El último insulto del Profesor Iglesias
Y sin embargo…
Quiero empezar declarando que defiendo el derecho del profesor (profesor, no catedrático) Don Pablo Iglesias Turrión, politólogo, ex tertuliano, político en activo, líder del 4º Partido más votado en las últimas Elecciones Generales, Vicepresidente segundo del primer Gobierno de Coalición desde hace ochenta años, a decir cuantas barbaridades se le ocurran.
Defiendo este derecho porque no soy como él: yo soy demócrata, creo en la libertad de expresión, hago descansar en los Tribunales el trabajo de limitar esa libertad cuando invade territorios prohibidos por leyes y doy por sentado que vivo en un país libre que disfruta de un régimen avalado por la opinión pública internacional. Él es un profesional de la tergiversación, la patraña y el engaño.
Por otra parte, reclamo para mí lo mismo que le reconozco a él, y por eso quiero hoy dejar constancia de lo que me han parecido las insólitas declaraciones que hace unos días se permitió "El Profesor" en su emisora favorita, "La 6ª".
Por la boca muere el pez
Compuso esa faz meditabunda, reflexiva en apariencia, barbilla sobre el pecho, mirada al suelo, voz impostada en registros bajos, gestos medio dubitativos medio angustiados, señal premonitoria de que lo que íbamos a oír no era el fruto de la improvisación o la indignación sino de la profunda, serena y docta reflexión de un experto en la materia. La expresión corporal que ese experto manipulador de los medios reserva para las grandes ocasiones.
Tomó aire, y lo soltó como quien se deshace de una pesada carga: Puigdemont no es un fugado; es un exiliado porque está en Bruselas por "llevar sus ideas políticas a un extremo" y no por robar, por lo que su situación se puede comparar con el exilio republicano mientras que el rey emérito sí es un fugado.
Se toma un respiro, reflexiona (hace como que lo hace, quiero decir), levanta el careto y se reafirma en lo dicho: "Sí, es lo que creo" para reclamar a renglón seguido para los fugados y para sus conmilitones presos, no solo la vuelta a España sino la vuelta a las instituciones, que es donde a él, paladín de todas las libertades, le gustaría verlos. Y se quedó tan ufano, tan satisfecho de la faena.
Dejo para mejor ocasión comentar la obsesión del podemita por el Rey Emérito, su pulsión republicana mañana, tarde y noche. Está en su derecho, por supuesto, pero en momentos como el que comento y dadas las reacciones que sus soliloquios pueden provocar en la ciudadanía perpleja barrunto a veces si Don Pablo, en el fondo del fondo de su alma negra, no será un monárquico quinta columnista disfrazado de republicano.
Es verdad que pocos personajes hicieron tanto por la República como papá Fernando VII y nena Isabel II, pero poco menos que lo que sacamuelas como el que hoy traigo a esta página podrían estar haciendo por la consolidación de la Monarquía.
Poco tiempo faltó para que saliera al quite la portavoz de Podemos, la camarada Isa Serra: "Puigdemont es un exiliado, de eso no hay duda, pero comparar su situación con el exilio republicano no implica equipararlo".
"Esto no lo dice Pablo Iglesias: hasta la RAE dice que un político que ha salido del país por defender determinados planteamientos políticos, planteamientos que no compartimos, es un exiliado", ha recalcado.
No es eso exactamente lo que dice la RAE salvo que haya una edición especial del diccionario para uso y abuso de quienes hablan de ellos y ellas, y cometen otras fechorías que agreden nuestra lengua. Y, si repasa el material grabado, lo que hizo su gurú no fue comparar, sino equiparar. Pero esa no es la cuestión. Ya se sabe que una de las señas de identidad del populismo es empezar por cambiar el significado de las palabras.
Lo intolerable, lo ofensivo para muchos españoles, es el desprecio por la Historia reciente y la burda burla sobre la realidad actual. Tampoco es una novedad. Como ha dicho Jaume Collboni, del PSC "Los populismos siempre tratan de reescribir la historia". Esta vez, además de la tergiversación, se trata de una cuestión de grado: el Sr. Iglesias, que se presenta como progresista, ha hecho saltar por los aires lo que pudiera quedarle de respetabilidad.
¿Nos ceñimos a los hechos?
Puigdemont y otros cuantos de su cuerda no se han ido de España por sus ideas sino por su comportamiento y de ello hay pruebas al alcance de cualquiera.
Algo más de la mitad de los diputados del Parlamento catalán tienen las mismas ideas o, incluso, más extremas que los fugados. Desde Rufián a los "filósofos de la CUP", pasando por la Srª Borrás hasta llegar a Pere Aragonés todos defienden la segregación del territorio catalán del resto de España. No han tenido ningún problema con la justicia.
