jueves, 31 de octubre de 2019

Me han dormido con todos los cuentos… (León Felipe)

Mañana  comienza el circo

Me temo que no, que empezó hace meses, o años, o que llevamos desde tiempo inmemorial asistiendo a una sola e ininterrumpida sesión circense. A veces salen las fieras con su domador disfrazado de Tarzán que hace como que se juega la vida. En ocasiones son tres o cuatro funambulistas quienes quieren hacernos creer que pueden partirse la crisma a poco que algo salga mal. Otra vez es un mago que nos engaña ante nuestros propios ojos sacando maravillas imposibles de su insondable chistera. Tampoco faltan, cómo no, los payasos con sus patéticos disfraces; hay ratos en los que nos hacen reír con sus ocurrencias aunque en la mayoría de los casos sólo consiguen darnos un poco de pena. 

Tengo la sensación de que nuestra clase política, inquilinos privilegiados de su propia “Montaña mágica”, están siempre y en todo lugar maquinando cómo embaucar al votante. ¿Exagero? Es más que probable. Tal vez yo sólo sea uno más de los cansados observadores que se hacen cruces ante la impericia, la contumacia y la desfachatez de los que se postulan para ser nuestros representantes.

En cualquier caso, BOE mediante, mañana 1 de noviembre de 2019 da comienzo la corta campaña electoral que ha de preceder a las elecciones generales del próximo día 10. No quiero ser agorero, pero estamos en vísperas del Día de Difuntos. Cosas del calendario.

Llega, pues, el tiempo de las grandes mentiras. Pedirán tu voto, porque lo necesitan. El político se alimenta de votos. Son su maná, su néctar, un elemento nutricio del que nosotros, simples ciudadanos, somos los propietarios. 

Hay que entenderlos, necesitan tu voto y el mío y el de ese señor bajito de ahí al lado, porque sin nuestros sufragios no son nada. Peor, son menos que nada: políticos fracasados, cesantes, desparecidos, vueltos al anonimato.

El problema es que cada uno de nosotros sólo dispone de un voto y si no se lo damos a éste, irá a las manos de aquel, salvo que nos quedemos en casa, guardemos nuestros ínfimo tesoro y nadie pueda disfrutarlo; podemos hacerlo, lo de quedarnos en casa, aunque valga de poco.

Así es que hay que comprenderlos. Están programados para decir lo que los gurús de su formación les hayan dicho que queremos oír, o lo que nuble nuestras mentes hasta tal punto que seamos cera blanda en sus manos tramposas. Todo valdrá, si tú, lector, y yo, y todos nosotros no andamos más listos que ellos.

Lo paradójico de este teatrillo es que la mayor parte de los figurantes que oiremos vociferar en los próximos días, considerados uno a uno, suelen ser buena gente. Empezaron pensando de una determinada manera, tenían sus ideas de cómo hacer mejor España, se juntaron con otros que tenían los mismos puntos de vista, y se pusieron a ello.  Eso, en principio, es algo que habría que agradecerles.

Luego, cuando el tiempo pasó, fueron torciendo la mira, sin ser conscientes de ello cambiaron de dianas y ya no se trataba de defender sus ideas convertidas en ideales, sino de conseguir votos suficientes para ponerlas en práctica, aunque para ello tuvieran que enmascarar sus verdaderos propósitos porque ¿de qué vale saber cómo salvar a España si no consigues el poder para hacerlo?

Por eso, durante diez días nos prometerán el cielo. No les creas: no podrán hacer buenas sus promesas, no tienen la llave del Paraíso porque no hay Paraíso, no en política, ni aquí ni en ningún sitio.

Escucha menos y lee más

Ésa es una buena forma de defender tu salud mental. Oirás barbaridades a los oradores porque, como decía, de eso se trata, de convencerte para que les des tu papeleta como sea, enardeciéndote, engañándote, encolerizándote, ilusionándote, haciéndote cómplice involuntario de sus embustes. 

