sábado, 25 de julio de 2020

La vida alrededor

Las negociaciones en Bruselas

Bruselas, entelequia representativa de esa otra ficción conocida por "La Unión Europea", suele ser la sede de enrevesadas negociaciones que terminan por afectar a nuestros modos de vida.

Hubo un tiempo, cuando logramos ser admitidos en el selecto club de las democracias europeas, en el que decir "Bruselas" era lo mismo que evocar el río de oro que venía de más allá de los Pirineos y regaba nuestros secarrales.

Este dinero no siempre terminaba financiando autopistas o líneas de alta velocidad; a veces pagó polideportivos con aforos superiores a la total población del Municipio que lo levantó, o terminó en las cajas de sindicatos y patronales y no en las actividades formativas de la clase trabajadora para las que estaba previsto. 

Cambiaron los vientos y tras la crisis financiera del 2008, "Bruselas" llegó a ser sinónimo de temibles censores que imaginábamos vestidos de negro. Estos inquisidores entraban en nuestra casa para verificar el uso y evitar el abuso de los dineros que nos habían prestado cuando por la mala cabeza de banqueros y especuladores terminamos todos al borde de la ruina.

Malos tiempos: de pronto llegamos a temer que los bárbaros del norte pudieran acabar con nuestras costumbres. Unos usos que ellos calificaban de relajados y derrochones. Pretendían conducirnos por la senda de la moral calvinista que ni tolera excesos ni cuenta con el redentor confesionario que alivia tus pecados.

Salimos de aquellas penurias y cuando estábamos a punto de convencernos de que todo aquello había sido sólo un mal sueño, caemos en las garras de la Covid 19, insidioso enemigo venido de tierras lejanas que aleja de nuestras costas, nuestros museos, nuestras ciudades a los millones de pardillos  oriundos de tierras lejanas que nutrían nuestra economía.

Así que ahora, medio arruinados de nuevo, dolientes, con nuestras mascarillas puestas y el gel hidroalcohólico a mano, no nos ha quedado más remedio que volver a Bruselas y pedir la ayuda comunitaria. Esta vez, por suerte para nosotros, no sólo no estábamos solos sino que más poderosos socios del mismo club, italianos, franceses, estaban en semejantes agobios, así que había fundadas esperanzas de que los caudales volvieran a fluir hasta nuestras arcas.

Contábamos además con el siempre conveniente apoyo de la todopoderosa Alemania, o sea que todo habría ido bien si no hubiera sido por la inquina de otros países que veían con malos ojos malbaratar sus dineros, tan laboriosamente logrados, en ayudar a los jaraneros pueblos meridionales, dados, como todo el mundo sabe, a la holganza y el desenfreno.

No era una pelea de la izquierda pedigüeña contra la derecha avara, que si holandeses y austriacos contaban con Gobiernos conservadores, suecos y fineses los tenían socialdemócratas. Más parecía el trasunto de viejas guerras de religión perdidas en la noche de los tiempos: católicos sureños contra protestantes boreales como si la Historia diera marcha atrás.

Al final, hubo acuerdo razonable: disfrutaremos de subvenciones a fondo perdido y de préstamos finalistas con ciertas capacidades de supervisión de los prestamistas, bastante tolerables. El que el Gobierno haya de dejar "ad calendas grecas" el desmantelamiento de la reforma laboral, puede que provoque un berrinche a Don Pablo Iglesias y otro a los  abertzales de EHBildu. No creo que la demora haya de quitar el sueño a la parte socialista del Gobierno y hasta puede ser que le valga pata afianzar nuevas alianzas.

Nos ha beneficiado el que nuestros compañeros de fatigas no hayan sido sólo griegos y portugueses. Eso, más la conversión a las nuevas formas de superar crisis de la Srª Merkel, nos ha dejado en situación aceptable y ha terminado por doblegar la tozuda y rocosa posición de Rutte, Kurz, y escandinavos. Y la de buena parte del grupo Popular en Estrasburgo, en el que vota nuestro PP, digan ahora lo que digan García Egea y su jefe de filas.

Mis condolencias al Sr. Casado. No ha habido lugar para que Don Pablo (el amigo del Sr. Aznar, no el marido de Dª Irene) pudiera ir a Bruselas a lucir su paquete de medidas neoliberales en vez de tener que depender de la desidia de Pedro Sánchez que "acude a Bruselas sin los deberes hechos", o sea, sin copiar el programa del PP. 

