sábado, 24 de octubre de 2020

 Una democracia sin demócratas

Valoremos los hechos


Es bueno definirse demócrata pero resulta insuficiente e incluso engañoso si los hechos no acompañan a las palabras.


Es mejor declararse constitucionalista que despreciar la Constitución, pero sólo si es verdad. De nada vale la declaración si los hechos demuestran que lo único que interesa de nuestra Carta Magna es su posible utilidad para descalificar al contrario.


El problema de nuestra democracia es que no se hizo contra la dictadura sino sobre la dictadura. Salimos del franquismo por la puerta que elegimos, la que aseguraba un tránsito más pacífico; había otra, pero muchos pensábamos entonces que esa puerta daba a un campo de batalla. Desde exministros del General hasta el Secretario General del Partido Comunista lo vieron así. 


Hoy es muy fácil hablar de cómo habría sido España si las cosas se hubieran hecho de otra manera; qué se hizo mal y cómo habría que haber actuado entonces.  Es tan sencillo pronosticar el pasado… Pero ese discurso es tiempo perdido: las cosas fueron como fueron; el pasado se puede contar de cien formas diferentes, pero no se puede cambiar.


En cualquier caso, estamos ahora en un momento crítico, otro más, en el que se está cuestionando uno de los pilares del régimen: la independencia del poder judicial zarandeada desde un costado y desde el otro en un momento, además, en que la sociedad está sometida a unos niveles de presión insostenible.


Asistimos al penúltimo desencuentro entre los dos Partidos que se consideran a sí mismos la encarnación del sentir de la mayoría de los españoles. Dos Partidos que han gobernado el país en los últimos decenios y que aspiran a seguir en su posición dominante a despecho de cualquiera otra opción. 


El que uno de ellos, el PSOE, gobierne ahora en coalición es un dato relevante pero no esencial: sobre ellos dos, socialistas y populares, sigue recayendo la responsabilidad principal de garantizar la estabilidad del sistema.


Uno y otro deben tener presente que agrandar la brecha entre ambos hasta hacerla insalvable es degradar la democracia porque ésta descansa sobre un hecho incuestionable: la ciudadanía sólo se siente comprometida con el sistema cuando comparte un vínculo básico con la mayoría de los demás votantes.


Hablemos, pues, del bloqueo del PP a la renovación del Consejo General del Poder Judicial y de la solución propuesta por los Partidos que integran la coalición gobernante.


Ni contigo, ni sin ti: la enfermedad y el remedio


El punto de partida es conocido: el CGPJ, cuya composición actual se supone que favorece al PP, terminó su mandato hace dos años pero hasta el momento ha sido imposible renovarlo porque PP y PSOE han sido incapaces de llegar a un acuerdo al respecto. Sólo los crédulos pueden dar por buena la afirmación de Casado de que su Partido, nunca se ha negado al acuerdo. 


Ante esta situación, El Gobierno ha anunciado su intención de zanjar el problema modificando la Ley que regula la elección de los miembros del Consejo. Para evitar demoras y posibles dictámenes desfavorables, ha utilizado la puerta trasera: una proposición de Ley presentada por los grupos parlamentarios del PSOE y UP, lo que hace innecesarios los dictámenes del Consejo de Estado, del Consejo Fiscal y el informe previo del propio CGPJ.  


El proyecto, en esencia, trata de reducir la mayoría exigible en el Parlamento para validar nombramientos que ahora es de tres quintos por el más modesto de la mayoría absoluta. Dicho de otro modo, para renovar el Consejo no sería necesario el acuerdo con el PP. Dada la vía elegida, el texto podría ver la luz en un par de meses.


Hay razones para alarmarse


Unos y otros se han tirado a la yugular del contrario. Una vez más me viene a la memoria el celebérrimo cuadro de Goya, el duelo a garrotazos, al que parece que estamos condenados por los siglos de los siglos.


