sábado, 10 de diciembre de 2022

 Cuarenta y cuatro años después

El penoso tránsito desde la esperanza a la desazón

¡Cuarenta y cuatro años! El martes la Constitución Española cumplió cuarenta y cuatro años. Recuerdo que aquella lejana mañana de diciembre acudí a votar a primera hora, como si hacerlo más tarde fuera una muestra de desinterés. Era una mañana soleada y en muchos balcones lucían banderas españolas.

Siete hombres sabios habían redactado un texto que resumía el alma del tiempo nuevo. El ponente conservador aceptaba que España era la suma de identidades culturales con una compleja historia de desencuentros a sus espaldas. El comunista, daba por bueno que la España que llegaba se constituía en Monarquía y que la propiedad privada era un dogma. Los demás, socialistas, centristas, y periféricos, estampaban sus firmas en un texto tan imperfecto que ha soportado, mejor que peor medio, siglo de andadura. La recién nacida terminaría siendo la Constitución más longeva de nuestra historia.

Fue un día grande. Algunos soñábamos que estábamos haciendo historia. Creíamos que dejábamos atrás el odio y la vergüenza; la sed de venganza y el ánimo de revancha; estábamos convencidos, en resumen, de que el futuro había empezado y que era nuestro.

El texto gozó del favor popular. Por extraño que parezca ahora, las cuatro circunscripciones catalanas y las tres vascas, dieron su aprobación por holgadas mayorías. Las cuatro catalanas, en concreto, votaron "sí" por encima de la media nacional: así fue, y así consta.  

Eso era entonces. Hoy, cuarenta y cuatro años más tarde, el desencanto, el hartazgo, el desasosiego, son el fruto indigesto del lento proceso de degradación que nos hemos regalado entre todos. Unos a ciencia y conciencia, otros, los más, por desidia. Incluso hay quienes tratan de responsabilizar a la Constitución de nuestro precario equilibrio inestable actual. Gentecillas nacidas a la política anteayer, enjuician y hasta se permiten condenar el modo en el que fuimos capaces de salir de un sistema que nos mantenía aislados del mundo, y aterrizar en otro, gracias al cual ellos medran ahora.

Todo ha cambiado y nosotros también. ("Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos", escribía Neruda). El paso de los años puede darte o no cordura, pero es un hecho que te resta energía. No importa cómo quisiéramos que ahora fuera España, a ciertas edades dudamos de nuestra capacidad personal para empujar en la dirección que soñamos. Por eso, a veces, nos mostramos demasiado pesimistas.

No nos falta razón; las líneas de fuerza que ahora vertebran el país han cambiado: la búsqueda del consenso se ha sustituido por la descalificación del oponente, que es tratado como enemigo aunque uno y otro presuman de buscar nada más el bien común. 

Prima el atajo, la vía rápida de acceso al poder, o, más exactamente, a lo que creen que es el poder. Y si se hurga bajo la primera y más superficial capa de la realidad podríamos preguntarnos qué parte de nuestra clase política sigue creyendo en los principios esenciales de la democracia. O lo que es lo mismo ¿Dónde están los demócratas?  


El Poder Judicial, deseado e insumiso

El respeto al principio básico de la división de poderes, por ejemplo. El delicado equilibrio, el juego de contrapesos que debe garantizar el armónico desarrollo de la vida pública es la piedra angular del sistema. ¿Creen en ese principio nuestros políticos?

Nadie osa ponerlo en cuestión, al contrario: todos están en condiciones de echarle en cara al resto su escaso respeto por, por ejemplo, la independencia judicial. ¿De verdad creen en lo que dicen? "Por sus hechos los conoceréis".

Personalmente, lo dudo; más aún: creo lo contrario. Populares y socialistas, y los acompañantes de unos y otros, a lo que de verdad aspiran es a controlar a los jueces, quizás porque les va si no la vida en el intento, si, a veces, la libertad. Por eso unos tratan de mantener lo que tienen y otros pugnan por "dar la vuelta a la tortilla". Todos afirman lo contrario, pero lo que quieren, por encima de todo, es dominar el Poder Judicial.

Sólo un ingenuo o un fanático puede creer en el interminable rimero de disculpas del PP para posponer un acuerdo que ponga fin al incumplimiento de un mandato constitucional que dura ya cuatro años. El Partido Popular no suelta la presa porque, en tanto mantenga la situación actual, la confortable mayoría de vocales con los que cuenta en el CGPJ, cree que tiene garantizado el control de la judicatura.

Pero, por su parte, las maniobras del Partido Socialista dan la impresión de  que no  se trata tanto de arreglar el desafuero sino de sustituir al Partido Popular en el copo del Consejo. Intentos de modificar la normativa que bordean la legalidad constitucional, nombramientos impecables en lo subjetivo y cuestionables en lo objetivo, amenazas de tomar caminos alternativos… 

¿Reacción del oponente? Recurrir a Bruselas, desacreditar al Gobierno de la Nación, de su nación, ante el resto de socios europeos, como ya se hiciera por tierras sudamericanas no hace muchas semanas. Otra prueba más de deslealtad institucional. 

Y, acaso contagiado por el proceder de los Partidos mayoritarios, por las idas y venidas del Gobierno y de la oposición, el mismos órgano que es objeto de deseo de socialistas y populares, toma el camino de la insumisión y demuestra hasta qué punto el desacato, la ignorancia de la Ley no es patrimonio de chorizos y perdularios: el mismísimo CGPJ bloquea en este momento nada menos que la renovación del Tribunal Constitucional, por obra y gracia del enroque de un grupo de sus vocales, cuya tendencia ideológica es de sobra conocida.

