jueves, 28 de abril de 2016

Antes de volver a votar, pensemos.

La utilidad del tiempo perdido.

No, no es cierto que hayamos perdido cuatro meses. Eso es algo que se echan a la cara los político, culpando siempre al otro. Son ellos, nuestros representantes, los que han perdido el tiempo; nosotros, no.

Es cierto que desde el punto de vista de los actores puede pensarse que se han perdido cuatro meses. Lo sienten como un fracaso y por eso culpan, siempre, siempre, a la formación que tengan enfrente en ese momento.

Pero el tiempo no pasa en balde. Este extraño interregno creo yo que ha servido, al menos, para verificar ciertos extremos sobre cuya virtualidad podía haber dudas:

  -  Hemos superado un episodio nuevo en nuestra joven democracia, y hemos comprobado que España es una más de las naciones que pueden necesitar más de un intento para elegir a quienes han de gobernarnos.

  -  Durante estos cuatro meses, las Instituciones han funcionado, en general, según lo previsto. Incluso la percepción de ciertas lagunas (¿Debe o no someterse al control parlamentario un Gobierno en funciones?) es positivo en la medida en que pone de manifiesto un problema a resolver cuanto antes.

  -  El día a día de los ciudadanos no se ha visto afectado por el guirigay de los políticos. Si abrías el grifo, salía agua, si accionabas el interruptor, se encendía la luz, los autobuses llegaban más o menos a la hora, de manera que somos otro país más que ha descubierto que hay vida detrás de los políticos.

  -  Y, sobre todo, somos un poco menos ignorantes. Ahora sabemos bastante más sobre los Partidos que pretenden gobernarnos que hace cuatro meses.

Recordemos, porque volverán a pedirnos el voto

Podemos.

Se ha revelado como una formación inequívocamente proclive a planteamientos totalitarios, con un gran sentido de la escenografía y un buen manejo de las cada vez más influyentes redes sociales.

-  Lo de menos, pese a los espacios que ha logrado en los medios de comunicación, es que Pablo Iglesias, acuda a despachar con el Rey en camisa y a lo Goya con smoking; o que los Diputados de su grupo en vez de jurar o prometer la Constitución aprovechen la ocasión para largar una soflama; o que una de sus Diputadas lleve  su rorro al Congreso y le de el pecho ante las cámaras; o que Pablo Iglesias bese en la boca a otro de sus compañeros en pleno Hemiciclo. Todo eso y algunas otras salidas de tono, no son sino muestras de lo que acabo de decir: habilidad para lograr que se hable de uno aunque sea mal. Luego, unos aplauden, otros silban, pero todos hablan del asunto.

-  Cosa distinta es la tendencia del Sr. Iglesias a la intolerancia no ya con la disidencia interna, sino con la mera discrepancia. Es evidente que su ánimo no tiende al pacto sino al liderazgo carismático, sin espacios para la colaboración crítica. A la menor veleidad, se aparta al que se sale del carril. No obstante, es algo que deberán valorar los militantes. Para los demás no es más que un síntoma que retrata al personaje.

- Más enjundia tiene ir por Europa de palmeros de Arnaldo Otegi, el exrecluso proetarra, condenado por pertenencia a banda armada, delito que ni en España ni en ningún otro país de Europa tiene carácter político. ¿Está Iglesias en su derecho de apoyar la presencia en el Parlamento Europeo de alguien que ya ha saldado las cuentas con la justicia? Es posible. Y cada uno de nosotros, de no olvidarlo el día de ir a votar.

-  Y, por lo que a mí respecta, aún me parecen más preocupantes algunos deslices significativos: la pretensión de alinear al Poder Judicial con la ideología del Gobierno, o la reclamación más reciente de un debate sobre la titularidad privada de los medios de comunicación. Ambos extremos y la democracia, en su versión occidental, son incompatibles.

