miércoles, 15 de enero de 2020

La mujer del César

Dicen que lo dijo César
Dicen, y me curo en salud, que suelo desconfiar de las citas que no añadan mayores referencias. Pues eso, que según Cayo Julio César (100-44 a.d.C.) “La mujer del César no sólo ha de ser decente, sino, además, parecerlo”.

Se ha repetido tantas veces que la frase pertenece ya al acervo de la sabiduría popular. Como todas las de su especie esconde un contenido asumible por la inmensa mayoría social y bastantes flecos que casi nadie se  ha molestado en examinar.

Por ejemplo:
  • Es sorprendente que tan moralizante advertencia se ponga en boca de uno de los grandes libertinos de la Historia. César, el que al decir de sus opositores era “el marido de todas las mujeres y la mujer de todos los maridos”.
  • Es también curioso que la admonción del gran César no tuviera  su contrapartida masculina: “El marido de la Emperatriz no sólo debe ser honesto, sino parecerlo”, pero no, la única que tenía la obligación de ser modosita era la mujer. 
  • Para contextualizar la frase hay que tener en cuenta que data de hace más de dos mil años, así que poco puede esperarse de inexistentes corrientes de igualitarismo entre sexos, en una época en que mujeres e hijos no eran “personas” en el sentido jurídico del término más que superados bastantes filtros.
  • Siempre he tenido la sensación de que para César, en el fondo, las apariencias eran más importantes que la sustancia ¿o no?
Lo que está fuera de toda duda es que el autor de la frasecita quería poner de manifiesto la extraordinaria importancia que han tenido, tienen y tendrán las apariencias. (“Pocos ven lo que somos, pero todos lo que parecemos” dijo Maquiavelo según cita veraz tomada de “El Príncipe”)

Todo esta introducción viene a cuento, como más de un sagaz lector habrá ya adivinado a propósito de la riada de comentarios que ha suscitado la propuesta de nombramiento como Fiscal General del Estado de la hasta hace unos días Ministra de Justicia. (Hago constar en mi descargo que la R.A.E. admite “Ministra”, aunque rechace la tabarra de “Ministras y Ministros”)

El  asombroso caso de la Ministra que acabó de Fiscal
Éste es un ejemplo de la relatividad del principio de que “el orden de factores no altera el producto”. Claro que puede alterarlo. Si Dª Dolores Delgado hubiera pasado desde la Fiscalía General al Ministerio de Justicia, nadie habría dicho nada. Perdón: doy por descontado que ni al Sr. Casado, ni al líder de Vox ni a la lideresa in pectore de Ciudadanos les habría gustado el nombramiento; no veo por qué habría de haber sido la excepción, pero desde luego, se habrían visto privados del placer de usar la artillería por este nimio motivo contra el recién y flamante Primer Gobierno de Coalición del Reino de las Españas.

El problema es el sentido de la marcha del cambio: pasar de ser Ministra, cargo político por excelencia que implica la máxima confianza por parte de quien la nombra, a Fiscal General, puesto de libre designación, pero de un perfil técnico y con una lógica exigencia de imprescindible neutralidad política.

¿Libre designación? Dentro de un orden. Nuestra legislación exige idoneidad en el candidato que abarca aspectos más allá de los estrictamente profesionales.

Esta idoneidad ha de ser valorada por el Consejo General del Poder Judicial, cuyo informe, pese a no ser vinculante, podría poner en evidencia al Presidente del Gobierno si cuestionara la oportunidad del nombramiento.

Tendrá después la candidata que someterse al fuego cruzado de los Grupos Parlamentarios en su comparecencia ante ellos, pero eso es algo con lo que siempre habría que contar.

El historial profesional de Dolores Delgado no parecería por sí mismo un obstáculo, si no fuera por su condición de Exministra de Justicia. No ha habido precedentes, ni siquiera, aunque se le parezca, en el nombramiento del Sr. Moscoso que pasó de Ministro de Presidencia a Fiscal General en tiempos de Felipe González. 