Varios de los que siguen en las cárceles condenados por sedición siguen manifestando en público que repetirían lo que hicieron, lo que les llevó a la cárcel, sin que ello haya supuesto la apertura de nuevos procesamientos, porque, pese a Iglesias y sus falsedades, en España hasta los políticos presos tienen derecho a la libre expresión de sus ideas.
¿Para qué buscar más? El politólogo farsante es muy consciente de que pese a que aún no tenga a la judicatura bajo su bota, mientras siga habiendo prensa libre, aunque esté en manos privadas, él puede seguir diciendo lo primero que se le ocurra, y, por eso no va a pasarle nada. Otra cosa es que se le investigue por si ha hecho o dejado de hacer tal o cual cosa con los dineros de campaña, o con el teléfono de… Pero esa es harina de otro costal.
En resumen: si Puigdemont y los demás fugados hubieran seguido el ejemplo de sus colegas que se quedaron aquí, habrían sido juzgados con las mismas garantías que ellos, les habrían correspondido penas parecidas y puedo suponer que estarían ahora reclamando ya la aplicación del tercer grado y acusando de ánimo de venganza, cómo no, a cualquiera que se lo negara.
Decir que el tribunal que los condenó era un tropel de marionetas, y que el juicio que vio media Europa fue una farsa, pertenece al mismo universo alternativo que la creencia de que Biden ha robado la presidencia a Trump o que el Papa está involucrado en una red de pederastia. Pero Iglesias, como Trump, seguirá repitiendo sus mentiras hasta el último suspiro. Cuestión, en ambos casos, de ADN: aunque quisieran no podrían evitarlo.
Si Iglesias fuera coherente
Lo que viene a ser como pedir peras al olmo, pero si lo fuera…
- Asumiría que si Puigdemont vuelve a España será juzgado por el mismo Tribunal Supremo que juzgó y sentenció a Oriol Jonqueras y compañía.
- Sabría que caería en manos de ese poder judicial al que Iglesias ataca por sistema. Un poder que, en una exhibición de paciente ecuanimidad, ha dictado el sobreseimiento de bastantes querellas presentadas contra él, lo que pone de manifiesto la falta de base para cuestionar su imparcialidad.
- Tendría que admitir que ese Tribunal juzgaría al huido evaluando hechos en relación con una legislación nacida de un Parlamento democrático en el que se sientan el Profesor y sus huestes como resultado legítimo de los 3.119.364 obtenidos hace un par de años.
- Convendría que recordara que muchas de esas leyes tuvieron su origen en proyectos elaborados por Gobiernos presididos por políticos del mismo Partido con el que ahora gobierna en coalición. No son, pues, reliquias antediluvianas de un pasado tenebroso, sino leyes con "denominación de origen", lo que, por lo visto, no tiene por qué ser para él garantía de legitimidad.
- Él sabe, mejor que la mayoría de los ciudadanos a quienes trata de embaucar, que los condenados no solo disfrutan de cualquier beneficio de la legislación penitenciaria que les resulte aplicable, sino que esos beneficios ni siquiera se condicionan a que abjuren de sus errores.
- De hecho Oriol Jonqueras sigue afirmando que repetiría lo que hizo, y puede hacerlo sin riesgo alguno porque a despecho de los delirantes exabruptos de Iglesias, en la España de la que el preso quiere separarse, hasta un recluso por sedición goza, como ya dije, de libertad de expresión.
Con qué y con quién compara Iglesias a los fugados
El martes, Iglesias, siguió hablando y dando que hablar. Con su mejor sonrisa, la de epatar incautos, vino a decir que tal vez no había estado muy afortunado y que aceptaba las críticas "con deportividad, como no podía ser de otra manera". Tras una brevisima pausa, endureció la voz, y añadió “No me voy a sumar a la criminalización del independentismo”.
Eso es lo que debemos recordar: el intento de hacer saltar por los aires lo que hoy conocemos como España, tiene en el Vicepresidente Segundo del Gobierno un defensor a ultranza. No lo olvidemos cuando haya que volver a votar.
Así que, en esta línea de mantener viva la memoria, conviene recordar que el Profesor ha considerado "lo mismo" a los Siete Magníficos que partieron tranquilos de sus despachos sin que nadie les importunara para refugiarse en Bélgica, Suiza o Escocia que a las 456.000 personas que en los últimos días de marzo del 39, huyeron por donde pudieron buscando la frontera con Francia, bajo el constante bombardeo de los que se habían alzado en armas contra la República que habían jurado defender.
