir del agujero con el menor daño posible.
Parece que no es el caso: Don Mariano es magnífico, todos le debemos la vida, así que cuanto le pasa al PP es culpa de los que están más allá de sus muros: la oposición, que no para de oponerse, los jueces que no dejan de juzgar, la prensa que no hace otra cosa más que hablar mal de ellos, y me temo que, cuando llegue el momento, también serán culpables los votantes que les han dejado solos como a los de Tudela. Mal camino.
No todo lo que es legal es, además, acertado.
Dando por sentado que el Secretario General del Partido Socialista ha actuado dentro de la más estricta legalidad cuando inscribe su moción de censura en el Parlamento, soy de los convencidos de que se ha equivocado de medio a medio.
¿Por qué tanta prisa? ¿Y para qué? La cuestión, tal como yo la veo, no es si la moción va a tener votos suficientes para llevarlo o no a la Moncloa. Es más que posible que hubiera tenido los mismos hoy o dentro de una semana, porque en uno y otro caso serán los Estados Mayores de los Partidos los que decidan apoyarlo o no, y eso es difícil de cambiar por una conversación más o menos.
El meollo del asunto estriba en que antes o después, más bien pronto que tarde, seremos llamados a las urnas y ahí sí tiene importancia el modo en el que los votantes hayamos percibido las razones y las formas de Pedro Sánchez.
Decía el portavoz del PNV con un cierto tono condescendiente que “esas cosas se cocinan antes”. Tiene razón. Ni siquiera los barones del PSOE y la gran mayoría de sus Diputados sabían lo que estaba a punto de pasar.
Oigo las fuentes socialistas y hablan de que se trataba de evitar que Rajoy se les adelantara, disolviera el Parlamento y convocara elecciones. Y eso, precisamente, es lo que no entiendo. Ya sé que ni estoy ni estaré jamás en su lugar, pero de haberlo estado, yo lo habría hecho exactamente al contrario: habría conminado al Presidente del Gobierno a convocarnos a las urnas bajo la amenaza de la moción de censura.
Es más que probable que, conociendo al personaje, la petición no hubiera valido de nada, pero Sánchez habría estado, en ese caso, más que legitimado para mover su ficha y justificarse no sólo por el argumento “ético”, que habría seguido siendo válido, sino que, además, podría haber exhibido la cerrazón gubernamental a actuar de acuerdo con lo que la lógica política exige: si los Tribunales te niegan la credibilidad, ¿qué puedes esperar de la ciudadanía?
Oigo también que las bases del Partido están encantadas con la actuación de su Secretario General. Pues muy bien. Otra vez el Secretario General del PSOE parece incapaz de diferenciar entre su militancia y los eventuales votantes. ¿Está seguro de que estos últimos comparten su entusiasmo?
Por último, incluso el incómodo tema de las características de quienes podrían apoyar su propuesta, habría sido otro de haber seguido un calendario más pausado. De una parte, porque podría haberse presentado con algún que otro aliado confirmado; de otra, porque la teoría de que una cosa es pedir apoyos y otra aprovechar los que recibas sin pedirlos (y sin ofrecer nada a cambio) habría sido bastante más verosímil.
Siguiendo con este punto, es evidente, lo examinaremos a continuación, que el PSOE va ir al Pleno en el que se debatirá su moción, en malas, muy malas compañías. Todos los que se sientan en el Parlamento lo hacen por mandato popular, es cierto, pero estoy seguro que de haberle dado a elegir, Don Pedro habría preferido otro mariachi. ¡Qué le vamos a hacer! Habrá que concluir con que le pasa lo que le pasa por su mala cabeza. Veamos.
El previsible y anunciado voto del Sr. Iglesias.
Habrá quien piense que Podemos es “aliado objetivo” del PSOE. Yo no lo tengo tan claro. El Partido de los Profesores nació con la vocación de monopolizar la izquierda y eso pasa por descuartizar al PSOE. De hecho, como se recordará, no ha perdido ocasión de intentarlo.
No obstante, en esta ocasión harán las cosas de otra manera. El Profesor Iglesias se apresuró a garantizar su apoyo a la moción “sin pedir nada a cambio”.
No les creo, ni tengo por qué porque las pruebas de la sinceridad del personaje son más bien escasas, pero seguro que no habrán de caer en los groseros errores del pasado cuando se apresuraron a presentar en público su cuota de Ministros en el inminente “Gobierno del Cambio”, sin haberse tomado la molestia, siquiera, de comentarlo antes con quien habría de ser el Presidente del Gobierno (A quien, por cierto, dejaron luego en la estacada, con la peregrina razón de que no querían votar con Ciudadanos, así que el elegido fue, qué curioso, el Sr. Rajoy)
Lo que es de esperar es el apoyo a la moción acompañado por una constante y creciente presión para escuchar lo que hayan de exigir ciertos perdularios que dicen representar al pueblo catalán. Ellos, los Profesores, sí que son complacientes con el secesionismo. Tanto que su apoyo al PSOE puede terminar siendo “el abrazo del oso”.
