sábado, 26 de septiembre de 2020

 Nubes negras


La frágil memoria


Ha transcurrido apenas medio año y pareciera que hemos borrado de nuestra memoria el horror vivido en primavera. Ciudades vacías, la gente encerrada en sus casas, las fábricas en silencio, el temor clavado en el alma de millones de ciudadanos, ambulancias ululantes día y noche, los balcones sustituyendo a las calles, los noticias de todas las cadenas informando una y otra vez del avance del invasor. ¡Y la incierta cuenta de muertes, hospitalizaciones, contagios, creciendo sin cesar!


Hemos olvidado las imágenes de enfermos entubados, las siniestras secuencias de cadáveres apilados en lugares improvisados, el horror de ancianos muertos y abandonados sobre sus lechos sin nadie que pudiera no ya llorarlos, sino ni siquiera darles sepultura. Han caído en el olvido las broncas tabernarias orquestadas en sede parlamentaria.


Estamos saliendo de las vacaciones y ahora, con la venda puesta, no queremos, no sabemos o no podemos afrontar que el otoño está esperándonos con la economía en ruinas y nuestro país convertido en lazareto a los ojos del mundo, un territorio que hay que evitar a toda costa porque somos un foco infeccioso.


Fuimos pasando de los aplausos desde los balcones al estruendo de las cacerolas y de éstas al esperpento de negar lo evidente a gritos destemplados. Nada cambia, todo vuelve al principio; la pandemia avanza de nuevo por todas partes sin que parezca que seamos capaces de ponerle remedio.


Acaso sea el momento de detenernos unos momentos y reflexionar sobre esta maldición que ha entrado en nuestras vidas.


El enemigo


¿Qué sabemos de él? ¡Tan poco, después de este tiempo! Conocemos buena parte de sus efectos, algunas de las vías por las que nos ataca, ciertas características que lo emparientan con otros patógenos afines pero seguimos desconociendo con certeza cómo se mueve, por qué nos infecta con tanta facilidad, cómo defendernos de él ni cómo contrarrestar sus efectos.


Poco importa de dónde viene. Convendría saberlo, pero no es lo esencial, salvo que la penumbra que envuelve su origen sea, una vez más, un arma política en manos de gente sin demasiados escrúpulos.


¿Qué podemos hacer? Quienes tienen los medios y la responsabilidad en la materia, tendrán que seguir investigando, prudencia y urgencia que casan mal, para dar con remedios y con vacunas. Quienes sólo somos ciudadanos del montón, deberemos escuchar y seguir las instrucciones de los que son menos ignorantes, y respetar las normas dictadas por quienes tienen capacidad para imponerlas.

 

No es el momento de aventuras descabelladas que pongan en riesgo nuestra salud y la de nuestros vecinos; no caben en estos días actitudes grotescas que dañen la salud pública so capa de defender libertades indiscutibles en momentos de normalidad. 

Tampoco es el tiempo de convertir la salud, la vida, la hacienda de todos en la arena donde haya de decidirse quién manda. Necesitamos la energía de todos para defendernos del enemigo común.


El mundo en que vivimos


Siniestra paradoja ésta que nos ha tocado vivir: la evidencia de la universalidad del mal  es uno de los pocos consuelos que pueden hacernos entender que, más por desgracia que por suerte, España no es una excepción a nada, salvo, quizás, en el peculiar modo que tenemos de vernos a nosotros mismos.


No sirve de consuelo, pero podría ayudarnos a no fustigarnos más de lo preciso. No somos tan diferentes a los demás.