Oirás barbaridades, digo, pero sólo si les escuchas. Lo cierto, no obstante, es que todas las formaciones políticas, todas, han escrito qué se proponen hacer si ganan. Lo han escrito y son documentos disponibles. Léelos, al menos inténtalo. 

Si lo haces, a poco que reflexiones verás que no todo lo que dicen es realizable. No importa: incluso  en esos casos, las pistas sobre lo que hay detrás de los textos suelen ser bastante claras.

Puedes desoír mi sugerencia pero, por si vale de algo, aquí dejo algunas de las perlas que he oído estos últimos días en diarios y noticieros. Si a pesar de ellos sigues confiando en los discursos, lo harás por tu cuenta y riesgo. 
  • “Quiero ser Presidente para cesar a Torra”. Fantástico. A mí tampoco me gusta el sujeto, pero yo esperaría que un aspirante a Primer Ministro supiera que entre sus facultades no está la de cesar al Presidente de una Comunidad Autónoma. Luego, o no sabe lo que dice, malo, o lo sabe y miente, peor.
  • “Si ganamos meteremos a Torra en la cárcel”. Variante corregida y aumentada del ejemplo anterior, que merece el mismo comentario. ¿O es que el “prometedor” de turno piensa poner a sus órdenes al Poder Judicial? Todo puede pasar, pero para mí, que se trata nada más de lo que ya dije: soliviantar al votante y decirle lo que quiere oír.
  • “Habría sido mejor desenterrar a Franco después de las elecciones”. Bueeeeno, hay quien piensa que deberían haberlo dejado donde estaba y hay quien cree que debería haberse hecho esto hace cuarenta años y un día. Hilar tan fino como para pensar que ahora es el momento, éste y no otro, pero no el día exacto… hay que ser un simple o un paranoico, si se pretende demostrar que todo el calendario ha sido una maquievélica maniobra del Presidente en Funciones.
  • “La demora en la exhumación debida a las maniobras de la familia Franco obedecen al deseo de beneficiar electoralmente al Partido Socialista”. (Cita no literal, advierto) ¿No les parece verosímil? A mí tampoco. O sea, que no veo yo al Sanedrín de la familia del difunto reunida en conciliábulo para tramar algo que beneficie, precisamente, las expectativas electorales de los socialistas. Ustedes no lo ven, yo tampoco, pero Don Pablo Iglesias sí. ¡El líder incontestable de Unidas Podemos! Así que igual todos los demás estamos en babia, porque ni somos de UP, ni, mucho menos, politólogos profesionales.  
¿Ven como es mejor escuchar menos y leer más?

¿Tan trascendentales son estas elecciones?

Eso es lo que oiremos a cada paso, que España se juega su futuro, lo cual es cierto, porque siempre hay un futuro en juego, incluso aunque no haya elecciones, pero tampoco hay que exagerar. En consecuencia, dirán, es imprescindible ir con el voto en los dientes para meterlo en la urna a favor de quien nos habla.

Las elecciones son importantes, todas lo son, y las generales más que las de las comunidades de vecinos, pero si hacemos memoria tenemos que admitir que en tiempos recientes hemos pasado por trances mucho más decisivos.

No, no son las elecciones municipales de 1931 que acabaron trayendo la República; no son comparables. Una eternidad después, en el 77, también había que cambiar de régimen; tuvimos que dejar atrás la Dictadura y entrar por una vía que la inmensa mayoría deseaba pero que casi nadie sabía cómo andarla. Votamos y volvimos a votar hasta que se hizo un hábito.

Poco tiempo después, menos de un quinquenio, a poco se trastoca lo hecho y volvemos a las andadas. Apretamos los dientes, votamos y seguimos adelante. Fue un momento delicado, porque algo había que hacer con los golpistas.

La crisis financiera mundial nos zurró de lo lindo y tuvimos que elegir entre varios modelos alternativos para superarla: también votamos, unos creen que acertamos, otros que nos equivocamos, pero aquí seguimos.

