lunes, 11 de junio de 2018

Chácharas de viejos

La teoría y la realidad.

Uno de los pilares básicos de la democracia representativa es la alternancia de los Partidos en el ejercicio del Poder.

¿Estamos de acuerdo en esto? ¿Seguro? Sigamos. Si eso es así, si la alternancia es consustancial con la democracia, el hecho de que un Partido suceda a otro en el Gobierno de la Nación debería ser valorado como un síntoma de la buena salud política del país.

¿Voy bien hasta ahora? No necesariamente. Para que las cosas sean como digo, falta una condición: que el relevo en el Gobierno se produzca de acuerdo con las previsiones constitucionales y no mediante un golpe de Estado.

Por descontado, hay una alternativa global a lo que estoy describiendo: el rechazo frontal de la democracia. Tengo la impresión de que no es la forma de pensar dominante entre mis conciudadanos, así es que seguiré escribiendo.

Como mis avisados lectores habrán ya sospechado, estoy a punto de hablar de la rasgada general de vestiduras que veo a mi alrededor desde que el Sr. Rajoy fuera desalojado de La Moncloa.

¿Podría pensarse que el procedimiento seguido por el ya nuevo Presidente del Gobierno ha sido o ha podido ser interpretado como una variante edulcorada de un golpe de Estado? No es una pregunta retórica: eso es lo que, por sorprendente que parezca, ha dicho -lo he oído- cierto Presidente de cierta Ciudad Autónoma cuyo acceso a esa Presidencia había ocurrido, sí que es curioso, después de una moción de censura presentada y ganada por su Partido.

Una somera lectura de los artículos 113 y 114 de la Constitución bastarían para sacarnos de dudas: el procedimiento seguido por D. Pedro Sánchez ha sido escrupulosamente constitucional. (Aprovecho la ocasión para recordar a mis lectores que los artículos citados no sólo forman parte del texto de nuestra Carta Magna sino que están tan vigentes como el 155, por ejemplo, o el 3 que es el que habla del español como lengua que todos tenemos el deber de conocer y el derecho a usar).

Más aún, la moción de censura no sólo es un procedimiento consagrado en la Constitución sino que, al margen de los resultados, ya se había ensayado en otras ocasiones. En 1980 lo utilizó el PSOE para apartar a Adolfo Suárez de la Presidencia del Gobierno, y en 1987 el Partido Popular para obligar a Felipe González a irse a su casa. 

Que en ambas ocasiones fracasaran los intentos, ni quita ni pone legalidad al procedimiento. De la misma manera que ni concurrir a las Elecciones garantiza el triunfo, ni la derrota es señal de nada, salvo de que no se tienen apoyos suficientes. Como en la moción de censura.

Las cosas que uno oye.

Viene todo esto a cuento de cosas que vengo oyendo en los últimos días, los pocos transcurridos desde la tan citada moción de censura.

Alguien del Partido que ha salido perjudicado del evento decía ante las cámaras de televisión que a Pedro Sánchez no lo habían elegido los ciudadanos sino “unos Diputados” (le faltó decir que encima no eran de su Partido). 

No, no es lo mismo ganar unas Elecciones Generales que una moción de censura. Pero, y eso es lo decisivo, ambos procedimientos están previstos en la Constitución, como el PP bien sabe, ya que él mismo ha hecho uso del juguete en más de una ocasión. 

Por otra parte, indago un poco (tampoco demasiado) y llego al convencimiento de que esos Diputados de los que hablábamos no son extraterrestres llegados de una lejana galaxia sino nuestros representantes elegidos por nosotros en Elecciones Generales. Igual que los que votaron en contra de la moción pero algo más numerosos.

Más me preocupa, no obstante, no lo que digan políticos profesionales perjudicados por el resultado de la moción, al fin y al cabo respiran por la herida, sino las desmesuradas reacciones que leo en redes sociales.

Desproporción, ponerse la venda antes de recibir la herida, prejuicios, urgencias, sensación de catástrofe. De todo, menos serenidad, pausa, paciencia y esperar antes de hablar.

He leído que cierto locutor sobradamente conocido por su alineamiento con las tesis más conservadoras, se preguntaba por qué desde que manda Pedro Sánchez se han terminado las manifestaciones de pensionistas.

¿Lo pregunta porque no sabe la contestación o para inducir a sus oyentes a sospechar que el nuevo Presidente mantenía adoctrinados y quién sabe si subvencionados, a varios centenares de miles de jubilados de todos los rincones de España? 