  • Escandinavos y mediterráneos, americanos del norte y del sur, asiáticos y africanos, ricos y pobres, países gobernados por la izquierda o por la derecha, monarquías y repúblicas, democracias y tiranías, pueblos ricos o pobres, han sido incapaces, por ahora, de resolver los problemas, siempre los mismos, que nos han azotado y siguen martirizándonos.
  • Ningún Gobierno ha sido capaz de contar sus muertos de manera fiable. No han conseguido, siquiera, ponerse de acuerdo en la forma de hacerlo; eso, cuando no los han ocultado de mala manera o han utilizado los guarismos como arma de propaganda
  • Unos optaron por el mando único, otros por la descentralización, los de más allá por fórmulas más o menos intermedias, pero nadie ha podido ganar el combate, porque la ciencia ha sido incapaz por el momento  de dominar el virus.
  • Los que intentaron mirar para otro lado porque primero estaba la economía que la salud, tuvieron que dar marcha atrás y admitir que el enemigo existía y había que hacerle frente. Los que hicieron lo contrario, también debieron rectificar y tratar de salvaguardar lo que pudieran de su tejido productivo para evitar morir de hambre. Era, como venida de la noche de los tiempos, la suicida travesía entre Escila y Caribdis.
  • Y llegó la hora de los iluminados, de los paranoicos, de los alucinados. Buena parte de esta minoría tóxica, cree sus propias pesadillas; algunos utilizan el caos como arma política; otros utilizan el miedo colectivo para medrar. No han faltado quienes han hecho de la negación de la evidencia su propio modo de vida a horcajadas sobre su efímera notoriedad, aunque ello pusiera en peligro vidas y haciendas de quienes les siguen enfervorizados.
  • Todos, todos, todos hemos debatido qué poner por delante, si la bolsa o la vida. Se nos ha venido encima la más dramática aporía de los últimos tiempos y, como era de esperar, no hemos podido resolverla. Como ya se ha dicho, parafraseando a Winston Churchill, preferimos la enfermedad a la ruina y al final enfermaremos arruinados. Si hubiéramos invertido los términos es más que probable que el resultado hubiera sido el mismo, porque, ¿qué habría quedado de nuestra economía cuando hubiéramos vencido al virus? ¿Cómo evitar la ruina con la ciudadanía enferma, moribunda, enterrada?

España y los españoles


Hemos soportado una de los programas de confinamientos más duros del mundo. Nuestras normas sobre el uso de mascarillas, el ocio nocturno, el tabaco, la utilización de los espacios públicos son más rigurosos que los de la mayoría, pese a los clamorosos casos de incumplimientos (jóvenes, turistas, reuniones familiares, botellones) y de la frecuente tolerancia de quienes tenían que hacer cumplir la Ley. Sin embargo estamos saliendo peor librados que los demás. 

¿En qué somos diferentes a los demás? ¿Cuáles de nuestras convicciones deberíamos revisar? ¿Qué tendríamos que cambiar?

  • ¿Y si nuestro estilo de vida no fuera tan sano como pensábamos?
  • ¿Es tan inevitable, tan obligatorio nuestro efusivo modo de relacionarnos?
  • ¿Responden nuestras ciudades a planteamientos racionales o son, nada más, el fruto de la improvisación y la especulación?
  • ¿Tiene sentido el hacinamiento urbano en el país menos poblado de la Unión Europea?
  • ¿Y si nuestra sanidad no fuera tan fantástica como habíamos creído?
  • ¿Es tan difícil extraer conclusiones de la correlación entre el gasto en sanidad y los efectos de la pandemia?
  • ¿Estamos seguros de que el problema está sólo en la ineficacia del Gobierno, o en el  de las Autonomías?
  • ¿Y si el turismo no fuera el maná que hubiera de alimentarnos por siempre jamás?
  • ¿Qué parte de responsabilidad tiene la falta de exigencia de cumplimiento de las normas?


¿Es pertinente preguntarnos de quién es la culpa? 


Si así fuera, éste es mi diagnóstico: todos, absolutamente todos nosotros, incluyendo a algunos de los fallecidos somos culpables. Es cierto que no todos en la misma proporción, pero, insisto: todos somos culpables. Repito: culpables, no sólo responsables. 


  • Es culpable la clase política en su conjunto, tanto si es el Gobierno como la oposición; lo mismo la izquierda que la derecha. Nadie, ni el Gobierno de la Nación, ni los de las Comunidades Autónomas ha dado la talla. Quien defienda lo contrario, se engaña o pretende engañarnos. Consideraron enemigo al otro y todos  se olvidaron del virus. Malgastaron su tiempo y sus energías en vergonzosas peleas partidistas.
  • Somos culpables los ciudadanos que no acatamos las normas cuando nos vienen mal y nos autodesignamos epidemiólogos con conocimientos suficientes como para decidir qué reglas nos afectan y cuáles pueden ser desobedecidas. 
  • Somos culpables por no haber sido capaces de convencer a nuestros hijos de que no sólo ellos están en riesgo, sino que pueden llevar la enfermedad y la muerte a sus mayores.
  • Son culpables los dueños y profesionales de restaurantes, bares, locales de ocio, incapaces de cumplir y hacer cumplir normas cuya inobservancia puede volver a cerrarles sus propios negocios.
  • Son culpables las fuerzas de orden público, mandos y agentes, por no hacer cumplir las normas que se han dictado. ¿Por qué se está siendo tan tolerante, por ejemplo, con el sistemático olvido en el uso de mascarillas por los visitantes foráneos que veo a mi alrededor? 


¿Mando único o sálvese quien pueda?