Y, sin duda, al Sr. Iglesias, la Sentencia y la moción le llegan en el mejor de los momentos. ¿Quién va a seguir hablando de su mansión, con lo que se ha calentado, de golpe, la política nacional? Por cierto: que a él y a su pareja les hayan votado dos de cada tres militantes de los que decidieron participar no es para celebrarlo, porque hay otra manera de verlo: después de una consulta en la que nadie ha pedido el no, uno de cada tres militantes habría querido que dimitieran.
Otra vez la misma reflexión que ya hice hablando de Pedro Sánchez. Si uno de cada tres militantes habrían echado de sus cargos a la feliz pareja, quizás con el bienintencionado propósito de dejarles tiempo para disfrutar de su villa, ¿cuántos votantes ha perdido Podemos en la pintoresca operación inmobiliaria del líder y la lideresa?
Albert Rivera en el laberinto.
Por el contrario, a Albert Rivera le viene la moción en el peor momento. Él habría preferido que las cosas se hubieran desarrollado con más calma. Lo imagino haciendo su propia campaña exigiendo, presionando, llevando contra las cuerdas al Sr. Rajoy para que dimitiera y convocara elecciones.
De haber pasado así las cosas, habría llegado a las urnas en el mejor momento sin necesidad alguna de hablar de Gobiernos provisionales, Gobiernos de gestión o zarandajas semejantes. Nuevas elecciones, nuevo Gobierno, absorción masiva de cuadros populares “desencantados” con el nefasto modo de hacer las cosas del que hasta la víspera era el Partido de sus vidas, y Presidencia de Gobierno, con nadie a su derecha y una izquierda hecha añicos a su siniestra mano.
Pero no, ha tenido que venir el gracioso de turno a estropearle la fiesta. Su encrucijada es un tanto dramática: haga lo que haga, estará suministrando munición de grueso calibre a sus contrincantes en las previsibles próximas elecciones.
Si apoya la moción, desde su derecha le recordarán que ayudó a llevar a la “izquierda radical” a la Moncloa. (Como es de sobra conocido, para la derecha tradicional, toda izquierda es radical, por el mero hecho de no ser derecha ) Le recordarán que votó con el secesionismo catalán y con los abertzales vascos. ¿O creen que unos y otros van a dejar pasar la ocasión de votar contra Don Mariano?
Si no la apoya, ya sea votando en contra o absteniéndose, la izquierda le recordará algo que está fuera de toda duda: el paladín de la lucha contra la corrupción, el que blasonaba de que negaría al PP el pan y la sal si éste seguía cayendo en las tentaciones habituales, mantuvo al Presidente en su poltrona, pese a que los Tribunales le habían llamado mentiroso.
Pese a todo, el Sr. Rivera, como cabal heredero de la derecha parlamentaria, habrá de pasar un calvario menor, una vez se termine el recuento de los votos. La derecha de verdad, la de los votantes, se habrá pasado a Ciudadanos con armas y bagajes, como se pasó de Alianza Popular al PP. Lo cual, por otra parte, es absolutamente lógico.
Los votos secesionistas catalanes.
Estoy convencido de que Pedro Sánchez daría cualquier cosa con tal de no tener que contar con sus votos. Hasta es posible que prefiriera perder la votación que ganarla, si hubiera de hacerlo gracias a los votos del PdeCat y ERC (no pondría mi mano en el fuego, desde luego, pero lo creo). El pequeño problema es que nadie le va a dar a elegir.
También en este caso, le van a llover los palos como granizo y ya ha empezado el diluvio. Desde la derecha dirán alto y claro que Pedro Sánchez está dispuesto a llegar a la Moncloa aunque sea a costa de pactar con los enemigos jurados de la unidad de España.
De nada valdrá poner de manifiesto que no hay manera de impedir que alguien vote a tu favor por mal que te venga. Será inútil jurar que gobernarás solo, que no negociarás nada con nadie, porque no será creído, ni antes, ni durante, ni después del debate, sea cual sea su resultado.
Más aún: a partir de ahora, pase lo que pase, Sánchez será el perjuro que habría estado dispuesto a romper España en cien pedazos con tal de ser Presidente de Gobierno. La veda la ha levantado la Srª Cospedal.
Y luego está el día de después. Si Pedro Sánchez gana la moción, (recuerden que lo digo ahora, antes del debate), Los voceros del secesionismo y, lo que es más difícil de contrarrestar, los intoxicadores profesionales de las redes sociales, divulgarán mil y una infamias. Dirán que le apoyaron bajo promesas incumplidas y pretenderán cobrar por algo que nadie les vendió.
Pero ¿saben? fue Pedro Sánchez quien se metió en ese charco.
Mi resumen.
El Presidente de Gobierno, nunca debió haber dado lugar a que le sometieran a una moción de confianza. Aunque la gane, perderá.
El Candidato Sánchez, debió de haber puesto freno a sus prisas. Aunque gane, también perderá.
Y a poco sensibles que seamos, perderemos todos porque se avecina un debate bronco, plagado de insultos. Más que nunca, porque la materia prima del debate es pura basura.