Cuando llegue septiembre
El atavismo de las vacaciones
Hubo un tiempo ya lejano en el que contaba los meses, los días que faltaban para el comienzo de las vacaciones. Primero las escolares, más tarde el paréntesis en el quehacer profesional, las vacaciones eran el tiempo de nadie, fuera de las reglas cotidianas, cuando los días y las noches transcurrían sin relojes esclavizadores, sin normas agobiantes que regularan al minuto tu existencia.
Ese tiempo se perdió en el recuerdo y ha dado paso a la edad sin fechas que define a la jubilación; años sin puentes, sin festivos, sin vacaciones… sin más obligación que ver agrandarse el pasado. Así que desde esta peculiar atalaya, déjenme que les proponga algunos comentarios sobre tres o cuatro cosas que han pasado este agosto, segundo año de la maldita pandemia, que está a punto de terminar.
De pronto, se llenaron las playas, los restaurantes no dieron abasto, los hoteles colgaron el cartel de "completo", las calles se abarrotaron. De todo había a nuestro alrededor, pero los forasteros lo eran menos lejanos que de costumbre; eran, en su mayor parte, compatriotas ansiosos del desquite, tras larguísimos meses constreñidos en el espacio cada vez más agobiante que les rodeaba.
Las Olimpiadas del silencio
Extraños estadios vacío, como armarios sin menaje; gradas sin público aplaudiendo el calentamiento de los saltadores, sin nadie que jaleara a los vencedores, que fueron los de siempre, los que competían por países ricos, poderosos, USA, China, Japón… y algunos intrusos ya habituales, Jamaica, Kenia, Etiopía.
¿España? Más o menos donde el presupuesto de nuestro deporte nos deja estar: 17 medallas. No sé si debemos dedicar más recursos al olimpismo o si ese dinero estaría mejor en sanidad, en becas, o en reforzar la administración de la Justicia. Me alegro, no obstante, de que ninguno de nuestros nadadores se ahogara y de que tengamos compatriotas tan hábiles, entregados y entrenados que vuelvan a casa con unas medallas de oro que les acreditan como el joven más rápido del planeta en escalar una pared o en mostrar su habilidad como karateka sin necesidad de un oponente que pudiera provocarle una lesión dorsal.
¡Lástima que el tono de piel y los orígenes geográficos de dos de nuestros mejores atletas, dos medallistas, una triplista y un mediofondista, excelentes ambos, hayan sido excusas suficientes para dejar en evidencia la dudosa capacidad de discernimiento de un anémico grupo de supuestos aficionados infectados de racismo!
Por lo demás, que estemos abonados al cuarto puesto bien pudiera ser el paradigma de los tiempos que corren ¿O es que somos "podio" en el concierto no ya mundial, sino, siquiera, europeo? Cuenten cuántos países tenemos por delante y díganme si son tan exóticos esos repetidos cuartos puestos.
El precio de la electricidad
Confieso mi perpleja ignorancia sobre los entresijos del misterio ¿Por qué nuestra electricidad es tan cara? ¿Por qué sube y sube su precio, batiendo registros a diario, sea invierno porque hace un frío que pela o verano mientras tiras de aire acondicionado? Por cierto: sólo pueden encenderlo quienes lo tienen, que son sólo algo más del 36 % de los hogares.
No obstante, me consta que he oído y visto en los noticieros muchas informaciones inexactas (¿o debería decir "falsas"?)
- España no paga los precios más altos de Europa. Según las últimas estadísticas europeas disponibles, hay cuatro países en la Unión Europea con precios superiores a los nuestros: Alemania, Dinamarca, Bélgica e Irlanda.
- Tampoco somos quienes padecemos mayor carga impositiva asociada al consumo eléctrico, sino los cuartos.
¿Qué hace el Gobierno, mientras tanto? El Tancredo, como el anterior, y el que le precedió, y el que gobernó antes. Quizás las novedades del actual consisten en que el problema vuelve a evidenciar las tensiones internas propias de un matrimonio mal avenido, y en que, por otra parte, ha tratado de reducir los efectos del encarecimiento, reduciendo, temporalmente, la fiscalidad (aunque no especifique en qué otros manantiales se va a surtir el Fisco para compensar la menor recaudación).
Tal vez la pregunta no es qué hace el Gobierno, sino qué puede hacer. La contestación es un tanto descorazonadora: poco y sin efectos a corto plazo.
- El mecanismo que fija el precio no ya diario, sino horario de la energía eléctrica es el establecido por la Unión Europea, lo que no quiere decir que sea bueno, ni justo, pero, sin duda, es el mismo para todos. Por otra parte, Bruselas ya ha dicho que no está en su agenda cambiar las reglas, así es que eso es lo que tenemos. Más aún, desde instancias comunitarias se avisa al Gobierno de que no puede haber intervenciones políticas en el precio de la luz, así que no perdamos el tiempo acusando a nuestro Gobierno sea éste, el anterior o el siguiente de lo que parece que no es responsable.
- Dos de los componentes que fijan el coste final del kilovatio son distintos para cada país: la carga fiscal y el cóctel de fuentes de energía utilizadas. En cuanto al primero, claro que puede bajarse, pero a costa, supongo, de incrementar algún otro impuesto que, sin duda, pagaríamos los mismos ciudadanos.
