sábado, 28 de noviembre de 2020

 Ahora que tenemos tiempo

Leyes con fecha de caducidad


Pensaba dedicar este post a comentar el discurrir de nuestros políticos, epidemiólogos, tertulianos y comentaristas sobre cómo afrontar las Navidades, cuando se he metido por medio la urgente, controvertida y "ostentórea" Ley de Educación (un recuerdo al eximio creador de neologismos sorprendentes, Jesús Gil y Gil). Me rindo, pues a la evidencia y entro en materia.


Antes de que la "Ley Celaá" fuera aprobada, Pablo Casado ya había anunciado que cuando el PP llegara al poder, la derogaría. La Ley, pues, como si fuera un yogur, nace con fecha de caducidad incorporada. No pretendo criticar a Pablo Casado, o, al menos, no por su anuncio. Cosas parecidas oímos cuando se aprobó en el mismo hemiciclo su predecesora la "Ley Wert".


¡Ocho Leyes de Educación en cuarenta años! No importa quién haya sido el impulsor del proyecto de turno nadie, nunca, en ninguna ocasión ha sido capaz de ponerse de acuerdo con quienes tenía enfrente. Ni progresistas ni conservadores han cedido en sus posiciones maximalistas. Todos han jugado a ganadores, a impositores de sus ideas cuando han podido y han despreciado la posibilidad de construir un modelo que trascienda sus puntos de vista en aras del beneficio de los hijos de unos y de otros.


¿Por qué? Tal vez, si cambiamos la pregunta  por ¿desde cuándo? encontremos alguna luz.  La Historia es más que una asignatura presente en cualquiera de las cien Leyes de Educación que hemos sufrido: es una herramienta para comprender mejor el presente.


Y lo que nos enseña la Historia de la educación en España es que desde hace dos siglos la evolución de ese pilar básico del desarrollo social, es la crónica del enfrentamiento entre dos formas de entender el problema y, por tanto, la solución.


Desde los albores del siglo XIX hasta la Constitución del 78 el sistema educativo español podría caracterizarse por las siguientes notas

  • Tres niveles básicos (enseñanza primaria, media y superior) asentados sobre una población con una distribución geográfica que no cambiará hasta los años 50 del siglo XX, y estratificada en clases sociales muy poco permeables.
  • La enseñanza primaria está en manos del Estado en zonas rurales y se ocupa  de las clases desfavorecidas en las áreas urbanas. La enseñanza de las clases urbanas acomodadas es el coto de la enseñanza privada, prácticamente monopolizada por órdenes religiosas de ambos sexos. La enseñanza media, el bachillerato, descansa en algunos, pocos, Institutos Públicos, y en un creciente número de Colegios privados casi en su totalidad religiosos. 
  • No eran infrecuentes los casos de quienes estudiaban este ciclo en Seminarios Conciliares, para abandonarlos y conseguir las correspondientes convalidaciones al terminar los cursos de los Seminarios Menores.
  • La Universidad (doce nada más durante siglo y medio) es pública, pero reservada a quienes están en condiciones de pagarla. Las becas y la aparición de centros superiores privados (Deusto, Estudio General de Navarra e ICAI) son fenómenos recientes. Hoy existen 53 universidades públicas y 36 privadas, 16 de las cuales se declaran confesionales. Me pregunto dónde y cómo se han "fabricado" tantos docentes para tanto centro en tan poco tiempo, pero ésa es otra cuestión. 

Hasta la Constitución del 78, la enseñanza pública primaria y media ha vegetado bajo unas partidas presupuestarias miserables, y ha sobrevivido gracias al esfuerzo ímprobo de maestros vocacionales. El dicho popular de "pasa más hambre que maestro de escuela" es significativo. Salvo el corto y fracasado paréntesis de la desventurada Segunda República, sólo alguna voz aislada intentó poner sobre la mesa el debate sobre la necesidad de una escuela pública, laica y de calidad. Guste o no, la mayor parte de la ciudadanía daba por bueno, o por inevitable, el mantenimiento del statu quo.


Desde hace 40 años, por el contrario, la controversia enseñanza pública/enseñanza privada está servida, pero ni cesa, ni avanza. ¿Tan difícil es? Sí, sin duda. Se trata de controlar uno de los pilares básicos de la sociedad. Esencial para todos, tan importante para la derecha como para la izquierda, porque en él se juega el futuro y es comprensible que cada bando (¿o debería decir banda?) quiera modelarlo según su forma de entender el mundo. 


Estos días estamos oyendo demasiadas mentiras y medias verdades. Por ambas partes. Los que las ponen en órbita saben que lo que dicen no tiene soporte real, pero lo hacen porque lo que está en juego, visto desde desde cualquiera de las dos trincheras, es fundamental. Por eso llevamos ocho intentos: por su importancia y por la imposibilidad de encontrar terrenos de encuentros y compromisos.


Cada uno de mis lectores tendrá su opinión sobre el conjunto y sobre algunos de sus elementos. La mía es que, pese a todo, hay grados muy diversos de importancia en los puntos de la discrepancia.


No es lo mismo discutir, por ejemplo, sobre si el castellano debe ser o no "lengua vehicular" (expresión que, por cierto, nace con la "Ley Wert"), polemizar sobre si las enseñanzas especiales quedan ahora igual, mejor o peor que antes o encontrar el exacto encaje de la enseñanza de la Religión Católica en el plan de estudios, que enfrentarse con la verdadera discrepancia de fondo, que ni siquiera es escuela pública o escuela privada, sino qué se hace con el dinero público dedicado a la enseñanza.


