Alrededor de la tauromaquia
El debate viene de antiguo
Y tanto. Nada menos que Felipe II, cualquier cosa menos un monarca liberal, prohibió la celebración de corridas de toros en cosos cerrados. Primer indicio, llamo la atención sobre ello, de que no cabe en modo alguno establecer una relación causa-efecto entre regímenes políticos autoritarios y fiesta de los toros.
No obstante, tengo la impresión de que en los tiempos que corren el debate ha adquirido tintes nuevos. Hasta ahora, fuera del uso de adjetivos más o menos descalificadores de los integrantes del otro bando, podría decirse que el debate sobre la tauromaquia era punto menos que académico. No es el caso actual.
La virulencia de las posiciones antitaurinas están llegando a un punto tal que es de temer, si no se encauza el debate, que más pronto que tarde tendremos que lamentar desgracias personales. Es increíble cómo puede brindarse por la muerte de un torero o desearle la muerte a un niño enfermo de cáncer que quiere ser torero
Simplificar es empobrecer, ya lo sé. Sin embargo, en síntesis, la posición antitaurina creo que podría resumirse en los siguientes puntos:
- El carácter esencialmente cruel de la fiesta para con el toro exige su prohibición total.
- El espectáculo taurino es una barbarie impropia de una sociedad culta y moderna.
- La muerte del toro es un asesinato, y quien la comete, un asesino.
Sé que no todos los partidarios de la supresión de los toros asumen el último de los tres puntos, pero, en general, es así.
Otro factor a tener en cuenta es que, salvo prueba en contrario, por primera vez la ofensiva contra la tauromaquia la orquesta un Partido Político entre cuyos objetivos fundacionales figura, precisamente, la supresión de las corridas de toros.
¿Por qué prohibir?
Uno de los más logrados lemas del Mayo 68 fue, precisamente, "prohibido prohibir". Soy defensor a ultranza del derecho a la libertad de pensamiento, de expresión, de crítica. Defiendo, por tanto, el derecho a decir lo que piensan y a intentar conseguir que sus ideas se conviertan en pautas de conducta, quienes opinan que las corridas de toros son una barbaridad.
Reclamo para mí, como es natural, el mismo derecho. La cuestión, tal como yo la veo, es que si los antitaurinos tienen la capacidad de convicción que suponen, no necesitarían prohibir nada. Sencillamente, las plazas de toros se quedarían vacías por falta de aficionados. ¿Por qué limitar, mientras tanto, los derechos de quienes gustan de un espectáculo legalmente autorizado?
Por otra parte, advierto una contradicción entre los postulados, los objetivos, más bien, de los antitaurinos, y las consecuencias que se derivarían de la prohibición de las corridas. A saber: la desaparición de los festejos taurinos supondrían a muy corto plazo la desaparición del toro bravo como especie.
¿Saben los antitaurinos que en el espacio que se necesita para criar un toro bravo podrían vivir cincuenta bueyes de carne? Dicho de otra manera ¿Quién seguiría criando toros bravos si no hubiera espectáculos taurinos?
Otro curioso efecto de la desaparición de las corridas de toros sería la reconversión de las actuales dehesas y cortijos dedicados a la crianza del toro bravo. Hoy, por razones de seguridad, está prohibida la caza en las fincas de ganaderías bravas. En consecuencia, cada una de estas dehesas se ha convertido en el hábitat refugio de especies de interés cinegético que huyen de los espacios donde se practica la caza.
Podría hablar del derecho al trabajo de quienes han elegido una profesión legalmente autorizada e, incluso, regulada; podría citar datos sobre el dinero que mueve la fiesta; prefiero hablar, como hasta ahora de la improcedencia de reducir los márgenes de libertad de los cientos de miles de ciudadanos a quienes les parece normal seguir disfrutando de un espectáculo con siglos de tradición a sus espaldas.
La cultura y el mundo del toro
¿Es barbarie la tauromaquia? Me parece a mí que en éste como en tantos otros órdenes de la vida no se llega a conclusión alguna a base de repetir una, cien, cien mil veces la misma frase, por mucho que personajes como Goebels afirmaran lo contrario ("una mentira repetida el suficiente número de veces, se convierte en verdad")
Así que si esto es así, mejor sería que quienes defendemos una cosa y los que sostienen lo contrario, aportáramos alguna que otra prueba. Por mi parte, sin ánimo de agotar el tema y dejando sentado que no soy un erudito del mundo del toro, sino un sorprendido espectador por cuanto pasa a mi alrededor, ahí van algunos argumentos.
