miércoles, 27 de marzo de 2019

Tiemblo ante la que nos espera.

¡Y la campaña aún no ha empezado!

Toreros al poder, si es que tránsfugas, deportistas, ex tertulianas, Generales en la reserva, figurantes de cualquier oficio que les haga reconocibles, les dejan sitio.

Pre campaña enloquecida, todos contra todos, carrera en pelo hacia la frontera exterior de la derecha para recuperar unos votos que nadie sabe si se han perdido ya o no; descalificaciones, gritos, gestos, exabruptos tabernarios, insultos groseros, falsas imputaciones. O, desde la otra orilla, intentos desesperados de recuperación de esencias perdidas que llevan a demonizar a la banca, al capital como en los viejos tiempos, cuando el entusiasmo callejero hacía presagiar resultados que nunca se dieron.

Y el teléfono empieza a echar humo, agobiado por mensajes imposibles de digerir. Uno reclama el voto senatorial para “los constitucionalistas” ¡incluyendo en el paquete a Vox, que, si pudiera dinamitaría la actual Carta Magna! Otro alerta del peligro de la derecha, comparando al versátil  aspirante a Emperador del Centro con no recuerdo qué figurón del fascismo. El siguiente advierte a las mujeres del riesgo de violación en grupo a manos de musulmanes sedientos de sexo. Y aún faltan semanas para que nos acerquemos a las urnas.

Por uno y otro lado, bulos, infamias, populismo descarnado bajo los auspicios de personajes como Steve Bannon, a quien nada ha dado vela en nuestro propio entierro. El nuestro, el español y el de Europa, que ni a Trump, ni a Putin ni a su colega chino le interesan más potencias.

Como si fuéramos a la guerra, y no a unas elecciones, ni más ni menos importantes que tantas otras de las que ya hemos superado (¿Alguien recuerda algunas elecciones generales que los  figurones de la política y los medios de comunicación no hayan considerado “trascendentales”?) Y, como en la guerra, también ahora en el combatiente es más útil, más rentable, el odio al enemigo, que el amor a los tuyos, porque el odio ayuda a disparar, a olvidar que quien está enfrente es un semejante, alguien que, como tú, es más que posible que esté también buscando lo mejor para su pueblo, aunque haya elegido otro camino.

Y, también como en la guerra, los males son siempre cosa del otro, que no es un semejante, sino una alimaña a la que hay que borrar de la faz del Planeta porque es un peligro para la Patria, aunque, en realidad esté aspirando a lo mismo que el quiere exterminarlo.

¿Un peligro? ¿Tan grande como quieren hacernos creer? ¿Quién lo dice? El que ayer por la mañana compartía responsabilidades con el que hoy califica de enemigo del pueblo; el que hace poco juraba que jamás se dejaría seducir por quien ahora le aúpa a la poltrona; el que quiso hundirte y ahora busca tu apoyo. Todos esos, los que cada día dicen lo que las encuestas aconsejan decir, tratan de meterte el miedo en el cuerpo, porque una masa temblona, atemorizada es fácil de conducir, aunque sea al matadero.


¿De dónde salen tantos personajes vociferantes que nunca antes se tomaron la molestia de ser personas?

Ni un español de bien sin una pistola al cinto.

Como en el lejano Oeste. Creímos que habíamos superado esa parte de la Historia. Llegamos a convencernos de que Europa, y España, por tanto, éramos otra cosa. Creíamos que estábamos en un escalón superior de la evolución social que los primitivos norteamericanos, pero no era así.

España, la sociedad española se ha crispado, nubes negras amenazan conceptos básicos de nuestro contrato social (territorio, clases sociales, cultura) y aparecen viejos fantasmas más próximos, guste o no, a “la dialéctica de los puños y las pistolas” que a la épica fronteriza de los pistoleros del Far west.

No, lo de las pistolas ni es una ocurrencia dicha sin ton ni son, ni un globo sonda. Es la manifestación del modo de ver el mundo de una formación política, legal, desde luego, que busca ex militares para llevarlos al Parlamento y que niega evidencias tan axiomáticas como que la proporción de mujeres muertas a manos de sus parejas masculinas es incomparablemente superior a la eventualidad contraria.

Y como las cosas no pasan por casualidad, las formaciones que podrían perder votantes seducidos por el atractivo incomprensible de la vuelta a la Edad Media, revisan sus discursos, los endurecen y se inscriben en la carrera que lleva a las fronteras de la legalidad constitucional.

