sábado, 21 de mayo de 2022

 Una lección de la historia

Volvamos la vista atrás

Hace tres meses menos tres días, Rusia invadió Ucrania. Nadie sabe cuántas vidas se han perdido desde entonces, cuánta destrucción ha asolado al país agredido, cuánto dolor soportan los millones de refugiados que han abandonado su tierra.

¿Por qué todo esto? Es demasiado simple atribuir esta guerra a la maldad o a la locura de Vladimir Putin. Es insuficiente. En esta, como en todas las guerras, es posible rastrear sus causas en acontecimientos relativamente recientes que ocurrieron lejos de la mente de aquel a quien ahora estamos considerando el culpable de lo que está ocurriendo.

Cuenta Winston Churchill en sus memorias que cuando Ferdinand Foch, General en Jefe de los ejércitos aliados durante la I Guerra Mundial conoció los términos del Tratado de Versalles, dijo: "Esto no es una paz; esto es un armisticio para veinte años". La cortedad de miras de los vencedores o su ánimo vengativo, impuso unas tan durísimas condiciones a los vencidos que la fúnebre profecía del militar francés se cumplió: veinte años después, Hitler invadía Polonia y daba comienzo la mayor matanza de la historia.

Tres cuarto de siglo después es posible que estemos asistiendo a las consecuencias de la voracidad con la que los vencedores de la guerra fría hemos tratado a lo que quedó tras el desmantelamiento de la Unión Soviética.

Desde que Gorbachov firmara los decretos de disolución de la URSS hasta hoy, una docena larga de países que en su día formaron parte del Estado soviético o que eran miembros de El Pacto de Varsovia, se han integrado en La Alianza Atlántica. Dos más, Moldavia y Ucrania coqueteaban con la idea de ser también miembros de la familia occidental. Sólo Bielorrusia parecía seguir siendo fiel al antiguo statu quo.

En Washington, en Londres, en París, en Madrid hemos estado repitiendo hasta la saciedad que Ucrania es un país soberano y, por lo tanto, es libre de escoger el bando que sus ciudadanos prefieran. Los que así nos expresamos somos los mismos que aplaudimos la actuación de J. F. Kenneddy cuando plantó cara a Kruschev e impidió su intento de instalar misiles de largo alcance en Cuba.

No obstante, no conviene confundir causas con responsabilidades. No importa lo que dijera el Tratado de Versalles, Hitler fue quien invadió Polonia sin ninguna provocación previa. 50, 60 millones de muertos más tarde, ha sido Vladimir Putin el que ha agredido Ucrania.


Quién es quién en esta guerra

Rusia, o sea Putin

  • Lleva preparando esta guerra desde hace tiempo. Militar y económicamente se ha pertrechado para la ocasión. Se siente cercado por las potencias occidentales, oye tambores de guerra cada vez más cerca de su casa y conserva frescas las heridas que le abrieron las consecuencias del fracaso de la política de Gorbachov: todos estos años, desde que era un oscuro agente de la KGB, ha estado alimentando su rencor.
  • Controla los resortes del poder, mantiene bajo control los canales que influyen en la opinión pública, carece de escrúpulos y, en consecuencia, es el único poder decisorio en el mayor país del planeta, que es, a su vez, la primera potencia nuclear del mundo. Su capacidad para hacer daño es temible.
  • Busca detener la expansión militar occidental y, si es posible, recuperar su esfera de influencia: quiere, en definitiva, alejar de sus fronteras a quien considera su enemigo. Por tanto, no abandonará la partida hasta que las zonas pro rusas, ciertas o inventadas, fronterizas con Ucrania, con Moldavia y con la rivera norte del Mar Negro, estén en su poder. 
  • Conoce su fuerza pero también la de su principal enemigo, los Estados Unidos, y sabe que una confrontación directa equivale a un doble suicidio. La virtualidad de la teoría de la disuasión nuclear sigue vigente.

Ucrania, es decir Volodímir Zelenski

  • He aquí un desconocido actor llegado quién sabe cómo a la política local que acaba convirtiéndose en un referente mundial de la resistencia ucraniana. En escasas semanas ha llegado a encarnar la fe de un pueblo en su propia identidad mientras habla en los foros internaciones más relevantes.
  • Enjuicia correctamente la situación, ha conseguido ser un interlocutor fiable de sus aliados y resiste la desproporcionada agresión con notables resultados. Sabe que no puede "ganar", pero es consciente de que el tiempo juega a su favor. Aunque "tiempo" equivalga a más víctimas y más destrucción.
  • Sabedor de las enormes distancias que hay entre él y su agresor le consta que su única baza es la resistencia a toda costa. Tal vez entiende que el precio de la paz será la pérdida de parte de su territorio, así que se ve obligado a elegir entre lo malo y lo peor, porque sus aliados no pueden hacer lo que él quiere: romper los lazos económicos con Putin y armarlo hasta sus últimas consecuencias. Ni siquiera puede elegir, salvo que optara por la rendición.