El Gobierno insinúa un contraataque impreciso, en los límites aparentes de la constitucionalidad para "recuperar la normalidad" y, como era de esperar, PP y Vox anuncian que llevarán al TC la reforma "autoritaria" de Sánchez. Lo estrafalario del asunto es que ese recurso deberían examinarlo, valorarlo y sentenciarlo los vocales actuales, que, como sabemos no son todos los que deberían tener asiento en el Tribunal. Bizantinismo jurídico, me parece a mí. 

De un momento a otro, escucharemos en el Congreso que esto es Perú. Ya lo verán.


¿Hay demócratas en España?

Dejo para otra ocasión el repaso al Poder Legislativo, y, más específicamente, el darnos un paseo por lo que se cuece en los Estados Mayores de las cuatro o cinco formaciones políticas más influyentes de España. Por el momento, dejo en el aire la pregunta de, visto lo visto, dónde están los demócratas españoles.

Por si ayuda a la búsqueda, pongo a disposición de los lectores un ramillete de joyas dialécticas, o más bien retóricas, que he podido leer o escuchar en sólo una semana:

  • Federico Jiménez Losantos: "Sánchez quiere a Campos en el Constitucional para acabar con la Monarquía y convertirse en el primer presidente de la Confederación de Repúblicas Ibéricas Socialistas". Lo leí en "El Mundo" del  30 de noviembre. Un disparate ¿verdad? Ya sé que el Insultador Mayor del Reino no cree en las cosas que dice, pero algunos de sus lectores pueden llegar a convencerse que eso es lo que busca Pedro Sanchez y que con la ayuda de un sólo miembro del Constitucional puede conseguirlo. Doy por bueno, sin embargo, que a Losantos le ampara la libertad de prensa. Otra cosa es el juicio que cada uno pueda hacer sobre su uso.
  • Pedro Sánchez: "La Historia me recordará por haber desenterrado a Franco". Frase antológica que desnuda el subconsciente del personaje: no sólo da por supuesto que tiene asegurado un lugar en la historia sino que predice el por qué. Nada menos que por tirar a la basura una figura que ésa sí está en la Historia, al margen de en qué página creamos cada uno que debamos buscarlo, si en la de los héroes o en la de los villanos. ¿Tan poco aprecio tiene Sánchez por lo que ha hecho durante su mandato? ¿Desenterrar a un muerto es su mérito principal? Alma de sepulturero, parece.
  • Santiago Abascal:"Usted será recordado como el presidente que asaltó el Congreso y que intentó amordazar a la oposición». ¿Confunde Abascal a Pedro Sánchez con Tejero o con Trump? ¿La mordaza de la que habla es la que le puso el recientemente desentarrado a todo el país durante 40 años o la que figuradamente da nombre a la Ley que aprobó el PP hace algunos años? Qué más da: sólo se trata de salir en primera plana. El resto es otra demostración de lo sobrevalorada que estaba hasta hora "La Verdad".
  • Isabel Díaz Ayuso: "Vamos camino de una dictadura sometidos a un tirano". Levantó el mentón, miró retadora y se dio la vuelta. Hablaba del incidente en el que una diputada de su cuerda había sido expulsada del hemiciclo por usar el término "filoetarra". "Ayusadas", dice la oposición. Sólo un apunte: por extraño que parezca, ni Abascal es del PP, ni Ayuso de Vox. Ambos, no obstante, dicen lo mismo y por las mismas razones: para que no deje de hablarse de ellos. 
  • González Pons: "A Sánchez le falta nombrar senador a su caballo, como Calígula". Al menos en esta ocasión, déjenme que defienda al autor: la frase entra en el listado de dicharachos ocurrentes, y cuenta con el gramaje de gracia suficiente como para compensar la hipérbole. Por otra parte, no miente: Sánchez no ha nombrado senador por el momento a su caballo; acaso porque no tiene caballo.
  • Irene Montero: "Ustedes promueven la cultura de la violación". Un par de días después de tildar de fascistas a medio Congreso, Dª Irene, se despachó con esa sentencia. Muy pocas personas conocen el origen y el contenido preciso de la expresión "cultura de la violación", como ocurrió cuando refiriéndose a no sé qué variante de orientación sexual (tema en el que se mueve con tanta seguridad que me asombra que le quede tiempo para otra cosa) afirmó "son no binarios", con un tono que ponía en duda la solvencia cultural de su interlocutor. Consecuencia de vivir inmersa en una microcultura abductiva, accesible nada más a un pequeño grupo de especialistas en materias que les obsesionan. Cosas que sólo le pasan a ella (¿o será elle?).
  • Arnaldo Otegi: "La gran paradoja es que el Gobierno de España sólo puede sostenerse por el apoyo de los que queremos irnos de España". Tremenda frase, que da que pensar: ¿Desfachatez, sinceridad, perogrullada, tragedia, normalidad o ganas de meterle el dedo en el ojo a la audiencia? Dejen de lado el pasado tenebroso del personaje y traten de evaluar objetivamente lo que dijo. Si después de intentarlo están al borde del ataque de nervios, conecten con algún canal deportivo: aunque nuestra selección ya esté de nuevo en casa, el Mundial de Fútbol, sigue impertérrito, al margen de nuestras tribulaciones (y de los más de 6.000 trabajadores fallecidos, dicen, en accidentes laborales mientras construían los estadios, muy lejos de sus países de origen).


   

















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