sábado, 1 de julio de 2023

 Nosotros mismos

Lo enorme y lo minúsculo

Ignoro qué asociación de ideas me ha devuelto el recuerdo de algo que hace algunos años, más de medio siglo diría yo, leí en André Maurois; es posible que fuera una de sus ocurrencias en "Las paradojas del doctor O’Grady" o acaso en "Los silencios del coronel Bramble". Una disertación acerca de los paralelismos entre lo infinitamente grande, el universo, y lo inconcebiblemente pequeño, los avatares de una sociedad minúscula que sobrevive en un universo cuya totalidad está contenida en un grano de azúcar.

El autor toma café con su interlocutor y ambos especulan con el final de una civilización cuyo ciclo histórico es también muy pequeño, como corresponde a su tamaño físico, un grano de azúcar. La historia de ese universo empezó el día que se solidificó el terrón y su inminente fin apocalíptico va a producirse cuando el que está hablando deje caer el azúcar en el café.

A vueltas sobre esta idea he terminado comparando las coincidentes conductas que observo si examino lo que ocurre en la urbanización en la que llevo viviendo desde hace casi cuatro décadas y lo que veo a mi alrededor en mi ciudad o en España. Lo cierto es que he encontrado tantas concomitancias que me parece que las diferencias son más aparentes que reales; mera cuestión de proporciones.


La urbanización

El lugar donde vivo es un recinto vallado, donde habitamos alrededor trescientas treinta familias, cerca de mil personas, que es más de lo que pueden decir el 51 % de los municipios españoles. 

La urbanización consta de tres edificios, la gestión de cada uno de los cuales está encomendada a su correspondiente Junta de Gobierno, elegida por sufragio universal entre los propietarios de cada una de las viviendas.

Contamos, además, con dos garajes que dan cobijo a los vehículos propiedad de los vecinos que han decidido comprar plaza de aparcamiento. Cada garaje está bajo la dirección de otra Junta de Gobierno elegida periódicamente de la forma establecida por la legislación vigente.

Por último, para coordinar todo lo referente a servicios comunes a las cinco comunidades anteriores, cuidado y mantenimiento de jardines, atención a piscinas, canchas de tenis, pádel y baloncesto, mantenimiento de viales, servicios de vigilancia y seguridad, socorristas entre otros, existe una "Supracomunidad" con su inevitable Junta de Gobierno al frente, elegida también cómo no, por sufragio universal entre la totalidad de los vecinos.

Tenemos, pues, un colectivo numeroso que es, al mismo tiempo, propietario de una vivienda sita en una torre (hay también inquilinos, como era de esperar, pero a estos, al menos hoy, los dejaremos tranquilos), en ocasiones usuario de una plaza de garaje de la que es propietario, y habitante de una urbanización en la que puede jugar al pádel, pasear el perro por los jardines, si tiene perro, o darse un chapuzón en la piscina, si es verano y le da por ahí.

No creo sorprender a nadie si digo que mantener viviendas, ascensores, canchas de tenis, asfaltado periódico de viales, reposición de puntos de alumbrado, amén de pagar salarios de jardineros, administrador, personal de seguridad o porteros y conserjes, va contra las cuotas que paga o debe de pagar cada uno de los vecinos.

Recuerden: cinco comunidades con sus correspondientes gobiernos y una supracomunidad con el suyo propio.


Nuestro país

No vale la pena hablar de cuando en el territorio que hoy llamamos España, había cuatro o cinco reinos independientes, sin contar con lo que sucediera en la decreciente porción de la península en la que vivían gentes que también respondían a centros de poder a veces independientes y otras más o menos unificados.

Desde hace cuarenta años cada uno de nosotros ostenta, como mínimo una triple condición: habita en un municipio, que pertenece a una Comunidad Autónoma, que forma parte de un Estado. Ayuntamiento, Comunidad y Estado están gobernados por órganos elegidos, como en mi urbanización, por sufragio universal.