Me explico:

  • He leído la Ley y ni me gusta la supresión de la referencia al español como lengua vehicular, ni creo que se hunda el mundo educativo por dejar el texto como estaba antes de la cuestionada Ley del Ministro de Mariano Rajoy.
  • No veo en peligro las enseñanzas especiales, ni entiendo de qué se queja Vox, porque en el caso de tener razón, resultaría que la desaparición de estas enseñanzas (repito que le Ley no dice tal cosa) vendría a dar cumplida satisfacción a su propio programa electoral.
  • La Religión es un fenómeno trascendental. Su enseñanza está regulada en Europa de cien maneras diferentes; desde su erradicación completa en la enseñanza pública (caso de Francia) hasta tratamientos confesionalmente comprometidos en países que creemos el colmo de la modernidad, como los escandinavos. El problema no es qué se enseña, sino quién elige qué debe aprenderse, qué valor tiene en el expediente académico y, sobre todo, quién paga esa enseñanza. ¿Es imprescindible inventar nuestra propia solución o bastaría ver cómo han resuelto el problema países próximos?
  • Pocos dudan en España de que, por el momento, es imprescindible la coexistencia de la enseñanza pública y de la privada. Ése no es el problema. La cuestión es hasta dónde tiene derecho la enseñanza privada a autorregularse si necesita el dinero público para sobrevivir.
  • ¿Tiene sentido que el Estado que sufraga parte esencial de los costes de la escuela privada exija unos estándares mínimos propios de valores que el mismo Estado considera esenciales o es un abuso de tintes dictatoriales? 


Al final, ésta es la gran cuestión: ¿Enseñanza pública de calidad y extensión creciente o enseñanza privada organizada por particulares pero pagada por todos los contribuyentes? Porque no creo que haya duda alguna del derecho a la existencia de una enseñanza privada que sobreviva sólo por las aportaciones de sus usuarios.


Así que…

  • Me pregunto si no sobrarán gritos, insultos, exageraciones y mentiras, y faltará diálogo, sentido de Estado, preocupación por las generaciones venideras. ¿Cuánto tiempo han ocupado unos y otros en buscar puntos de encuentro, soluciones compartidas antes de acudir al Congreso a mentirnos y a insultarse?
  • O los unos daban la partida por inútil, o los otros olfatearon la oportunidad de desgastar al Gobierno y volvieron a emplazarse para dentro de cinco años, cuando, si el PP vuelve al Gobierno, vuelva a cambiar, otra vez más, La Ley de Educación, que me temo nacerá, otra vez, con fecha de caducidad.
  • Porque ni el texto es tan abominable como clama la derecha ni tan admirable como defiende el Gobierno. Creo que entre todos podrían haberlo mejorado.

¿Salvamos las Navidades o salvamos vidas?


No sé qué terminarán por decirnos; no sé qué echarán en cara los opositores a los que mandan y viceversa; no me interesan las contradicciones entre quienes dicen una cosa o su contraria según el ámbito territorial del que hablemos.


Las Navidades se nos acercan a velocidad de crucero y oyendo a quienes piden, a quienes protestan, a quienes se quejan, a quienes sufren por sus negocios cerrados, a quienes padecen la enfermedad en sus carnes, se me encoge el ánimo porque echo de menos cordura, madurez y criterios lógicos.


(Por no hablar de aquellos a quienes llevo años oyendo despotricar contra la pesadilla navideña con argumentos que son tan manidos que me resisto a reproducirlos. Temo, no obstante que quien el año pasado, y el anterior y el otro y el otro abominaba de tanta cena, tanto alcohol, tanto confetti y tanto falso amor familiar, sea este año el portaestandarte del lastimero lamento por no poder abrazar a su cuñado el talabartero constantemente y sin parar durante dos semanas).


Percibo que lo peor del pandemonio retórico ha pasado. Oigo menos insultos, menos disparates, menos agresiones, aunque quizás es, nada más, que me he acostumbrado a ellos y mi sentido del oído y mi capacidad crítica se han encorchado.


Echo de menos, no obstante una evaluación madura de la situación. Distinguir lo importante de lo llamativo. El miércoles oí, por fin, a alguien decir algo sensato: Podemos quedarnos sin Navidades; no pasa nada: al año que viene volveremos a tener un 24 y un 31 de diciembre y una mágica noche de 5 de enero. Lo que no podremos es volver a la vida a quienes nos dejen en enero, si por nuestra inconsciencia volvemos a caer en una tercera ola. (La cita no es literal).


Y es que, volviendo a lo dicho, lo que faltan son los planteamientos sensatos por quienes tendrían que dar sentido a la marcha. Nuestra clase política, en ocasiones como ésta se resiste a adoptar medidas impopulares. ¿Ignoran que si las toman por consenso nadie sale penalizado o es que temen que el otro haga trampa?


Así que por si puede ayudar, me van a permitir que reproduzca alguna de las cosas que le he leído a una joven psicóloga, una consultora especializada en formación de directivos y orientación de procesos de cambio, que piensa, habla, escribe, entrena, participa en foros especializados… pero, por encima de todo, hace algo que no es muy frecuente: empieza por pensar.


