sábado, 14 de noviembre de 2020

La Comisión de la verdad

 Tiempos de zozobra

¿Quiénes de mis lectores no han recibido en los últimos tiempos algún mensaje perturbador, amenazante o iracundo advirtiendo de un contagio, avisando de un atentado, previniendo una estafa, poniendo a alguien a parir panteras o informando de un desmán?


Una treintena de palabras elegidas con exquisito cuidado bastan para hacer pasar la mentira por verdad. Más que suficientes para angustiar quienes viven a medio camino entre el aburrimiento  y el temor a lo desconocido.


El embuste pudo haber llegado al teléfono, a la pantalla del ordenador o a las páginas de un diario. A veces el dislate llevaba firma, si bien podría ser falsa, la mayoría de las veces era anónimo, un remitido de origen incierto cuyo último eslabón era, quizás, un amigo por encima de toda sospecha que, pese a todo, fue canal de transmisión de la mentira.


La materia prima del falso mensaje acaso fuera la política en abstracto, o la suntuosa vida de la clase dirigente, o los desafueros de alguien de sobra conocido en el escenario público; también es posible que difundiera falsas informaciones sobre cómo tratan los nórdicos o los australianos a los musulmanes, o cuál es el comportamiento de las minorías irregulares en nuestro suelo; quizás intentaran confundirle sobre los méritos académicos de aquél prohombre, o sobre la fortuna de éste advenedizo.


En todos los casos, ustedes no sabrán ni de dónde viene el veneno ni qué pretende el que lo ha hecho llegar a su garganta.


Así que no exagero si digo que esa pegajosa pandemia moral hay que detenerla, reducirla a su mínima expresión y, si fuera posible, cosa que dudo, eliminarla. Y lo dudo porque el mal viene de lejos, de muy lejos. Lo que han cambiado son los medios de difusión, los soportes de la noticia que la han vuelto más dañina, más letal que nunca.


La guerra contra la desinformación en los tiempos que corren


Es posible que haya quien piense que "La Verdad", así, con mayusculas, haya estado sobrevalorada desde hace siglos. "La verdad no existe; la mataron las palabras" decía Jorge Volpi. Quizás fuera más sensato manejarnos con verdades pequeñas, verificables, domésticas, tribales, en vez de buscar, invocar y, al final, manipular y ser manipulados por conceptos absolutos.


Más posible es, sin embargo, que haya desaprensivos, cada vez mejor preparados, que traten de vendernos mentiras por verdades y que vivan, y medren con sus embustes.


Siempre ha ocurrido, pero hasta hace un siglo no se ha llegado a teorizar y defender el uso deliberado y sistemático de la mentira disfrazada de verdad como arma política de primer orden. Suele endosarse al fascismo, versión nacionalsocialista, la paternidad de la teoría. Tengo mis dudas. Lejanos cronistas detectaron el germen hace dos mil quinientos años: Tucícides, escribiendo sobre las Guerras del Peloponeso decía: "Cambiaron el significado de las palabras en relación con los hechos para que se ajustaran a lo que querían que dijeran". Y añadía: "Quien se mostró prudente pasó por cobarde, quien pedía moderación se vio acusado de ser poco hombre, y quien apostó por la inteligencia le achacaron incapacidad para la acción".


No obstante, es en estos últimos años, menos de dos décadas, cuando el bulo, la desinformación, la mentira programada por expertos y difundida por medios cada vez más eficaces se ha convertido en un herramienta de dominación así que la lucha contra estas prácticas es urgente e imprescindible si aspiramos a defender nuestro modo de vida, nuestros valores.


De vez en cuando, todo hay que decirlo, veo algún atisbo de esperanza, algún ejemplo que no por escaso deja de tener importancia: hace unos días, mientras Donald Trump barbarizaba desde el altavoz de la Casa Blanca sobre lo que según él estaba pasando en las elecciones presidenciales, tres de las más influyentes cadenas de televisión de los Estados Unidos, y dos canales más que emiten en español cortaron su alocución, y una cuarta cadena, Fox News, proclive hasta ese momento a las tesis del Presidente, lo puntualizó sobre la macha. Ejemplar, desde luego. ¿Imaginan algo así en España?


