El perfil de un matón
El personaje
Vladímir Putin nació en 1952 en Leningrado fruto del matrimonio entre un antiguo oficial de la Marina Soviética, y una trabajadora de fábrica. Se doctoró en Derecho en 1975 y poco después fue reclutado por el KGB
Trabajó en el contraespionaje y en 1985 fue enviado a Alemania Oriental, pero tras la caída del muro de Berlín fue llamado de regreso a casa. Continuó en el KGB, aunque dimitió en agosto de 1991, cuando su jefe intervino contra el intento de golpe de Estado para defenestrar a Gorbachov. Es decir, él estaba a favor de acabar con la Perestroika.
En sólo 3 años pasó de encabezar la filial regional de Leningrado del partido Nuestro Hogar, hoy desaparecido, a director del Servicio Federal de Seguridad sucesor del KGB, puesto que a partir de marzo del año siguiente compatibilizó con el de secretario del Consejo de Seguridad Nacional.
En 1999, asumió la jefatura interina del Gobierno.. El 31 de diciembre de ese año, Yeltsin dimitió y, Putin, según las previsiones constitucionales, se convirtió en presidente también interino, conservando el puesto de jefe de Gobierno.
Tras las siguientes elecciones, está al frente del país, desde que ganó las del 2000.
Todo un carácter
No es Putin alguien a quien los sentimientos de amistad hagan torcer su rumbo. Su fulgurante ascensión la debía en buena medida al apoyo económico y mediático de un selecto grupo de oligarcas multimillonarios que habían florecido como setas con el desmantelamiento de la URSS.
Esa camarilla confiaba en que su protegido sería un instrumento dócil en sus manos. Los siguientes ejemplos, son sólo eso, una sucinta relación de hechos conocidos:
- Encarceló a Boris Berezovsky, cuando trató de seguir interviniendo en política.
- Arrestó al mediático Vladimir Gusinski porque juzgó poco favorable a sus intereses la orientación que estaba dando a sus medios de comunicación. Éste, al menos, logró escapar y acabó recalando en la Costa del Sol.
- Encarceló también a Mijail Jodorkovski, otro de los personajes a los que debió su ascenso.
Trato peor recibieron los que osaron oponerse a su marcha arrolladora:
- La periodista Ana Politkóvskaya, tras haber denunciado públicamente que estaba siendo amenazada de muerte, fue asesinada en el ascensor de su vivienda en Moscú.
- Aleksandr Litvinenko ex agente de los servicios secretos rusos fue envenenado con polonio 210 en Londres, donde se había refugiado y obtenido la nacionalidad británica.
- Sergei Furgal gobernador de Jabárovsk, se pasó a la oposición y ha sido encarcelado, acusado de asesinato por oscuros sucesos ocurridos hace quince años.
- El principal crítico actual del Presidente, Alexander Navalny, sigue recluido en un centro carcelario de máxima dureza después de haber sufrido un intento de envenenamiento al que, como se sabe, sobrevivió gracias a la sanidad alemana.
Vladimir Putin no es alguien a quien le preocupen ni las normas vigentes en los países civilizados, ni mucho menos la opinión de sus paisanos. ¿Recuerdan? Cuando fue acusado del envenenamiento de Navalny, declaró públicamente, riendo, que "es imposible que hayamos sido nosotros. De haber sido así, ahora estaría muerto".
La doctrina de "La democracia Soberana"
Se trata de lo que podríamos llamar "El Catecismo Putin", la base teórica sobre la que se asienta el ejercicio del poder del inquilino del Kremlin. Desconozco quién sea el gurú que la haya pergeñado, pero descansa sobre dos pilares que se sostienen mutuamente
- El régimen ruso es democrático. Esto es algo indiscutible que debe ser aceptado.
- Cualquier intento de verificación al respecto será considerado como hostil y como una intromisión en los asuntos internos de Rusia.
Este planteamiento que a mí me recuerda aquel viejo chascarrilo de "Art. 1º, el jefe siempre tiene razón y Art. 2º, Cuando el jefe no tiene razón se aplica el Art. 1º", se aplica lo mismo cuando se trata de enjuiciar al que organiza una manifestación en San Petersburgo que cuando cualquier dirigente extranjero opina sobre la política rusa actual.
Si, además, la doctrina es exportable, quizás se encuentre su rastro en la forma en que ha resuelto la reciente crisis su aliado el Presidente de Kazajastán: encarcelando a varios miles de ciudadanos kazajos acusados, sin más, de terroristas.
Un amante de la paz
Como todos los autócratas, Vladimir Putin, es, sin embargo, un fervoroso pacifista. El problema, como el de Hitler cuando invadió Polonia, es que los demás no siempre nos avenimos a sus deseos y en esos lamentables casos no le dejamos otra alternativa que usar la fuerza para conseguir sus propósitos.
