domingo, 30 de diciembre de 2018

Amazon, como paradigma del tiempo en que vivimos.

Mejor callado que agorero o aguafiestas

Es posible, ni mucho menos seguro, que alguno de mis lectores se haya extrañado de mi silencio durante estas últimas semanas, cuatro, para ser exactos desde que deslicé algunos apresurados comentarios a propósito del resultado de las elecciones andaluzas.

No es que  haya habido repentina sequía de material comentable. En absoluto. Desde las consecuencias previsibles del seísmo andaluz en el panorama político general, hasta la sentencia del Tribunal de Cuentas sobre la venta de viviendas municipales por Dª Ana Botella. Desde el inusitado ánimo viajero del Presidente del Gobierno, a las disensiones aparentes o reales en el seno del independentismo. Desde la majadería de Donald Trump haciendo saltar por los aires las ilusiones de un niño americano, creyente en Santa Klaus, o en Papá Noel, no recuerdo, a los efectos devastadores de enésimo maremoto en aguas indonesias, hay material suficiente para llenar una enciclopedia de las desgracias humanas.

Tómese, pues, mi silencio como mi peculiar aportación al nunca bien ponderado “espíritu navideño”, ése que habla de paz, de tranquilidad, de buenos deseos de los unos para con los otros y de algunos otros sentimientos y esperanzas quizás algo ñoños, pero entrañables, como villancico recalcitrante.

Así que, después de dar un par de vueltas a mi viejo cerebro, he pensado escribir sobre algún tema neutral que me permita reflexionar sobre lo que nos rodea, sin agobiar, enervar, ni mucho menos soliviantar a mis lectores: hablaré de Amazon, como ejemplo de que lo que ya tenemos encima.

¿Me permiten un ejemplo personal?

Hace unos días presenté al público mi último libro, “Dioses entre los hombres”. Ya saben: dieciséis relatos en tiempo más o menos actual, cada uno de los cuales recrea o reinventa un mito griego. Hasta ahí, nada especial.

La novedad es que este libro ha sido editado por Amazon, esa omnipresente multinacional global que lo mismo te suministra una gaita escocesa que te edita, es mi caso, un libro. La novedad es que el volumen, por una parte cuesta 15 € en vez de los más de 23 habituales para igual o similar número de páginas y que mis derechos de autor son inversamente proporcionales a la disminución del precio de venta.

La novedad, en suma es que la edición se ha llevado a cabo bajo reglas Amazon y que éstas tienen poco o nada que ver con las que aplican los editores tradicionales: todo nos los guisamos y nos lo comemos entre Amazon y este autor; de ahí, de la eliminación de pasos intermedios, deriva la reducción de costes de la que terminan beneficiándose los tres sujetos implicados en el proceso: el escritor, el lector y el editor, que, además hace de impresor y distribuidor.

El autor maqueta el libro, elige el tipo de letra, color del papel, el tamaño del volumen, diseña y rotula la portada a partir de su propio archivo o de los que Amazon pueda suministrarle si lo desea, y, de fin de fiesta, fija precio. El editor, imprime y distribuye el ejemplar por su propia red mundial y reparte con el escritor el producto de la venta. Nadie más interviene. Es obvio que ambos pueden además, dar a luz la versión digital del trabajo.

¿Qué hay detrás?

Una organización formidable, eficiente, férrea, inasequible al sentimiento, inflexible con suministradores y colaboradores a los que, seguramente, explota, si por explotar entendemos rebajar las cotas habituales de bienestar que significaba hasta ahora trabajar para una gran corporación.

Hablo de Amazon, pero pueden poner ustedes en su lugar el nombre, el ejemplo, que mejor les cuadre. ¿Saben dónde se imprime mi libro, ése que puede llegar a sus manos pidiéndolo desde su casa a través de Internet? En Polonia. Doy por supuesto que los costes de impresión son inferiores a los norteamericanos, los galeses y, desde luego, los españoles.

Amazon, como Zara, como Uber, como Apple, atiende a sus accionistas y a sus clientes, el resto no parece preocuparle ni poco, ni mucho, ni nada. Amazon empezó hace nada más 23 años vendiendo libros. Ahora, como dije, es uno de los primeros suministradores globales de bienes y servicios, incluyendo ya, en ciertos lugares, alimentos frescos. Empezó en USA, pero ha llegado a casi todas partes. Desde luego a todos aquellos países que solemos llamar el Primer Mundo.

Las claves del éxito de Amazon y de sus primas hermanas.

Satisfacer necesidades. ¿Seguro? Sí, en apariencia, aunque muchas veces, sin que seamos muy conscientes de ello, el suministrador de remedios se ha preocupado primero de crear real o artificialmente la necesidad.

Trabajar pensando en nuestra comodidad. En California, Amazon ya ensaya la entrega del producto en el plazo de dos horas. Por acá aún manejamos otros plazos, pero es igual. Uno está en casa, descubre que necesita unos cascos nuevos para escuchar el último Rap de moda, los pide mientras sigue sentado y los tiene a la mañana siguiente. ¡Es tan cómodo…!

Habría que pensar que esa inmediatez en el servicio sería la gran solución para el desabastecimiento que padecen los habitantes de los ámbitos rurales o provincianos ¿verdad? Pues no: somos los urbanitas quienes cada día que pasa valoramos más la holganza, el descanso, la vaguería. Deberíamos preguntarnos por qué. O sea, en qué utilizamos el tiempo ganado por estos métodos, pero eso no hace al caso..