El 22 de octubre pasado, Elena Palma, la mujer de la que hablo, refiriéndose a la pandemia, escribía cosas como éstas:

  • Sostener situaciones difíciles a largo plazo no va de resistir. Si solo nos concentramos en resistir, nos agotamos, y pronto. Lo que Elena recomienda se parece mucho a una maratón: requiere tenacidad, constancia, paciencia y una mentalidad que no se concentra sólo en la meta de forma obsesiva, sino en recorrer los tramos presentes optimizando la energía.
  • Tener paciencia no es aguantar estoicamente lo que sucede y no nos gusta. Es dar tiempo, respetar el tiempo, aceptar el tiempo que requiere cada cosa. Es apreciar este presente porque sino, nos lo perdemos. Nos perdemos todas esas cosas que también están sucediendo hoy y son valiosas. 
  • Ser constante y tenaz requiere disciplina y, sobre todo, convicción. Creer que nuestros pasos tienen sentido. Sentir que el camino que recorremos nos lleva a algún lugar que apreciamos. Necesitamos confiar en eso, aunque no lleguemos a tener la certeza. Eso es algo que hoy nos cuesta especialmente.
  • Sin embargo, lo que hemos hecho es resistir. Y cuando resistimos, lo que hacemos es contraernos. Cuerpo, mente y emociones frenadas. Sin caudal por el que fluir. La energía se estanca cuando querría salir a borbotones. Le ponemos un dique. La obligamos a quedarse estancada en un lugar reducido y controlado. Eso es agotador para cualquiera.
  • Nos hemos olvidado de aprender a mirar más allá de nuestro ombligo, y hemos restado espacio a la empatía y la generosidad. Nos hemos olvidado de la importancia de la humildad.
  • Por mucho que hoy hablemos de resiliencia y flexibilidad (expresiones que quizás nos gustan más que la paciencia, la tenacidad o la constancia) necesitamos recordar que eso aplica a la templanza, no a las prisas. Quizás si logramos añadirle cierta dosis de alegría a nuestros esforzados pasos (no de euforia), esto nos resulte más llevadero. Quizás este último ingrediente sea el toque imprescindible, para que el resto nos resulten atractivos y los pongamos en marcha.


Me pregunto si no sería buena idea intentar que, por tandas, la flor y nada de nuestros gobernantes pasaran por uno de los talleres de Elena, hasta tanto nos llegara el turno a los sufridos y atribulados contribuyentes.


Hasta que llegue ese momento, gracias, amiga mía, por mantener tu faro encendido.











sábado, 21 de noviembre de 2020

 Mucho más que las cuentas del Estado


A veces no caben las medias tintas


En ocasiones conviene dejarle claro al lector cuáles son tus preferencias y tus aversiones. Convicciones o manías tan dignas de respeto o de extrañeza como cualquiera de las de cada uno de mis lectores.


Así es que para que nadie se llame a engaño: no me gusta este Gobierno. 


No me gusta por su origen porque el actual Presidente se desdijo de lo que fue una promesa electoral; no me gusta por su desarrollo diario porque evidencia la creciente influencia del grupo minoritario sobre el mayoritario; no me gusta porque el Presidente no cae en la cuenta de que es quien tiene la sartén por el mango cuando su socio le pone una y otra vez entre la espada y la pared. ¿O cree Pedro Sánchez que el profesor Iglesias aceptaría el órdago de ir a elecciones anticipadas?


En resumen: lo que en su día amenazaba el sueño del candidato Sánchez se ha convertido en la pesadilla de muchos ciudadanos, entre los que me encuentro.


No, no he ido a la sede de ningún Partido a solicitar mi carné. Sigo muy a gusto huérfano de tal certificado de adhesión y, además, tampoco me gusta la oposición, ni poco, ni mucho, ni nada. Si por oposición entendemos, para que las cosas sigan estando claras, el dueto Partido Popular y Vox.


Dicho lo cual, vamos con lo que quería que fuera el meollo del post de hoy.


La batalla de los Presupuestos


La preparación, propuesta, discusión y aprobación o rechazo de los Presupuestos Generales del Estado, son el momento político anual más importante desde hace siglos, aquí y en cualquier país democrático.


Mucho más decisivo que el vistoso, mediático y tumultuoso "Debate del Estado de la Nación" que siempre me ha parecido la versión parlamentaria de unos Juegos Florales en los que en vez de la Flor Natural, se entrega al ganador, el Cactus de Oro. Sólo se trata de un torneo de oratoria: no recuerdo ni un solo caso en que el citado Debate haya hecho caer a un Gobierno.


Volviendo a los Presupuestos, sobran los ejemplos des trascendencia sin salir de nuestras fronteras: la aprobación de subsidios solicitados por el Rey, ya fueran para hacer la guerra o para atender a sus necesidades diarias, estuvo en el nacimiento del parlamentarismo. Los viejos reinos de León, Aragón, Castilla vieron a sus Reyes acudir a sus Cortes Generales cada vez que necesitaban los fondos imprescindibles para seguir adelante. Conseguir lo que se buscaba costó a la Corona limitar sus prerrogativas.


Entonces y ahora, las Cortes Generales, los Parlamentos posteriores, el actual, han sido el escenario de encendidas polémicas, de agrios debates sobre los postulados teóricos de cada uno de los actores, el que pedía y los que tenían que conceder. Y con frecuencia, los acuerdos escondían cesiones mutuas; y siempre, siempre, tras los debates había ideas políticas que acababan reflejadas en cifras.


Así que cada vez que oigo que alguien se rasga las vestiduras porque lo que dijo éste o aquél orador estaba contaminado de ideología me pregunto si el autor del lamento es un ignorante o un farsante.


Todo debate presupuestario es un debate político. No puede ser de otra manera, porque se busca dinero, nuestro dinero, para aplicar un programa político, que está sustentado por una forma de ver el mundo, una ideología, en resumen, diferente a la que podría presentar quien está enfrente.