Como la mayoría de sus congéneres, la mezcla de petulancia y cinismo con la que se comporta, le llevará a negar la evidencia tantas veces cuantas sean necesarias y se meterá cuando y como quiera en casa ajena: Intentará manipular las elecciones norteamericanas (por cierto, a favor del más sorprendente candidato que hubiera podido pensarse), dañará los sistemas informáticos alemanes, ucranianos o belgas y hasta, dicen, tratará de meter la mano en el avispero catalán, cosa que en cierto modo me congratula aunque sólo sea porque podría demostrar que somos más importantes de lo que creemos.
Bien, este señor, Vladimir Putin, es el que a la hora presente tiene en vilo a medio mundo. Bastante más de cien mil de sus soldados, un número indeterminado de armas pesadas y quién sabe qué más, hacen guardia a las puertas de Ucrania, desde territorio ruso y desde suelo bielorruso.
No quisiera repetir comentarios que escribí hace siete días. No hay por qué volver a insistir en la validez de los análisis que cuestionan la oportunidad de extender la OTAN hasta los arrabales de Moscú. Ya he hablado de ello. Déjenme, por el contrario, que plantee otra cuestión más.
¿Cómo se para a un matón?
Dicho de otra manera ¿qué podemos hacer cuando tenemos enfrente a alguien cuyas características son tan transparentes?
Afortunadamente no estamos en la primavera de 1939. Ni Putin es Hitler, ni tiene enfrente a unos países dubitativos que se debatían entre el pacifismo y la parálisis. No obstante, recordemos algunas lecciones de entonces:
- A esos extraños amantes de la paz como Putin, no se les puede detener cediendo a sus pretensiones si juzgamos que son lesivas para intereses vitales de nuestros países. Sería tanto como invitarle a la siguiente exigencia.
- El problema, por tanto, no es si Ucrania puede o no entrar en la Alianza Atlántica (¿De verdad le interesa a la OTAN esta ampliación?), sino dónde y cuándo se frena a Putin. Hoy trata de conseguir el compromiso de que Ucrania no entrará ni ahora ni nunca en la OTAN. Si lo consigue, pedirá el retorno a su área de influencia, primero de los territorios que fueron parte de la URRS y, más tarde, exigirá la obediencia de los países que estaban bajo su control antes de Gorbachov.
¿Es esto abogar por la guerra? Al contrario: es confiar en los canales de la diplomacia y en los efectos de la verificación, de que "el otro", que en esta ocasión somos "nosotros", tiene voluntad y medios para devolver cualquier golpe, si fuera necesario.
Estoy convencido de que Putin no se va a ir a casa con las manos vacías, pero también de que se detendrá en cuanto se convenza de que puede salir malparado de la confrontación, si se convence de que tiene demasiado que perder. Y para eso no es preciso disparar ni un solo cañonazo.
¿Sería esto volver a la Guerra Fría? Creo que no: esto terminará con algún pelo occidental perdido en la gatera, una solución de compromiso temporal, y, tal vez, con la enseñanza de que el peligro pasó cuando nos mostramos dispuestos a contestar al matón en el terreno que eligiera.
Por lo que se refiere a nuestro bando, quizás USA tendría que estudiar, si es que no lo ha hecho ya, qué hace falta para que la Unión Europea se posicione sin fisuras en torno a una misma estrategia. Por ejemplo, de qué manera puede paliar el previsible problema que va a sufrir buena parte de Europa, Alemania más que nadie, si Rusia cierra el grifo del gas. Al fin y al cabo, Norteamérica es el primer productor de gas del mundo.
Y en nuestra casa, un paso bien dado
Me refiero a la llamada de Pablo Casado a Pedro Sánchez. No hace falta recordar lo de Mahoma y la montaña. Sánchez no llamaba, mal hecho por cierto, pues llama Casado. La conversación no la conocemos, pero parece fuera de duda que el Presidente del PP apoya al Presidente del Gobierno en esta crisis internacional.
Como tiene que ser, aunque Buxadé se extrañe. No sé de qué, pero se extraña. Repito, esta vez sí, una reflexión del sin par Baltasar Gracián que reproduje hace poco: "No te pongas en el lado malo de un argumento simplemente porque tu oponente se ha puesto en el lado correcto". Porque lo cierto es que, diga Vox lo que quiera, el Presidente del Gobierno y el líder de la oposición, no sólo están haciendo lo correcto en este caso, sino que aciertan yendo juntos.
Muchos piensan que si Casado y Sánchez se alinean con quien tienen que hacerlo ¿Qué más da lo que vayan por ahí cacareando las Belarra, las Montero, los Iglesia y los Echenique?
En resumen:
- Hay un tiempo para la paz, y hay un tiempo para el desarme. También lo hay para la guerra, pero esperemos que esta vez no llegue. Al respecto, traigo aquí a colación lo que Winston Churchill escribía en sus memorias cuando ya había estallado la II Guerra Mundial: "Es un tremendo error confundir el desarme con la paz. Cuando haya paz, habrá desarme, no al contrario".
- Porque hay errores que cuestan caros. El mismo Churchill, la frase es de sobra conocida, echaba en cara a Neville Chamberlain sus titubeos y sus constantes cesiones a Hitler que tan caros costaron al mundo: "Preferisteis la humillación a la guerra y primero os humillaron y luego no pudisteis evitar la guerra".
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