La Comisión de la verdad, o la pesadilla de la censura


A fin de detener y contrarrestar la difusión de las fake news (permítanme el uso del anglicismo; la expresión que cito es, hoy por hoy, de casi imposible traducción: una fake new es bastante más que una falsa noticia) el 5 de noviembre el BOE ha insertado en sus páginas la "Orden PCM/1030/2020, de 30 de octubre, por la que se publica el Procedimiento de actuación contra la desinformación aprobado por el Consejo de Seguridad Nacional".


Procede del Ministerio de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática. Un inciso: esta grotesca manía de algún tiempo a esta parte de alargar el nombre de los Ministerios me recuerda los cambios en la denominación de los platos en las cartas de los restaurantes; de las "Patatas guisadas" se ha pasado a "Las Patatas del Valle del Tiétar aderezadas con el pimentón de la Vera, con sus trocitos de Chorizo del Alto Aragón, y los pimientos rojos de la huerta de mi prima Engracia, recogidos al amanecer". Es obvio que las segundas patatas se pagarán más caras y los Ministerios de nombre interminable necesitarán más asesores. 


Loable propósito el que dice perseguir la extrañísima disposición que quiero comentar. Habla de lo que he venido diciendo, pretende navegar en la cresta de la ola europea que ha visto el peligro de la desinformación tanto o mejor quizás que este bloggero que les escribe, y dice (dice) haber dispuesto lo necesario para enfrentar el mal.


He leído, releído y vuelto a leer la disposición que cito; no logro despejar mis dudas sobre qué pretenden sus autores, qué mentes jurídicas les han asesorado utilizar tan extraño formato y cómo esperan con semejante herramienta contener al enemigo. Tantas dudas y otras más que iremos viendo me llevan a la cuasicerteza de que ni el título se corresponde con la finalidad real de la Orden, ni el mecanismo descrito como "procedimiento" tiene la menor posibilidad de tranquilizar al contribuyente, si es que le da por leerlo, como ha sido mi caso.


¿Encaja de esta disposición en la normativa europea? Leo en "El País" del 9 de noviembre: "El objetivo de la orden ministerial es garantizar la participación de España en el plan de acción de la Unión Europea contra la desinformación”, ha indicado en Bruselas el portavoz de la comisión, Johannes Bahrke. Me pregunto si el portavoz ha leído la Orden o si su comentario se refiere sólo al objetivo oficial de la disposición y no a las posibilidades reales de usos alternativos de su extraño contenido. 


Último inciso: no exagero, ni pretendo hacerlo en lo que me falta por escribir, pero puedo estar equivocado. Tan es así, que recomiendo al cauto lector que pueda estar temiendo que sea yo el que intente dar gato por liebre, que se tome la molestia de consultar el BOE del 5 de noviembre. Advierto que no me hago responsable de la posible cefalea que la lectura de la asombrosa Orden Ministerial, pueda acarrearle.


Un ejemplo imaginario


Supongamos que acabo de recibir un whatsapp, un remitido sin paternidad conocida, cuyo texto exacto dice: "Barrunto la larga mano del Ministro de Relaciones con la Periferia Intersocial en la desaparición de los Frescos Románicos de Mollerusa. ¿Qué hcaía en la capilla la cuñada delMinistro? "La Gaceta de Cacabelos" se hace eco de noticia y da por buena la información". Lo leo, veo el nombre del remitente, un amigo fiable, verifico en internet que el Ministro tiene un hermano casado; incluso me aseguro de que el periódico gallego ha publicado la noticia y, sin más, lo circulo a un primo segundo, dos condiscípulos, una fiosoterapeuta que me alivia la espalda, mi pareja de mus, cuatro colaboradores que tuve hace años, una sobrina de mi mujer y tres amigos de la infancia.

¿Hay base para alguna actuación oficial posterior? ¿Es verdad o es mentira? Pues, depende.