Los Alcaldes, los Presidentes de las CC. AA y el Presidente del Gobierno de la Nación se supone que tienen a su cargo la gestión de una interminable serie de obligaciones cuya atención cuesta dinero; mucho dinero. Por eso y para eso, cada ciudadano, le guste o no (normalmente, no), aporta una parte de sus ingresos que acaban en las manos de los concejales, consejeros o ministros encargados de hacer tal o cual cosa.

Las primeras coincidencias entre mi urbanización y España, son que el mismo ciudadano es varias cosas a la vez, y tiene que poner una parte de su dinero a disposición de quien se ocupa de las cosas comunes.


Las sorprendentes coincidencias adicionales

La gestión económica. En lo tocante al dinero que tienen que poner, la inmensa mayoría de los habitantes de mi urbanización está convencida de dos cosas: 

  • La primera es que su torre o su garaje paga a la Supracomunidad más que lo que le corresponde. Es decir, que está discriminada, y que eso es un problema histórico. 
  • La segunda de las cuestiones sobre las que hay consenso es que la Supracmunidad, o sea el Gobierno del conjunto, malbarata su dinero. Su torre, seguro que no, pero ¿La Supracomunidad?

¿Les suena la música? ¿Cuántas Comunidades Autónomas se han sentido y siguen sintiéndose maltratadas por "Madrid"? ¿Recuerdan el concepto de "Deuda Histórica"? Lo cierto es que cuando todos dicen que están siendo discriminados y que ellos aportan más de lo que reciben, están incurriendo en un imposible que me atrevería a llamar metafísico.

Unidad o secesión. Otra de las tendencias consolidadas en las tres torres es el convencimiento de que parte de los problemas que padecen se resolverían si rompieran con el conjunto y se las dejara gobernarse por sí mismas. ¿Por qué someterse a un administrador único, por ejemplo? La lógica indica que es lo más eficaz y lo más barato, pero… En las Torres no se razona: se siente, que es más auténtico. 

Supongo que establecer paralelismos en este punto entre mi urbanización y mi país es algo tan sencillo que no vale la pena argumentar.

El ejercicio de la crítica. En los cuatro lugares donde yo vivo, mi casa, mi ciudad, mi Comunidad y mi país, observo el mismo curioso fenómeno: el insólito modo de afrontar el descontento.

En excesivas ocasiones, si los jardines de mi urbanización están mal cuidados, si las calles por las que paseo están sucias, si la sanidad de mi Comunidad Autónoma ha tomado una deriva inadecuada, si el Gobierno de España se equivoca, todo se sustancia en lamentos inútiles ante una cerveza en la barra de un bar.

Hay otros conductos, pero no suelen usarse, o, al menos, no tanto como debieran. Nadie llama al administrador de tu edificio, nadie se toma la molestia de escribir una queja ante el Ayuntamiento o ante el Gobierno Regional, o ante el Defensor del Pueblo.

Lo que es más extraño: ni siquiera se ejerce el derecho al voto cuando te corresponde hacerlo.


En resumen. ¿Por qué es esto así?

  • Porque cada uno de nosotros es el que es, no importa el gorro que en ese momento lleve puesto. Así que cuando se siente propietario de vivienda en la Torre Z y cuando actúa como ciudadano español, es él mismo y no su vecino.
  • Porque, y esto daría para escribir una enciclopedia, aunque el voto sea el menos malo de los procedimientos de elección, lo único que te garantiza, en el mejor de los casos, es que habrá salido elegido el que haya encontrado más paisanos que creen en él. Nunca habremos elegido al que no se ha presentado, aunque sea el mejor de los mejores. Dicho de otra manera ¿Por qué hay tanto cerebro que se niega a ocuparse de la "cosa pública"? ¿Por qué si estás tan convencido de cómo arreglar un desaguisado no te implicas en la solución?
  • Porque, no importa en qué ámbito pensemos, nosotros, tan capaces de lo imposible como incapaces del quehacer diario, padecemos el síndrome de Adán y con excesiva frecuencia somos reacios a continuar el camino andado y preferimos empezar desde la casilla de salida.

Un comentario obvio: ya sé cómo va la pre campaña y cuán poco tiempo falta para el 23-J. Ustedes, no sé: yo necesitaba un descanso.









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