A veces dudo si las acusaciones de "politización" no esconderán la mala conciencia del acusador por dedicarse, también él, al ejercicio de tan criticada actividad. ¡Oh, bueno, no se alarmen, no hablo de nadie en concreto: lo de denunciar "sesgos ideológicos" lo hacen todos! Parece que ellos mismos, los profesionales de la cosa pública no tienen demasiada buena opinión de su oficio. Ellos sabrán por qué  


Los Presupuestos actuales y la extraña mayoría que los apoya 


Los últimos tiempos han visto el declive del bipartidismo, su momentánea sustitución por el multipartidismo y, tal como se percibe en los últimos meses, el progresivo asentamiento de dos bloques, izquierda y derecha, a los que, por el momento, les sobran algunas excrecencias cuya posible interpretación es que unos y otros están juntos "contra" algo, más que "a favor" de cualquier otra cosa.


Queda mucho trecho por recorrer antes de que los bloques fragüen. Hoy por hoy, hay demasiada desconfianza entre socios potenciales, Vox y PP, Sánchez e Iglesias, PNV y Bildu, Esquerra y JxCat, como para solidificar aleaciones duraderas. Incluso, lo admitan o no, las alianzas cambiantes no despiertan entusiasmos unánimes en las filas de cada una de las formaciones. 


El espectáculo ha comenzado


Y en estas inestables condiciones ha empezado el intento de conseguir unos Presupuestos que eviten otra prórroga de las cuentas que presentó Cristóbal Montoro en 2018.


Por si faltara algún elemento, el proyecto de Presupuesto corresponde al ejercicio que debe atacar la recuperación económica de un país zarandeado por las consecuencias de la pandemia, y debe hacerlo contando, se supone, con una vital inyección de fondos procedentes de la Unión Europea. Su cuantía, las condiciones para aceptarlos o no, y los criterios de su distribución territorial y finalista dan juego suficiente para enfrentar posiciones discrepantes.


El Partido Socialista, el más votado en los últimos comicios, no lo olvidemos, encabeza un Gobierno al que ha incorporado a un socio poco fiable. Poco más podía hacer si quería gobernar, salvo entregar sus votos a la oposición.


Lo que ocurre es que el socio elegido tiene sus propias y peregrinas ideas de qué debe hacerse con el país. Por ejemplo, aceptar y apoyar cuantos desafíos a la unidad de España se le ocurra a cualquier grupo periférico que acuda con sus votos a apuntalar su tambaleante mayoría relativa.


Hay, por otro lado, quienes se olvidan de que todos los Diputados que se sientan en el hemiciclo representan a Partidos votados por los españoles sin que pueda haber duda de su legitimidad hasta que un Tribunal diga lo contrario (como hizo en su día con Herri Batasuna, no por defender la independencia del País Vasco sino por sus probadas relaciones con un grupo terrorista, ETA, felizmente desaparecido hace algo más de nueve años). 


Hay quienes se resisten a admitir que el voto de Abascal y el de Iglesias valen lo mismo que el del representante de Teruel Existe, el de la CUP o el de Pablo Casado. También en este caso los olvidadizos pueden sentarse en cualquier ala del hemiciclo.


Así que ahora como en el Siglo XII, cuando los tuyos no son suficientes, no hay más remedio que hablar con quienes no piensan como tú para conseguir su apoyo. Y, qué cosas, resulta que quien tiene que ayudarte, viene con su lista de peticiones. Y si hay algo que debes tener claro antes de empezar a negociar es que no se trata de aceptar votos imprescindibles para seguir gobernando sino de qué estás dispuesto a ceder con tal de lograrlo. 


A veces da la impresión de que lo que se deja por el camino es algo que el donante estaba ya dispuesto a dar antes de que se lo pidieran. Y eso produce sospechas, desconciertos, irritación en el pueblo llano que no suele ser invitado a las conversaciones.


Calladito está más guapo


He oído a Rivera, don Albert Ribera, despotricar contra el viaje al centro emprendido por su sucesora al frente del maltrecho Partido que él dejó en la ruina. Está en su derecho, pero sería recomendable que antes de hablar se tomara un tiempo de reflexión. 


Es un lugar común achacar el varapalo electoral que llevó a Ciudadanos a ser poco más que un grupo testimonial al ansia de su líder por sobrepasar al PP. 


Tuvo en su mano cambiar el rumbo del Partido Socialista; pudo haberlo acercado al centro, arrinconar a Unidas Podemos y condicionar la ejecutoria del futuro Gobierno en el que él mismo podría haber elegido entre ocupar un puesto relevante o vigilar desde fuera el cumplimiento de un programa pactado.


No lo hizo, jugó otras cartas, se equivocó, perdió y dimitió. Es de agradecer. Lo que no tiene sentido es arremeter contra Inés Arrimadas por intentar ahora lo que él debió haber hecho cuando pudo. Como dijera W. Churchill "Quien no quiere cuando puede, cuando quiere no puede".


Cierto que, abandonada la política activa, de algo hay que vivir. Legítimo es dedicarse a la abogacía. Indiscutible su derecho a defender los intereses de este o de aquel cliente. Hasta los narcotraficantes y los violadores tienen derecho a ser defendidos, así que tiendo a pensar que los Partidos Políticos también.


Cuestión distinta es que me llame la atención el que Ribera dijera lo que dijo sobre la actual líder de Ciudadanos cuando estaba ya ocupándose de defender en Tribunales no recuerdo qué causa encomendada por el Partido Popular. Debe de ser pura coincidencia: también Ribera debería gozar de la presunción de inocencia. Quizás el peque de poco inocente sea yo.


Primera conclusión: cuánto me gustaría que el esfuerzo de Inés Arrimadas sirviera para algo. 