  • Si comparto la opinión del remitente, es verdad que yo barrunto la larga mano…, etc., etc.
  • También es verdad que "La Gaceta de Cacabelos" ha publicado la noticia.
  • ¿Y la presencia de la cuñada del Ministro en el lugar de los hechos? No sabe, no contesta.
  • ¿Y la intervención del Ministro en la desaparición de los Frescos? Pues qué quiere que le diga.


¿Qué dice en un caso como éste la reciente Orden de 5 de noviembre? ¿Quién puede hacer qué? ¿Qué futuro nos espera a mi remitente, al Director de La Gaceta de Cacabelos, al redactor de la noticia y a mí mismo, si se demuestra que los frescos no han desaparecido y que la cuñada del Ministro estaba ese día en el Monasterio de Silos? ¿Alguien puede seguir el rastro de la noticia para ver si detrás de ella está la mano no del Ministro español, sino de los servicios de Intoxicación Perimetral del Turkestán?


Tratemos de averiguar lo que previene la Orden Ministerial 


(Advertencia: les van a extrañar las citas. La Orden que comento no tiene articulado alguno, sino parrafadas y cuadros, pero no la he redactado yo, así que las reclamaciones al maestro armero).


Primer paso: alguien ha descubierto el  whatsapp, en circulación.

  • Al Nivel I, (¿?) que es quien ha detectado el mensaje, le corresponde la monitorización, vigilancia y detección, así que le incumbe la alarma temprana, notificación y primer análisis, lo que le lleva a activar la citada alerta temprana con comunicación inmediata en el momento que se tenga constancia de posible campaña de desinformación, ya sea a nivel nacional como a través del Sistema de Alerta Rápida (RAS) de la UE. Y, como ustedes podrán suponer, la investigación del posible origen, el propósito y seguimiento de la campaña.
  • ¿Quién se ocupa de todo esto? Pues según el Anexo I La Secretaria de Estado de Comunicación, el Departamento de Seguridad Nacional, el Centro Nacional de Inteligencia, la Secretaría de Estado de Transformación Digital e Inteligencia Artificial, el Gabinete de coordinación y estudios Secretaría de Estado de Seguridad y laDirección General de Comunicación, Diplomacia Pública y Redes. ¿Demasiado personal? No sé, acaso el peligro lo justifique.
  • Aunque no debemos olvidar que los organismos que componen la Comisión Permanente designarán para para cada nivel el órgano u organismo de su ámbito de competencia que les represente.

Damos por hecho que ya tenemos el problema detectado, monitorizado, "alarmado", mitigado y coordinado con todo organismo concernido, incluido si el caso llega, supongo aunque la disposición no lo establece, la Nunciatura Apostólica y el Comisionado de la ONU para la Defensa del las Minorías Desprotegidas.

Sigamos.

  • Al Nivel 2 le corresponde el apoyo en el proceso de toma de decisiones a nivel estratégico, evaluación de las consecuencias y del impacto, propuesta de posibles medidas de mitigación y coordinación interministerial liderada por la Secretaría de Estado de Comunicación.
  • Al Nivel 3, la gestión estratégica y política de los aspectos de la crisis, y adopción de medidas con arreglo al marco para una respuesta conjunta. Sin olvidar que para cada uno de los ámbitos de actuación, se utilizarán los distintos medios disponibles para el intercambio de información, pudiéndose utilizar uno o varios. 
  • Al Nivel 4, por último, la estión política de la respuesta a una crisis, y adopción de medidas en el caso de atribución pública a un tercer Estado de una campaña de desinformación. 


Yo, y quizás ustedes, por una parte estamos un tanto perplejos respecto a qué implica exactamente la propuesta de posibles medidas de mitigación y, por otra,  habríamos esperado algún otro Nivel posterior, el 5 o el 6, en el que se nos dijera, por ejemplo, qué ocurre si la incidencia de la noticia no trasciende nuestras fronteras, qué va a pasar conmigo, con el periódico, con el que puso la noticia en circulación, yo qué sé, hasta cómo ha salido de bien o mal librado el Ministro de no recuerdo qué y si su cuñada volvió de Silos o sigue allí.