Trabajar con precios razonables. Otra clave esencial de tanto éxito está en verificar que los precios que Amazon pone a sus artículos, ya sea una crema para conseguir la eterna juventud, o un transformador de baja tensión, suelen ser muy competitivos. El que sea a costa de tal o cual abuso en algún punto del proceso es algo que no suele conmover demasiado ni al comprador final ni a los Consejeros de Amazon.

No todos son nubes de color de rosa.

Desde luego que no. Como ciudadanos perdemos cuantiosos ingresos públicos porque la fiscalidad que suelen soportar estos gigantes es ridícula. No sólo es que los tipos sean incomparables con los que se nos aplican incluso a los pensionistas: es que la mayor parte de los impuestos se pagan en países distintos del nuestro, pese a la actividad que aquí lleven a cabo Amazon o Apple, por ejemplo.

Es más que evidente que sectores completos, pequeños editores, comercio de barrio, por ejemplo sufrirán tanto que perderán una buen parte de su tamaño y volumen actual. Llegarán a estar en riesgo de desaparición. Cambiará incluso la configuración de las ciudades. Cuestión a debatir es si esos cambios son, por una parte evitables o no, y por otra y quizás más importante, si implican un avance o un retroceso.

Las condiciones de trabajo de quienes producen para los que surten a Zara los vestidos que compramos aquí, las de los repartidores que le llevan el libro o la batidora de última generación a su casa, las de quienes imprimen en Polonia el libro que yo escribí, están a años luz de las que disfrutaba la vieja aristocracia obrera europea de hace 25 años.

No obstante…

Ninguno de estos imperios defrauda a Hacienda. Se limitan a disfrutar de las ventajas que legisladores complacientes les otorgaron. O sea: son nuestros gobernantes quienes tienen en su mano corregir el desafuero, aunque para ello tengan que tomarse el trabajo de llegar a acuerdos supranacionales que terminen con paraísos fiscales a la vuelta de la esquina.

Es una lástima que un pequeño editor tenga que cerrar su negocio, cierto. Para él es un drama. No mayor que el que sufrió allá por los años 30 el fabricante de calesas que dejó de venderlas porque el personal prefería automóviles. En términos personales, podemos hablar de dramas. A escala global, es el progreso: ni siquiera hay que temer que las nuevas fórmulas destruyan empleo en términos planetarios.

Es indudable que las nuevas formas de producción de bienes y servicios, en especial tras la crisis, ha depauperado el modelo de relación laboral. Dudo que debamos esperar que la situación mejore cuando el corazón de los Consejos de Administración se vuelva socialmente avanzado. (¿De qué corazón piensa alguien que podría hablase?) Así que si los Sindicatos no entienden que la correlación de fuerzas ha cambiado de arriba abajo, que los modelos de lucha en defensa de la clase trabajadora empieza a no parecerse en nada a los que conocíamos hace apenas un cuarto de siglo, tampoco habrá que esperar que Gobiernos no sometidos a presión cambien las reglas de juego para restablecer un cierto equilibrio entre quien facilita el trabajo y quien lo presta.

En tanto eso no llega, no nos extrañemos si quienes sufren el desgaste en vez de averiguar de quién defenderse, la emprenden contra quienes tienen más cerca: otros perdularios como ellos que ni siquiera son de su mismo país, color o religión.

¿Entonces?

Tengo la impresión de que el tránsito a un modelo nuevo de sociedad es irreversible. Es el ciudadano quien tiene en su mano no ya tratar de evitarlo (ni sé si es bueno, ni siquiera si es posible) sino de corregir algunos de sus aspectos que permitan compatibilizar progreso y reparto menos desigual. No lo olvidemos: los gobernantes y los súbditos compartimos ADN. Nuestras diferencias son más aparentes que reales.

Dudo de si el precio del progreso es consecuencia inexorable del cambio de modelo o, símplemente, una perversión corregible de algunos de sus elementos. Por ejemplo ¿Dejaría Apple de vender productos en España si se le obligara a tributar aquí por el total de su actividad? Lo dudo. ¿Dejaría Amazon de entregar a domicilio sus artículos si sus repartidores dejaran de ser autónomos y pasaran a ser trabajadores por cuenta ajena? Tampoco lo creo.

Una última advertencia. Cada vez que me enfrento a una pantalla para escribir sobre algún fenómeno que afecta al statu quo que todos conocíamos y que está a punto de pasar a la Historia, me entra la duda de si lo que estoy a punto de escribir tiene algo que ver con la realidad o si es, nada más, un ejercicio estéril de nostalgia por mi propia juventud perdida.

Al final, mi conclusión suele ser la misma: es falso que “todo tiempo pasado fue mejor”. Lo que sí es indudable es que usted, yo, y aquella señora gordita que está junto a la puerta, éramos más optimistas hace cincuenta años que ahora. Entonces pensábamos que todo era posible y ahora que ya no tenemos ni tiempo, ni fuerzas, ni a veces ganas de empujar ningún carro.

El viejo tópico: Feliz 2019 para todos mis lectores (Tópico: verdad devaluada por su excesivo uso, pero verdad)









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