No deja de ser curioso que los Tratados de la Unión Europea, cuando hablan de la defensa de los animales, exceptúen expresamente aquellas manifestaciones que tienen su fundamento en raíces culturales o tradicionales de los países miembros.
España, pues, cuyo Parlamento (Ojo: el Parlamento, es decir, la manifestación genuina de la voluntad y la soberanía popular), ha declarado la fiesta de los toros Patrimonio Cultural de España y entra por tanto dentro de las previsiones de la normativa de la Unión Europea.
La tauromaquia ha influído desde siempre en las Bellas Artes. Mariano Benlliure, Pablo Gargallo, Arturo de Modica (el autor de "El toro de Wall Street"), Manuel de la Fuente, Venancio Blanco, Pedro A. Hermoso, Pierre Jules Mève, José Mª Casanova, Viviane Haye, son algunos ejemplos de hasta qué punto la tauromaquia ha influido a escultores de los últimos tiempos.
En cuanto a la pintura, Romero de Torres, Mariano Fortuny, Edouard Manet (Sí, Edouard Manet), Darío de Regoyos, Roberto Domingo, Vázquez Díaz, Gutiérrez Solana, Zuloaga, Saura, Barjola, Fernando Botero, Fancis Bacon, todos grandes, se inspiraron en la fiesta para muchos de sus cuadros. ¡Qué cabeza la mía, se me olvidaban dos pintamonas que hicieron de la tauromaquia una de sus fuentes esenciales de inspiración: Francisco de Goya y Pablo Picasso!
Y poetas como Lorca, Alberti, Manuel Machado, Gerardo Diego, Bergamín, Vicente Aleixandre. Y narradores como Valle Inclán, Pérez de Ayala, Hemingway, Jorge Luis Borges, Miguel Ángel Asturias. Y dramaturgos como Jean Cocteu o Henry de Monterland, todos se inspiraron aluna vez en nuestra fiesta.
¿Será necesario argumentar sobre el efecto de la tauromaquia en la música? Desde "Carmen" a "El Gato Montés", creo que el muestrario es suficiente como para no aburrir al lector.
O sea, que desde varios Premios Nobel de Literatura a filósofos como Ortega y Gasset, toquemos la partícula de la cultura que queramos, vamos a encontrarnos con la fiesta como fuente de la inspiración de una legión de creadores. Eso, en mi opinión, es la aportación de la fiesta nacional a la cultura universal. ¿Hay pruebas -pruebas, no insultos- de lo contrario?
La muerte del toro en la plaza ¿es un asesinato y el torero un asesino?
No, verán, señores antitaurinos, eso no es así. A ustedes puede nos gustarles la fiesta. Están en su derecho. Pero un asesinato, desde el punto de vista lingüístico y desde el mundo del derecho es otra cosa. Es la muerte de un ser humano a manos de otro, si, además se dan circunstancias agravantes (nocturnidad, alevosía, desprecio de sexo, etc.)
Y todo lo demás, la voladura de un oleoducto, la destrucción de un monumento, una paliza a una cuñada, siete violaciones a siete menores, serán todas barbaridades, pero no son asesinatos ¿entienden? Luego quien mata a un toro en la plaza no es un asesino, y por muchas veces que lo digan, no va a cambiar.
Por cierto: cuando un toro mata a un torero, nadie aficionado a la tauromaquia se pone a odiar al toro. Sabe de antemano que eso es un riesgo inherente al toreo que el primero que acepta es el torero, y su cuadrilla, y la familia del torero. Es posible que no lo entiendan, pero es igual: basta con que lo recuerden.
La ideología subyacente: el animalismo y el pseudoizquierdismo.
El reciente fenómeno del animalismo
Una vez más debo declarar mi respeto por quienes hacen de la defensa de lo animales su razón de estar en la política. Por si fuera poco, el Partido que los representa, el PACMA, es una organización legal, con su documentación en regla y tan respetable, como mínimo, como el Partido en el Gobierno. No obstante, déjenme que exponga algunas reflexiones.
Una de las premisas del animalismo, sea o no la versión del PACMA, es considerar a los animales (a ciertos animales, que de eso hablaremos luego) como iguales al hombre.