¿Tan difícil es de contestar su pregunta? Los manifestantes salían a la calle contra quien no sólo limitaba el crecimiento de sus pensiones, sino que, además les mandaba cartitas presumiendo de cuánto les había subido su peculio. Si el sucesor había prometido vagamente arreglar el entuerto ¿tanto extraña que se tomaran un tiempo antes de verificar que también él les tomaba el pelo?

O sea, que debajo de tan sorprendente pregunta sólo late la extrañeza, lindante con la indignación, de quien da por supuesto que el Poder, ahora y siempre, por los Siglos de los Siglos, le pertenece porque así lo ha querido Dios, y, por consiguiente, no está dispuesto a aceptar sin más que unos pelagatos pordioseros se sienten en sus poltronas.

"Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos"

 En estas cavilaciones andaba yo cuando, de pronto, caigo en la cuenta de que la práctica totalidad de los comentarios, de los mensajes que tanto me asombran proceden de gente más o menos de mi edad. Casi nadie de entre los autores, si es que lo hay, cumple ya los sesenta años.

Son por otra parte, los ciudadanos con los que más suelo hablar, como es de esperar. Unos piensan parecido a mí, otros no. Me da igual. No, no es cierto. Prefiero tener a mi alrededor amigos que piensen lo que mejor les acomode porque no hay más aburrido que estar, hablar y escuchar a los que dicen y piensan exactamente igual que tú. 

Mensajes desazonados, soliviantados, iracundos a veces, pero, sobre todo, temerosos del futuro inmediato. Tal parece que los últimos cambios en nuestro entorno (aclaro que lo de “últimos” hay que tomarlo en el sentido de “los inmediatamente anteriores al momento que decidamos elegir”, o sea, todo lo ocurrido desde hace bastante tiempo) nos auguran un porvenir azaroso, lleno de trampas, con abismos insalvables al final del camino.

Miro a mi pasado y me recuerdo y recuerdo a tan desesperanzada tropa convencidos de que todo era posible, de que teníamos el mundo en nuestras manos, de que el futuro era nuestro. Y lo era. Claro que lo era. ¿De quién iba a ser, sino de los que estábamos en la flor de la edad? De los jóvenes.

Según los casos nos animaba entonces el optimismo filosófico, o la rabia creadora, o la furia reivindicativa, o lo que quiera fuera que hacía circular, rápida, rápida, la sangre por nuestras venas. En definitiva, teníamos cualquier cosa, menos miedo. Ni siquiera andábamos sobrados de dinero, pero tampoco eso era cosa que fuera a enfriar nuestro empuje.

Éramos jóvenes ¡jóvenes! Ese tiempo, pasó y es algo que nunca más volverá. Sí, definitivamente, como dijo Neruda “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Y como éramos eso, la energía hecha carne, sobrevolamos tiempos mucho más problemáticos que los actuales, sin rompernos ni mancharnos. A veces, incluso cantábamos.

¿"Cualquier tiempo pasado fue mejor"?

Sigo pensando que las “Coplas a la muerte de su padre” es el mejor poema (o uno de los mejores, que habrá quien lo vea con menos entusiasmo que yo) escrito en español. No obstante, no comparto el pesimismo que subyace en el verso tantísimas veces repetido.

Nosotros, los que ya no somos lo que fuimos, soportamos el atentado brutal contra el Presidente Carrero Blanco y supimos que el futuro había comenzado. Así lo vivimos la mayoría, no como el preludio de nuestro propio entierro.

Dos años después, la muerte del General Franco nos puso en la disyuntiva de llorar por el pasado o construir el futuro. Todos, o la inmensa mayoría, anduvimos por sendas que no conocíamos buscando lo mejor para todos nosotros y para nuestro país. Incluso los que lo lloraron.

En algún recodo del camino tuvimos que lidiar con la sangría infame que grupos de fanáticos criminales, en nombre de sus propios fantasmas, estaba causando entre las filas de quienes no pensaban como ellos. 

Cada uno hizo lo que pudo, poco, si hemos de ser sinceros, porque el peso de la la lucha lo llevaron otros, pero, y eso es lo que quería resaltar, nunca creímos que eso, el odio vesánico de una banda de forajidos sin alma, pudiera acabar con nuestros sueños de paz y prosperidad.

Aún tuvimos que asistir perplejos a la grotesca aventura del Teniente Coronel Tejero. A unos les causaría sorpresa, a otros vergüenza e, incluso, a algunos pena porque no consiguiera lo que buscaba. ¿Miedo? Sí, también hubo quien lo pasó porque se sintió personalmente amenazado. Dos días después seguimos nuestro camino.

