sábado, 10 de julio de 2021

 El desprecio por las normas

¿Deformación profesional?

Supongo que cinco años dedicados al estudio del Derecho, dos más especializándome en una de sus ramas y otros cuarenta poniendo en práctica mis conocimientos o tratando de hacerlo, terminan generando una inevitable deformación profesional.

Sea por ello o porque la lógica no alcanza para explicarme por qué veo con tanta frecuencia la constante desobediencia de las normas sin que de ello se desprenda consecuencia alguna para el infractor, cada día que pasa me cuesta más entender por qué ciertas cosas son como son.

Algunos ejemplos de andar por casa

Paso buena parte del año en uno de los puntos que presumen ser santo y seña del desarrollo turístico español. Municipio que vive de, por y para el turismo, tratando de alcanzar un difícil equilibrio entre convivencia ordenada y máximo respeto por las libertades individuales, especialmente si éstas han de ser ejercidas por los visitantes de allende nuestras fronteras.

Y ésta es una de las primeras cosas que me llaman la atención: en el inconsciente colectivo ha arraigado la convicción de que al turista, sobre todo si es británico, no debe molestársele por fruslerías tan poco relevantes como tratar de meterle en su mollera que las normas se publican para ser cumplidas. Como si ellos en su tierra de origen tuvieran bula, nada más lejos de la realidad, para burlar las leyes a su capricho.

Vean

  • El lugar del que hablo cuenta con un más que apañado Paseo Marítimo, con sus suelos, balaustradas, y escaleras de mármol, en el que de tanto en tanto se alzan señales de tráfico bien visibles prohibiendo la circulación de bicicletas. Normas de carácter estatal, por otra parte, prohiben cabalgar patinetes eléctricos por aceras y zonas reservadas a los peatones. El Municipio en cuestión cuenta con una buena dotación de policías municipales, parte de los cuales deambulan vigilantes a diario por el citado paseo. ¿Qué importa? Bicicletas, patines, patinetes, circulan a distintas velocidades sorteando peatones a los que a veces hacen brincar cuando oyen a su espalda el timbre de cualquiera de estos artilugios. Nunca, jamás, ninguna vez, quiero decir, he visto a un solo guardia urbano tratando de evitar la circulación de cualquiera de estos artefactos. Más aún: en pleno paseo, el Municipio ha autorizado la instalación de un negocio de alquiler de bicicletas.
  • Preocupados tal vez por lo que acabo de contar, o dispuestos a enrolarse en las huestes de seguidores de la modernidad, el Consistorio Municipal aprobó hace algunos años la pertinente partida presupuestaria para dotar de un carril-bici al centro de la ciudad, no sé si para desviar por él el incesante tráfico de ciclistas por la zona peatonal o para presumir de ser uno más de los Municipios que apostaban por una ciudad sin humos. El caso es que más de un lustro después, los velocípedos siguen por el paseo marítimo y el carril bici languidece huérfano de usuarios, sin que los automóviles hayan llegado a recuperar el espacio del que un día disfrutaron. Que conste que desde mi punto de vista, es más agradable circular junto al mar que por la calle paralela, pero ésa no es la cuestión.
  • Delante de la casa donde vivo, discurre una avenida que cuenta con un  carril de servicio estrecho, en uno de cuyos costados hay cada cincuenta metros señales de tráfico prohibiendo aparcar e, incluso detenerse. A diario, mañana, tarde y noche, los vehículos estacionados ocupan ambos lados. Jamás nadie ha sido multado. Es cierto que por los alrededores es misión imposible encontrar un lugar para aparcar pero, una de tres, o se construye un aparcamiento subterráneo, o se quitan la señales que prohiben estacionar, o se utiliza la grúa municipal para dejar libre el carril ocupado.
  • En esa misma ciudad, en ese mismo paseo del que antes hablaba, cuando arreció la Covid era un suceso noticiable ver algún extranjero con mascarilla. Los  guardias municipales seguían apostados en sus lugares habituales, los británicos, rusos, franceses, cataríes, alemanes, argentinos e, incluso, algún subsahariano que otro, habían entendido, sin duda, que en algún punto recóndito de las normas españolas debería haber alguna excepción que les autorizara a prescindir del tapabocas, porque ellos pasaban, pasaban y volvían a pasar delante de los agentes de la Ley y jamás de los jamases nadie les llamó la atención. Poco después, como si la tendencia a la desobediencia fuera tanto o más contagiosa que la pandemia de marras, los aborígenes dieron en imitar a los forasteros, así que llegó un momento en el que solo algún pardillo que otro, entre los que nos encontrábamos mi mujer y yo, paseábamos con nuestra mascarilla en su sitio. Como digo una cosa, digo la otra: jamás nos llamaron la atención por nuestro atípico comportamiento.
  • Luego, un buen día, caí en la cuenta de que la desidia oficial a la hora de hacer cumplir lo establecido no era monopolio del lugar desde el que escribo: cada fin de semana, según los noticiarios, las fuerzas del orden imponían, notificaban y supongo que tramitaban cientos, miles, decenas de miles, cientos de miles, de denuncias por incumplimiento de la farragosa normativa que limitaba nuestra movilidad, imponía mascarillas, distancias de seguridad, confinamientos varios y demás peplas. Pocas horas después, en otro noticiario, nos enterábamos de que, como mucho, llegaba a ponerse al cobro una de cada diez denuncias. O no se llegaban a notificar, o los Tribunales se encargaban de anularlas. Y digo yo ¿Es que el Estado, las Comunidades Autónomas, los Municipios no cuentan con profesionales del Derecho competentes como para haber pergeñado de inicio procedimientos adecuados para que los infractores no se fueran de rositas? ¿O solo se trataba de dar la impresión de que "el que el hace la paga"? Porque el problema es que cuando estas cosas se hacen así de chapuceramente, el efecto que se consigue es el contrario: acaba generalizándose la sensación de que tanto da cumplir con lo establecido como no. Peor aún: a los cumplidores termina por quedárseles cara de tontos. 