La OTAN, o sea USA, es decir, Joe Biden

  • Un Presidente crepuscular en las antípodas de lo que se entiende por un líder carismático, ocupa el despacho oval más por rechazo a su predecesor que por adhesión a su figura. Mantiene estrategias internacionales continuistas, tesis que ya estaban oxidadas hace décadas lejos del liderazgo que pudiera encandilar a propios y extraños.
  • Da salida a unas cuantas partidas de armamento que yacían polvorientas en sus almacenes, sustituye hasta donde puede el gas y el petróleo ruso y cobra a sus aliados por su ayuda precios superiores a los que aplicaba su enemigo. Un negocio, se mire por donde se mire, aunque la explicación sobre los costes sea absolutamente ortodoxa. 
  • Actúa, en resumen, como se espera del Presidente de los Estados Unidos: a favor de su país, no del nuestro, como es su obligación. Igual que en la primera década del XIX, Inglaterra no vino a España a ayudarnos sino a derrotar a Napoleón.
  • Y, no obstante, la presencia de los Estados Unidos en el conflicto es la única y última garantía de seguridad para Europa: la potencia militar y económica norteamericana es un seguro a todo riesgo frente a la audacia de Moscú; no es plausible que ose agredir a ningún miembro de la OTAN.

Europa ¿Hay alguien ahí?

  • Cultos, refinados, civilizados, gente guapa que presume de pasado, de historia, petulantes, altaneros, convencidos de que seguimos siendo el ombligo del mundo, cuando estamos en camino de acabar como un parque temático, los europeos, nos guste o no, somos en este sarao, los paganos: ponemos el territorio del combate y financiamos los costes de la guerra en ambos bandos.
  • Ni siquiera en una situación límite estamos siendo capaces de hablar con una sola voz. Lo sabemos nosotros y, lo que es peor, lo sabe el resto del mundo. Ese galimatías es lo que limita nuestra capacidad de acción.
  • Es el precio que estamos pagando por haber olvidado tan pronto la historia reciente: desde los felices años 20, Rusia ha dejado de ser parte de Europa, si es que alguna vez lo fue.

Paradojas, contradicciones, vencedores y vencidos

  • Podríamos haberlo hecho de otra manera, pero saberlo no sirve ahora de nada. El corto plazo, un examen egoísta de las conveniencias locales, el excesivo optimismo respecto al futuro de Rusia, nos llevó a una dependencia peligrosa de las fuentes de energía del que hora vuelve a ser el enemigo. Hoy, como decía, Europa financia la guerra por partida doble: nutre las arcas del agresor y las de su principal aliado.
  • Hitler invadió la Unión Soviética, no sólo para llevar las fronteras de Alemania hasta los Urales sino para erradicar el comunismo de la faz de la tierra. Cuando se suicidó, el enemigo había ocupado la mitad de Europa. Durante medio siglo, el comunismo dominó, incluso buena parte de la misma Alemania. Bien, Putin ha desencadenado esta barbaridad para frenar a la OTAN y el primer resultado visible es la inminente entrada en la Alianza Atlántica de Suecia y Finlandia, dos neutrales históricos.
  • ¿Vence Rusia? Probablemente, al menos en parte. Crimea, la zona sudoriental de Ucrania, rendidos los últimos defensores de Mariupol, y tal vez la estrecha franca supuestamente rusófila del Transnistria, podrían terminar en manos del agresor y ser el precio que tendría que pagar Zelenski por alcanzar la paz.
  • ¿Pierde Ucrania? Sin duda: miles de muertos, millones de exiliados, ciudades destruidas, infraestructuras pulverizadas… Se necesitarán años y una descomunal inversión para volver a la normalidad. Sólo conserva la fe en el futuro y un cambio de dependencia: parte de su soberanía estará en manos de los garantes de su supervivencia.
  • ¿Europa gana o pierde? Es posible que se cante la unidad de Europa como una gran victoria frente al insidioso ataque de Putin. Está por ver hasta dónde llega esa unidad porque ni siquiera todos los socios de la Unión la quieren; más aún, en cualquiera de los países que dicen defender la unidad, hay formaciones políticas que blasonan de antieuropeísmo. De lo que que no me cabe ninguna duda es Europa, toda Europa, usted y yo entre ellos, saldremos de ésta más pobres. Podríamos haberlo evitado si hubiéramos sido capaces de evaluar el futuro bajo otras coordenadas de más largo alcance que el beneficio inmediato. Podríamos, pero ahora ya es tarde.
  • ¿Gana tal vez USA? Depende. Por el momento está haciendo el agosto con la venta de lo que Rusia deja de vender, aunque para eso haya tenido que echar el freno en sus diatribas contra personajes como Maduro, pero ¿qué importa? Business is business. Más tarde… Reconstruir lo destruido también anuncia negocio.  

La potencia callada

Y de telón de fondo, el silencio del gigante. China observa, calla y espera. Es la única que, con toda probabilidad saldrá reforzada de la crisis presente: sustituirá a Europa como adquirente de las fuentes de energía rusas, se hará imprescindible para Putin, acortará distancias con USA y verá con una cierta curiosidad cómo, una vez más, Europa sigue siendo una entelequia.

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