El papel de la oposición es oponerse


Nadie en su sano juicio debe esperar que cuando el Partido Popular está en la oposición se adhiera a la propuesta de Presupuestos del Gobierno. Nadie tiene por qué tomar en serio, por tanto, la descalificación del PresidenteSánchez  acusando de irresponsabilidad a Casado por oponerse al proyecto del Gobierno. 


Tal vez en situación de emergencia nacional, estado de guerra, catástrofe natural de magnitudes apocalípticas, riesgo de invasión alienígena, etc., etc. cabría pensar en unos Presupuestos aprobados por consenso. Ni es el caso, ni falta que nos hace.


No obstante, al PP deberían sobrarle argumentos para descalificar la propuesta en base a su contenido, a las consecuencias que de ella se derivarán para la economía española, a la falta de rigor, al desfase entre gastos en ingresos, o a cualquiera otra argumentación técnica, aunque esté sustentada, cómo no, en su ideología.


¿Para qué incendiar, pues, los ánimos de la ciudadanía con diatribas homéricas utilizando argumentos que pueden volverse en su contra? 


Votos admisibles o inadmisibles según de qué lado caigan


El PP votó en 2012 en contra de la propuesta de ilegalizar Bildu que presentó Rosa Díez. El Partido Popular, que gozaba entonces de mayoría absoluta, votó contra la ilegalización como el resto de la Cámara, por otra parte ¿Es Bildu más demoníaco ahora que entonces?


Por el contrario, en febrero de 2019, ERC y Bildu votaron con el PP contra el PSOE: tumbaron los presupuestos, Sánchez convocó elecciones y ahora estamos donde estamos. No recuerdo ningún reproche de nadie del PP a la ayuda recibida de los satánicos diputados vascos y catalanes.


Segunda conclusión: Todos los votos que apoyen mi postura son bienvenidos; si cambian de bando son intolerables, indignos y, desde luego, contrarios a los intereses de España.


Hay un grupo, Partido, movimiento o como quieran llamarlo que dice estar a la izquierda de la izquierda de la izquierda: es la CUP. Se definen como antisistema, son independentistas, anticapitalistas, republicanos y cuantas cosas más se les puedan ocurrir. Han votado a favor de las enmiendas a la totalidad. Lo mismo que PP y Vox. 


Los herederos de la muy conservadora Convergencia Democrática de Cataluña, hoy fiel intérprete de los caprichos del fugado Puigdemont, santo, seña e icono del independentismo irredento, también han votado a favor de las enmiendas a la totalidad. Lo mismo que Vox y PP.


¿Han oido ustedes alguna descalificación, algún síntoma de incomodidad por parte de Casado o de Abascal por viajar en semejante compañía? ¿No? Yo tampoco.


Tercera conclusión: quien vota conmigo cuenta con mi respeto; quien vota en contra, merece que se le niega el pan y la sal.


Un extraño camino que me recuerda los modos de hacer de  un tal D. Trump


Vox, después de defender y perder  su enmienda a la totalidad, ha dejado pasar la ocasión de presentar enmiendas parciales. Nada, ninguna, ni una sola. No podrá defender enmiendas que no ha presentado; no podrá intervenir en los debates; el Gobierno, supongo, lo agradecerá porque pretende una tramitación rápida.


Vox ha dicho que ni deja de horrorizarse por la que se avecina, ni piensa renunciar a la acción. Nada más ha decidido cambiar de herramienta: se acabaron, al menos por el momento, las soflamas en sede parlamentaria. Elige las redes sociales. Como Donald Trump, añado yo.


No soy quien para interpretar lo que otros no explican, o sea que no acabo de entender para qué se presenta uno a elecciones, para qué se muestra orgulloso, con razón, de los resultados, para qué toma posesión de sus escaños si en el momento crítico calla en el Parlamento y decide hablar en Twiter, en facebook y en donde más se les ocurra, pero, pese a todo, déjenme apuntar un par de comentarios:

  • Más de uno estará pensando que callar en el Parlamento y cambiarlo por las redes sociales es una falta de respeto a la democracia. ¿Para qué se vota a un parlamentario? ¿Para inundar la red de tuits? 
  • Si la elección de twitter como camino alternativo a la tribuna de oradores de la Carrera de San Jerónimo es influencia de D. Trump, tal vez convenga recordar que el papá de la criatura acaba de perder la reelección. No sé si es el mejor ejemplo. En todo caso, el votante decidirá cuando vuelva a preguntársele. 


Los pájaros contra las escopetas


Y, de fin de fiesta, el rizo del rizo, la contradicción flagrante, la enésima demostración de qué quiere decir en política eso de estar en misa y repicando, o de pretender estar al plato y a las tajadas: Unidas Podemos, parte integrante del Gobierno de la Nación presenta enmiendas contra su propio proyecto de Presupuestos Generales del Estado.


Lo hace al alimón con Bildu y ERC, lo que es cualquier cosa menos tranquilizador. Como para fiarse del socio: un día, Presidente y Vicepresidente ofician la ceremonia de la presentación en sociedad del proyecto de Presupuesto ante los medios. El acto me pareció un poco ridículo, pero allí estaban los dos, como hermanos siameses, unidos por el documento.


Una semana después, el Vicepresidente, reedita su actuación de abandonar su escaño para sumarse a quienes protestaban ante el Parlamento y ahora, de la mano de sus dos socios favoritos, independentistas vascos y catalanes, se enmienda a sí mismo ¿o no sabe que, al menos en teoría, los presupuestos que se defienden son tan suyos como del PSOE? ¿Olvida que los acuerdos del Gobierno son colegiados? O se está de acuerdo o se presenta la dimisión.


