sábado, 25 de septiembre de 2021

 La sorprendente agresión de la gamba blanca

Antecedentes

Tengo el mercado municipal de Marbella a menos de diez minutos andando desde la casa donde paso casi la mitad del año. Una maravilla: puestos rebosantes de pescado, de mariscos, de frutas, de verduras; locales donde tomarte algo más que un tente en pié, incluidas ostras con champán o algunas de las joyas que se despachan en un radio de cincuenta metros.

Así que esa mañana, apenas han pasado un par de semanas, quizás tres, desde "el día de autos", Blanca y yo volvíamos satisfechos de nuestras compras. Agosto, pese a todo, no es el mejor momento para abrirse de capa y darse un homenaje después de otro: demasiados visitantes como para que los avispados vendedores no lo tengan en cuenta a la hora de fijar los precios. Ocho sardinas en plena temporada, ya se sabe, "de Virgen a Virgen", aunque siempre he dudado si la segunda de las vírgenes del dicho es la del 15 de agosto o la del 8 de septiembre, mormo de atún de Barbate, y 400 gramos de gambas blancas, relucientes, parejas, pescadas la noche anterior, tan frescas que si no se cuecen de inmediato, como carecen de conservantes, las cabezas se ponen negras a las pocas horas.


Los hechos 

Llevaba yo en la mano izquierda las bolsas de plástico con los pescados. Paramos en una frutería camino de casa a comprar no sé qué artículos. Es un establecimiento propiedad de uno de tantos magrebíes de la zona (antes llamados marroquíes, y, por mal nombre, moracos) atendida, además, por un centroamericano amable hasta más no poder. (Evito los apelativos alternativos a "centroamericano" que, por sabidos, doy por reproducidos) 

Déjenme que me pierda en una sucinta divagación. En el barrio en el que habito, al final del paseo marítimo, camino de la salida de Marbella hacia Málaga, menudean las verdulerías en manos foráneas: todas muy próximas, hay otra también en manos de propietarios norteafricanos, y dos más que pertenecen a "El Paki", abreviatura inventada por los nietos de unos amigos para identificar al propietario de los negocios, un pakistaní de muy pocas palabras. ¿Qué se ha hecho de los viejos menestrales aborígenes? ¿Están todos de camareros, han emigrado al Reino Unido, o están confinados por el aquel de la pandemia? Sigo.

En cierto momento, noto un ligero pinchazo en el gemelo de la pierna izquierda, que atribuyo a algún roce con las bolsas de los pescados. Un par de minutos más tarde, quizás tres, bajo la mirada ¡y, juro que no exagero un ápice, descubro, pantorrilla abajo, un reguero de sangre que se pierde en mi zapatilla deportiva, la ha empapado ya, rebosa por algún poro y empieza a formar un charco creciente en el blanco inmaculado del suelo de la verdulería!

Fue el momento en el que Blanca se percató de la sangría. Debo advertir, para que la historia sea verosímil, que consumo anticoagulantes, así que no es excepcional que una pequeña herida provoque sangrados más o menos espectaculares. Rebuscó en su bolso  ¡Qué no puede encontrarse en un bolso tamaño medio de una mujer precavida! Pues, no, nada, ni una tirita ni cosa alguna que pudiera sustituirla.

—¿Qué pasó, mi Rey?

Advierto a la ciudadania que entre las educadas costumbres del frutero, figura la de emparentar con la realeza, ¡qué digo emparentar: atribuir la Jefatura del Estado! a todos y cada uno de sus clientes que son apelados, diariamente, "Mi Rey" o "Mi Reina", según corresponda. Por el momento, el afable dependiente no se ha visto en la obligación de intercalar un tercer o cuarto género para casos de emergencia. Eso que se ahorra, hasta que algún, alguna o algune exégeta de la diversidad le llame la atención por su arcaico proceder.

—No sé, supongo que algo ha debido pincharme en la pantorrilla…

—¡Las gambas! -Dijo Blanca- Eso ha sido. Una gamba te ha clavado el espolón que tienen en la cabeza.

—Vale, ha sido la gamba asesina ¿Y ahora?

El polivalente frutero, sea porque sus conocimientos en primeros auxilios fueran así de relevantes, sea por su innato ingenio, sea porque una inspiración de ignoto origen le ayudó en el trance, dio con la tecla.

—¡Tranquilo, mi Rey, yo me ocupo!

Dobló en cuatro una servilleta de papel, la puso sobre el pinchazo y tomando un rollo de film plástico de los que se usan, por ejemplo, para proteger la superficie de media sandía recién cortada, me dio varias vueltas a la pantorrilla. El remedio fue inmediato, el resultado el buscado y el efecto estético más que tolerable.


Conclusiones

  • Comparecer en la piscina con una pierna enfundada en plástico como si se tratara de media papaya, pregonar que has sido agredido por una gamba (no consta su filiación política ni religiosa, y, por tanto, no procede califica el ataque ni como terrorista ni como delito de odio), poner de manifiesto el ingenio del frutero hispano, son motivos más que suficientes para adquirir una fulminante aunque pasajera notoriedad entre la concurrencia.
  • Sacar de los hechos las enseñanzas del caso, me han llevado a recolocar la dirección del frutero junto a las de la Clínica Quirón y la Ochoa, ambas próximas a mi vivienda.
  • ¿Es que no ha pasado nada más esta semana? Por supuesto que sí. La Palma sufre bajo los efectos devastadores de la lava ardiente, el fugado Puigdemont duerme en Cerdeña en un calabozo policial, a la espera de saber si terminará ante nuestro Tribunal Supremos…Tiempo tendremos de volver a la prosaica y desagradable realidad. Déjenme que hoy trate de amenizarles la mañana con un sucedido infrecuente que, por una vez y espero que sirva de precedente, no terminó en tragedia, ni en petición de dimisiones a tres o cuatro bandas. 


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