Los Siete Magníficos huían del país cuya legalidad se habían saltado una y otra vez. Como quedó probado, eran delincuentes que en el peor de los casos arriesgaban unos años, pocos de libertad. El casi medio millón de derrotados que buscaba la frontera francesa huía de la muerte frente al ejército que había derrocado al régimen que les dio las armas.
Para el Vicepresidente Segundo del Gobierno de esa España que tan poco le gusta, el expresidente Carles Puigdemont, (Bélgica) los exconsejeros Meritxel Serret (Bélgica), Toni Comín (Bélgica), Lluís Puig (Bélgica) y Clara Ponsatí (Escocia), la ex portavoz de la CUP Anna Gabriel (Suiza) y la ex secretaria General de ERC, Marta Rovira, (Suiza) están en el mismo nivel de sufrimiento que los casi dos mil refugiados que el 28 de marzo del 39 abarrotaron el "Stanbrook". Tal parece que quienes lograron poner pie en el navío inglés, fueron tan afortunados, que para Iglesias, marcaron el nivel de sufrimiento que ahora tortura a los catalanes que salieron de naja.
Aún habrá que agradecerle al Sr. Iglesias que no comparara a los fugados catalanes con los 70.000 republicanos que se hacinaban en el puerto de Alicante tres días antes del fin de la guerra civil. Su espera, su angustia, su desesperación fue inútil: no hubo lugar para ellos en ningún bajel amigo. No hubo barcos. Europa miró para otro lado porque la derrota no tiene buena prensa. Algunos se suicidaron, otros cayeron en manos de las tropas vencedoras; bastantes de ellos fueron fusilados sobre la marcha, otros fueron recluidos en campos solo un poco peores que los que soportaron los que habían cruzado la frontera por el Pirineo catalán. Unos pocos consiguieron mantenerse más o menos libres.
Más de la mitad de los que salvaron la vida huyendo, (exiliándose, Srª Serra, estos sí ¿ve usted?) tardaron en volver porque si lo hacían se jugaban la vida o la libertad. Muchos no llegaron a tiempo de pisar su tierra de nuevo: la muerte les negó ese consuelo.
Y ahora, Sr. Iglesias Turrión, quiero que sepa que muchos de nosotros sabemos quién es usted y cómo calificar la que ha sido su última hazaña.
- Usted ha sido siempre un virtuoso en la aplicación de eso dicho popular (ya sabe, el pueblo, "la gente" de la que tanto habla usted) de "estar en misa y repicando", o, si le molesta la referencia eclesiástica, de "estar al plato y a las tajadas", pero esta vez me temo podría quedarse sin alguna de las dos alternativas.
- Usted ha insultado a todos los que se jugaron la vida, la perdieran o no, huyendo de quienes les habían robado la legalidad.
- Usted ha insultado a sus familiares, a sus amigos, a todos los que lloraron su pérdida.
- Usted nos ha insultado también a quienes distinguimos la marcha angustiosa de unos desgraciados ametrallados desde el cielo y desde las bocas de los fusiles de sus perseguidores con los que sin ningún riesgo se marchan tranquilamente escapando de la justicia de un régimen democrático y tratan ahora de hacerse los mártires.
Así que, Señor Iglesias
- Teniendo en cuenta que usted no cree en el sistema de cuyo Gobierno es Vicepresidente; que no le gusta la forma del Estado al que ha jurado servir; que solo usa la Constitución para agredir con ella a quien disiente de su tóxico modo de ver las cosas; que apoya a quienes desean desintegrar España; que no tiene el menor reparo en atacar a diario muchas de las medidas tomadas por el Gobierno del que forma parte.
- Sabiendo como debería saber que está lejos de conseguir lo que quiere: una judicatura sumisa, una prensa dominada y una ciudadanía aborregada.
- Siendo consciente de que en ese país con el que sueña sí que habría presos políticos, y que usted bien pudiera llegar a ser el Carcelero Mayor con Mando en Plaza.
- ¿No le parece que con los restos de vergüenza que le queden, o con el recuerdo de lo que era cuando la tenía, debería ser consecuente y no seguir colaborando ni un día más con un régimen capaz de cometer tan aberrantes injusticias como las que usted denuncia a diario?
- ¿Por qué no le pide asilo al asilado? ¿Por qué no le implora al inefable Puigdemont que le busque un huequecito en el chalet de al lado, allá en Waterloo?
- Si me hiciera caso… ¡Ah, si mis viejos ojos le vieran partir! No soy nadie, (bueno, casi nadie) pero le prometo que hasta apoyaría que no se reclamara su presencia en España, que sus desmanes, si los ha cometido, se olvidaran, que encontrara la paz y el sosiego para escribir sus memorias al amor de una chimenea humeante.
- Sé que también entonces seguiría mintiendo, pero sería tan hermoso saberlo lejos…
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