¿Podrá Unidas Podemos argumentar su enmienda contra Unidas Podemos o dejará que sean Rufián y Otegi los que hagan el trabajo? ¿Y quién hablará en nombre del Gobierno contra la enmienda presentada por el Vicepresidente del Gobierno, la Ministra de Hacienda o la de Igualdad? ¿Lo harán en el Parlamento, en la Moncloa, en la sede de UP o en el Corral de Comedias? ¿Alguien ha tenido noticia de un tan peculiar ejemplo de desdoblamiento de personalidad política aquí o en cualquier otro lugar del mundo?


Última conclusión: Dime con quién andas y te diré quién eres. Va por todos, que conste.


















sábado, 14 de noviembre de 2020

La Comisión de la verdad

 Tiempos de zozobra

¿Quiénes de mis lectores no han recibido en los últimos tiempos algún mensaje perturbador, amenazante o iracundo advirtiendo de un contagio, avisando de un atentado, previniendo una estafa, poniendo a alguien a parir panteras o informando de un desmán?


Una treintena de palabras elegidas con exquisito cuidado bastan para hacer pasar la mentira por verdad. Más que suficientes para angustiar quienes viven a medio camino entre el aburrimiento  y el temor a lo desconocido.


El embuste pudo haber llegado al teléfono, a la pantalla del ordenador o a las páginas de un diario. A veces el dislate llevaba firma, si bien podría ser falsa, la mayoría de las veces era anónimo, un remitido de origen incierto cuyo último eslabón era, quizás, un amigo por encima de toda sospecha que, pese a todo, fue canal de transmisión de la mentira.


La materia prima del falso mensaje acaso fuera la política en abstracto, o la suntuosa vida de la clase dirigente, o los desafueros de alguien de sobra conocido en el escenario público; también es posible que difundiera falsas informaciones sobre cómo tratan los nórdicos o los australianos a los musulmanes, o cuál es el comportamiento de las minorías irregulares en nuestro suelo; quizás intentaran confundirle sobre los méritos académicos de aquél prohombre, o sobre la fortuna de éste advenedizo.


En todos los casos, ustedes no sabrán ni de dónde viene el veneno ni qué pretende el que lo ha hecho llegar a su garganta.


Así que no exagero si digo que esa pegajosa pandemia moral hay que detenerla, reducirla a su mínima expresión y, si fuera posible, cosa que dudo, eliminarla. Y lo dudo porque el mal viene de lejos, de muy lejos. Lo que han cambiado son los medios de difusión, los soportes de la noticia que la han vuelto más dañina, más letal que nunca.


La guerra contra la desinformación en los tiempos que corren


Es posible que haya quien piense que "La Verdad", así, con mayusculas, haya estado sobrevalorada desde hace siglos. "La verdad no existe; la mataron las palabras" decía Jorge Volpi. Quizás fuera más sensato manejarnos con verdades pequeñas, verificables, domésticas, tribales, en vez de buscar, invocar y, al final, manipular y ser manipulados por conceptos absolutos.


Más posible es, sin embargo, que haya desaprensivos, cada vez mejor preparados, que traten de vendernos mentiras por verdades y que vivan, y medren con sus embustes.


Siempre ha ocurrido, pero hasta hace un siglo no se ha llegado a teorizar y defender el uso deliberado y sistemático de la mentira disfrazada de verdad como arma política de primer orden. Suele endosarse al fascismo, versión nacionalsocialista, la paternidad de la teoría. Tengo mis dudas. Lejanos cronistas detectaron el germen hace dos mil quinientos años: Tucícides, escribiendo sobre las Guerras del Peloponeso decía: "Cambiaron el significado de las palabras en relación con los hechos para que se ajustaran a lo que querían que dijeran". Y añadía: "Quien se mostró prudente pasó por cobarde, quien pedía moderación se vio acusado de ser poco hombre, y quien apostó por la inteligencia le achacaron incapacidad para la acción".


No obstante, es en estos últimos años, menos de dos décadas, cuando el bulo, la desinformación, la mentira programada por expertos y difundida por medios cada vez más eficaces se ha convertido en un herramienta de dominación así que la lucha contra estas prácticas es urgente e imprescindible si aspiramos a defender nuestro modo de vida, nuestros valores.


De vez en cuando, todo hay que decirlo, veo algún atisbo de esperanza, algún ejemplo que no por escaso deja de tener importancia: hace unos días, mientras Donald Trump barbarizaba desde el altavoz de la Casa Blanca sobre lo que según él estaba pasando en las elecciones presidenciales, tres de las más influyentes cadenas de televisión de los Estados Unidos, y dos canales más que emiten en español cortaron su alocución, y una cuarta cadena, Fox News, proclive hasta ese momento a las tesis del Presidente, lo puntualizó sobre la macha. Ejemplar, desde luego. ¿Imaginan algo así en España?


La Comisión de la verdad, o la pesadilla de la censura


A fin de detener y contrarrestar la difusión de las fake news (permítanme el uso del anglicismo; la expresión que cito es, hoy por hoy, de casi imposible traducción: una fake new es bastante más que una falsa noticia) el 5 de noviembre el BOE ha insertado en sus páginas la "Orden PCM/1030/2020, de 30 de octubre, por la que se publica el Procedimiento de actuación contra la desinformación aprobado por el Consejo de Seguridad Nacional".


Procede del Ministerio de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática. Un inciso: esta grotesca manía de algún tiempo a esta parte de alargar el nombre de los Ministerios me recuerda los cambios en la denominación de los platos en las cartas de los restaurantes; de las "Patatas guisadas" se ha pasado a "Las Patatas del Valle del Tiétar aderezadas con el pimentón de la Vera, con sus trocitos de Chorizo del Alto Aragón, y los pimientos rojos de la huerta de mi prima Engracia, recogidos al amanecer". Es obvio que las segundas patatas se pagarán más caras y los Ministerios de nombre interminable necesitarán más asesores. 