No quiero terminar este apartado sin comentar la actuación de Iglesias en los intentos de pactos de gobierno. Desde la puesta en escena de su equipo de futuros Ministros, encabezados por él, futuro Vicepresidente, todas sus actuaciones han tenido un hilo conductor: todo el poder para Podemos, y sólo con las fuerzas que él decida. Lo que ha exigido al PSOE desde el primer día ha sido una rendición en toda regla, porque lo que busca Pablo Iglesias es liderar la izquierda sin nadie que le haga sombra. 

Por lo demás, si es capaz de fagocitar a Izquierda Unida, es un problema menor a resolver entre Podemos y los restos de lo que un día fue la auténtica izquierda real de este país.

El Partido Socialista Obrero Español

Empezó este período con mal pie. Le faltaron las formas, y eso en democracia es esencial. No se puede tratar a ningún oponente político con la displicencia con la que trató a Rajoy (repitiendo el error del debate electoral cuando habló de indecencia sin apostillar que no se refería al personaje sino a su política).

No obstante, Comités Confederales y consultas  a la militancia de por medio, enmendó el rumbo e intentó la investidura de la única manera posible: negociando pactos y tratando de lograr apoyos en otras formaciones.

Lo logró con Ciudadanos y fracasó, como era previsible, con Podemos y con el Partido Popular. Con el primero porque ni la posición de Iglesias sobre los nacionalismos secesionistas, ni buena parte de sus postulados programáticos eran compatibles con las tesis del PSOE; un acuerdo con Iglesias, era el abrazo del oso: el principio del fin de la hegemonía del PSOE en la izquierda española.

El imposible acuerdo con el PP tiene bases distintas. Le guste o no al Sr. Sánchez, pedirle al PP su apoyo activo o pasivo para obtener la Presidencia del Gobierno, es imposible. No se trata de si "la gran coalición" tiene o no sentido, sino de quién ha de encabezarla, y, en este punto, el PP, con o sin Rajoy, siempre va a poner encima de la mesa la comparación entre lo votos de uno y de otro.

En el Debe del Partido Socialista, anoto su contumacia a la hora de hablar, siquiera, con los Populares. No se puede desconocer al Partido más votado, por muy antipático que te resulte su líder. En el Haber, el que ha sido uno de los dos únicos Partidos, que pese a todo, ha sido capaz de poner en común un texto de Gobierno, por dispares que fueran sus posiciones ideológicas respecto del otro firmante, y su resistencia a entrar en un acuerdo que podría haberle dado la Presidencia del Gobierno a costa de males mayores.

Les guste o no a los críticos del PSOE, Pedro Sánchez sí podría haber llegado a la Presidencia, aunque fuera un gobernante secuestrado por sus socios (Podemos, IU, PNV y los secesionistas catalanes). Lo que quiero decir es que quien diga que Pedro Sánchez sólo quiere ser Presidente a cualquier precio, miente.

Ciudadanos

Albert Rivera y sus compañeros, nuevos en estas lidias, se han desempeñado con notable soltura. Han sido, hasta el último momento, los más proclives al pacto y a la transacción. El problema es que la solución, tal como se habían dado las cartas, era imposible.

Buscar la abstención del PP para que Sánchez llegara a la Moncloa, era, como ya he comentado, impensable. Descartar la colaboración directa con el PP salvo que el Partido estuviera encabezado por personas incontaminadas por escándalos de corrupción, es tratar de intervenir en la vida interna de otro Partido. No digo que no fuera deseable, ni que no se pueda hacer, pero de intentarse, jamás se puede hacer en público.

Comprensible, por otra parte, el descarte sin matices de cualquier alianza, acuerdo, componenda o colaboración con Podemos. Ciudadanos es un Partido de derechas, diferente al PP por su historia, pero en las antípodas del conglomerado organizativo presidido por Iglesias. Suponiendo que éste hubiera eliminado de su programa el apoyo a los sedicentes derechos de autodeterminación de no se sabe muy bien cuántos territorios, seguirían siendo incompatibles.

Su comportamiento público ha estado presidido por la moderación y la falta de uso de epítetos insultantes, cosa que, en los tiempos que corren, es de agradecer.

