sábado, 5 de noviembre de 2022

 Populistas y dictadores

Brasil votó

Seis días después de concluido el escrutinio la primera potencia al sur del Río Grande sigue conteniendo el aliento sin saber muy bien qué puede pasar.

Ganó Lula y perdió Bolsonaro. Los resultados, avalados por las máximas instancias judiciales y electorales del país, así lo certifican. Los principales colaboradores del perdedor también lo asumen; de hecho han empezado los trabajos de transmisión del poder. 

Pero… menos de dos puntos de diferencia entre ambos complican la transición en un país dividido. Como ocurrió hace dos años por estas fechas entre Joe Biden y Donald Trump. Márgenes exiguos entre vencedores y vencidos; en ambos casos los derrotados están poco dispuestos a abandonar el poder.

Buena ocasión para poner de manifiesto algunas carencias de buena parte de las democracias occidentales. De todas o de casi todas. ¡Es tan gratificante hablar de repúblicas bananeras y respirar hondo convencidos de que en el primer mundo estamos a salvo de esas taras propias de países en vías de desarrollo!


El populista, un viejo conocido desde los tiempos de Pericles

De lejos viene el modelo. Hace veinticinco siglos se hablaba del demagogo, figura opuesta al político, como el personaje público que anteponía su ambición al bien común. Próximo al tirano pero no su igual, eran figuras expertas en manipular pasiones, emociones y sentimientos hasta hacerse con una masa de enfervorizados seguidores que le llevaban en volandas hasta lo más alto de las instituciones.

Trascienden al tiempo, sobrevuelan las modas, siguen entre nosotros siglo tras siglo. Viven al margen de las ideas que suelen utilizar como disfraz. Sólo cuenta su pasión por el poder. Según soplen los vientos se harán pasar por amigos del pobre o por mandatarios del rico. Unos y otros deberían saber que el buen populista, el "pata negra", cuando llega el momento venderá a su madre por mantener el sillón bajo sus hambrientas posaderas.

Por ceñirme a ejemplos recientes, hablo de tipos de los que todos hemos oído hablar, sujetos que hemos visto en nuestras pantallas, unas veces aplaudidos, otras insultados. Tras ellos hay multitudes que se dejan la piel, a veces literalmente, o por defenderlos o por tirarlos por la ventana.

Jair Bolsonaro, sí, y también Donald Trump y Boris Johnson cómo no, y ; y Antonio Manuel López Obrador y Rodrigo Duterte y Cristina Kirchner y Nicolás Maduro. Unos se dicen conservadores, otros presumen de progresistas, aunque lo que más les gusta es proclamar que ellos no son ni una cosa ni otra, sino patriotas, sobre todo patriotas que están al servicio… Aquí la terminología suele adaptarse al personaje: unos hablan de su país, aunque lo confundan con todo un continente, otros hablan de "la gente", otros de "la clase obrera", otros de las glorias pasadas.

¡Pamplinas! Fíjense en sus obras, analicen su comportamiento y verán cuánta trampa esconden sus ampulosas arengas. 

No es más populista por ser más de derechas o más de izquierdas, sino por el modo y manera en que desarrollan su acción política. Silvio Berlusconi, por ejemplo, está a la izquierda de Giorgia Meloni, pero el populista es él. 

Hasta se encuentran populistas centristas ¿Recuerdan a Alejandro Lerroux? Fundó el Partido Radical Republicano, supuestamente de centro, aunque fue escorando a la derecha, hasta admirar a Franco desde el exilio portugués. No fue ese desplazamiento ideológico lo que le hizo demagogo sino su flagrante contradicción entre sus palabras y sus hechos. 


Por sus actos los conoceréis

Hay quien confunde populistas con dictadores. No son lo mismo. Se les parecen, pero no son iguales. Ya les llegará el turno a los tiranos. De momento hablemos de los viejos demagogos.