Visto el resultado, barrunto que el alumno de Don Aznar va a tener que seguir esperando a que termine la legislatura para mudarse a la Moncloa, si es que gana alguna vez las elecciones.

Sólo un último comentario: el Sr. Casado es muy libre de orientar su acción política como crea oportuno; cuando llegue el momento, la ciudadanía ya le hará saber si ha acertado o no. En todo caso, tengo para mí que airear las diferencias con el Gobierno de la nación y darle publicidad a su alineamiento con los países que más se alejan de las peticiones del Gobierno español, ni es el mejor modo de ayudar al país, ni, quizás, tampoco de granjearse nuevas simpatías. Cuando se negocia con terceros, hasta los principiantes saben que las disensiones internas debilitan las posiciones de quien tiene que convencer. ¿O era eso lo que se pretendía? Ya que la pandemia no ha acabado con Sánchez, a ver si su fracaso en Bruselas lo deja en la cuneta para tener cuanto antes la ocasión de demostrar cómo hacen las cosas las criaturas de la FAES. 

Que después, en sede parlamentaria, la bancada popular pretenda pintar de negro lo blanco e intente blanquear la carbonilla, es su privilegio. Su líder puede decir casi todo lo que le venga en gana, pero no debería pretender tomar al votante por memo. Cuando la desfachatez salta la valla del sentido común, se convierte en ridículo, que es lo peor que puede hacerse en política.

Fue Sánchez a Bruselas y volvió con 140.000 millones de €. El Gobierno vive ahora sus horas más dulces desde que tomó posesión en enero. Nunca hasta ahora el Presupuesto y la consiguiente posibilidad de terminar legislatura han estado tan al alcance de la mano.

Hay algo en estos acuerdos europeos que me llama la atención por contraste con la enfermiza marcha de las discusiones en el seno de la Comisión para la Reconstrucción Social y Económica: los representantes 27 países han necesitado solo tres días en Bruselas para ponerse de acuerdo. Era difícil pero lo han conseguido. Chipriotas y portugueses, polacos y españoles, daneses e italianos han acabado pensando y actuando como un solo. Hace más de un mes comenzaron los debates en el Congreso; lo único que ha quedado claro hasta ahora es que no habrá ningún acuerdo unánime entre nuestros parlamentarios. Algunos ni van, otros discrepan por sistema, todos piensan en ellos antes que en España, hasta errores grotescos a la hora de votar hemos visto. No habrá reedición de nada parecido a los Pactos de la Moncloa. Como era previsible, por lamentable que resulte. Preferiría haberme equivocado, pero la realidad es la que es y la que había pronosticado: nuestros representantes no están a la altura del momento.

La bronca monárquica que no amaina

¡Jesús, qué tiempos para los Monarcas españoles! No pasa día sin que los medios nos den cuenta de nuevos datos, cada vez más preocupantes: cuando no son detalles sobre cantidades que van y vienen desde arcas agarenas a cuentas suizas, son informaciones sobre donantes y receptoras, o comentarios de líderes políticos, unos demandando transparencia, otros exigiendo responsabilidades, los de más allá exculpando o protegiendo ya sea a Felipe VI, ya se trate de su Augusto Padre. Comprendo ambas posiciones, o incluso, si la hubiere, una tercera, híbrida de ambas.

Hace muy poco tiempo, he leído las declaraciones de Felipe González exigiendo que se otorgue a Juan Carlos I el beneficio de la duda, el principio inexcusable de la presunción de inocencia, cuya pertinencia está bien invocada, y rogando se tomen en cuenta los servicios prestados a España por el Rey Emérito en tiempos pasados, lo que, por el contrario, ni exime ni atenúa responsabilidades posteriores. Así de exigente es la historia y debería de ser la Ley con el desempeño de nada menos que la Jefatura del Estado.

  Llegan también informaciones sobre el errático comportamiento procesal de la señora (de alguna manera hay que llamarla) que podría haberse beneficiado de la prodigalidad o de la gratitud del padre del actual Monarca, a cambio de ellos sabrán qué servicios, contraprestaciones o favores cruzados entre ambos. Donde dije digo, digo Diego, que no es lo mismo hablar con el ex comisario Villarejo que con el Fiscal suizo que anda tras la pista de los dineros que iban de mano en mano (como la mala monea ¿recuerdan? En la copla la moneda era mera metáfora sobre los devaneos de la protagonista).