Antes de continuar, permítanme un par de citas legales. No, no pienso elaborar un dictamen jurídico: ni ustedes tienen por qué soportarlo, ni yo estoy en condiciones de escribirlo. Son sólo unas pinceladas legales que hablan por sí solas:

  • Art. 122. 3 de la Constitución: "El Consejo General del Poder Judicial estará integrado por ….. veinte miembros nombrados por el Rey por un período de cinco años. De éstos, doce entre Jueces y Magistrados de todas las categorías judiciales, en los términos que establezca la ley orgánica; cuatro a propuesta del Congreso de los Diputados, y cuatro a propuesta del Senado, elegidos en ambos casos por mayoría de tres quintos de sus miembros". (Los restantes vocales  -añado por mi parte- también son elegidos por Congreso y Senado, con las mismas mayorías).
  • Exposición de motivos e la L.O. del Poder Judicial  VI (1-7-85) "La exigencia de una muy cualificada mayoría de tres quintos ….. garantiza, a la par que la absoluta coherencia con el carácter general del sistema democrático, la convergencia de fuerzas diversas y evita la conformación de un Consejo General que responda a una mayoría parlamentaria concreta y coyuntural".


¿Verdad que se entienden ambos textos? Bien, pues ese mandato constitucional, articulado más tarde en la Ley Orgánica correspondiente es lo que hasta ahora  mantiene bloqueado el PP y el que intenta cambiar el actual Gobierno. 


Tal como yo lo veo, tanto mantener el bloqueo como la propuesta concreta del modo de elegir los vocales del Consejo, no importa desde qué ángulo se observe, son sendos atentados a uno de los pilares básicos de la democracia: la independencia del Poder Judicial.


España corre además, el peligro de ser considerada otra más de las naciones a vigilar dentro de la Unión Europea por su escasa fe en la democracia. Pasaríamos de ser un socio fiable, en línea con Alemania, Francia, Luxemburgo, países escandinavos, etc. a un atrabiliario miembro de un club en el que Gobiernos como el húngaro o el polaco dan muestras crecientes de veleidades autoritarias. 


Que esas dudas de nuestros socios puedan tener, además, reflejo en los fondos que la Unión Europea dedique a nuestra reconstrucción sería ya la guinda del pastel que pretenden hacernos tragar unos y otros. 


Los pilares del sistema democrático 


El listado no es muy largo, ni es tan sencillo de aplicar en la práctica. Hasta ahora nos íbamos defendiendo razonablemente bien:

  • Los Partidos se alternaban en el Poder aunque hasta ahora sólo dos formaciones hubieran llegado al Gobierno. No quiero que nadie piense que los problemas empezaron cuando el PSOE se avino a formar Gobierno con Unidas Podemos, porque no es así: el problema que hoy comentamos es anterior.
  • Votábamos cuando se nos convocaba. Alguna vez alguna formación acusó a los ganadores de juego sucio, pero no más que lo que escuchamos en los consabidos "países de nuestro entorno".
  • El cuadro básico de libertades civiles respondía y sigue respondiendo a criterios de común aceptación sin que algún esporádico episodio de limitaciones más o menos arbitrarias logren empañar el buen nombre de España en este capítulo. Las quejas hay que cargarlas más al sectarismo de los denunciantes que al mal funcionamiento del sistema.
  • Las garantías de estos derechos vienen fijados en normas estables sujetas al control jurisdiccional. En ocasiones acabábamos ante Tribunales Europeos, pero la verdad es que la mayoría de las veces, salíamos bien librados.
  • Tooodos, tooodos los Partidos se proclaman defensores de la separación de poderes. Y es en este punto donde tengo mis dudas.

¿Quién cree en la separación de poderes?


Ninguno. Al menos, ninguno de los tres que están afectados por el problema. Lo cierto es que si analizamos su comportamiento,  PP, PSOE y UP pretenden controlar los tres poderes. El contenido de la Ley de Partidos facilita el control del legislativo por el ejecutivo, así que para cuadrar el círculo, hace falta adueñarse de los Jueces.


Y por eso es ahí, en el control jurisdiccional, donde nos estamos estrellando. El desafuero no viene de ahora, no es un daño colateral de la Covid 19, no  obedece a un efecto imprevisto de la irrupción de Vox en el escenario, ni al modo de hacer política de Donald Trump.


La última vez que Gobierno y oposición se pusieron de acuerdo para renovar el poder judicial fue en 2013. Mariano Rajoy era Presidente; pudo entenderse con Alfredo Pérez Rubalcaba. Ni éste es Sánchez, ni aquél Casado.


Ante el temor de un bloqueo como el que ellos mismos promovieron entre noviembre de 2006 a septiembre de 2008, el Gobierno de Rajoy había impuesto su mayoría absoluta para aprobar en solitario una reforma exprés del Poder Judicial a su medida.