Ya tenemos una figura del toreo.

Clama satisfecho el nuevo conductor del Partido Popular. O sea, para entendernos: “si a usted le gustan los toros (como es mi caso, por ejemplo), no hace falta que vote a quien usted y yo sabemos, porque, ahí lo tiene, un torero de postín en nuestra lista”, y, por si fuera poco, en posiciones que le aseguran, se supone, su escaño en el Parlamento.

Porque de lo que se trata no es de debatir ideas sino de contraponer gestos, exhibir símbolos, manipular sentimientos, en definitiva. Como dije, no se trata de convencer de tus planteamientos, sino de desacreditar al oponente, convertido en enemigo.

“A Dios pongo por testigo…”

De que jamás me aliaré con el demonio (Sánchez, Don Pedro, a la sazón Presidente aún del Gobierno de las Españas).

El supuesto demonio fue quien apuntaló la aplicación del Art. 155 de la Constitución cuando fue requerido para ello, su Partido dio cobijo al pacto con quien hoy lo sataniza que permitió el gobierno de Andalucía durante algún tiempo y hasta, de no haber sido por la deserción de Podemos, habría sido socio del Gobierno de la Nación cuando se trataba de desalojar al Sr. Rajoy de la Moncloa. ¿Quién se acuerda ya de todo eso?

¿Qué ha pasado? ¿Que Sánchez ha cambiado? ¿Que siempre fue un ente diabólico pero sólo ahora se ha sabido?  ¡No, qué va! Mucho más sencillo: que estamos en fase pre electoral y de lo que se trata es de no dejarse comer el terreno, los votos, por las formaciones que tienes más cerca, PP y Vox.

Luego, cuando escampe, o sea, cuando se cuenten los votos, ya se verá qué es lo que le conviene a España que es, como todo el mundo sabe, lo único que mueve el ánimo del mandamás de Ciudadanos (como el del resto de sus vociferantes colegas, faltaría más). Será el momento de volver al viejo dicho de que “donde dije digo, digo Diego” y dejar que alguien explique el por qué de las nuevas decisiones. Las adelanto: la culpa será de las formaciones desairadas que no han estado a la altura de las circunstancias y han antepuesto sus intereses a los de España.

La subasta de cada viernes.

Y mientras tanto, haciendo un uso tramposo de la legalidad vigente (ni siquiera oso afirmar que saltándose la Ley, que eso tendrá que decirlo algún Tribunal) socialistas de nuevo cuño, hoy dispuestos a rechazar pactos con quienes les alzaron a la Silla Gestatoria con grave riesgo de intereses supremos, dilapidan caudales de los que no andamos sobrados haciendo de cada Consejo de Ministros una especie de subasta de la felicidad popular, que para eso están donde están y “hay que seguir gobernando hasta el último día”.

Hay quienes pensamos que el PSOE está dejando que sean los demás quienes les hagan la campaña y según las encuestas, no parece irles mal del todo: gritan menos, insultan poco o nada, se limitan a poner el foco sobre algún error manifiesto de otras formaciones, pero han elegido un tono menos crispado que los adversarios. El pueblo (lo que algunos llaman “la gente”) dirá si han acertado o no.

Sin embargo arrastran un par de problemas de grueso calibre: su pasado reciente es cualquier cosa menos tranquilizador. Amistades peligrosas, socios de dudosa catadura moral, son una mochila a la espalda cargada de piedras. En algún momento, ellos sabrán cuándo, si es que quieren y pueden hacerlo, deberán dejar el macuto al borde del camino. Está por ver hasta dónde llega la memoria popular.

El otro problema es de casi imposible solución y se llama Pedro Sánchez. Dejo al lector la fácil tarea de imaginar por qué lo califico de problema y el mucho más difícil empeño de imaginar cómo resolverlo. ¿Alguien ve al personaje auto inmolándose en pro del beneficio del Partido y de España, si fuera preciso para garantizar la gobernabillidad de su país?

“Él” ha vuelto.

Como el Mesías, como el caudillo que siempre ha imaginado que es, Pablo Iglesias Turrión, concluido su permiso de paternidad, retorna a la actividad política. Tiempo era, porque a poco que se hubiera demorado no habría encontrado dónde volver.