Y ésta es la pregunta que se me ocurre: ¿Estamos ahora en una encrucijada más grave que alguna de las que he citado, el atentado a Carrero, la muerte de Franco, el terrorismo de ETA, el intento de golpe de Estado de Tejero?

En resumen: los que estamos peor que antes, peor que nunca, somos nosotros, cada día más viejos, más tontos, más cobardicas, como si el mero hecho de vivir fuera un peligro, que lo es, desde luego. Pero no seamos cenizos; dejemos que cada generación se equivoque o acierte por sí misma, como hicimos nosotros cuando estábamos en condiciones de hacerlo.

“El tiempo pasará”

Pasará la crisis (hay quien dice, yo no lo creo, que ya pasó) y será el momento de verificar que ni éramos tan ricos antes de ella ni nunca llegamos a ser tan pobres como luego se nos dijo, aunque cientos de miles de compatriotas lo sigan pasando rematadamente mal. Y cuando creamos que todo va bien, nuevas tormentas nos amargarán la existencia. Y algunos volverán a creer en nuevos profetas que tratarán, una vez más de embaucarlos. 

Y hablaremos de si es preciso o no modificar la Constitución, y, si decidimos que lo es, en qué sentido y en qué términos. No estoy ni a favor ni en contra. Creo que la Constitución está al servicio de España, no España al servicio de la Constitución, luego si después de un examen desapasionado llegáramos a la conclusión de que tal o cual aspecto hay que cambiarlo, hagámoslo, porque no estamos hablando de la Biblia sino de un mero texto legal hecho por nosotros que hasta dice qué hay que hacer para cambiarlo.

Cataluña, ésa es otra, se normalizará antes o después. Vistos los errores cometidos en educación y en comunicación y su pervivencia en el tiempo, no creo que lo haga antes de que pasen dos generaciones, y eso si corregimos los errores de los que hablaba cuanto antes. Las aguas volverán a sus cauce por un tiempo, sólo por un tiempo, porque así viene siendo desde hace más de quinientos años 

Habrá que ser cautos, prudentes y, al mismo tiempo, inexorables, no vaya a ser que nos pase lo que les dijo Churchill a sus paisanos hablando de los errores de sus predecesores y de su error garrafal de transigir con Hitler: “Prefirieron la humillación a la guerra y al final, después de la humillación, tuvieron la guerra”. Lo que dicho en castellano antiguo, viene a ser lo mismo que “más vale una vez colorado que ciento amarillo”.

Pedro Sánchez lo hará bien, mal o regular (regular, como todos, sería lo más probable). Está donde está por méritos propios pero, sobre todo, por deméritos ajenos; también como todos los que llegan donde él está. 

Creo que si lo hace bien o regular, puede ser votado cuando toque con ciertas posibilidades de continuar en La Moncloa. En caso contrario, los votantes lo mandaremos de nuevo a su casa. Y la Historia continuará. Mientras tanto ¿Por qué no dejamos que lo intente? 

Lo mejor para España y para todos nosotros sería que él y todos y cada uno de los Presidentes de Gobierno que ha tenido y tendrá España hicieran bien su trabajo, sean quienes sean los que han conseguido auparle hasta el Poder. Sería fantástico que al día siguiente de las elecciones, el país, o le Comunidad o el pueblo se pusiera detrás del elegido y no le estorbara. Si además le ayudara... 

Lo que no parece muy sensato es tirarse a degüello antes, siquiera, de que llegue a su despacho. Si hiciéramos eso, deberíamos tener muy claro, al menos, que no lo hacemos porque Pedro Sánchez se esté equivocando, sino porque creemos que nos ha quitado algo que era nuestro, El Poder, cuando era de todos los españoles, los que piensan como nosotros y los otros, que, en ocasiones, son más.

En resumen:

Como cada día que pase seremos un poco más viejos (la alternativa es peor), bueno sería que nos comportáramos con la sapiencia que se nos presupone a los “senadores”, es decir, a los mayores.

No le demos más vueltas: no estamos al final del camino. El camino sigue hasta el horizonte, ése que se aleja cuando avanzamos, aunque nosotros vayamos más lentos o, incluso, aunque dejemos de andar. 

Nosotros tenemos pasado, un pasado del que algunos nos sentimos orgullosos, pero, nos guste o no el futuro es de otros, de los que vienen detrás. 

Aunque nos suene raro, las nuevas generaciones tienen en común con lo que nosotros fuimos, dos cosas al menos: ni tienen miedo ni van a dejar de recorrer su senda como crean que es su mejor manera de hacerla.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comenta aquí lo que desees