Con los únicos votos del PP, en 2013 Gallardón sacó adelante una reforma que permitía al Gobierno renovar en solitario a la mitad del Poder Judicial sin contar para nada con el PSOE. Fue una jugada poco limpia.


Pasan los años, pero siguen las obsesiones. Hace muy poco, a propósito de si cierto Magistrado iba a ser Presidente de Sala de lo Penal, un destacado parlamentario Popular alardeó de que si eso salía bien, "tendrían el Supremo controlado". Ejemplar.


El momento actual


 Tras dos años de retraso en la renovación del gobierno de los jueces, después de la inesperada vuelta atrás del PP cuando el acuerdo con el Gobierno parecía hecho, el ejecutivo anuncia su intención de reducir el quórum necesario para designar los miembros del Consejo.


  El PP se escandaliza, anuncia recursos al Constitucional y a Europa y condiciona cualquier acuerdo a eliminar de la ecuación a Unidas Podemos. La Constitución atribuye al Presidente del Gobierno la facultad exclusiva y excluyente de formar el Gobierno que mejor le parezca; a él, no al jefe de la oposición. ¿Qué más da? Minucias. Mientras tanto, como dicen los clásicos, "ni se muere padre, ni cenamos".


  Mal, muy mal, por tanto, con la actitud interesada de quien por el cómodo procedimiento de no hacer nada mantiene, contra el mandato expreso de la Constitución, el Gobierno de los Jueces en manos de quienes debieron haberse ido a sus casa hace dos años.


¿Y  enfrente? La otra cara de la moneda. Tanto da que sea la cara como la cruz: es la misma moneda y además es falsa.


El modo de arreglar un desafuero no es cometer otro mayor. La propuesta que está encima de la mesa es un camino inequívoco no para una mayor politización de la judicatura, que también, sino para conseguir un mayor margen de maniobra para su control por el Gobierno.


Que es, acaso, lo que se pretende. Este es el Gobierno que ha nombrado Fiscal General a una ex ministra; nombramiento tal vez legal, pero sospechoso de parcialidad. Este es el Gobierno que habla sin tapujos de la capacidad de influir en la misma fiscalía a la que debería proteger de injerencias. 


No, no es el Gobierno actual el heredero del respeto que el socialismo español ha sentido desde hace 40 años por la Constitución.


Menos me extraña la actitud de la fracción podemita del Gobierno porque desde sus documentos fundacionales han hecho gala de su obsesión por controlar la judicatura; recuerden cuando el Profesor Iglesias hablaba de la conveniencia de alinear a los jueces con los postulados de lo que demanda "la gente", es decir, él y los suyos que son los únicos intérpretes de la voluntad popular. Esa fijación y la que padece respecto a la libertad de prensa huelen a estalinismo rancio.


 Y de nuevo, como Guadiana de la política española, vuelve el coro de proponentes a favor del nombramiento de los jueces por los jueces. ¿Será la solución? Podría ser; o no, quién sabe. De lo que no cabe duda es de que PP y PSOE han tenido sobradas oportunidades para haberlo hecho mientras estaban en La Moncloa, pero no lo hicieron. Uno y otro se limitan a implorarlo cuando manda el otro.


Por cierto, alguien debería aclararle al Sr. Casado que la Constitución no exige que los miembros del CGPJ sean todos jueces. Unos sí y otros no.


Ha habido que esperar al jueves de esta semana para entrever alguna luz. Al hilo del "No" de Casado a Abascal en su moción de censura, Sánchez ha declarado una tregua, sólo eso, que permite albergar alguna esperanza de racionalidad. Es poco, pero es algo. De hecho las voces de Bruselas animan a seguir el camino vislumbrado.  


En resumen:

  • Así no, señor Sánchez. Personalizo la crítica porque para eso es el Presidente de un Gobierno que, mientras mantenga en su composición actual, le contamina vengan de donde vengan las ideas que acaba defendiendo.
  • Así tampoco, Sr. Casado. No pierda ahora el respeto que acaba de ganarse marcando su distancia con quien pretendía llevarlo a su terreno. Vuelva a la mesa de negociación.


