sábado, 19 de septiembre de 2020

 Los límites del sistema


¿Qué se puede prohibir en democracia?


Sólo un crédulo o alguien sin demasiada formación política puede pensar que la democracia es el punto final de la historia; esa meta feliz que una vez alcanzada garantiza el nirvana social por siempre jamás. Sólo un desinformado puede creer que la democracia es un sistema político perfecto, sin mácula, capaz de resolver por sí mismo todas las necesidades y los anhelos del ser humano.


La Historia suministra suficientes ejemplos de lo contrario: ni en todo pueblo y momento histórico es accesible la democracia, ni ésta sobrevive sin un sustrato de desarrollo económico y cultural previo, ni es un sistema capaz perpetuarse por sí mismo en cualquier circunstancia.


La democracia es, nada más, un modo de organización de la sociedad anclado en un momento histórico determinado, que responde a valores, creencias y mitos sostenidos por un consenso social básico que lo alimenta.


Lo cierto es que el sistema en el que vivimos, tan orgullosos de nosotros mismos, se sustenta en escalas de valores tan perecederos, tan contingentes, tan relativos, que en ciertos momentos han convivido sin demasiadas dificultades democracia y esclavitud, por no hablar de la "asombrosa" conquista del voto femenino, algo vergonzosamente reciente. 


¿Podríamos suponer que la moral natural es un pilar de la democracia? Tal vez, pero sólo si admitimos la existencia de esa moral y damos por válido que su esencia trasciende al tiempo y al espacio.


Volviendo a la  pregunta inicial (¿qué se puede prohibir en democracia?), acaso la cuestión no sea el qué sino el cómo, es decir, qué rituales básicos hay que seguir para prohibir cosas en un sistema que se supone basado en la libertad.


Es evidente que la primera de las contestaciones que se nos ocurren, se prohibe algo por decisión de la mayoría, es imprescindible acotarla, porque si bien es cierto que no hay democracia sin sufragio universal, no es menos cierto que no cualquier votación es igual a democracia. 


Sobre esa base ¿es legítimo utilizar el mecanismo de la prohibición para defenderse de las ideas, de las organizaciones, de los ciudadanos que se proponen destruir la democracia? No nos apresuremos en contestar, porque la pregunta, una vez enunciada nos lleva de forma automática a otra ¿No es una contradicción en sus propios términos prohibir en nombre de la libertad?


Incluso a una tercera, bastante más arriesgada ¿El camino de las prohibiciones en nombre de la libertad no es un ataque a la misma libertad? Como decía Isaiah Berlin "uno no tiene una verdad detrás que trate de imponer a los otros, sino todo lo contrario: el liberalismo relativiza la propia verdad, porque entiende que la democracia lo que aporta no es un mecanismo de resolución de conflictos sobre la base de la mayoría, sino sobre la base de una metodología que implica negociación, empatía, tolerancia, pluralismo y toda una estructura institucionalizada que contribuye a ello".


La contradicción así enunciada, restringir la libertad de algunos para defender la libertad común, siempre la tendremos entre nosotros. En cierto modo es el viejo debate sobre si es lícito dar muerte al tirano. Desde que Hipias fue asesinado hace 25 siglos, hasta que Lope de Vega escribió "Fuenteovejuna", pasando por las construcciones teóricas del tomismo, la cuestión sigue sin resolverse. Y seguiremos sin encontrar la solución, como seguimos sin despejar el dilema entre el fin y los medios, o entre la conciencia y la Ley. 


¿A qué viene todo esto?


Concluido el primer trámite en el camino de la posible futura Ley de Memoria Democrática, sucesora de la vaqueteada Ley de Memoria Histórica, sobrevuela el reiterado anuncio, amenaza, advertencia, o vaya usted a saber qué, de que el Gobierno llevará al Parlamento una propuesta que incluye la idea de criminalizar la apología del franquismo.


La propuesta, al parecer, o no, porque todo es un tanto nebuloso, incluiría el desmantelamiento de la Fundación Francisco Franco. La entidad está sometida a la Ley de Fundaciones y sus estatutos fueron modificados para adaptarlos al texto vigente. La Ley establece con bastante rigor las exigencias de legalidad de cualquier organización de este tipo y regula las causas de su disolución. Así que si los Tribunales (los Tribunales, no el Gobierno, ni el actual ni ninguno) consideran que los fines, los estatutos, la organización o el funcionamiento real de la Fundación están fuera de la Ley, puede proceder a su disolución. Cualquier otra cosa que vaya más allá de lo expuesto es cuestionable.