Y en estas andábamos cuando Doña Irene María Montero Gil, Diputada por Unidas Podemos (dudo si más por Unidas que por Podemos o al revés), Ministra de Igualdad, pareja del Vicepresidente segundo y madre de sus hijos, también ha entrado en el debate sobre los acontecimientos de los que hablamos.

La he visto y oído en televisión afirmando que "es difícil separar la corrupción de los Borbones de la institución de la Monarquía”. Sonríe pícara, cómplice, insinuante, como diciendo "ya sé que me entiendes, no hace falta que te diga que soy republicana hasta la médula y que estoy en el Gobierno encantada de la vida, pero abominando de los Reyes" y añade "Creo que queda claro…". Y por una vez, le doy la razón: está muy claro. (¿o debería decir clara?) Más, quizás, de lo que la Ministra Unida cree.

O sea que a Dª Irene no le gusta la Monarquía. Es una opción; no seré yo quien le pida cuentas por ello, que preferir República a Monarquía es tan legítimo como lo contrario, aunque entre una y otra preferencia medie una Constitución, vigente pero no sagrada. Uno tiende a comprender las razones de Dª Irene. Diga lo que diga la derecha contumaz, no es evidente que ella y su pareja persigan alcanzar algún día el Marquesado de Galapagar, y en el caso de la Ministra de Igualdad, menos aún asentarse como Princesa del Pueblo, título que ostenta, como bien se sabe, no sé si con carácter vitalicio, la sin par Belén Esteban, ex de famoso torero.

No obstante, se me ocurren dos comentarios (se me ocurren más, pero sólo escribiré sobre dos)
  • Habla la Ministra de Unidas de la corrupción de los Borbones, y lo hace en plural. Pensé primero que se refería al Rey Emérito pero caigo en la cuenta de que si eso fuera cierto hablaría en singular, luego deduzco que está pensando en algún Borbón más, y ahí es donde me pierdo. ¿Habla de Historia, de Monarcas ya difuntos que poco daño pueden hacer ya a nadie, incluso a ella, o tiene informaciones inculpatorias que desconocemos sobre algún otro miembro de la denostada dinastía que sigue vivo? ¿Conoce otros casos de corrupción borbónica que no estén en la Historia? ¿Será su conocimiento fruto de informaciones procedentes de la jefatura de su pareja sobre los Servicios de Inteligencia del Estado? ¿Secretos de alcoba, elucubraciones mañaneras, delirios de media tarde? ¿Sabe, supone, sueña o inventa? ¿Calla por prudencia, por ignorancia o por desfachatez?
  • Según Dª Irene, dando por cierto que las acusaciones que afecten a la Monarquía no hace falta probarlas, da por hecho que el Rey Viejo es un corrupto y que eso daña de muerte a la Institución Monárquica ¿Quiero suponer que cree Dª Irene que si un Rey mete la mano en la caja la totalidad de los miembros presentes y futuros de la dinastía son corruptos? ¿Es eso? Porque si así fuera, razones habría para implorar la inmediata llegada de la III República. Bueno, es una posibilidad. Ahora, pensemos un momento ¿Y si hubiera sido un Presidente de República el implicado en un suceso similar? Ya sé: habría que olvidarse de la República para siempre jamás porque lo mejor es cortar lo sano, como con los Reyes. Presidente corrupto, República a la papelera de la Historia. Ya, pero qué hacer en ese caso ¿Volver a la Monarquía o rifar la Jefatura del Estado en combinación con la Lotería de Navidad? En resumen ¿No sería mejor pensar antes de hablar y no dar por supuesto que la audiencia es tan simple como ella parece dar por hecho?

¿Qué nos pasa?
  • ¿Qué gen maldito, qué horrible tara nos impide trabajar juntos? ¿Es que sólo somos capaces de dar el do de pecho una vez cada doscientos años? 
  • ¿Es que alguien metido hasta las cejas en política es incapaz de entender que "La Cosa Pública" exige tener siempre presente que el bien común está antes y por encima que las estrategias de Partido?
  • ¿Qué proceso de decadencia arrastra alguien que hizo las cosas bien durante tres cuartas partes de su vida a arriesgarlo todo en tan poco tiempo?
  • ¿Por qué tenemos que vivir usted, lector, y yo, con el corazón en un puño, temiendo más el próxima telediario que una película de terror?

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