sábado, 3 de julio de 2021

 Mascarillas fuera

Llegó el gran día

Un par de eternidades más tarde, el Gobierno, tras nada menos que un Consejo de Ministros Extraordinario, la ocasión lo merecía, decretó el final de la condena a llevar mascarilla en la mayoría de las ocasiones.

Hay quien dice que la solemnidad y la fanfarria que ha rodeado la nueva regulación ha sido elegida con todo cuidado para restar protagonismo al debate sobre los indultos a los secesionistas, pero ya se sabe qué malpensado es el personal.

Sea o no cierto, lo que no cabe duda es que la novedad ha despertado cualquier cosa menos la unanimidad: muchos de los que la añoraban claman ahora por medidas más estrictas; otros creen que debería haberse ido más allá y arrumbar el tapabocas de una vez por todas, y los más, creo yo, suspiramos de alivio, empezamos a llevar la mascarilla en el codo y nos vemos sonreír unos a otros como antes del lío.

Hemos pasado, pues, de tener que llevar el maldito trapito enmascarando nuestras gracias salvo en la ducha, al fumar y al correr entre los congéneres, a seguir llevándola en cuatro casos. (Por qué antes se podía correr entre multitudes de paseantes sin la mordaza puesta y en cambio había que seguir embozado si sólo andabas deprisa, siempre fue un misterio para mí. Se ve que lo mío no es la epidemiología).


Somos lo que somos, y a mucha honra

Buen momento para verificar la singularidad del pueblo español. Uno habría supuesto que tras tantos meses de maldecir el embozo, tantas bromas sobre la deformación irremediable de las orejas, solo los feos de competición estarían desolados. 

O sea, que habría que haber supuesto un respiro colectivo monumental, un lanzar mascarillas al aire como egresados norteamericanos al recibir su licenciatura o una quema generalizada del símbolo del tiempo nefasto que parecía haberse superado.

Sin tantas alharacas, así ha sido en términos generales, pero… Veo y me llegan noticias fidedignas de que tampoco ha sido excepcional el comportamiento contrario. Me comenta un buen amigo que ve sorprendido cómo alguien que ha visto día tras día en el tiempo pasado hacer público alarde de rebeldía mascarillera, alardea ahora de caminar embozado como si el virus hubiera hecho cuestión de principios infectarlo a él, precisamente a él, que con tanto desparpajo lo desafiaba hasta el día en el que el Presidente de Gobierno anunció urbi et orbi que volvíamos a la normalidad.

Vuelvo al que en esta época del año es mi lugar habitual de residencia y veo que, en efecto, es notable el número de paseantes que siguen protegidos tras las mascarillas. ¿Prudencia, desconfianza a propósito de la fiabilidad del Gobierno o, como me temo, una muestra más del ánimo rebelde del español?

Algunos precedentes

- Zapatero y la carne de conejo

Apuntaba el invierno del  2011, la crisis económica era ya más que una sospecha, la economía pública y la privada tiritaban bajo sus efectos, cuando, a punto de comenzar la campaña navideña, al Presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, no se le ocurrió mejor cosa que recomendar el consumo de carne de conejo, sabrosa, nutritiva, baja en colesterol y de reducido precio, como remedio tendente a equilibrar las economías domésticas. ¿Recuerdan las reacciones?

"¡Sólo faltaba! ¿Quién se ha creído ese tío que es? En mi casa se come lo que nos da la gana, ¿Carne de conejo? P'a Zapatero y p’a su padre ¿No te digo?’" y cosas por el estilo.

¿Resumen? Las estadísticas reflejaron un descenso notable en el consumo de la carne de conejo.

- Aznar y la nefasta manía de empinar el codo

Algún tiempo después, en el marco de una campaña para reducir la cifra de accidentes de circulación, alguien en nombre del mismo Gobierno del PSOE recomendaba encarecidamente eliminar el consumo de alcohol a quienes hubieran de conducir. "Nos ocupamos de tu seguridad" o algo parecido, era el corolario de la campaña.

El más ex Presidente de todos los ex Presidentes que haya tenido el país, al término de una visita a cierta bodega riojana se lanzó en tromba contra el Gobierno. "¿Y quién les ha dicho a ustedes que nosotros queremos que nos protejan?" 

Carezco de datos para saber si el alegato se produjo antes o después de los brindis o de cuántos fueron estos, pero ese fue el españolísimo alegato del Sr. Aznar, no a favor de los accidentes, no, sino contra cualquier medida que cuestionara su derecho a hacer lo que viniera en gana.

- Vivan las cadenas

Y ese es, creo yo, el meollo de la cuestión: somos tan ferozmente indisciplinados que darnos instrucciones, no importa en qué sentido, activa extraños mecanismos mentales que llevan a una buena parte de nuestros conciudadanos en dirección contraria a la que pretende el gobernante, no importa cuál sea la meta que se proponga ni la bandera bajo la que se cobije,

Aunque no haya noticia cierta de cuándo y dónde ocurrió, parece que fue un hecho que durante el nefasto reinado de Fernando VII, cuando el monarca que más ha hecho por la República trataba de retomar la senda absolutista, llegó a oírse en más de un lugar el asombroso alarido de ¡¡Vivan las "caenas"!! He aquí la quintaesencia de la defensa de tus ideas: que me encadenen antes que ceder. 

Algo así como lo que hizo cierto malogrado amigo mío que se auto definía como "anarquista de derechas": usó cinturón de seguridad en el coche hasta que su uso se hizo obligatorio. A partir de ese momento, el cinto pasó de ser salvaguardia de su integridad física a símbolo de la agresión gubernamental a las libertades individuales; pagó sus multas cuando tocó, siguió terne en sus trece y no llevó el asunto al Constitucional de verdadero milagro.


En resumen:

  • Somos como somos, no solo peores sino mejores que muchos otros pueblos de la tierra, pero entre nuestras virtudes no está la obediencia al que manda, haya sino cual haya sido el camino de acceso al poder, o sus postulados ideológicos.
  • Por suerte, en este caso, al Gobierno no se la ha ocurrido prohibir el uso de las mascarillas. Por poco más o menos las mismas razones, se montó "El Motín de Esquilache".




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