Laura Borrás, palafrenera mayor del fugado Puigdemont
Con mis disculpas
Que no por disconforme que pueda estar con sus delirios secesionistas pretendo molestarla al atribuirle tan trasnochado oficio.
(Palafrenero Mayor: "En las caballerizas reales, picador, jefe de la regalada, que tenía de la cabezada el caballo cuando montaba el rey". Esa es la definición del término según la Real Academia Española de la Lengua.)
Repare Doña Laura en que si bien puede parecerle desdoro, afrenta o vejamen mandarla a trabajar a las cuadras, no es menos cierto que, al menos de vez en cuando, podría tener la fortuna de estar junto a la suela del zapato, bota o borceguí del Rey.
Caigo, no obstante, en la cuenta de que si la Doña es fiel comilitona del fugado Puigdemont, mal servicio le presto considerando Rey no ya a un huido vergonzante, sino, lo que es casi trágico, a un republicano profesional, así que vuelvo al principio y reitero mis disculpas.
De dónde sale la entrevistada
Es Doña Laura curtida filóloga, tanto en su materna lengua catalana, licenciada, como en el más amplio campo de las lenguas románicas, donde llegó a doctora.
No acabo de entender muy bien cómo alguien que cursó sus estudios en disciplinas como las comentadas se la puede encontrar entre los firmantes del manifiesto Koiné, en el que se reclamaba nada menos que la exclusión del castellano de las tierras catalanas. ¡Una filóloga condenando al ostracismo a la tercera lengua más hablada del planeta, que es, además, la que según la legislación vigente debe conocer tan bien como sin duda lo hace! En fin, allá ella. No creo demasiado en el infierno, pero de haberlo seguramente nuestra protagonista sería condenada, por contumaz, al círculo de los eternos lectores de las Novelas Ejemplares, de Los Episodios Nacionales y de la obra completa de Don Marcelino Menéndez y Pelayo.
La dama llegó tarde a la política, ayer como quien dice, y entró en ella con el fervor, el entusiasmo y hasta el fanatismo característico de los novicios. En línea con su aversión a la lengua española, entró a formar parte de las mermadas huestes de lo que un día fuera el Partido representante de la burguesía catalana bien pensante, bien comida y bien llorona, la extinta Convergencia Democrática, que cataclismos mediantes, y rebautizos de por medio ha terminado por ser, de momento, Juntos por Cataluña.
Medró la filóloga, si ello es posible en tan precario conciliábulo, y es a la sazón candidata a la canonjía de Presidenta de la Generalidad de Cataluña. (habrán observado mis avisados lectores, que no digo Generalitat, ni Junts per Cat, pero, como están viendo, me expreso en español o castellano, así que me excuso de extranjerismos innecesarios, aunque peque de políticamente incorrecto en esos tiempos en los que a la salida de Madrid ya se indica en la cartelería "A Coruña" olvidando el respeto a la lengua que se habla debajo del cartel que indica el camino para llegar a La Coruña)
Y como la señora está en camino en convertirse en famosa, el programa "La hora de la 1" la ha entrevistado. Lo que ocurrió durante el tiempo que estuvo en pantalla fue algo así como la "Historia de un despropósito anunciado". La micro historia de una iluminada con una aparente sonrisa beatífica, entre condescendiente y displicente, que dejaba traslucir, no obstante una letal carga vírica de desprecio a la verdad, al rigor y la decencia.
El catecismo íntegro del "indepe" irredento
Dª Laura, con el desparpajo que le otorga su paso por las aulas, la desvergüenza aprendida en sus tiempos de Consejera de Cultura de la Generalidad y el fundamentalismo desfachatado que se deduce de las enseñanzas mamadas de predecesores como Torra el supremacista o Mas "el astuto", fue desgranando el rosario de latiguillos, consignas y suras característicos de esa pléyade de voceros del fugado que conocen de memoria lo que hay que decir cuando hay un micrófono delante, aunque esté apagado.
El del martes pasado no estaba apagado, no, así que la oímos decir, comedida, educada, melíflua, sonriente, segura de su indiscutible superioridad sobre la ramplonería de la audiencia, española nada más, los miles de millones que año tras año esquilma España a Cataluña, la interminable lista de compromisos presupuestarios incumplidos un ejercicio sí y otro también por los sucesivos Gobiernos de España, etc., etc., etc. Por descontado, ni una concreción, ni una prueba, ni un argumento. Sólo afirmaciones, basadas nada más en su pasmosa seguridad al hablar.
