sábado, 28 de mayo de 2022

 Abu Dhaby/Sanxenxo, ida y vuelta, con escala en La Zarzuela

El Rey Emérito viene y se vuelve

Mediaba la tarde del pasado 19 cuando un Gulfstream G450, un jet matriculado en Aruba (Antillas Holandesas) propiedad de la compañía angoleña Bestfly, (¿?) tomaba tierra en Vigo. A bordo viajaba Don Juan Carlos de Borbón, otrora Rey de España y hoy, residente Abu Dhaby donde dicen que tiene fijado su domicilio fiscal.

Unas copas con los colegas, asistencia a la regata, cortos paseos por el puerto, que los años no pasan en balde, y vuelta a casa, a su casa de ahora, la de Abu Dhabi, no sin antes recalar unas horas en el palacio que ocupaba cuando era Rey de verdad. Conversación a solas con el actual Monarca, tertulia familiar y de nuevo a su casa de allende los desiertos.

Fuentes "generalmente bien informadas" cifran en algo más de 200.000 € el coste del alquiler del avión; por el momento se desconoce quién pagó la cuenta.


Corta estancia y largos efectos

Durante y después de la visita hemos oído de todo. Vociferantes coros de cacasenos fanatizados, silbaban o aplaudían por riguroso turno al paso del que fuera egregio personaje. 

  • "Bribones", o sea, amigos de los tripulantes del Bribón IV (sigo preguntándome por qué nadie le dijo al bautizador del velero que cuidado con los nombres que los carga el diablo), nostálgicos de los lindos tiempos en los que el más campechano Rey de las Españas les invitaba a departir de filosofía y estética en la cubierta del Fortuna (¿Otro nombre premonitorio de las tendencias ahorradoras del joven Rey?) vitoreaban sin pausa cada movimiento del regio visitante.
  • Media vuelta y helos ahí: republicanos de toda la vida, irredentos vocacionales envueltos en banderas tricolores, vociferaban insultos, coreaban pareados y hacían gala del escaso aprecio por el que venía de tan lejos a disfrutar del deporte de sus amores con sus viejos camaradas. La cruz (o la cara) de la moneda que estaba en el aire desde que el viajero decidió mover sus posaderas desde su cálido refugio hasta las brumas gallegas.

¿Qué quieren que les diga? Comprendo y hasta me emociona tanta simplicidad, tanta afición, tanto amor y tanto odio, tanta adrenalina inútil. Al fin y al cabo, el sentir es libre y, visto desde otro ángulo, ni unos ni otros eran multitudes. O sea poco ruido y menos nueces. Menos entiendo, (o menos disculpo, porque entender, si me lo propongo lo consigo), a políticos de unos y otros colores que empiezan de portavoces y terminan de bocazas. 

Así es que, como tantos otros sábados, ahí les dejo mi aburrida opinión, una más, sobre lo que no siempre se tiene en cuenta cuando hablamos del penúltimo Borbón de la Dinastía que se nos vino encima, recién estrenado el siglo XVIII.


El derecho a ir y venir

Busquen y encontrarán: no con estas palabras, pero el derecho a andar de un lado para otro está en nuestra Constitución, en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y el Ciudadano y en dos o tres sitios del mismo relumbrón.

El ciudadano Juan Carlos de Borbón, no tiene cuentas pendientes con nuestra justicia, conserva la ciudadanía española y aunque su domicilio fiscal radique en otros andurriales, él puede volver ("Y volver, volver, volveeeer"… ¿recuerdan?) al que fue su Reino cuando le venga en gana.

No es un prófugo ni un desertor, no está exiliado, no lo echó nadie, no salió huyendo de nada que no fueran sus propios fantasmas, luego, al margen de actuaciones que ya no son perseguibles sea por prescripción, o porque le ampara el capuchón constitucional de la inviolabilidad, nadie puede negarle su derecho a entrar y salir de aquí cuando y como quiera.

Cuestiones diferentes son si es oportuno venir y sobre todo cómo hacerlo, las consecuencias para él y para la institución que representa de sus idas y venidas, los aspectos familiares de sus visitas, lo que puede significar, en definitiva, su presencia en un país en el que su figura, cada día que pasa, es más controvertida.


Los límites de la privacidad

No importa quién lo diga, con determinados personajes no cabe hablar de actividades privadas. Todas son públicas, porque cualquier cosa que hagan o digan trasciende el ámbito personal e incluso el familiar y adquiere categoría de público. Es un privilegio y una maldición, pero es así. Cuando don Juan Carlos de Borbón, cruza los cielos, aterriza en Vigo y se va a Sanxenxo a reverdecer laureles juveniles con sus amiguetes, todo lo que haga afecta a la cosa pública.

No se trata de negarle su derecho a equivocarse, sino de centrar la cuestión: el ex monarca vino, alternó con sus viejos amigos, disfrutó de sus aficiones y, como de paso, de vuelta a Abu Dhabi, hizo una corta escala en La Zarzuela, habló con el Jefe del Estado y luego dedicó un ratito a charlar con la familia. El quid de la cuestión es que con quien habló en privado, durante un par de horas, no fue con su hijo, que lo era, sino con el Rey, o sea con el Jefe del Estado. ¿Eso es privado? No, eso es confidencial, que no es lo mismo.

Lo que es privado es el origen de este itinerario demencial. ¿A quién se le ocurrió? 654 días después de su partida, el Rey abdicado vuelve a España ¿Y se va con los colegas de regatas? Después, ya que está aquí, un garbeo por Madrid, besitos a la familia y esa conversación a solas con el Rey actual, su hijo, Felipe VI. A mí me suena a desplante torero desde el centro del ruedo: desplante a su familia y al pueblo que en esta imagen son ambos como el toro moribundo.


