sábado, 8 de enero de 2022

 6 de enero de 2021: el asalto al Capitolio

Bochorno, vergüenza, indignación

Ha pasado ya un año de aquellas asombrosas imágenes que conmocionaron al mundo. Miles de energúmenos, unos disfrazados, enarbolando banderas otros, armados rudimentariamente los más, desbordaron la tímida resistencia de los escasos agentes del orden que protegían el templo de la democracia estadounidense y destrozaron lo que encontraron a su paso.

Pudo haber sido peor, pero fue terrible: una turba enardecida por un pequeño grupo de irresponsables profesionales, convencida de que el Partido Demócrata les había robado el poder, decidieron recuperarlo por la fuerza. Su ídolo venía pregonándolo sin cesar desde que primero las urnas y después los tribunales amenazaron con sacarlo de La Casa Blanca.

La astucia y la decisión de uno de los guardianes del Capitolio permitió la evacuación de los Congresistas que estaban en sus despachos cuando empezó el asalto. Pudo haber sido peor: una tragedia de la que, de haber ocurrido, es dudoso que el país se hubiera recuperado. Uno puede seguir preguntándose quién fue el responsable de que el Capitolio no estuviera mejor guardado y de que la llegada de refuerzos no alcanzara a evitar el asalto. Hasta ahora, seguimos sin saberlo.

El caldo de cultivo

Es impensable dar por buena la idea de que el asalto fue el fruto de un movimiento espontáneo. Sólo quien reniegue de la verdad, sólo quien sea él mismo parte de la algarada, sólo quien ponga los intereses que decían defender los bárbaros por delante del mínimo respeto a la evidencia, puede seguir negando la responsabilidad de quien pretendía beneficiarse de tal salvajada, de quien, en definitiva, la alentó públicamente, y se declaró antes, durante y después, agradecido a quienes a punto estuvieron de perpetrar la más grotesca versión de un Golpe de Estado que conoce la Historia.

Es muy fácil recordar ahora los alegatos incendiarios de quien acababa de perder las elecciones presidenciales después de los comicios más concurridos de la historia. "Nos han robado", "el fraude ha sido masivo", "defendeos ahora, o lo lamentaréis más tarde". Su efecto fue demoledor. Tanto que demostró sin margen para la duda que para el perdedor, era preferible acabar con la democracia en su país, que tener que abandonar su residencia.

No obstante soy de los que piensan que todo empezó bastante antes. Fue George Bush Jr. quien polarizó la sociedad norteamericana. Un George Bush que impuso al mundo su mentira de las armas de destrucción masiva, con la complicidad de otros desaprensivos como él. Un George Bush, que, no lo olvidemos, llegó al despacho oval dejando tras de sí un sospechoso tufillo a prácticas electorales irregulares. Un rosario de impugnaciones, fallos y revocaciones alrededor de los resultados en Florida, cuyo Gobernador, ¡vaya, hombre!, era el hermano pequeño del candidato. Se trata de aquel personaje que se dejó caer por España para agradecerle a "Mr. Ánsar, Presidente de la República Española", el apoyo plasmado en la foto de Las Azores, mientras, guiñando un ojo, nos prometía una parte del pastel a repartir cuando hubiera que reconstruir Irak. 

Cambiaron el significado de las palabras en relación con los hechos para que se ajustaran a lo que querían que dijeran, como escribía Tucídides hace 1.500 años. Fue entonces cuando se llevó a sus últimas consecuencias la idea de que el Poder pertenece a la gente de orden, a los defensores de la tradición, a la gente blanca, anglosajona y protestante, o sea, al Partido Republicano. Y cuando ya no es posible impedir que los negros, los católicos, los hispanos voten, entonces habrá que recurrir a lo que sea para que todo siga siendo como Dios les ha dicho que tiene que ser. 

El Gran Manipulador

Después de algunos intentos fallidos de poner a algún portaestandarte de esa idea aberrante al frente del país, dieron con Donald Trump.  

Para USA y para el mundo fueron cuatro años de pesadilla. Se rompieron alianzas, se encerraron en ideas que ya eran viejas cuando se formularon, se dio la espalda a la esperanza ¡No, por favor, no me digan que la economía fue mejor que nunca, porque también eso fue mentira! . Fueron cuatro años en los que la falsedad, el bulo, la desinformación, la conspiranoia se convirtieron en monedas de bolsillo. Empezó por cambiarse el nombre a las cosas, las mentiras, ya no eran mentiras; ahora eran realidades alternativas. La que ahora era falsa era la evidencia.

Todo valía, y todo valió hasta el final: se gobernaba por twitter, el Presidente indultaba a sus cómplices, (dicen que llegó a plantearse autoindultarse, si llegaba el caso), sus seguidores creían en universos paralelos, los contrincantes políticos eran demonios, el mundo volvía a ser un espacio poblado por malos y buenos, y la Casa Blanca monopolizó el privilegio de expedir los únicos certificados de bondad válidos en cualquier rincón del orbe. Fue el tiempo de les recetas simplonas para resolver problemas cada vez más complejos.

Un año más tarde

Hoy, setenta de cada cien republicanos siguen creyendo que la conjura liberal-comunista les arrebató la presidencia y añoran los buenos tiempos en los que cada mañana, la lectura de la cuenta del twiter presidencial equivalía a la mejor de las oraciones.

Mientras tanto, la justicia, uno de los pocos pilares que ha resistido la embestida del fraude y la mentira, estrecha el cerco al gran farsante lo que hace cada día más necesario que el perseguido logre refugiarse bajo la capa protectora de la Casa Blanca, a costa de lo que sea menester.

No se fíen, porque Donald Trump, fuera de la Casa Blanca, está en peligro de ser tratado como cualquier mercachifle sin escrúpulos, así que no se extrañen de lo que haga para salvar su pellejo, es decir, sus dineros

Sin embargo no han sido George Bush Jr, ni Donald Trump los inventores de tanta fabulación. Dicen que fue Goebbels el que afirmaba que "una mentira repetida cien veces se convierte en verdad". Y en el otro extremo, ocurre lo mismo; como decía Gueorgui Piatakov, "si el Partido lo exige, un auténtico bolchevique está dispuesto a creer que lo negro es blanco y lo blanco es negro". Son las ciénagas en las que el fanatismo ahoga a la razón, las evidencias, los hechos, en definitiva.

Ha transcurrido un año. El ejemplo se ha extendido más de lo deseable; al fin y al cabo el Imperio impone la moda, así es que en muchas provincias ha cundido el ejemplo. ¿Estamos a tiempo de ser nosotros mismos o nos resignaremos a repetir los errores ajenos? ¿Somos marionetas o conservamos la capacidad de pensar?   





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