Si alguno de mi lectores estaba entre sus teleespectadores y quiere saber algo más al respecto, le sugiero la lectura de "Las cuentas y los cuentos de la independencia", del odiado José Borrell, el infame catalán vendido al oro de Madrid, traidor a la tierra que le vio nacer.
Se embarcó luego la entrevistada, como suelen hacer sus cofrades, en la letanía jeremíaca de afirmaciones que se desmienten por sí mismas: el déficit democrático de España, la corrupción intrínseca de la justicia española, la persecución obsesiva de la disidencia catalana… El más lerdo de los observadores sabe que su presencia en el programa, su salida del plató por su propio pie, su vuelta a casa sin problema alguno, son un desmentido clamoroso a sus afirmaciones, pero qué quieren, con esta farsa convivimos a diario.
Continuó con la consabida monserga de la legitimidad absoluta del fallido referéndum de autodeterminación, en flagrante contradicción no ya con la Constitución y con su propio Estatuto de Autonomía, sino con la doctrina consagrada por el Derecho Internacional; nos ilustró sobre la arbitrariedad de la justicia española que sienta en el banquillo a inocentes y su servidumbre al Poder Ejecutivo… Ya saben.
Y terminó con algo que me llamó la atención: habló de lo llamativo que resulta el que tantos Presidentes de la Generalidad de Cataluña hayan sido apartados de su cargo por los "Tribunales Españoles" (me pregunto si estaría sugiriendo la pertinencia de someterlos a la jurisdicción moldava, o si, en el fondo, no envidia la pericia del patrón de patrones, Pujol el Viejo, el más Presidente de todos los Presidentes, que hasta la fecha está esquivando con singular maestría las embestidas de las togas hispanas) de donde concluye que tal vez si los votantes catalanes la eligieran como la próxima Presidenta podría acabar corriendo ella la misma suerte.
Por el gesto modosito, entre doliente, resignado y beatífico, uno podría pensar que el espíritu de sacrificio fluye por sus venas como los caudales sumados del Ter, el LLobregat y el Noguera Pallarés. De pronto caí en la cuenta de que todo era una pantomima. Que, en realidad, lo que Doña Laura estaba representando era la dramatización del conocido dicho de "ponerse la venda antes de recibir la pedrada". Porque, para los no iniciados, quiero poner en su conocimiento que la eminente filóloga está imputada por el Tribunal Supremo, que la investiga por delitos de prevaricación, fraude a la administración, malversación de caudales públicos y falsedad documental por, supuestamente, trocear contratos públicos y adjudicárselos a un amigo en su fecunda época de Consejera de Cultura de su Generalidad. ¿Qué importa? Si terminan condenándola, cosa que no le deseo, no vayan a creer, no será por sus presuntas fechorías sino por sus ideas secesionistas.
Esperen un tiempo. Esto que leen hoy, tendrán ocasión de oírlo cuando llegue la campaña electoral catalana: lo que para cualquier ciudadano decente suele ser algo indeseable, entrar en la categoría de investigado por los Tribunales, no es un estigma para ella sino un timbre de gloria que hasta puede hacerle rebañar un puñado de votos de incondicionales abducidos. O sea: trata de presentarse desde ahora como una represaliada más, como la enésima víctima del proceso soberanista.
Un último comentario
Los tertulianos no dieron la talla. Dejaron irse de rositas a Doña Laura sin poco más que algún arañazo superficial. Nadie exigió datos ni puso de manifiesto las flagrantes contradicciones del discurso, ninguno de los presentes pidió explicaciones, pruebas, argumentos; en ningún momento fue acorralada con la evidencia de sus falacias.
Era TVE; era "La hora de la 1". A veces tengo la impresión de que casi nadie entiende la diferencia entre Estado y Gobierno y de quién de los dos es el patrón de la televisión pública.
La imparcialidad informativa no consiste en entrevistar un día a Ortega Smith, otro a Echenique y el tercero a Laura Borrás: consiste en exprimirlos a los tres y sacarles los colores, si al caso viene. A los tres.
La tertulia se quedó en agua de borrajas
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