Inmigrantes e hijos de inmigrantes
Los que vienen de fuera
Todos somos inmigrantes o descendientes de inmigrantes. Me pregunto de dónde viene esa tan frecuente inquina que despierta el forastero; no importa que le llamemos eso, forastero, o extranjero, o bárbaro (que en origen fue lo mismos). Nuestros ojos ven un "visitante", pero nuestro subconsciente detecta un "invasor" ¿Por qué?
Tememos que la presencia de desconocidos, de diferentes, de invasores, altere nuestra cómoda vida, aunque más que perder la comodidad, aunque lo que tememos de verdad es que el recién llegado nos enfrente a lo desconocido.
Solemos pretender que las cosas sigan como siempre, pero la historia demuestra que lo único permanente, lo único constante es el cambio. Así que pensar en un "como siempre", es admitir el cambio, aunque parezca una contradicción. Somos lo que somos, como pueblo, como país, como individuos, como consecuencia de los cambios que han ido produciéndose a lo largo del tiempo, aunque a veces no lo hayamos percibido.
Es una evidencia que "lo de siempre", o es el cambio o no es nada. Comparemos cualquiera de los elementos que creemos que nos definen, la lengua, nuestras creencias, las formas de organizarnos, nuestras fronteras, hasta el color de nuestra piel, tal como los conocemos ahora, con lo que esos mismos elementos han sido en otros momentos del pasado ¿Cuánto hay que retroceder para que nada sea igual?
¿Qué se hablaba antes de el español? ¿En qué Dios se creyó hace dos mil años? ¿A quién obedecíamos hace ochenta y cuatro años? ¿Dónde terminaba España por el norte hace quinientos años? ¿De qué color eran nuestros compatriotas en el siglo VI?
Los migrantes
Así que enlazando con el comienzo del post ¿Cuáles de esos cambios se deben a la presencia, a la irrupción de otras gentes? Unas veces vinieron en son de paz, otras con las armas en la mano, pero llegaron, se aposentaron en tierras que antes estaban en manos de otros y todo cambió. También los que llegaron acabaron siendo otros. Nosotros, los de ahora somos sus herederos; de los que había y de los que llegaron.
El hambre, los cambios del clima, la ambición, las creencias religiosas, la presión demográfica, han sido las palancas de los grandes movimientos de pueblos enteros. Las hemos soportado y las hemos provocado. Esto viene siendo así desde que la humanidad comenzó a serlo. Nuestros ancestros empezaron a moverse antes de saber quiénes eran.
Utilizamos el lenguaje para distinguir lo que hacemos de lo que soportamos: cuando somos nosotros los que entramos en tierras de otros lo hacemos para civilizar, para evangelizar, para… Lo contrario de lo que piensan y sienten los que nos ven llegar, o pensamos nosotros mismos de los que vienen a nuestras tierras.
Hay otro rasgo no siempre perceptible, pero determinante en el rol del receptor: si el forastero viene hambriento, suele ser tratado a tono con su condición de perdulario, no importa lo necesitado que esté de nuestra ayuda. Es así, siempre lo ha sido; pero, por otra parte, ese mal trato nunca ha siso suficiente para frenar la llegada de más indigentes. El hambre sueles er más poderosa que el orgullo.
Hace dos años tuvimos entre nosotros a más de ochenta millones de turistas y a quizás seis millones de emigrantes. Unos y otros nos cambiarán, nos están cambiando. Servimos y agasajamos a los primeros; rechazamos y hasta satanizamos a los segundos. ¿Qué hemos sido nosotros en el pasado reciente, turistas o emigrantes?
El afán de mantener las esencias
Todo cambia, pero casi nadie se siente cómodo con el cambio. Acaso por ello siempre tendremos entre nosotros a aspirantes a garantes de las esencias de lo que sea, nuestra familia, nuestro pueblo, nuestro país. Pura paradoja, a veces los más firmes defensores de las tradiciones, son recién llegados que pretenden perpetuar usos y costumbres que apenas han sido un parpadeo en la historia de la tierra que habitan.
Intrusos que empiezan por definir la tierra que antes era de otros, reinventan el pasado, se lo apropian y continuan luego amurallando su conquista para hacerla inaccesible a otros como ellos. Son los criollos, se llamen como se llamen en cada país.