- En cuanto al "mix" de fuentes de energía, Francia que cuenta 57 centrales nucleares soporta costes y precios inferiores a los nuestros, mientras en España sólo quedan 5 en funcionamiento. Agotadas prácticamente las posibilidades de aumentar el número de centrales hidráulicas, dependemos en exceso de algunas fuentes de energía más caras caras, viejísimas centrales que consumen carbón y centrales de ciclo combinado, en especial, penalizadas por el coste de los derechos de emisión de gases con efecto invernadero.
- Unas y otras deberían y tendrían que ser sustituidas cuanto antes por fuentes de energía baratas y limpias. ¿Verdad que no es posible hacerlo de hoy para mañana? Lo que sí es posible es ponerse ya a la tarea: cuanto más lento sea el proceso, más urgente es empezarlo.
Afganistán, una vez más, indómito
Mediaba el mes cuando pudimos ver las inquietantes imágenes del aeropuerto de Kabul atestado de refugiados que trataban de salvar el pellejo ante la fulgurante llegada de los guerreros talibán.
Venían armados con los pertrechos que los americanos les dieron para que echaran del país a los soviéticos. Ahora contarán, además, con el armamento abandonado por los ocupantes.
¡Afganistán! Cruce de caminos, parada y fonda de persas, turkmenos, uzbekos, pakistaníes, tayikos, chinos. Por allí pasaron los viajeros que transitaron por la Ruta de la Seda. Secarral inhóspito poblado de gentes ingobernables nacidas para la guerra. Quebradero de cabeza para cuantos trataron de explotar su valor geoestratégico
El grande entre los grandes, Alejandro Magno, llegó, venció y siguió su camino; no cayó en la trampa de quedarse, como siglos después, entre el XIX y el XX, lo hicieron los soldados del Imperio Británico. Como más tarde le ocurriría al Ejército Rojo: menos de tres lustros duró el delirio dominador de la Unión Soviética.
¿Recuerdan "La guerra de Wilson"? Profética ¿verdad? Los Estados Unidos, disfrazados de meros socios de una fuerza multinacional, quisieron ocupar el vacío soviético. Tampoco lo han conseguido; marchan (¿o huyen?) a toda prisa como antes lo hicieron en Corea y después en Viet Nam.
Y es que desde los albores de la Historia los ejemplos de hasta dónde puede llegar un pueblo decidido a seguir siendo lo que él quiere ser no parece ser entendido por los estrategas de potencias más fuertes, más cultas, mejor armadas.
El drama, la tragedia de este último episodio, la ceguera de apostar por Gobiernos títeres odiados por sus ciudadanos, es que quienes lo han de pagar no serán ni el Sr. Presidente de los Estados Unidos, ni los Generales que diseñaron operaciones descabelladas, ni siquiera los que, como nuestras modestas contribuciones militares, les hemos seguido, mal que bien, en la aventura. Lo pagarán los afganos triturados entre dos fuegos, las mujeres afganas que volverán a retroceder a siglos pasados. Y hasta, es posible, los habitantes de ciudades construidas a miles de kilómetros de Kabul que tal vez soportarán la acción demente de algún rebrote del terrorismo fundamentalista islámico.
Y, en cierto modo, todo el mundo occidental pagará la pérdida de este enclave estratégico. ¿Quién será el sucesor? ¿China? ¿Cómo afectará la debacle al resurgir del terrorismo islamista?
Y, por si fuera poco, Messi se ha ido ¿qué será de nosotros?
Mientras los gobernantes irredentos de su tierra de adopción negociaban alguna ayuda más o menos subrepticia para agrandar su aeropuerto (nada que ver con su ideal secesionista, no vayan a pensar que cambalacheaban principios sacrosantos a cambio de vil metal), el ídolo de las masas futboleras abandonó can Barça y se fue a París ("Siempre me quedará París", debió de pensar el rosarino) impelido por una situación financiera del Club tan caótica que pone en entredicho la proverbial creencia en el infalible olfato catalán para cuanto huela a dinero.
¿Y ahora? Hay quien habla de cataclismo económico-futbolero-periodístico. No es para menos. ¿Qué jugador será capaz de compensar con la magia de su arte las camisetas que dejarán de venderse? ¿Quién meterá los goles que ahora han emigrado al París Saint Germain? ¿Qué imágenes periodísticas habrá que inventar para paliar el déficit de encomiásticos ditirambos messiánicos? Pero sobre todo y antes que nada ¿Qué hemos hecho los espectadores para merecer este trato? ¿No debería explorarse la posibilidad de exigir responsabilidades penales a los directivos que no fueron capaces de dar con la tecla que evitara esta catástrofe?
Volvamos a la normalidad
En fin, lectores amigos: se acaba agosto, atrás dejamos debates tan estériles como si debemos hablar de patria o de matria, o si los Presidentes de Gobierno pueden o no usar alpargatas en vacaciones, así que ahora, los que estén en edad, a trabajar, y los viejos a seguir viendo pasar el tiempo.
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