Loable propósito el que dice perseguir la extrañísima disposición que quiero comentar. Habla de lo que he venido diciendo, pretende navegar en la cresta de la ola europea que ha visto el peligro de la desinformación tanto o mejor quizás que este bloggero que les escribe, y dice (dice) haber dispuesto lo necesario para enfrentar el mal.


He leído, releído y vuelto a leer la disposición que cito; no logro despejar mis dudas sobre qué pretenden sus autores, qué mentes jurídicas les han asesorado utilizar tan extraño formato y cómo esperan con semejante herramienta contener al enemigo. Tantas dudas y otras más que iremos viendo me llevan a la cuasicerteza de que ni el título se corresponde con la finalidad real de la Orden, ni el mecanismo descrito como "procedimiento" tiene la menor posibilidad de tranquilizar al contribuyente, si es que le da por leerlo, como ha sido mi caso.


¿Encaja de esta disposición en la normativa europea? Leo en "El País" del 9 de noviembre: "El objetivo de la orden ministerial es garantizar la participación de España en el plan de acción de la Unión Europea contra la desinformación”, ha indicado en Bruselas el portavoz de la comisión, Johannes Bahrke. Me pregunto si el portavoz ha leído la Orden o si su comentario se refiere sólo al objetivo oficial de la disposición y no a las posibilidades reales de usos alternativos de su extraño contenido. 


Último inciso: no exagero, ni pretendo hacerlo en lo que me falta por escribir, pero puedo estar equivocado. Tan es así, que recomiendo al cauto lector que pueda estar temiendo que sea yo el que intente dar gato por liebre, que se tome la molestia de consultar el BOE del 5 de noviembre. Advierto que no me hago responsable de la posible cefalea que la lectura de la asombrosa Orden Ministerial, pueda acarrearle.


Un ejemplo imaginario


Supongamos que acabo de recibir un whatsapp, un remitido sin paternidad conocida, cuyo texto exacto dice: "Barrunto la larga mano del Ministro de Relaciones con la Periferia Intersocial en la desaparición de los Frescos Románicos de Mollerusa. ¿Qué hcaía en la capilla la cuñada delMinistro? "La Gaceta de Cacabelos" se hace eco de noticia y da por buena la información". Lo leo, veo el nombre del remitente, un amigo fiable, verifico en internet que el Ministro tiene un hermano casado; incluso me aseguro de que el periódico gallego ha publicado la noticia y, sin más, lo circulo a un primo segundo, dos condiscípulos, una fiosoterapeuta que me alivia la espalda, mi pareja de mus, cuatro colaboradores que tuve hace años, una sobrina de mi mujer y tres amigos de la infancia.

¿Hay base para alguna actuación oficial posterior? ¿Es verdad o es mentira? Pues, depende.

  • Si comparto la opinión del remitente, es verdad que yo barrunto la larga mano…, etc., etc.
  • También es verdad que "La Gaceta de Cacabelos" ha publicado la noticia.
  • ¿Y la presencia de la cuñada del Ministro en el lugar de los hechos? No sabe, no contesta.
  • ¿Y la intervención del Ministro en la desaparición de los Frescos? Pues qué quiere que le diga.


¿Qué dice en un caso como éste la reciente Orden de 5 de noviembre? ¿Quién puede hacer qué? ¿Qué futuro nos espera a mi remitente, al Director de La Gaceta de Cacabelos, al redactor de la noticia y a mí mismo, si se demuestra que los frescos no han desaparecido y que la cuñada del Ministro estaba ese día en el Monasterio de Silos? ¿Alguien puede seguir el rastro de la noticia para ver si detrás de ella está la mano no del Ministro español, sino de los servicios de Intoxicación Perimetral del Turkestán?


Tratemos de averiguar lo que previene la Orden Ministerial 


(Advertencia: les van a extrañar las citas. La Orden que comento no tiene articulado alguno, sino parrafadas y cuadros, pero no la he redactado yo, así que las reclamaciones al maestro armero).


Primer paso: alguien ha descubierto el  whatsapp, en circulación.

  • Al Nivel I, (¿?) que es quien ha detectado el mensaje, le corresponde la monitorización, vigilancia y detección, así que le incumbe la alarma temprana, notificación y primer análisis, lo que le lleva a activar la citada alerta temprana con comunicación inmediata en el momento que se tenga constancia de posible campaña de desinformación, ya sea a nivel nacional como a través del Sistema de Alerta Rápida (RAS) de la UE. Y, como ustedes podrán suponer, la investigación del posible origen, el propósito y seguimiento de la campaña.
  • ¿Quién se ocupa de todo esto? Pues según el Anexo I La Secretaria de Estado de Comunicación, el Departamento de Seguridad Nacional, el Centro Nacional de Inteligencia, la Secretaría de Estado de Transformación Digital e Inteligencia Artificial, el Gabinete de coordinación y estudios Secretaría de Estado de Seguridad y laDirección General de Comunicación, Diplomacia Pública y Redes. ¿Demasiado personal? No sé, acaso el peligro lo justifique.
  • Aunque no debemos olvidar que los organismos que componen la Comisión Permanente designarán para para cada nivel el órgano u organismo de su ámbito de competencia que les represente.

Damos por hecho que ya tenemos el problema detectado, monitorizado, "alarmado", mitigado y coordinado con todo organismo concernido, incluido si el caso llega, supongo aunque la disposición no lo establece, la Nunciatura Apostólica y el Comisionado de la ONU para la Defensa del las Minorías Desprotegidas.