Lo de las conexiones internacionales, los peligros de manipulación planetaria son un horror, pero ¿qué pasa con la libertad de expresión, con la libertad de prensa y con el derecho a la inviolabilidad de las comunicaciones? No busquen: no hay ni una referencia, nada, ni una palabra.


Les aseguro que he releído la Orden y no he encontrado nada, así es que llegado a este punto, retrocedo y me parecen pertinentes algunas modestas reflexiones. 

  • En cuanto a la técnica legislativa empleada: deplorable. O el Derecho ya no es lo que era, o un Orden Ministerial, como cualquier otra norma, está pensada para autorizar, prohibir o regular, no para comentar largo y tendido lo malo que es desinformar y meterse después en un  laberinto pseudoorganizativo del que es más difícil salir que entrar. 
  • En cuanto a la jerarquía normativa elegida: insólita. Aunque se quede deliberadamente a medio camino, (que es lo que creo) la Orden del 5 de noviembre aunque no hable de ello afecta a cuestiones importantísimas, la libertad de expresión, la privacidad de las comunicaciones, la seguridad nacional, las relaciones internacionales… ¿reguladas por una modesta Orden Ministerial, como si se tratara del Reglamento del Etiquetado de la Aceituna Temprana?
  • En cuanto a los principios básicos a tener en cuenta en cualquier norma que establezca limitaciones: huérfana de padre y madre. No se define la conducta censurable, ni se sabe qué norma se puede estar infringiendo. No están enunciadas las medidas correctoras, ni se habla de qué modulación se establece entre infracción y sanción, ni de qué órgano instruye el expediente, si que existe, ni de plazos, ni de cuantías, ni de grados de incumplimiento. Kafka fue un aburrido contribuyente sin pizca alguna de síntomas neuróticos.
  • No hay ni una sola referencia al Poder Judicial, esencial, en mi opinión, cuando tratamos materias que pueden terminar limitando derechos civiles fundamentales.
  • En realidad, la tan traída y llevada Orden no se parece a ninguna otra que yo haya leído desde que me licencié en Derecho (lo que sólo quiere decir, eso, que no he leído otra del mismo estilo). Es, nada más, la transcripción de un acuerdo del Consejo de Seguridad Nacional que debería haber dado paso a una cuidada elaboración de un texto que habría merecido un tratamiento de superior rango (un Proyecto de Ley no habría estado nada mal: la oposición, aunque lo sea o precisamente por serlo, debe ser tenida en cuenta en asuntos de tal entidad)

  Mi propio, discutible y arriesgado punto de vista

  • Nadie estamos a cubierto del ataque repentino de un brote paranoide. Así que no descarto que este post no sea sino el delirio calenturiento de un paisano como yo, escarmentado de tanto despropósito como ve a su alrededor. Si así, fuera, pido disculpas a mis lectores por el tiempo que les estoy haciendo perder y a los inspiradores de la Orden Ministerial de referencia por poner en entredicho su pericia y sus intenciones.
  • Pese a todo, parafraseando mi ejemplo, veo la larga mano del Vicepresidente Segundo en este embrollo, porque barrunto el desagradable olorcillo de su doble obsesión por controlar a la prensa (la que, según él, si está en manos privadas es imposible que garantice la libertad de expresión) y su alergia a la mera existencia de jueces que no estén previamente adoctrinados (¿o debería decir "monitorizados"?).
  • Sé que con la Orden Ministerial ya en vigor, podría correr un cierto riesgo de que fuera yo mismo y mis imprudentes comentarios los que termináramos monitorizados y hasta, quién sabe, si "mitigados" etc., etc. pero en peores garitas hemos hecho guardia.
  • Y, para terminar, una sugerencia al Sr. Casado: no es preciso que lleve este asunto a los ámbitos europeos. No se trata de si en Bruselas están conformes o no con la Orden. Es que creo que debe dejar la internacionalización de nuestros conflictos internos para sujetos del jaez de Puigdemont u Otegi. Quizás lo recuerde de sus tiempos de alumno de derecho: para tumbar una Orden Ministerial, basta acudir, si se tiene razón y se sabe defender, a la jurisdicción contencioso administrativa. España y yo se lo agradeceríamos.  


















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