La batalla fiscal
El Fisco creó el Estado
En una semana como la que termina, no creo sorprender a nadie si dedico mi post a las pintorescas y sorprendentes escaramuzas, relacionados con el sistema fiscal español.
Nada nuevo bajo el sol cuando se detecta el olor a urna, aroma que, como se sabe, cualquier badulaque con aspiraciones a sentarse en el Parlamento o a gobernar Municipio, Comunidad o Nación, es capaz de detectar en proporciones infinitesimales.
Lógico, que, al fin y al cabo, puede llegar a dudarse si el Estado creó al Fisco o si fue la Hacienda Pública la que parió al primer Gobierno de la historia.
Cuenta Irene Vallejo que el primer nombre propio del que hay constancia, está escrito en una tablilla de arcilla sumeria y que no es de un guerrero, ni un sacerdote, no, sino el de un contable (¿Por qué no imaginar que pudiera tratarse del tesorero del Gudea Patesi de Lagash?). A partir de ahí, los Cuestores Romanos, los Contadores del Imperio, los Ministros de Hacienda de cualquier gobierno, han sido personajes poco queridos, pero imprescindibles.
Y todos se han dedicado a su tarea aplicando teorías políticas que llevaban en su núcleo ideologías bien definidas, concepciones muy distintas del poder, de la sociedad, del modo y manera de organizarnos.
Siempre hemos malvivido con los impuestos; sólo desde hace algún tiempo oigo de tanto en tanto comentarios asombrosos que afirman que "en tiempos de Franco no pagábamos impuestos", y quien lo dice no es siquiera Obispo ni Duque sino honrado menestral o ama de casa hacendosa. Me pregunto de dónde creen que sacaría el general los dineros para pagar a maestros, curas y funcionarios, o para construir los famosos pantanos.
Hay, sin embargo, durante este interminable camino, pongamos seis mil años, una enconada batalla, una pugna a veces sangrienta por decidir quién debe aportar los dineros que el estado consume, cuánto, por qué y para qué.
Y hasta hace bien poco, es lo cierto que una de las gabelas que siempre ha traído aparejada ser poderoso es no pagar la cuenta, o pagar menos que los demás. Como, por otra parte, también desde antiguo ha habido amplias capas sociales que no tenían con qué, resultaba que al final, siempre terminábamos pagando los mismos, la "sufrida clase media", ya se disfrazara de campesina, artesana, o, incluso burguesía, cuando por encima de ella aún estaban el alto clero y la nobleza.
Hay excepciones, ejemplos notables pero escasos, pero, en términos generales, asumir el principio de quien más tiene más paga, es algo que no se concibe hasta que las consecuencias de la revolución francesa se expandieron por Europa entera.
Fiscalidad e ideología
No se trata de asumir que los impuestos son imprescindibles, sino de establecer, cuánto tiene derecho a necesitar el Estado, a qué va a dedicarlo, quién debe asumir el coste, en qué proporción y sobre qué fundamentos.
Ésta es una cuestión tan medular en la definición ideológica de cualquier opción política que, por sí sola, es suficiente para identificar a un Partido. Por eso es tan frecuente la discrepancia, tan difícil el acuerdo, y tan encendido el debate. Máxime cuando la práctica demuestra que ligando fiscalidad y economía, puede llegarse al mismo resultado por caminos opuestos. Lo que se debate, no es por tanto, el qué, sino el quién, el cuánto, el cómo, el por qué, el para qué.
Siempre habrá una opción política, llamémosla conservadora, que tratará de reducir la presión fiscal, disminuir el tamaño del Estado, y apoyar la iniciativa individual frente a la intervención estatal; sus oponentes, les acusarán de egoístas, de individualistas, de olvidarse de los más necesitados.
Y siempre habrá también otra corriente con igual o parecida fuerza, que defenderá la obligación del Estado de asumir las carencias que el individualismo liberal acarrea a las clases menos capaces. Más Estado, más impuestos, mayores obligaciones para quienes disponen de más medios. Es la izquierda, a la que sus contrincantes acusarán de matar el estímulo, de alimentar vagos, de despilfarrar lo que tanto cuesta ganar, de meterse a organizar tu casa.