En cada una de esas ocasiones tuvimos que oír las mismas admoniciones. Pasó el día, se contaron los votos, horas después los Partidos, todos, afirmaban que habían ganado, y seguimos, como todos los países demócratas dando tumbos, porque es, quizás, la única manera de avanzar: tropezar, a veces caer, volver a levantarse y seguir intentándolo.

Nuestros representantes no nos toman en serio

El trajín con los restos del General Franco, no lo tomarán como lo que es, un suceso importante que cierra no el libro de la Historia sino una de sus páginas, sino que lo presentarán como una artera maniobra para rapiñar unos cuantos votos, o como el más excelso acto de justicia desde que Salmón se sacó de la manga la ingeniosa solución de trocear una criatura para quitarse de encima a dos demandantes. Depende a quien escuchen. (Por cierto: jamás había oído tantas veces al día el término “Dictador” en los telediarios. Lanzada a moro muerto, me parece a mí).

¡Y Cataluña! Asunto de bastante más fuste, pero tampoco el abismo en cuyo borde andamos con riesgos mortales ante nuestros atribulados pies. Por escasos que sean nuestros conocimientos históricos, es de sobra conocido que Cataluña plantea  al resto de España desafíos lindantes con lo intolerable, cada cierto tiempo. En mi opinión siempre que España está en horas bajas.

Lo sufrió Fernando el Católico antes de que España fuera España, y después, ya fuera durante la Guerra de Sucesión (Sucesión, no secesión como ahora pretende algún trilero de la política), en tiempos de la Primera República, o durante la Segunda, hemos vivido episodios que han bordeado la catástrofe.

Elegir las formas de salir con bien del reto ha dependido de varias condiciones: régimen político bajo el que ocurre, legalidad vigente, contexto internacional, correlación de fuerzas entre formaciones políticas… Cuestiones importantes que, en todos los casos, y eso es lo esencial, han terminado con un retorno a la normalidad después del fracaso de la intentona.

Esta vez no es tan diferente, ni más grave que las anteriores. Sólo que ahora nos ha tocado a nosotros verlo por televisión y son imágenes que impresionan, sobre todo si pasan ahí al lado y no en Santiago de Chile, La Paz, París o Washington.

Tampoco nos fustiguemos en exceso. Países con fama de respetables, Francia, Bélgica, Estados Unidos pasan por momentos de intranquilidad y acaban por volver a la normalidad.

¿Recuerdan el Mayo francés del 68? El General De Gaulle no necesitó, siquiera, acuartelar al Ejército para calmar las calles. 2.100 manifestantes heridos según datos del Ministerio del Interior; más de 500 casos de flagrantes abusos policiales según el diario Mediapart;  22 manifestantes que perdieron un ojo, cinco que se quedaron sin una mano y 210 que sufrieron heridas en la cabeza. ¿Qué pasó al final? Elecciones Generales, victoria del General De Gaulle y cambio de época. Francia siguió adelante.

¿Y los chalecos amarillos? “Un muerto en Perpinyà eleva a 10 los fallecidos en protestas de chalecos amarillos” (“El Periódico” 22-12-2018) Tampoco los cimientos de Francia se han tambaleado en esta ocasión.

Y sin salirnos de nuestras fronteras ¿Tan pronto hemos olvidado a ETA, al GRAPO, al FRAP, al MPAIAC, a los GAL, a la Triple A, al Batallón Vasco Español, a las víctimas de la Transición? Tan lejano parece todo eso que es ahora cuando estamos en condiciones de valorar el escaso riesgo de destrucción que sufrimos entonces.

También con la cuestión catalana conviene distinguir lo que dicen los programas de los Partidos de lo que escucharemos a sus voceros. Pocos hablarán de soluciones; será mucho más sencillo y, sobre todo, más rentable en términos de contabilidad electoral, dedicarse a poner de manifiesto lo mal que lo han hecho los demás.

No se extrañen, pero apostaría cualquier cosa a que quienes más se ofenderán por la falta de democracia serán, ya lo verán, los que menos creen en ella.