¿Qué pretende el Presidente?
¿Es un camino equivocado, una decisión errónea o la manifestación del principio de que “autoridad que no abusa se desprestigia”? Algo así como aviso a navegantes, demostración de que es él quien manda.

Tengo para mí que lo verdaderamente preocupante es el fondo que traslucían algunos deslices previos, aunque luego se desdijera, a propósito de cómo veía él la Fiscalía General: un órgano que puede manejarse por el mero hecho de nombrar a su frente a alguien de confianza.

Hay, sin embargo, algunos detalles a tener en cuenta:
  • En primer lugar, el Presidente no debería tener tan seguro el camino: tiene libertad de nombramiento, pero no de cese, así es que a lo mejor (o a lo peor para él) La Srª Delgado, que conoce a la perfección facultades y funciones de su cargo, una vez en su despacho se atiene a la letra y al espíritu de la Ley, como debe ser, y se mueve con total independencia respecto a su antiguo Jefe. 
  • Sería deseable, porque en los tiempos por venir, han de pasar por la mesa de Dª Dolores asuntos de importancia suma para España; entre ellos, pero no sólo, muchos de los flecos del “Proceso al procés”.
  • Una cosa es contar con un Fiscal General afín a tus tesis y otra dar por controlada la Fiscalía. Ni las Juntas de Fiscales como órgano, ni cada uno de ellos por separado tiene la obligación de prestar obediencia ciega al Fiscal General. 
  • Ejemplos de discrepancias entre Gobierno y fiscales tenemos bastantes en los últimos años. Desde el hoy casi olvidado grupo de “Los Indomables” (Pedro Rubira, Ignacio Gordillo y María Dolores de Prado, con Eduardo Fungairiño a la cabeza) hasta el recientísimo de las diferencias de criterio entre Gobierno y Abogacía del Estado por un lado y Fiscalía por otro a propósito de la calificación jurídica de la conducta de los secesionistas.
Ésa no es la cuestión que me preocupa
No demasiado porque, como digo, una cosa es lo que haya querido hacer el Presidente y otra lo que termine ocurriendo.

Tampoco es demasiado grave el despropósito estético del nombramiento, el ir en dirección contraria que lo que proclamaba César, que va a obligar a la Srª Delgado a un sobreesfuerzo, si es que le da por cumplir con su obligación de imparcialidad, para que así se perciba por el público. 

Importa, desde luego, porque se ha actuado con un evidente desprecio de las formas y en democracia las formas son fondo, pero, pese a todo, no es lo más preocupante.

Lo grave, desde mi punto de vista, es lo que muestra  esta decisión que descorre el velo de la concepción del Presidente sobre un asunto trascendental: el principio de la división de poderes.

Es algo sobre lo que no caben medias tintas. La democracia puede convivir con la pobreza, con la corrupción, incluso con la guerra. Mal que bien, sobrevivirá. La independencia del poder judicial es consustancial con la noción misma de democracia, así es que en este punto, cuidado, mucho cuidado con lo que se hace, se dice o hasta se piensa.

Y lo cierto es que lo que piensa Sánchez y lo que dijo, lo conocemos: cree que la Fiscalía está o puede estar a sus órdenes. Hasta es posible que crea que la Ley le ampara para pensar y actuar así.

Por otra parte, hace muy poco tiempo tuve ocasión de comentar la alegría con la que el Presidente acudía una y otra vez al atajo de los Decretos-Ley como forma de regular materias reservadas al poder legislativo, así que tampoco parece tener claro dónde termina el Gobierno y dónde empieza el Parlamento.

Como era de esperar, su socio de Gobierno ha salido en su defensa. Ninguna sorpresa. No será éste un punto de fricción, con alguien que hace tiempo ya se expresó alto y claro a favor de algún género de control sobre los Jueces que fueran insensibles con el sentir de la gente. (También se mostró escéptico sobre lo libre que puede ser una prensa que está en manos privadas, pero ésa es otra historia).