Habría que sacar una Ley…

¿No lo han oído cientos de veces? Pasa cualquier cosa y siempre hay alguien que se queja de que no se dicte esa misma tarde una Ley que prohiba, o que obligue a hacer o a dejar de hacer tal o cual cosa.

¿Saben? La mayoría de las veces la ley que se pide ya existe (que sea Ley, Decreto u Orden Ministerial, es lo de menos). Se publicó en su día, pero nadie se preocupa de que se cumpla, como nadie se ocupa de mantener ese parque de barrio que se sembró nada más que para inaugurarlo y a partir de entonces nadie volvió a ocuparse de él.

Yo creo que lo primero que habría que hacer es derogar los cientos o miles de normas de todo rango y materia que han dejado de ser necesarios, útiles, o posibles de cumplir (Un ejemplo: ¿saben ustedes que siguen en vigor un rimero de Órdenes Ministeriales de principios de los años 40 que uniformaron a la práctica totalidad de los funcionarios civiles del Estado? Nunca se cumplieron, paro nadie las derogó, así que ahora, un Inspector de Hacienda o de Trabajo que visite de paisano a una empresa, él no lo sabe pero, técnicamente, esta infringiendo la ley, porque lo que sí sigue en vigor es el Art. 2 del Código Civil que establece que las normas solo se derogan por otra posterior, o sea, como siempre se ha dicho, el desuso o la práctica en contrario no deroga las leyes).

Y ese desprecio por la legalidad, no suele tener en muchos casos, ninguna consecuencia práctica, porque ni en el ánimo del legislador, ni el del ciudadano, ni, lo que es peor, de la Administración encargada de hacer cumplir lo que está mandado, ha estado nunca la intención de que aquello tenga que ser de otra manera. 

El gen calvinista y la teoría del palo y la zanahoria

Hay quien babea de gusto, tiembla de emoción cuando compara el modo de comportarse ante las leyes de escandinavos, suizos o escoceses frente a lo que hacemos italianos, españoles y otros ribereños de nuestro Mar Mediterráneo.

¿Existe un gen específico de estos países que les lleva al acatamiento automático  de lo que publican sus respectivas versiones del BOE? ¿Serán las secuelas del espíritu calvinista, tan distinto del credo católico, con su socorrida martingala de la confesión, la penitencia y el propósito de la enmienda?

Permítanme que lo dude, o que, al menos, busque alguna otra explicación adicional. Mientras pagar las consecuencias de una infracción sea más rentable que cumplir la Ley, no nos pidan milagros: daneses y manchegos nacen iguales, pero si en Copenhague y en Cuenca las consecuencias de hacer de tu capa un sayo son tan distintas, lo normal es que ambos se comporten de manera diferente. Al final, allí y aquí respondemos al doble estímulo del palo y la zanahoria. Lo que cambia es el tamaño de la hortaliza y de la estaca.

O sea que…

  • Aunque esté corriendo el riesgo de que alguien con ansias de popularidad salgo ahora diciendo que ese ánimo transgresor es uno de los encantos de ser como somos, lamento que en España seamos tan poco respetuosos con la legalidad vigente.
  • Me saca de quicio verificar que mucho de mis conciudadanos siguen convencidos de que democracia quiere decir patente de corso para hacer lo que "se me pegue la gana" que diría un mexicano.
  • Me parece asombroso que la práctica totalidad de nuestros agentes de la autoridad no entiendan que su primera obligación es cumplir y hacer cumplir la Ley, sea cual fuere su contenido, sin acepción de personas, territorios o épocas del año.
  • Dudo mucho, no obstante, de que las cosas vayan a cambiar en tanto nuestros representantes no entiendan que la función de una Ley no es presumir de que se ha aprobado, sino que su destino es ser aplicada.


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