Marruecos volvió a las andadas
Algo más que una costumbre
Hay comportamientos predecibles derivados de la observación del pasado y de las características de ciertos regímenes que no se caracterizan, precisamente, por su respeto a las reglas básicas de la democracia y del derecho internacional.
Hace algún tiempo Turquía, país que desde la llegada de Erdogan ha abandonado el laicismo y ha retornado a prácticas lindantes con la dictadura, chantajeó sin ningún pudor a la Union Europea con su control sobre la presión migratoria en las fronteras comunitarias. Declaraciones solemnes al margen, obtuvo casi todo lo que se proponía con tan desvergonzada actuación.
Esta semana hemos visto el asalto a nuestras plazas norteafricanas de más de ocho mil intrusos en una operación planificada y ejecutada por la Administración alauita. No se ha tratado de una crisis migratoria sino de una maniobra política orquestada por la cúpula del poder marroquí. Dejo para otros desmenuzar los motivos de los migrantes, hambre, paro, sueños en falsos paraísos…
Los datos referentes al desmán, las circunstancias que determinaron el proceder de Marruecos, su evolución hora a hora los hemos conocido todos, así es que no vale la pena insistir sobre detalles de sobra conocidos, más allá de establecer sin ningún género de dudas la responsabilidad del Gobierno marroquí en los hechos y de calificar de exageración intoxicante la afirmación absurda de que nuestro vecino había invadido España con un ejercito de 8.000 soldados perfectamente entrenados (¿tan jóvenes son los guerreros marroquíes?¿Tantas mujeres tiene ese país sobre las armas?).
Prefiero dedicar mi tiempo a tratar de averiguar qué hemos hecho mal nosotros y cómo no hemos sido capaces de evitar algo que en nuestro vecino del sur es una insana costumbre: sacar ventaja de cualquier situación en el que la debilidad de nuestro sistema sea una evidencia.
Lo que importa: en qué nos hemos equivocado.
Hemos olvidado, para empezar, el testamento de Isabel la Católica, aquella encomienda sobre política exterior, vigente desde entonces, según la cual los tres ejes prioritarios de nuestras relaciones internacionales, tenían que ser el norte de África, América hispana y Europa. Eso escribió Isabel I, y por ese orden.
Cuando uno tiene de vecino a alguien que puede complicarte la vida, alguien que no duda en poner en riesgo las vidas de miles de sus propios ciudadanos en aras de sus planes, alguien con quien, te guste o no, no tienes más remedio que llevarte lo mejor posible, alguien que puede padecer un cierto complejo de inferioridad contigo, alguien que tiene en su mano estrangularte algunas de tus partes sensibles, tienes la obligación de extremar tus muestras de deferencia y aprecio. Eso no es ni hipocresía ni sumisión: es sentido común, elegancia y eficiencia.
En relaciones internacionales, no hay amigos, hay intereses, pero los detalles, los símbolos y las formas son esenciales: Pedro Sánchez debió estrenar su mandato visitando Marruecos antes que Bruselas. No es posible deshacer lo hecho, pero habrá que buscar la manera de ser percibidos por Marruecos como un vecino atento y educado.
En cuanto al Polisario… todo empezó con mal pie. La descolonización del Sáhara no fue tal, sino una invasión de nuestro territorio por parte de Marruecos. ¿Recuerdan la esperpéntica "Marcha Verde"? Fue otra muestra de lo que antes comentaba: la capacidad de Marruecos de sacar ventaja de nuestros momentos de debilidad. El General Franco agonizaba, el país sufría una parálisis generalizada y ese fue el momento elegido para hacerse con el territorio que había sido español. El Polisario fue, en su origen, visto con simpatía por los sucesivos Gobiernos españoles. Más desde la izquierda que desde la derecha, bien cierto.