¿Y La oposición?
Poco tiempo ha tardado en negar al nuevo Gobierno el pan y la sal. La murga aquella del respeto a los 100 primeros días ha pasado a la historia. ¿Cien días? Pura antigualla; la oposición empezó a gritar mucho antes de que se formara el Gobierno. La misma noche electoral, apenas concluido el recuento el secretario General del PP ya estaba demandando la dimisión del ganador. ¡Y hasta hubo quien aplaudiera semejante salida de tono!

Tampoco está, pues para tirar cohetes la oposición. No veo entusiasmos palpables sobre el punto de la división de poderes entre los dos máximos representantes de la derecha. (Dejo fuera del recuento a Inés Arrimada, porque será oposición y será derecha pero de máxima, la pobre, tiene poco).

Vivimos tiempos de desmemorias tempranas pero aún recuerdo los dimes y diretes de populares imprudentes que se congratulaban de lo cercano que estaba el control de la judicatura por su Partido. 

Tampoco parecen ajustadas a la teoría de la división los deseos de Pablo Casado de que la Abogacía del Estado se dedique a perseguir delincuentes, pero quizás sólo son excesos verbales consecuencia de la necesidad de hablar en público a diario, no vaya a ser que te coma la pantalla cualquier competidor.

Más cercanas aún están las declaraciones del Sr. Abascal pidiendo a Sánchez que traiga detenido a Puigdemont (por inaudito que parezca Sánchez prometió algo parecido) o que lo haga con Torra, como si los jueces y la policía judicial dependieran de Sánchez, menos poderoso de lo que algunos creen y en ningún caso omnipotente.

Con estos antecedentes era de esperar no que el nombramiento fuera criticado, que razones no faltaban para ello, sino la desmesura de las acciones anunciadas: en el caso de Vox, querella criminal. El PP, al parecer, se contenta con la impugnación en la vía, supongo, contencioso administrativa. Pasará el tiempo y veremos en qué quedan las amenazas.

Lo que falta por hacer
Demasiadas cosas y demasiado importantes como para poder permitirnos perder cuatro años más, o quién sabe cuántos, en peleas de barrio.

Conservadores, socialistas, demagogos de uno y otro signo… Partidos nacionalistas, regionalistas, locales, gallitos luciendo sus galas, sus espolones, sus cacareos estentóreos en corrales atestados de un público enardecido que ve el espectáculo como si fuera un combate de gladiadores.

Y no es eso. Hay tantas cosas por hacer… Tantos cambios, tan profundos, tan importantes para cualquiera de nosotros… Y todos, o casi todos requieren un mínimo acuerdo entre quienes presumen a diario de ser los únicos capaces de sacar a España del pozo en el que la han metido siempre los otros, no importa desde que lado del brocal estén hablando.

Cataluña, claro… Pero Cataluña, si me permiten la expresión es un grano en el culo, doloroso, supurante, molestísimo, incluso peligroso. Tanto que es preciso deshacerse de él, curarlo, sanarlo, y lograr que empiece  cicatrizar para seguir adelante. 

Pero Cataluña no puede ser el único punto del orden del día ni del Gobierno, ni de la oposición.
Ya no son sólo los órganos del Estado que hay que renovar, sino las imprescindibles reformas, inaplazables después de más de una década de parálisis las que exigen, porque así lo establece la Constitución, el acuerdo entre las fuerzas que representen a mayorías cualificadas de modos distintos de ver España.

Desde el sistema público de pensiones, la sanidad, la educación, la financiación autonómica, demografía, despoblación, modernización de las comunicaciones, hasta la más que plausible modificación de la Constitución exigen moderar las tensiones, olvidar el insulto, buscar los mínimos comunes denominadores porque algo más de 47 millones de españoles, los que les hemos elegido y pagamos sueldos y sinecuras, lo estamos necesitando.

Es posible que nuestros políticos duden de ellos mismos, pero los que tenemos cierta edad podemos asegurarles que hace poco menos de medio siglo lo conseguimos y, deberían creernos, era mucho más difícil.

¿No dicen que son la generación mejor preparada de la Historia? ¡Pues, a trabajar, que ya está bien de improperios!   









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