Volvamos al asunto de la ilegalización de la apología del franquismo. Debo dar por supuesto que la razón del movimiento prohibicionista estriba en su incompatibilidad con los principios básicos de la democracia ¿verdad? Supongo que así es, pero, pese a todo, la cuestión me suscita algunas preguntas.

  • ¿Por qué debe prohibirse la apología del pensamiento franquista y no el comunista? ¿Cuál de los dos está más alejada de la esencia de la democracia? ¿Quién está capacitado para contestar a la pregunta anterior con un mínimo de objetividad? Y, sobre todo ¿Quién es quién para decidir qué puedo pensar y qué no?
  • ¿De qué sirven este tipo de prohibiciones? ¿Acabó el franquismo con la ideología comunista pese a la inmisericorde persecución de que fue objeto? ¿Ha acabado la democracia alemana con las ideas nacionalsocialistas? ¿Erradicó el estalinismo el sentimiento religioso en la URSS? ¿No es, más bien, una vía segura para el victimismo irredento de los perseguidos?

Por otra parte, ¿estaríamos donde estamos ahora si los herederos del General Franco, o, si se prefiere, sus huérfanos, no hubieran dado vía libre a la nueva era con aquel suicidio político político al que se sometieron las Cortes? Y, en la misma línea ¿Qué habría sido de la transición si el Partido Comunista no hubiera aceptado la Constitución monárquica que sacralizaba la propiedad privada? 


Tengo, pues, mis dudas de si el anunciado propósito de este peculiar Gobierno de coalición es razonable, es oportuno, y si, incluso, tiene cabida dentro de nuestra Constitución.


Alguien podría traer a colación que países con certificado vigente de demócratas, como la República Federal de Alemania han proscrito la apología del nazismo y su materialización en organizaciones políticas, y han ilegalizado también al Partido Comunista. Allá ellos: demasiadas prohibiciones, me parecen a mí, fruto tal vez de una mala conciencia reciente, por lo que se refiere al recuerdo de Hitler y sus hazañas, y de las desdichas de la experiencia soviética en lo que en otros tiempos fue la parte oriental de Alemania.


¿Por qué no seguir el modelo francés? Los monárquicos franceses no sólo pueden reivindicar las excelencias de la monarquía, sino que pueden desacreditar la Revolución y aún perder tiempo y energías con sus pintorescas guerras dinásticas apoyando a éste o aquél aspirante a un ilusorio trono de Francia.   


Advierto que mi personal opinión respecto al General Franco y su obra poco o nada tienen que ver aquí. Si alguien tiene alguna curiosidad al respecto puedo remitirme al contenido de mi anterior post si no vaya a ser que haya quien piense que soy un exégeta del anterior Jefe del Estado.


Por el contrario:

  • Soy admirador de uno de los lemas más conocidos del Mayo francés del 68: "Prohibido prohibir". Para aquella generación fue una cuestión de principios; para mí, a mis años, es más una cuestión práctica: prohibir no suele valer para nada, y, lo que en política es peor aún: podemos caer en el ridículo. Tanto como derribar la estatua de Fray Junípero Serra o insistir en que debamos pedir disculpas porque Colón descubriera América. ¡O rebautizar la calle "Comandante Zorita" como "Aviador Zorita"! decisión que sigue dejándome perplejo.
  • En democracia las ideas se combaten con ideas, las palabras con palabras, los panfletos con panfletos y el resultado de las controversias se miden en votos. Muerto el General, su fiel seguidor, Blas Piñar, sólo obtuvo un escaño en las elecciones del 77. El franquismo químicamente puro puede haber crecido o disminuido, pero  desde entonces no ha vuelto a tener representación parlamentaria. 
  • Supongamos, ahora, que hay algún millón que otro de españoles que siguen venerando la figura y la leyenda de "El Generalísimo" a quien Dios haya perdonado ¿Qué se supone que quiere el Gobierno hacer con ellos? ¿Convertirlos en ciudadanos de 2ª categoría? ¿Recluirlos en granjas de trabajo para readoctrinarlos al modo de los jmeres rojos? ¿Retirarles el derecho al voto? ¿Ponerles alguna clase de marca en la ropa? ¿Retirarles la ciudadanía? ¿Obligarles a pública y solemne abjuración de sus errores?
  • ¿Y cuál sería el paso siguiente, ilegalizar a cualquier organización que pretendiera hacerse su portavoz? Contamos ya con una hermosa Ley de Partidos que establece cuándo, cómo y por qué puede declararse un Partido ilegal y sentenciar su desaparición. Se ha aplicado una vez: Herri Batasuna fue ilegalizada, pero ¡cuidado! no por su ideología independentista sino por sus probadas conexiones con una banda terrorista, así que tendremos que asumir que sentirse comunista, franquista, independentista, o antisistema, no es delito en sí mismo.
  • Abomino del pensamiento único, sea cual fuere. Exijo para los demás lo mismo que deseo para mí: libertad de pensamiento, de asociación, de expresión. Y si alguien me dice que podría estar defendiendo a los que acaso pretendan privarme de esas libertades, me siento obligado a decirles que aunque fuera así, lo último que querría es ser como ellos.
  • Ocurre que en los últimos tiempos asisto atónito a un frecuente griterío pidiendo ilegalizaciones a diestro y siniestro. Las derechas pretenden expulsar del teatro de operaciones a las formaciones de izquierda y lo contrario es, simétricamente, igual. Lo que en verdad me preocupa es que alguien caiga en la tentación de patrocinar proyectos legislativos "ad hoc" para fundamentar ilegalizaciones oportunistas a la carta, pero cuidado no vaya a resultar que los que así respiran, acaben cayendo en sus propias redes.
  • En lógica aplicación del principio físico de acción y reacción, Vox ha pretendido que se discuta su propia versión de la Ley de Partidos. Quería ilegalizar a partidos como ERC, JxCat o Bildu. Se ha quedado solo aunque PP Y C’s se hayan limitado a abstenerse. Aumenta la tensión, lo que es, desde luego, una mala noticia.

¿Por qué ahora?


¿Acaso se ha quedado el Gobierno sin tarea? ¿Se han resuelto ya todos los problemas acuciantes de España?

  • Los próximos Presupuestos Generales del Estado son cruciales no sólo para la supervivencia del Gobierno de coalición, lo que en sí mismo es anecdótico, sino para salir de la parálisis económica generada por la pandemia.
  • La Covid 19 sigue ahí, sin que se perciban síntomas de que seamos capaces de acabar con ella.
  • Los fondos europeos, 75.000 millones de €, esperan la presentación de proyectos sensatos que faciliten su llegada a España.
  • Y la necesidad de invertir los procesos climáticos, y la urgencia de la digitalización, y la reversión de la despoblación, y la definición de políticas y entramados alternativos al turismo, y a la deslocalización, y… y… y…

Para llevar esas naves a puerto, lo único que sobra es añadir como ingredientes cuestiones que, al margen de su más que dudosa legitimidad, sean motivo de enfrentamientos pasionales entre quienes debieran estar remando todos a una. 


No es tajo lo que le falta al Gobierno, sino contradicciones internas lo que le sobran. Salvo que esta manía prohibicionista que contamina el panorama político del otoño fuera una mera maniobra de distracción: se deja satisfecha al ala izquierda del Gobierno en aras de su renuncia a ciertas premisas inabordables en la tramitación de los presupuestos, salvo que se quiera contar solo  y siempre con la ya conocida "mayoría de la investidura".


Pese a todo, si así fuera, no estaría de más reflexionar lo que se gana y lo que se pierde en este cambalache, que jugar a aprendiz de brujo siempre ha sido arriesgado.


Nunca está de más detenerse a reflexionar antes de ponerse en marcha. Hace ya algún tiempo, cuando Tucícides hace 2.500 años hablaba de la guerra del Peloponeso aconsejaba ceder y pactar antes de recibir daño o emprender la guerra.


Y para terminar, permítanme recordarles que no es bueno jugar con los fundamentos del sistema. Como dijera el gran Oscar Wilde "Se empieza asesinando a alguien y se termina faltando a los oficios religiosos semanales"














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