Un inciso: ¿Hablarán o gritarán? ¿Ustedes qué creen?

¿Hay algo más?

Algunas pequeñas cuestiones, detalles sin importancia, fruslerías. Seguimos trabajando con los Presupuestos Generales  prorrogados desde la era Rajoy; desconocemos si nuestros impuestos van a bajar o a subir, o en qué se van a gastar; continuamos sin saber si hay o no algún camino inédito para alejar el fantasma de la debacle del sistema público de pensiones; nadie nos dice qué se propone para los escenarios alternativos al momento post brexit; el nubarrón de una nueva crisis económica amenaza al mundo y tampoco oímos qué piensan los unos y los otros al respecto; todos hablan de desastre ecológico pero nadie propone nada e incluso hay quienes niegan la mayor; y así en el resto de las cuestiones que no son las dos comentadas: Franco y Cataluña.

Bien, el General Franco ya está en su panteón familiar y de Cataluña cada uno de nosotros tiene una noción de que está pasando allí y qué habría que hacer para salir del socavón, aunque las ideas al respecto no sean las mismas en todos los casos, ni mucho menos.

En nuestro futuro inmediato dependemos de muchas otras materias, las que nos permitirán vivir mejor o peor en el día a día ¿es que podremos oír algo al respecto, o todo nos lo vamos a jugar a una carta que ya está bajo la mesa, en el suelo, y otra faltan un par de generaciones para darla por jugada?

¿Por qué esa simplificación temática? Sencillamente, porque es la munición que manejada desde cualquiera de las barricadas de la contienda electoral, más puede perjudicar al contrincante. No se trata de quedar uno bien sino de dejar en evidencia al contrario.

Una vez más, por tanto, nuestra clase política ofende nuestra inteligencia.

¿Qué va a pasar?

Oigo preguntar casi a diario. ¿Y yo qué sé? Apenas me atrevo a vislumbrar qué no va a pasar. 

No importa quién gane, tardaremos todavía algunos años en volver a los niveles de bienestar anteriores a la crisis.

Seguiremos conviviendo con la más sangrante desigualdad social del último cuarto de siglo y tendremos que oír que la culpa la tiene siempre, siempre, el otro. 

Seremos incapaces de evitar los problemas de una inmigración agobiante porque no hay forma humana (inhumana, sí, pero esa es otra historia) de luchar contra la desesperación de millones de desgraciados.

Oiremos que nuestro sistema de pensiones está en riesgo y es cierto, sobre todo porque parecemos incapaces de ponernos de acuerdo en qué hay que hacer para garantizarlo.

El sueño de una mañana invernal

Claro que a lo mejor estoy equivocado, ojalá, y resulta que quienes pueden hacerlo llegan a un acuerdo inédito. Un hermoso sueño: que quien quede en segundo lugar deje gobernar al que sacó más votos que él, porque eso, gobernar, es condición necesaria, aunque no suficiente, para salir del agujero.

Y porque la alternativa, gobernar con según que apoyos, es de alto riesgo para unos y para otros y no hay cosa más peligrosa que jugar a aprendiz de brujo. 

Si la condición imprescindible para el sueño de este invierno que se acerca fuera lograr acuerdos previos sobre las cuatro o cinco grandes cuestiones de Estado, habríamos dado un gran paso adelante y volveríamos a asombrar a los analistas foráneos que a veces siguen viéndonos como unos primerizos en cuestiones políticas.

Recuerden, por si hubiera lugar a ello: si esto ocurriera, quienes queden fuera del acuerdo, por un flanco y por el otro, llamarán traidores a los que hicieron posible el milagro.

Peor aún: antes, durante y después de los comicios habrá quien se dedique a arrojar sombras y dudas sobre la limpieza del proceso porque ¿saben? todos los demócratas se someten a elecciones, pero no todos los que acuden a al proceso son demócratas.

Así somos. Como todos, por otra parte. 


   







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