Otra Moción de censura. Nuestros diputados insultan mejor que nadie


Vean y oigan, oigan y vean telediarios, revistas, tertulias y resúmenes. Háganse, si les place, su propia composición de lugar a propósito del despropósito. Más allá de si Vox tenía o no razones para presentar su moción (nadie puede dudar de que derecho si que tenía) el pandemonio que terminó el jueves, ha sido un episodio más en el empeño de convertir el Parlamento en una ciénaga pestilente. El comportamiento de muchos de los supuestos oradores ha sido el de participantes en un infame concurso de insultos, groserías, mentiras, exageraciones y disparates sin más sentido que encandilar a los que ya lo estaban y asquear a los que conservamos cierto gusto por la palabra.


Y, en apariencia, poco más: Abascal ha obtenido 52 votos, los suyos, sólo los suyos, por primera vez en la de las mociones de censura. El PP, deshojada la margarita, optó al final por votar en contra. Me equivoqué en agosto y me alegro: la abstención era una trampa a la que le incitaron tanto Abascal como Sánchez pero es posible que ese "No" haya marcado un parteaguas en la trayectoria de Casado.


En apariencia. Hace tres años, Pablo Iglesias subió al estrado para censurar a Mariano Rajoy ¿O sólo se trataba de saber quién era el jefe de la oposición? Ahora en el otro extremo del arco parlamentario, se repite la jugada: Abascal hacía como que censuraba al Gobierno, pero la verdad es que trataba de presentarse como el auténtico estandarte de la derecha. Él, no Casado. Le bastaba conque éste se mantuviera lejos del bloque que ya se sabía que iba a negar sus votos a Vox.


Entonces, cuando la moción de Podemos, Rajoy se frotó las manos: todo lo que irritara al PSOE favorecía al PP. Ahora, con los extremos cambiados de lugar, pero, en el fondo, tan próximos, Sánchez sonríe bajo la mascarilla viendo la destemplada disputa entre PP y Vox.


¿Quién ha ganado qué? Pues recuerden aquella fallida moción de Iglesias, den la vuelta al hemiciclo y verán.

  • ¿Ha ganado algo Don Santiago? Depende. No necesitaba notoriedad, las elecciones no están a la vista, pero ha puesto de largo a su candidato catalán y sus mastines han hecho algo desangre, no mucha, en los calcañares de los enclenques de los que tanto abomina. Si le basta con eso… Los resultados, diga lo que diga, están muy lejos de sus expectativas: sigue siendo el ruidoso segundón obsesionado por hacerse notar al precio que sea. 
  • Sánchez ha salido indemne del trance, y el Gobierno de coalición más cohesionado, como era previsible. Les llamaron de todo menos bonitos, pero no más que cualquier miércoles, así es que a lo mejor no andaba desencaminado García Ejea cuando en Agosto decía en Twitter que esta censura estaba pensada para "salvar al soldado Sánchez" y que, en consecuencia, no contaran con ellos para maniobras de distracción que refuercen al PSOE. Ya ven: García Egea veía a Abascal como paladín del social-comunismo.
  • El PP, y sobre todo el Sr. Casado, han salido del trance mejor que entraron. Han salvado mucho más que los muebles, y con ellos España: desde hace un par de días la gobernabilidad del país no pasa sólo por conservar la mayoría de la investidura, ahora que vuelve a entreabrirse la puerta de un posible desbloqueo de negociaciones institucionales. 
  • El resto han sido comparsas, aunque haya caído tan bien el desplante del PNV. Ciudadanos, nacionalistas, y otros grupos minoritarios eran meros figurantes en una representación que ha tenido más de farsa que de drama, sin que nadie haya tenido talento suficiente para elevarla a la categoría de comedia.

Un último apunte: cuando eclosionó Podemos, el Partido Popular se frotaba las manos porque la nueva formación restaría votos al PSOE que era su principal competidor. Ahora, en el otro extremo, pasa lo mismo: Vox vive de votos  que fueron del PP y eso podría venirle bien al PSOE. Las mismas voces que entonces nos alertaban del riesgo que suponía la aparición de una formación tan radical, deberían ahora aplicar idénticas reflexiones al fundamentalismo de Vox. 


Porque, al final, no se trata de quién llega a La Moncloa sino de cómo lo consigue y para qué lo pretende. Pero, en fin, este país es España, y aquí vivimos de susto en susto.






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