Ahora usted está en su derecho de identificarse con cualquiera de los dos bandos y, acaso, estar de acuerdo, o no, con lo que le falta por leer. Pisemos tierra de una vez
La presión fiscal en la UE
- Los datos oficiales fijan la presión fiscal española por debajo de la media de la UE (47’6% del PIB en Dinamarca, 41’3 %, media de la UE, 37’5 % España) y, lo que es más significativo, por debajo de todos los países a los que tratamos de emular. Por tanto, presión fiscal y ruina nacional no son términos equivalentes.
- Fiscalidad del rendimiento del trabajo y del capital. No tengo espacio suficiente para desarrollar el argumento, pero de lo consultado al respecto, llego a tres conclusiones: el peso de la fiscalidad del trabajo en la recaudación es superior a la del capital, la brecha ha crecido en los últimos años, y el esfuerzo mayor, tanto relativo como absoluto, se observa en los tramos medios de la renta. En cierto sentido, en este aspecto seguimos en el medievo.
Impuestos controvertidos (que son los que están animando el cotarro)
- Impuesto de patrimonio. Se mire como se mire, al menos en términos geopolíticos, es una excentricidad celtíbera: no hay ningún otro país miembro de la UE que lo mantenga, y solo dos en la Europa extra comunitaria: Suiza y Noruega. Dejo a quienes defienden su desaparición el argumentario. Es, por lo demás, irrelevante en términos recaudatorios: Hacienda recaudó en 2019 algo menos de 1.200 millones de euros por este impuesto, lo que supone un 0,5% del total de la recaudación.
- Impuesto sobre las grandes fortunas. No es más que un proyecto, pero me parece una maniobra puramente estético-ideológica: de hacerse realidad, afectaría a 23.000 contribuyentes, un 0,1% del total y Hacienda recaudaría 1.500 millones (No llegaría al 0’6 %).
¿Entonces? Como las necesidades del Estado serán las mismas con los dos impuestos, sin ellos o con uno sí y otro no, si desaparecen ambos no creo que nos hundiéramos en la miseria, pero para mantener los ingresos previstos habría que retocar algún otro, menos llamativo, menos "ideológico", al margen de que la maniobra la implementara este Gobierno o el siguiente, si es que fuera de otro color.
Lo que quiero decir, es que incrementar en un punto o punto y medio el impuesto de sociedades o en menor proporción el IRTP, sería más eficiente en términos recaudatorios. Si, además, tratamos de "redistribuir" por vía fiscal, habría, nada más que elegir, qué tramo se retoca en uno y otro caso. Eso sí: se acabó el espectáculo.
En resumen: ha empezado la campaña electoral
- Es evidente que quien haya elegido el momento para empezar la puja fiscal a la baja tiene buen olfato político: ha obligado a entrar en la subasta a quienes, quizás, no lo hubieran hecho si no hubieran visto el movimiento de Juanma Moreno.
- Una perla en el barullo: Pere Aragonés, tratando de explicar por qué no tiene previsto rebajar patrimonio, dijo (más o menos) que si Madrid le diera los millones que le está pidiendo, estaría dispuesto a sumarse a la recua de supresores. O sea que pague otro.
- Y otra más: ¿Qué les pareció la invitación del Virrey Andaluz a que los ricos catalanes se empadronaran en Chipiona (o donde quieran, que tampoco hiló tan fino) para pagar menos?
- Volviendo a los de las rebajas, no se me alcanza, sin embargo, cómo piensan cuadrar el círculo los aspirantes a padres de la Patria o del Municipio o de la Comunidad, cuando en el mismo mitin que anuncien rebajas de impuestos, prometan incrementar los servicios sociales.
- ¿Por qué será? Estos días me viene a la cabeza la tan conocida frase de Groucho Marx: "Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros".
- Por último ¿Ya hemos acabado con el fraude fiscal? Porque tengo para mí que ganar esa pelea procuraría más fondos que ninguna de las rebajas, retoques y promesas que ahora tanto se sacan a pasear.
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