  • Discursos encendidos, pasionales, con mensajes directos al sentimiento. ¿Para qué perder el tiempo en arduas construcciones racionales? Recetas sencillas para problemas complejos; mejor si caben en una frase, en un tuit, que en un folio. Frases rotundas que sean fáciles de recordar. Es de hace muy poco tiempo, pero a veces me da por pensar si las redes sociales no son un invento pensado para potenciar la demagogia. ¡Es tan pesado leer trescientas páginas para saber qué pretende tal o cual Partido!
  • Uso sistemático de lo que llaman "verdades alternativas". ¿Verdades alternativas? Sí, amigo: embustes puros y duros, que ahora se hacen llamar fake news. El Whasington Post publicó a toda página la mentira número diez mil encontrada en la cuenta de twiter de Donald Trump. Ningún problema: el señor Presidente despachó el asunto acusando al diario de mentiroso y, cómo no, de anti americano.
  • Juegan con los límites del sistema. Sólo son demócratas hasta cierto punto. Las elecciones valen para ganar, pero se cuestionan cuando corres el riesgo de perder. Por eso se las desacredita desde antes del recuento, no vaya a ser que luego sea tarde. Y si, pese a las trampas, se pierde, se duda del sistema. Urnas trucadas, jueces vendidos, etc., etc. Trump, ahí lo tienen, sigue alimentando el fantasma del fraude, acaso porque sólo la reelección pueda serle garantía de su propia libertad, pero a costa de poner en el alambre el sistema que le ha dado la vida. (Y Bolsonaro, y la Kirchner, y Maduro y AMLO han maniobrado cuanto han podido para poner el sistema a su servicio a costa de lo que sea).

El dictador, o sea el tirano de los griegos

El dictador moderno, que es el viejo tirano griego. Palabras mayores, señores. Comparten algunas características con los que hemos citado, la irracionalidad, el culto a la personalidad, el disfrute maníaco del poder, el desprecio por la legalidad, pero son de otra pasta.

Hitler, Musolini, Franco, Stalin, Ceaucescu, Putin… (añadan los que mejor les cuadren) no eran ni son gentes dadas a sutilezas. No hacen trampas con la democracia: sencillamente, acaban con ella y tratan de que no vuelva a aparecer por sus dominios. En algún caso -recuerden a Hirler- el juego de la democracia puede servir de autopista que te lleve a Palacio, pero ¿después?

El populista puede amargarle la vida al opositor, el dictador acaba con él. Disidencia y delito se convierten en términos sinónimos, castigados ambos cuando es preciso con la horca, el paredón, o el garrote vil. acaban con el opositor y con el cuadro básico de libertades. Ni Partidos, ni Sindicatos, ni Prensa… Salvo su Partido, su Sindicato y sus órganos de expresión.

El dictador se hace pasar por el intérprete privilegiado de su pueblo. A veces es la quintaesencia de la raza, otras asume la esencia del proletariado, incluso puede ser que el mismo Dios le haya encargado salvar a la patria.

Todos ponen a trabajar a su servicio, magníficos, tremendos vocablos, Patria, Pueblo, Familia, Libertad, Justicia, Pan, Dios…

Sólo excepcionalmente abandonan el poder por su propia voluntad. En múltiples ocasiones, sea a la brava o por causas naturales, pierden poder y vida al mismo tiempo. Y, lo que es peor, no pocas veces, se marchan dejando tras de sí muerte, desolación y ruina.  


Volvamos a Brasil

El problema es que puede tardarse un tiempo en saber si estamos ante un populista o ante un dictador. Quizás porque muchos de los primeros sueñan con ser como los segundos. ¿Se quedan en populistas por temor a fracasar o porque son solo unos charlatanes de poca monta?

Ahora mismo, cuando Jair Bolsonaro dice que acatará la Constitución pero anima a sus seguidores a manifestarse ¿en qué está pensando? ¿Es el canto del cisne de un perdedor o espera acontecimientos por si el ejército hace caso de sus seguidores e impide a Lula recuperar la Presidencia?





No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comenta aquí lo que desees