jueves, 5 de marzo de 2020

La penúltima maldición bíblica

La plaga

Tendemos a pensar que las desgracias no sólo no suelen venir solas sino que nos atacan en el peor momento. Las dos creencias son ciertas porque los males nos rodean constantemente y porque, por añadidura, ¿alguien sabe elegir el mejor momento para que nos ocurra alguna desgracia?

Así que, sí, el coronavirus no ha venido solo y, ademas, nos llega en mal momento. 
  • Bordeábamos la recesión, calificada hasta ahora como “desaceleración”, o sea, frenazo como preludio a la marcha atrás. 
  • El dramático problema de la inmigración volvía a adquirir dimensiones trágicas, por su extensión, por la incapacidad manifiesta de la Union Europea de encontrar una sola voz, por la desidia a la hora de atacar la raíz del problema, por el egoísmo de nuestros maravillosos países frente a la desgracia planetaria, por la desfachatez de gente como Erdogan dispuesto a convertir la desesperación ajena en arma de presión política. 
  • De Norte a Sur, de Este a Oeste, no importa qué continente examinemos, crece la desigualdad, florecen los movimientos extremistas, la sinrazón se instala como el modo de hacer política al amparo de resultados electorales nacidos del miedo, del extremismo, del odio.
Y, entonces, aparece el coronavirus. Admito que he tardado algún tiempo en asumir la doble evidencia de que estamos en presencia de una pandemia y de que sus características son muy diferentes de las conocidas hasta ahora.

Imparable y veloz

No se trata sólo, aunque quizás también, de las propias características del virus en sí mismo, sino de que está actuando en un mundo interdependiente, hipercomunicado, el movimiento de cuyos habitantes parece  imposible de frenar.

El modo de relacionarnos, cómo son nuestros negocios, nuestros sistemas de producción, sus necesidades logísticas, y, sobre todo, la actual idolatría por el turismo, convierten cualquier intento de cuarentena en poco más que un simulacro grotesco.

Por fortuna, la nueva plaga es, tal vez, la menos letal de las pandemias que han convulsionado a la Humanidad desde que se tiene noticia de tales maldiciones ¿Imaginan qué hubiera sido la Peste Negra en las actuales circunstancias? ¿Cuánto habría tardado en extenderse por la totalidad del planeta? ¿Cuántos habrían sobrevivido?

La incertidumbre en un mundo transparente

Disponemos de muchos datos pero a veces son contradictorios; recibimos multitud de noticias pero no siempre son fiables; así que, en resumen, sabemos muy poco. Las cifras de infectados fluctúan al ritmo de los cambiantes criterios para considerar a alguien afectado o no; poco se sabe de los remedios; las causas son un tanto difusas; sólo las muertes son evidencias ni siquiera, a veces, bien contabilizadas. 

Muchas de las informaciones proceden de países cuya fiabilidad está, por definición, bajo mínimos. Hay territorios inmensos de los que ni tenemos ni tendremos datos (Putin acaba de afirmar que Rusia no padece ni padecerá la epidemia. No ha desvelado lo que le espera a quien, contradiciendo su prohibición ose contraer el virus; Trump se enorgullecía de que, gracias a él, USA está fuera de peligro; aún resonaba la bravata cuando se identificaron los primeros infectados. La cuenta presidencial de twiter no ha aclarado si eran enfermos o demócratas rencorosos)

Aquí, entre nosotros, percibo los primeros síntomas de desconcierto en el seno del Gobierno: Sanidad se muestra prudente y Trabajo entreabre la caja de Pandora; no es más que otro caso de falta de sintonía entre formaciones que son rivales más que socios.

Dos esperpentos: en el ámbito deportivo, hay partidos que se celebrarán a puerta cerrada, mientras que otros lo harán con las gradas repletas. La devota práctica del besapiés del Cristo de Medinaceli no sólo evidencia la distancia entre ciencia y fe sino que pone en cuestión quién tiene la autoridad necesaria para decidir qué hacer ¿Sanidad o la Diócesis?

Mejor que haya empezado en China

Es cierto que el impermeable universo chino impide conocer cuándo empezó el problema, qué extensión tiene y ha tenido y en qué momento de evolución se encuentra. Pese a ello, el Gobierno chino cuenta con un relativamente eficaz sistema de salud pública y con medios para imponer la cuarentena a un área cuya población afectada es superior al número total de habitantes de España. Y ocurre en un país que produce la inmensa mayor parte de los componentes que se usan en la industria farmacéutica mundial.

Pensemos qué hubiera supuesto, en términos de rapidez de contagio, si la epidemia hubiera aparecido en el Estado de Oregon, por ejemplo. USA, sin sanidad pública, con una población cada vez menos preparada para afrontar el coste de la sanidad privada, con una industria farmacéutica del máximo nivel, pero vasalla de los suministros de materias primas procedentes de China y con una población legítimamente orgullosa de sus derechos civiles, a la que, de pronto, se le impusieran cuarentenas multitudinarias que afectaran a todo un Estado.