Creo que podría decirse de toda la Filosofía occidental, y en cualquier caso, de la totalidad del pensamiento mediterráneo: desde los presocráticos a los existencialistas. Desde Sócrates a Sartre, pasando por Tomás de Aquino, Espinosa, Erasmo de Roterdam, Kant, Leibnitz, Kierkegard, y añadan ciento cincuenta más, es decir, los más preclaros cerebros de la Historia han considerado la especie humana como la cúspide de la pirámide trófica, y han construido las bases de la sociedad que conocemos sobre esta premisa.
Ni uno sólo del os pensadores que han configurado nuestra cultura emparejó hombres y animales irracionales.
El Derecho, por ejemplo, es una creación genial del género humano, en la que desde el Código de Hammurabi, hace de ello 3.750 años hasta la totalidad de los ordenamientos legales del mundo civilizado, reservan para los humanos la condición de titulares de derechos. Dicho de otra manera: sólo los hombres tenemos derechos porque somos los únicos a los que se nos pueden exigir obligaciones. Cuando se habla de los derechos de los animales, en realidad se habla de los derechos de los dueños de los animales.
La otra fuente de inspiración del animalismo es el influjo de las filosofías extremo orientales. Nada que objetar, pero habrá que admitir que se trata de culturas no digo opuestas, pero sí ajenas por completo a la cultura grecorromana. Culturas en las que convivían, por ejemplo, sin aparentes contradicciones, el respeto por la vida de ciertos animales, y la estratificación de los seres humanas en castas estancas. Culturas en las que el paria estaba al nivel o quizás por debajo del nivel de la vaca. ¿Tiene eso cabida en España, en Francia, en Luxemburgo?
Hay otras dos cuestiones que me llaman la atención. La primera es que la defensa de la vida y bienestar de los animales, suele circunscribirse a ciertas especies, los toros, los perros, los gatos, los que trabajaban en los circos, algunas aves y pocos más. ¿Qué pasa con las demás? ¿Hay que defender al toro de lidia aunque ello suponga su desaparición y no al bogavante, y no digamos a la cucaracha?
La segunda es la más que probable relación entre la boyante industria crecida alrededor del mundo de los animales domésticos (perdón: mascotas, no vaya a ser que algún dueño de animalito doméstico se ofenda) y el animalismo.
Para cerrar este punto, es evidente que amor a los animales, sentimiento noble, sin ningún género de dudas, no equivale a bondad de corazón. Un buen número de los jerarcas nazis, quizás emulando a A. Hitler, amaban a sus perros más que a millones de seres humanos. Oí, aunque no he encontrado confirmación, que Josip Stalin también era un amante de los animales.
A los nuevos izquierdistas no les gustan los toros.
Allá ellos. Si no les gustan no seré yo quien les invite ni quien se rasgue las vestiduras por ello. Lo único que se me ocurre es que creo que podría pedírseles dos cosas.
La primera es que hasta que ellos llegaron, hasta que empezaron a confundir los gestos con la sustancia, o como diría un castizo "el culo con las témporas", nadie en su sano juicio habría establecido igualdades demenciales entre tauromaquia y derecha.
Si cierto Partido cuyo nombre no me da la gana escribir quiere ponerse en línea con la prohibición catalana de los festejos taurinos, -ilegal, por otra parte, como los Tribunales han declarado- que sepan que se prohibieron no por taurinos sino por españoles, lo que de paso podría explicar su posición.
Si ese Partido diera la importancia que se merece a la opinión pública y no la confundiera con la opinión publicada, ni menos aún, con lo que ellos quieren hacer pasar por la Nueva Biblia de La Nueva Izquierda, se ocuparía de asuntos de enjundia, aunque ello le supusiera menos titulares. Dejaría, en definitiva, de intentar hacernos comulgar con ruedas de molino como el axioma de que "la gente está harta de esa barbaridad que es una corrida de toros" o la mentira flagrante de que tauromaquia y franquismo son una y la misma cosa.
¿Los Aficionados a la fiesta son todos unos "fachas"? ¿Sí? ¿Puedo repetir algunos nombres que ya han aparecido en este post? ¿Sí? Pues tomen nota de la somera relación de fascistas famosos que se distinguieron por su afición a los toros:
- Francisco de Goya.
- Pablo Picasso.
- Federico García Lorca.
- Manuel Machado.
- Ernst Hemingway.
- José Bergamín.
- Vicente Aleixandre.
- Pepe Luis Dominguín.
- Joaquín Sabina.
¿Dónde está su lista?
Así es que como decía el último de los citados, el gran Sabina, "Si no les gustan los toros que no vayan, pero que dejen ya de tocarme los cojones".
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