Sigamos.

  • Al Nivel 2 le corresponde el apoyo en el proceso de toma de decisiones a nivel estratégico, evaluación de las consecuencias y del impacto, propuesta de posibles medidas de mitigación y coordinación interministerial liderada por la Secretaría de Estado de Comunicación.
  • Al Nivel 3, la gestión estratégica y política de los aspectos de la crisis, y adopción de medidas con arreglo al marco para una respuesta conjunta. Sin olvidar que para cada uno de los ámbitos de actuación, se utilizarán los distintos medios disponibles para el intercambio de información, pudiéndose utilizar uno o varios. 
  • Al Nivel 4, por último, la estión política de la respuesta a una crisis, y adopción de medidas en el caso de atribución pública a un tercer Estado de una campaña de desinformación. 


Yo, y quizás ustedes, por una parte estamos un tanto perplejos respecto a qué implica exactamente la propuesta de posibles medidas de mitigación y, por otra,  habríamos esperado algún otro Nivel posterior, el 5 o el 6, en el que se nos dijera, por ejemplo, qué ocurre si la incidencia de la noticia no trasciende nuestras fronteras, qué va a pasar conmigo, con el periódico, con el que puso la noticia en circulación, yo qué sé, hasta cómo ha salido de bien o mal librado el Ministro de no recuerdo qué y si su cuñada volvió de Silos o sigue allí.


Lo de las conexiones internacionales, los peligros de manipulación planetaria son un horror, pero ¿qué pasa con la libertad de expresión, con la libertad de prensa y con el derecho a la inviolabilidad de las comunicaciones? No busquen: no hay ni una referencia, nada, ni una palabra.


Les aseguro que he releído la Orden y no he encontrado nada, así es que llegado a este punto, retrocedo y me parecen pertinentes algunas modestas reflexiones. 

  • En cuanto a la técnica legislativa empleada: deplorable. O el Derecho ya no es lo que era, o un Orden Ministerial, como cualquier otra norma, está pensada para autorizar, prohibir o regular, no para comentar largo y tendido lo malo que es desinformar y meterse después en un  laberinto pseudoorganizativo del que es más difícil salir que entrar. 
  • En cuanto a la jerarquía normativa elegida: insólita. Aunque se quede deliberadamente a medio camino, (que es lo que creo) la Orden del 5 de noviembre aunque no hable de ello afecta a cuestiones importantísimas, la libertad de expresión, la privacidad de las comunicaciones, la seguridad nacional, las relaciones internacionales… ¿reguladas por una modesta Orden Ministerial, como si se tratara del Reglamento del Etiquetado de la Aceituna Temprana?
  • En cuanto a los principios básicos a tener en cuenta en cualquier norma que establezca limitaciones: huérfana de padre y madre. No se define la conducta censurable, ni se sabe qué norma se puede estar infringiendo. No están enunciadas las medidas correctoras, ni se habla de qué modulación se establece entre infracción y sanción, ni de qué órgano instruye el expediente, si que existe, ni de plazos, ni de cuantías, ni de grados de incumplimiento. Kafka fue un aburrido contribuyente sin pizca alguna de síntomas neuróticos.
  • No hay ni una sola referencia al Poder Judicial, esencial, en mi opinión, cuando tratamos materias que pueden terminar limitando derechos civiles fundamentales.
  • En realidad, la tan traída y llevada Orden no se parece a ninguna otra que yo haya leído desde que me licencié en Derecho (lo que sólo quiere decir, eso, que no he leído otra del mismo estilo). Es, nada más, la transcripción de un acuerdo del Consejo de Seguridad Nacional que debería haber dado paso a una cuidada elaboración de un texto que habría merecido un tratamiento de superior rango (un Proyecto de Ley no habría estado nada mal: la oposición, aunque lo sea o precisamente por serlo, debe ser tenida en cuenta en asuntos de tal entidad)

  Mi propio, discutible y arriesgado punto de vista

  • Nadie estamos a cubierto del ataque repentino de un brote paranoide. Así que no descarto que este post no sea sino el delirio calenturiento de un paisano como yo, escarmentado de tanto despropósito como ve a su alrededor. Si así, fuera, pido disculpas a mis lectores por el tiempo que les estoy haciendo perder y a los inspiradores de la Orden Ministerial de referencia por poner en entredicho su pericia y sus intenciones.
  • Pese a todo, parafraseando mi ejemplo, veo la larga mano del Vicepresidente Segundo en este embrollo, porque barrunto el desagradable olorcillo de su doble obsesión por controlar a la prensa (la que, según él, si está en manos privadas es imposible que garantice la libertad de expresión) y su alergia a la mera existencia de jueces que no estén previamente adoctrinados (¿o debería decir "monitorizados"?).
  • Sé que con la Orden Ministerial ya en vigor, podría correr un cierto riesgo de que fuera yo mismo y mis imprudentes comentarios los que termináramos monitorizados y hasta, quién sabe, si "mitigados" etc., etc. pero en peores garitas hemos hecho guardia.
  • Y, para terminar, una sugerencia al Sr. Casado: no es preciso que lleve este asunto a los ámbitos europeos. No se trata de si en Bruselas están conformes o no con la Orden. Es que creo que debe dejar la internacionalización de nuestros conflictos internos para sujetos del jaez de Puigdemont u Otegi. Quizás lo recuerde de sus tiempos de alumno de derecho: para tumbar una Orden Ministerial, basta acudir, si se tiene razón y se sabe defender, a la jurisdicción contencioso administrativa. España y yo se lo agradeceríamos.