La vertiente social y política

Y por eso, porque don Juan Carlos, en uso de sus derechos, vino y se fue como hemos contado, nadie tiene por qué asombrarse de que cada hijo de vecino crea y exprese lo que le parezca el viajecito.

No obstante, antes o después de ese derecho a la libertad de expresión, cuando escuchamos hablar a nuestros representantes de uno y otro lado del hemiciclo, convendría tener presentes algunas cosas:

  • Don Juan Carlos fue Rey, pero no es la Monarquía. Cuando Eduardo VII decidió anteponer su amor por Wallis Simpson al trono del Reino Unido, es más que probable que le hiciera un flaco servicio a la causa monárquica, pero los británicos no confundieron al Rey saliente con la casa Real. En este caso ocurre lo mismo: no importa cuáles hayan sido los errores del viajero, Don Juan Carlos abdicó la corona, y el Rey actual, la monarquía, en definitiva, no tiene por qué verse cuestionado por la conducta de uno de los eslabones de la cadena.
  • No estoy  poniendo en duda el derecho a sentirse, a ser republicano. Ni siquiera trato de minusvalorar la República como forma de Gobierno. Sólo intento decir, que la causa republicana puede y debe basarse en fundamentos más sólidos que las idas y venidas de un señor que fue y ya no es. ¿Verdad que no es necesario poner ejemplos sobre la República y "malos Presidentes"?
  • En sentido contrario, señores defensores a ultranza de la Monarquía, flaco favor le están haciendo a la institución si niegan el derecho de cualquier ciudadano, sea monárquico, republicano o adventista del séptimo día, a criticar el proceder del Rey Emérito. Eso, ustedes deberían saberlo, es tan torpe como su contrapartida ya comentada. Poner a Don Juan Carlos de chupa de dómine no tiene por qué socabar la actual forma de Gobierno.
  • A unos y a otros, al que viene y va y a los que le recibimos, nos vendría bien, tener presente aquella grandiosa fórmula de afrontar el juramento del nuevo Rey, vigente antaño en Aragón (Reino que ha sido componente esencial del alma hispana). "Ante Nos, que cada uno somos como Vos y que todos juntos somos más que Vos": pues eso. 

Cuestiones pendientes

  • Según la portavoz del Gobierno, el Rey Emérito ha perdido una buena ocasión para dar explicaciones ¿Seguro? ¿Qué tipo de explicaciones esperaba la Ministra? "O sea, que me lié, que me hice con unos dineros que me dieron unos Jeques por favores que me debían, y para no tener problemas con Hacienda (todos sabemos cómo se las gasta), se los dejé en depósito a cierta dama, (bueno dama, dama, lo que se dice dama… digamos a cierta mujer). Luego se los pedí, pero me dijo que  "Santa Rita, Rita…". Insistí y la tía se me ha ido a los juzgados londinenses y me acusa de acoso, o sea, no sexual, sino del otro". ¿Lo ven explicando lo de las comisiones, o quizás lo de la regularización fiscal? ¿O se trata de pedir perdón, como cuando mató el elefante? Por lo que a mí respecta cuando menos hable y menos se mueva, mejor para todos. Sobre todo para Felipe VI.
  • Creo que las explicaciones tienen que ser otras y no le corresponden al Emérito: ¿Sabía el Gobierno que iba a venir? ¿Tenía noticia de su agenda? ¿Había habido algún género de comunicación previa entre La Zarzuela y La Moncloa? ¿Tiene o no tiene el Gobierno algún margen de maniobra en este tipo de acontecimientos? ¿Qué piensa hacer la próxima vez que el Emérito le dé por venir al Rocío, o la Feria de San Isidro, o al cumpleaños de Shakira?
  • Volviendo al Reino Unido, allí los viajes de la Reina los tiene que autorizar el Premier. Es evidente que Juan Carlos ya no es Rey pero ¿no será el momento de plantearse de una vez por todas la Ley de La Corona? Cuando Juan Carlos aI llegó al trono nadie teníamos ni idea de cómo iba a funcionar la fórmula, pero han pasado muchos años, las circunstancias son otras y de los errores puede aprenderse.

Lo que siente "la calle"

  • No lo sé, ni yo ni nadie, pero, desde mi pequeño observatorio se me hace difícil deducir que la consecuencia del viajecito sea un incremento del fervor monárquico. Me inclino a pensar que ha descendido el número de los partidarios de la Corona y no por culpa de Felipe VI ni por méritos de los voceros de la República. 
  • La tarea de Felipe VI es hoy un poco más ardua que antes de que su augusto padre abandonara las arenas del desierto y volviera a Sanxenxo a reverdecer recuerdos de juventud. (Lo que daría yo por saber de qué hablaron padre e hijo cuando el Emérito iba de vuelta a su casa).
  • Como era de esperar, aprovechando el tumulto, oigo a quienes llueva, truene o nieve, exigen plantear la alternativa Monarquía o República en términos de referéndum. "Blanco o negro, lo importante es que al gato cace ratones". La frase, de Deng Xiao Ping, padre del auge chino, viene al pelo. Piénselo los irreductibles de uno y otro signo.
  • Aunque a lo mejor, pasado el sarampión, "la calle" sigue preocupándose por los precios, algo menos por la guerra de Ucrania, y casi nada por los enredos en que día tras día se entretiene la llamada clase política. ¡Somos tan elementales…!

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