La vulnerabilidad del Primer Mundo

Y del Segundo y del Tercero, y del Cuarto si lo hubiera. Vivíamos (no sé si seguiremos igual cuando la pandemia sea sólo un recuerdo) en la creencia de que el genio humano, o más bien los hallazgos de la última versión del capitalismo, habían dado una vuelta más de tuerca a su propio mecanismo y habían logrado un avance sin parangón en la Historia: la globalización podría llegar a ser el paradigma del desarrollo sin límites.

Todo el planeta interconectado, de manera que los cerebros y el capital del primer mundo y la mano de obra y las materias primas del resto garantizaban la producción ilimitada y a cada día a menores costes de bienes y servicios.

Es cierto que la distribución y disfrute de los resultados no era homogénea, sino todo lo contrario, pero, por principio, era cuestión de tiempo (y de fe en el sistema) que hasta en Haití, Bangladesh o Burkina Faso se beneficiaran del modelo.

Estaba muy bien pensado: ensamblo en Badalona piezas fabricadas en los arrabales de Shangai y visto a mis empleados con uniformes manufacturados en el delta del Ganges. Ahorro en almacenamiento y en capital circulante porque la logística y la informática me aseguran el suministro just in time de todo lo que necesito ¿Cómo no se nos había ocurrido antes?

El coronavirus ha puesto el modelo patas arriba: si en China se cierran las fábricas del mundo para frenar el avance del mal, en Chicago, en Frankfurt y en Navarra, tendremos que cerrar nuestras fábricas, porque ¿qué podemos hacer si no nos llegan las piezas chinas?

Así que a más desarrollo, más vulnerabillidad. Hace medio siglo nuestras fábricas de automóviles eran muy poco dependientes de países tan lejanos. La epidemia les habría afectado menos. Y la cuestión estriba en que no hay remedio posible ni a corto ni a medio plazo.

Tampoco sabemos cómo remediar las pérdidas previsibles del efecto del coronavirus sobre el disparate del turismo de masas. Mejor dicho: sabemos que mientras dure la pandemia y su pánico, lo perdido, perdido está, porque nadie es capaz de viajar en un tiempo que ya ha pasado.

Es un hecho que la enfermedad remitirá, como todas sus predecesoras, que el mundo se recuperará, que, hoy mismo, algunos negocios florecen en la desgracia, pero la recuperación será más lenta que la caída y nos dejará el recuerdo de lo fantoches que somos cuando llegamos a creernos nuestras propias leyendas. 

Qué podemos esperar de la clase política

Permítanme que sea optimista: hasta ahora, me refiero a España, no he visto más que un pálido intento de politizar la enfermedad (intento del que ni siquiera voy a hablar). Tengo al sensación de que ni en España, ni en Europa, ni el resto del mundo, con las dos excéntricas excepciones de Putin y Trump ya comentadas, los Partidos y sus portavoces estén intentando conseguir réditos electorales a costa de o gracias a la enfermedad.

Espero que siga la tendencia y que, en el caso de España, mejore la coordinación entre Departamentos. Por el momento así está siendo.

Mientras tanto, sospecho que la ciudadanía, por fortuna, no ha entrado en Modo Histeria, aunque dudo de si las fuentes de información preferidas por el público son los comunicados oficiales, los noticieros de televisión, los medios de comunicación o las redes sociales.

Creo que he titulado mal este apartado: debería haber hablado no de “qué podemos esperar” sino de “qué debería hacer” nuestra clase política. Es igual: por lo que a mí respecta, cuentan con mi voto de confianza, por poco que valga.
  • Necesitamos información clara, sencilla de interpretar y coherente.
  • Es imprescindible la colaboración entre Partidos, Admnistraciones y Organismos Internacionales.
  • Convendría tener dispuestos mecanismos legales y administrativos de actuación ante eventuales fenómenos de acaparamiento y especulación.
  • Es el momento de que el sistema público de salud y la sanidad privada trabajen codo a codo.
  • Los previsibles efectos del coronavirus sobre la economía deben estar previstos y el modo de paliarlos preparados.
Qué debería hacer yo

Iba a escribir “qué deberíamos hacer”, pero me ha parecido una osadía inaceptable: escribo para adultos, así que ¿quién soy yo para inmiscuirme en el ánimo de mis conciudadanos?

Por lo que a mí repescta
  • Me mantendré atento a las informaciones que creo más solventes: las que proceden de las autoridades sanitarias.
  • Desoiré, por sistema, cualquier consejo por ingenioso que parezca, que me llegue por las redes sociales.
  • Seguiré, espero, sin temer al miedo, y adoptaré las medidas que mi sentido común me indique que debo aplicar de entre las que me propongan.
  • Si llega a haber instrucciones de cumplimiento obligatorio, me someteré a ellas.
  • No colaboraré en forma alguna a difundir mensajes alarmistas.
  • Recordaré que según las estadísticas, el riesgo de pasar a mejor vida en el improbable caso de verme afectado por la infección, no llega al 3 %. Cifra muy baja pero que, pese a todo, suma en el resultado final de algo indudable: sumadas todas las causas, la mortalidad del ser humano sigue siendo del 100 %. 









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