No supimos o no quisimos ser lo suficientemente cínicos como para poner en la balanza en qué nos afectaba lo que el Polisario decía defender y lo que nos jugábamos con Marruecos según las cosas fueran bien o mal. Ni siquiera ahora sabemos calibrar si hemos atendido en Logroño a un líder amigo o a un indeseable investigado por la Justicia, la nuestra, no la marroquí.
Esta ambigüedad, o ese halo romántico, nos ha llevado a un movimiento de nuevo erróneo: dar tratamiento médico en nuestro territorio al líder del Polisario, después de que Trump reconociera la soberanía marroquí del Sahara (sin que Biden haya cambiado las cosas), a petición del Gobierno de Argelia, sin haber, siquiera, advertido antes a Marruecos no parece un ejemplo de habilidad diplomática. Claro que somos un país soberano con derecho a recibir en nuestra casa a quien nos venga en gana. Otra cosa es cómo vean los demás el uso de ese derecho. No se trata de si la Ministra A debió de hacer caso al Ministro B; este tipo de asuntos afectan al Gobierno en pleno, encabezado por su Presidente, por supuesto.
Argelia es suministrador de gas, y tapón de la inmigración irregular. Marruecos es el país del que somos el primer socio comercial, por delante incluso de Francia, comparte con Argelia la capacidad de frenar o acelerar la llegada de inmigrantes, y puede hacer lo mismo en el espinoso asunto del tráfico de estupefacientes. Eso por no hablar de su papel en una u otra dirección en el terreno del terrorismo islámico. Vistas así las cosas ¿Era imprescindible ser tan obsequiosos con Argelia y tan displicentes con Marruecos?
Si hay algo que está al alcance de cualquier analista de la política del reino alauita, es que desde hace medio siglo su prioridad absoluta es conseguir el respaldo internacional de su soberanía sobre el antiguo Sáhara español. Todo lo demás, incluidas las reivindicaciones más o menos retóricas o histriónicas sobre islas e islotes más próximos a sus costas que a las nuestras (¿recuerdan el grotesco episodio de la invasión y reconquista del Islote Perejil?) o sobre Ceuta y Melilla, están en otra estantería.
Si admitimos que cualquier debilidad de nuestro país puede ser aprovechado por nuestro vecino del sur, más que escandalizarnos por chantajes más frecuentes de lo que creemos en el resto del mundo, también deberíamos advertir que convertir este desgraciado affaire en otro capítulo más del culebrón anti gobierno de coalición, tampoco ayuda nada. Airear la torpeza de Sanchez y, de paso, exagerar lo inimaginable a propósito de nuestro vecino, es cualquier cosa menos una ayuda, porque abunda en la idea de que el Gobierno español está en situación precaria.
No me extraña que Vox considere a los migrantes soldados, forma parte de su catecismo, tampoco admite que tengamos un problema de violencia machista, pero que quien aspira a gobernar caiga en semejante trampa convierte su postura no en solución sino en parte el problema.
En resumen
- No debemos tener duda alguna que el primer y más importante responsable del caos generado en Ceuta ha sido el Gobierno marroquí.
- No importa lo inaceptable que haya sido la actuación de la Administración marroquí, es preciso acometer el ejercicio de autocrítica imprescindible para encontrar soluciones y evitar futuros errores.
- Pese a todo lo ocurrido, no llegará la sangre al río. Creo que no ha sido más que un sonoro aviso de hasta dónde puede llegar un régimen dictatorial, carente de cortapisas internas, cuando se trata de relacionarse con su vecino si este da síntomas de debilidad.
- Cuando llegue el momento, a no tardar si es posible, no estaría de más que estableciéramos con mayor precisión nuestra posición en relación con el triángulo Marruecos, Polisario, Argelia. Si la definición fuera europea me parece que disminuiría nuestro riesgo.
- Me gustaría saber hasta dónde está dispuesta a llegar la Unión Europea en su defensa de su frontera sur. Las declaraciones altisonantes de apoyo están muy bien, pero se me hacen insuficientes.
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