En su ausencia, con o sin su conocimiento y consentimiento, cambiaron hasta el nombre de la formación. Ahora ya no están unidos, sino unidas. Se me plantea la duda de si es que los hombres de Podemos siguen desunidos y sólo se han unido ellas, o qué han querido decir con el cambio. Lo cierto es que, pese a la duda, sigo durmiendo bastante bien.

Un poco más tarde y se habría encontrado Don Pablo, el más Profesor de todos los Profesores que han entrado en Política desde Alfonso X El Sabio, con un galimatías organizativo, que ni Don Echenique podría habérselo explicado. Cofundadores que inscriben un nuevo Partido y se alían con quien antes fue aliada de Don Pablo, pero que siguen sintiéndose podemitas. Confluencias que deciden volar solas. Unidos que se desunen hasta el punto de que ya no se sabe qué quiere decir exactamente ni Unidas ni Podemos.

Y Don Pablo fue a la Televisión, que es lo que más le gusta. Dijo cosas, unas conocidas, otras no tanto. No puedo evitar comentar su posición sobre los medios de comunicación, porque, entre otras cosas, aunque ahora haya añadido algún detalle, la obsesión le viene de lejos.

Dijo el Profesor, que en la Cadena que le entrevistaba lo tratan mal, y que, para colmo el dueño es un fulano con desmedida afición a las bacanales con jovencitas que, encima, es extranjero. Y ya de puestos cuestionó la posibilidad de que la banca pudiera formar parte del accionariado de los medios de comunicación. Chauvinismo teñido de reminiscencias populistas antisistema: ¡cuánto juego da la banca para estos asuntos!

Viene de antiguo. Recuerdo el día que propuso un debate sobre la libertad de prensa en los medios privados. El debate no es viejo, es antediluviano. Si los medios están en manos privadas, el dueño marca la linea editorial, luego de libertad, nada. La única manera de garantizar la libertad y la objetividad es dejar la comunicación en manos del Estado, que, por definición, es imparcial.

Sofisma puro y duro. El que paga manda, desde luego, pero si hay muchos “paganos” diferentes, el ciudadano (o sea, “la gente”) puede elegir, por ejemplo, entre “La 6ª” o “Telecinco”, y entre “El País”, “El Periódico” y “La razón” (o las cadenas públicas, que siguen existiendo aunque rara vez dejen de comportarse como medios al servicio del Gobierno, que no del Estado). 

¿Algún ejemplo de lo contrario? Por supuesto: “Pravda”, Izvestia”, “Gramma”, o, sin irnos tan lejos de nuestras fronteras, la prensa en tiempos del General Franco, sin necesidad de convertir los periódicos en órganos del Ministerio de Información. Y al contrario de lo contrario, La BBC británica o la TV5 francesa son medios públicos poco o nada gubernamentalizados, lo que me lleva a pensar que lo que cuenta son los valores democráticos imperantes en una sociedad y en la actitud de sus gobernantes. En este sentido ¿Es fiable Pablo Iglesias como garante de la neutralidad informativa de un modelo estatalizado de la información?

En resumen ¿Es esto lo que nos espera?

Me temo que sí. O, para ser más precisos, barrunto que esto no ha hecho más que empezar y que en las próximas semanas irá a peor.

Tendremos gestos más que sustancia, sentimientos más que razones, emociones más que argumentos e intentos constantes de dañar al enemigo como la mejor forma para promocionarse uno mismo. ¿Enemigo? Sí. Lo de contrincante o adversario no vale para los tiempos que corren.

Recuerden que ahora los Partidos, con alguna ligera limitación podrán acceder a nuestros datos personales esparcidos por Internet, para hacernos llegar sus proclamas, algo insoportable, y, lo que es peor, de manera subrepticia, inundar nuestros teléfonos de bulos desestabilizadores y enervantes

Esta campaña que se avecina enfrenta a dirigentes con una talla tan escasa que sólo cabe esperar de ellos gesticulaciones espasmódicas. El pensamiento político no casa con los nuevos modos de hacer política

La idea no es mía (se la leí a Alfonso Ussía cuando competían por la alcaldía de Madrid Álvarez del Manzano y Juan Barranco), pero ganas me dan de proponerla en serio: ¿Y si en vez de tanto gasto en propaganda, tanto viaje, tanto consumo de pantalla, posponemos nuestras elecciones y acordamos que nos manden como gobernantes a los que queden segundos en Canadá, por ejemplo?










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