 

Cuando estábamos en Estado de Alarma, se clamaba a diario por reducir la capacidad de mando del Gobierno. Ahora, la responsabilidad está en manos de las CC. AA. ¿Han desaparecido los problemas o ha llegado el momento de una mayor implicación del Gobierno de la Nación?

  • Durante un par de meses, el Parlamento fue la caja de resonancia donde se clamó por devolver sus competencias a las CC. AA. Bien, ya se hizo. Los contagios superan hoy a los de los peores momentos de la primavera. Cierto que ahora hay menos enfermos graves, más controles y menos muertos. Pero la pandemia avanza sin que se vea el final del túnel ¿No será que, como decían los aqueos, "cuando los Dioses quieren castigar a los necios les conceden sus deseos"?
  • Como éramos poco, parió la abuela y la Plaza de Colón (y algunas otras fuera de Madrid) vieron la llegada de algunos millares de ciudadanos que han hecho del absurdo su regla de conducta. Son los negacionistas, paranoicos convencidos de que hay una conjura mundial que busca su conversión en esclavos. ¡Con cantantes en el ocaso de su carrera como gurús! Alguien debería explicarles que defender la propia conciencia frente a la Ley es algo admirable, a veces heroico, pero que trae siempre aparejado el castigo que corresponde a la infracción de las Leyes. Acaso convendría difundir el mito de Antígona para que supieran a qué atenerse.
  • Los mismos que se rasgaron las vestiduras cuando Vox llenó sus calles con señores y señoras cacerola en mano, convocan ahora protestas callejeras en Madrid. ¿Se han vuelto locos? Sus críticas de antaño fueron tan razonables como la estupefacción de quienes ahora les echan en cara la contradicción.

Cada vez tenemos menos tiempo para evitar el colapso


Ha pasado el momento de los enfrentamientos suicidas entre políticos si es que alguna vez tuvo la menor justificación. Aceptemos, hasta que esto pase, que todos nuestros representantes pretenden acertar. Asumamos que el enemigo no es el Gobierno, ni Podemos, ni la oposición, ni Vox, ni siquiera Torra: el enemigo es la Covid y sus consecuencias. Necesitamos vencer a la bestia, acabar con los contagios y retomar la actividad económica. Tiempo habrá para poner a cada uno en el lugar que haya merecido.


Porque si seguimos con nuestras diferencias suicidas ¿A quién aplaudiremos en el próximo confinamiento?


Empezamos a saber dónde nos aprieta más el zapato: falta generalizada de rastreadores, insuficiencia de la atención primaria, temporeros e inmigrantes como transmisores involuntarios del patógeno, insuficiencia de tests y de laboratorios que los procesen… El sistema hace agua por todas partes.


¿Por qué todo esto?

  • Según informes de la OCDE, España gasta menos en sanidad que la media europea. La tasa de médicos, enfermeras y camas por habitante es baja y los recortes tras la crisis dejaron unas costuras que no se han cerrado.
  • ¿Dónde están nuestros médicos? Hemos echado de España a miles de médicos, ATS, investigadores. ¿Por qué se fueron? No me hagan perder el tiempo escribiendo sobre lo que todos sabemos. Permítanme sólo lamentarme del despilfarro de invertir en la formación carísima de estos profesionales para permitir más tarde que vayan a resolver los problemas sanitarios de otros países. ¿Qué Gobierno ha hecho algo para evitarlo?  

Se nos acaba el tiempo. Hay que resolver cuestiones urgentes como el apuntalamiento de la sanidad primaria, el cuidado de las residencias para nuestros viejos, la vigilancia de las condiciones de trabajo de los temporeros o el control efectivo del ocio nocturno que se ha revelado nocivo para esta crisis. 


Igual que en marzo, los errores se han repetido, pero, a diferencia de entonces, hoy hay caminos más claros para transitar por la pandemia. Es urgente exigir que los gestores —el Gobierno y las Comunidades— dejen de perder el tiempo atacándose con saña y asuman la necesidad del trabajo en común.

  • El problema no es quién gobierna en Madrid ni quién es más listo que quién.
  • El problema no es qué puede pactarse con el Gobierno en tanto esté UP en él.
  • El problema no es cuántos votos se ganan o se pierden según Tezanos.
  • El problema no es, siquiera, qué hacer si se inhabilita a Torra.
  • El problema era, es y será cómo detener la sangría de muertos por la Covid 19.
  • El problema es que seguimos necesitados de cordura y sosiego. 
  • El problema es que tenemos que asumir que hay que cumplir las normas.
  • El problema es que tenemos que ser solidarios con quienes no piensan como nosotros, no viven como nosotros, no votan como nosotros  

No lleguemos tarde una vez más.















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