Habría que suponer que el ciudadano ha sido capaz de percibir estos detalles y lo tenga en cuenta a la hora de votar. Albert Rivera sabe que este año, estas próximas elecciones, aún no marcan su momento. Debe seguir creciendo, asentándose, tocando el Poder en ámbitos menores y preparándose para que si sigue haciendo las cosas bien, llegue a ser la alternativa a la otra derecha. 

Partido Popular.

 El Partido Popular fue el más votado en las Elecciones de Diciembre y es, tal vez, la formación con más militantes de España. Y esto es algo que no conviene olvidar, en el sentido de que ambos hechos merecen, como mínimo, el respeto de todos los que no le votaron (más que los que sí lo hicieron, pero eso es otra historia).

Tampoco conviene confundir al Partido Popular con su actual líder. Mariano Rajoy no es un hombre simpático, ni muy dado a las prisas o a los movimientos brillantes. Lo suyo es la espera, la cautela, el silencio, las medias palabras, y la esperanza en el error ajeno.

Era el Sr. Rajoy el llamado a intentar la investidura antes que nadie. El caudal de sus votos tan frecuente y machaconamente exhibidos, en estos últimos meses no le bastaban para asegurarse la mayoría suficiente, dio por descontado que no habría entendimiento con Pedro Sánchez, quizás ni con Albert Rivera, y se fue a su despacho. ¡Que lo intentaran otros!

El único mensaje que han sido capaces de transmitir el Sr. Rajoy y sus palafreneros ha sido   "hemos ganado las elecciones" y "hay que ir a la Gran Coalición", como en Europa. Se han dejado en el tintero que una cosa es tener más votos que nadie y otra bien distinta ganar las elecciones. No se ha dicho tampoco qué habrían estado dispuestos a ceder para ir a esa coalición soñada.

El PP no se ha movido ni un milímetro desde su posición de partida: Nadie le llamó, pero tampoco él pidió reunirse con nadie. ¿Suponía que Ciudadanos podría haberle exigido el cambio de la cabecera de cartel? ¿Pensaría que el PSOE sólo se contentaría si cedía la Presidencia del Gobierno?

Y en el entretanto, la corrupción que no cesa ha seguido segando la hierba debajo de los pies de Rajoy. No importa cuán encendidas sean las condenas, tengo la impresión de que el votante recuerda la secuencia, repetida una y otra vez: descubrimiento de la fechoría-desmentido rotundo-apoyo de la Dirección del Partido al investigado-confirmación del desmán-anuncio de suspensión de militancia (este último eslabón, ni siquiera en todos los casos) Lamento que, pese a todo, la corrupción me temo que no sea determinante a la hora de cambiar el sentido del voto.  

La cuestión ahora no es tanto qué ha hecho el PP, sino qué puede hacer a partir del 26 de junio. Si las encuestas no se equivocan demasiado, podría volver a ser el Partido más votado, pero lejos, muy lejos de la mayoría absoluta, incluso con el apoyo de Ciudadanos. ¿Qué hacer? ¿Otros cuatro meses de interinidad? ¿Bajar a la calle, cruzarla y pedirle relaciones a quien mejor le acomode? ¿Aceptarán que parafraseando al Príncipe de Lampedusa, todo tendrá que cambiar para que todo siga igual? ¿Se planteará el Partido el dilema de seguir en el Poder a costa de cambiar de líder o mantener el líder a costa de perder el Poder?

Mientras tanto, ya es casualidad, parece que hay un cierto deshielo entre Cataluña y la Moncloa. Me pregunto quién se ha acercado a quién, aunque lo importante sería poder decir, no importa cuándo, "bien está lo que bien acaba".

Cosas que me han llamado la atención.

La situación que estamos viviendo ni es deseable, ni se habría producido de contar España con el sistema de doble vuelta en las elecciones. ¿Por qué será que ninguno de los cuatro grandes ha sugerido que, si llega al Gobierno, lo propondría para el futuro?

Precisamente en este período de interinidad da la impresión de que el ruido procedente de Cataluña ha amainado. ¿Es real o sólo una impresión?

La evolución de la situación económica ha obedecido mucho, muchísimo más a la dependencia exterior de la economía española que a la cacareada inestabilidad política. También en eso empezamos a ser normales.


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