Siempre habrá un cronista oficial que ayude a definir quiénes éramos "desde siempre", aunque esa esencia nacional cambie cada capítulo al dictado del que paga la pitanza del escribidor.
Veamos algún ejemplo en nuestro suelo: Cartago fue invasor hasta que se asentó definitivamente en celtiberia. Vinieron los romanos y se convirtieron en los malos hasta que, una vez consolidada su presencia nos dio presumir de que "España" dio Emperadores a Roma (¡España ya existía para algunos en el siglo I de nuestra era), que, una vez hispanizados hicieron frente, aunque perdieran, a las invasiones de los bárbaros del norte. Luego, cuando los visigodos ya eran españoles, llegaron los árabes, y después los almorávides y más tardes los almohades, y hubo que echarlos a todos para seguir siendo españoles, antes de que existiera España.
Cualquier intento de relacionar nuestras fronteras actuales con las de cualquiera de los momentos de que hablo antes es tiempo perdido. Ni siquiera sabíamos que éramos españoles, porque fueron otros, los italianos, los que dieron en llamarnos así, mientras nosotros hablábamos de "Los Reinos Cristianos"
Lo que pretendo decir es que o asumimos que somos el resultado de la llegada de múltiples pueblos, o no entenderemos nada respecto a quiénes somos.
Dónde estamos y adónde vamos
Ahora dicen que somos europeos. Más aún, estamos orgullosos de serlo. ¿Existe Europa? Y si existe, si es más que un continente, o un mito griego ¿Desde cuándo, cuáles son sus límites, hacia dónde camina? No hace demasiado tiempo, Oswald Spengler, uno de los pensadores que más influyó en el horror de la II Guerra Mundial, decía que "la voz "Europa" debiera borrarse de la historia. No existe el tipo histórico del europeo".
Supongamos que ahora lo somos; europeos, quiero decir. Tendremos que asumir que nos hemos invadido unos a otros, nos hemos matado con saña, nos hemos legado nuestras grandes creaciones artísticas, nos hemos mezclado los del norte con los del sur, y que todo eso lo hemos hecho por hambre, por codicia, por deseo de aventura, por fanatismo religioso, por amor a la humanidad, porque así nos enseñaron sacerdotes de cuarenta dioses diferentes, que unas veces predicaron el amor y otras mandaban a las hogueras de su Dios particular al disidente. Disidente que era, al mismo tiempo, hereje para unos y mártir para otros.
Déjenme, pues, que les diga alguna que otra cosa
- Usted, amigo español, que a buen seguro tiene sangre celta, ibera, cartaginesa, griega, romana, judía, germánica, agarena ¿Por qué se empeña en creerse con derecho a mirar a nadie por encima del hombro? ¿De qué parte de su sangre quiere maldecir?
- Algunos de sus antecesores llegaron por aquí muertos de hambre, o ardiendo en deseos de escabechar a quien no creyera como ellos. El resultado, tres o cuatro siglos, o siete u ocho, somos usted y yo, y esa señora tan pimpante que pasa por ahí. ¿De verdad tenemos derecho a objetar la vecindad de quien viene por las mismas razones que el tatarabuelo de su tatarabuelo?
- En la tierra que pisamos se ha adorado y se ha rezado a los dioses de los bosques, al panteón romano, al Dios de los cristianos en más de una variante; ha habido quien siguió fiel al Talmud y quien durmió con el Corán bajo la almohada. Se mataron entre ellos en nombre de dioses que prohibían matar¿A quién rezarán nuestros tataranietos?
- Hace dos mil años y ayer por la tarde hemos tenido entre nosotros demasiados fundamentalistas que hablaban en nombre de supuestas realidades que eran puras ficciones. A veces, cuando alguien pretendía desenmascararlos, lo descuartizaban, o le pegaban fuego, o le separaban la cabeza del cuerpo.
- Pasarán los años, ni usted ni yo estaremos para verlo pero todo lo que ahora conocemos habrá desaparecido. Lo único que se nos pide es que dejemos en herencia más tolerancia que intransigencia, más inteligencia que prejuicios, más bondad que odio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta aquí lo que desees