sábado, 25 de marzo de 2023

 Después de la moción de censura

Sólo han pasado tres días

¿Mascarada, circo, astracanada, ópera bufa, falta de respeto?¿Paso al frente, ejemplo de coherencia, grito valiente? ¿Un cóctel con todo esos ingredientes y los que cada uno de nosotros quiera añadirle? Prejuicios, prejuicios de uno y otro signo, que no llevan a ninguna parte. La vida sigue, las elecciones se acercan y nadie está hoy en condiciones de predecir qué acontecimientos van a ser tan influyentes que acaben decidiendo quién va a gobernar Ayuntamientos y Comunidades Autónomas; menos aún quién llegara a La Moncloa en invierno.

Por eso prefiero limitarme a poner de manifiesto algunos detalles que me han llamado la atención en el desarrollo de la moción.


¿Ausente o desaparecido?

¿Ha acertado el Sr. Núñez Feijóo haciéndose invisible? No hay forma de saberlo. Ni ahora ni después de conocerse cuántos votos haya obtenido su Partido en las tres elecciones que se avecinan. Pase lo que pase, los analistas que los examinen, sacarán sus conclusiones que serán meras especulaciones. No obstante:

  • La decisión de estar ausente del espectáculo le ha ahorrado el mal rato de estar de convidado de piedra en la tribuna de invitados. Eso es obvio, pero ¿qué habría hecho Isabel Díaz Ayuso en su lugar? Yo la imagino desafiante en primera fila, aferrada a la baranda, interviniendo en el debate con su mera presencia. Dos personalidades diferentes, dos estrategias distintas. No ha pasado, pero es imaginable.
  • Dª Cuca Gamarra, la perfecta segunda, programada para eso, para ser segunda, fiel intérprete de quien sea el número uno, afirmó seria, tajante según su costumbre, que se abstenía "por respeto" al candidato. ¿Seguro? ¿Y cómo es posible respetar a quien no se conoce? Porque lo cierto es que su jefe anunció la abstención antes de saber quién iba a ser el candidato elegido. Acaso la clave sea otra: si don Alberto ha dicho que cada barón regional o municipal es dueño y señor de diseñar los pactos que les convengan con Vox, la abstención podría ser la forma de no condicionar esos acuerdos ni a favor ni en contra. Que esto mismo sea un acierto o un error, ya se verá.

En cualquier caso el recorrido político nacional de Núñez Feijóo podría jugarse a una sola carta: su triunfo en las generales de invierno. No tendrá segundas oportunidades. (Y no debería estar tan seguro de que todo a su alrededor juegue a su favor. Recuerde a Pablo Casado y el modo en que fue abandonado).


¿Ha nacido una estrella?

Contundente, magnífica de fondo y de forma, la intervención de Yolanda Díaz, ha sido su puesta de largo como pareja de baile de Pedro Sánchez en el inmediato futuro. ¿Algo que objetarle? Por supuesto.

  • Lo que el candidato le recomendó: concrete, resuma y no se alargue tanto porque el oyente no suele ser capaz de mantener la atención durante tanto tiempo.
  • Precisamente su brillantez tiene que haber disparado las alarmas de las que deberían ser sus aliadas y que ahora podrían verse como rivales. El problema es que la pareja Belarra/Montero controla en buena parte el aparato, la organización que Yolanda Díaz necesita si quiere ser la líder indiscutible a la izquierda del PSOE. Y todo eso pese a que las tres sepan que la fragmentación de ese espacio daría una ventaja impagable a la alternativa conservadora.

No fue el día de Sánchez. 

  • No, no lo fue. Plúmbeo, reiterativo, interminable, aburrió a propios y a extraños. Tamames se lo echó en cara, lo que, en sí mismo, es irrelevante, aunque fuera cierto, que lo fue.
  • Empezó tratando al candidato con guante de seda. La estrategia era comprensible: Tamames no era la pieza a abatir. Consecuentemente, trató en todo momento de meter en el mismo saco a Abascal y al ausente Feijó y a zurrarles a los dos exhibiendo sus propios logros. Una y otra vez, y otras varias más. 
  • Lo cierto es que ni son iguales, ni está claro que lo mejor sea tratarlos como hermanos gemelos. Más aún, cualquier cosa que abra una zanja entre ambos debería beneficiar las expectativas del PSOE.
  • Menos pesado resultó en las réplicas aunque siguió erre que erre reiterando sus logros una y otra vez. En resumen: al margen de los aciertos de Yolanda y de lo que luego diera de sí la intervención de Patxi López, el Presidente del Gobierno perdió una ocasión de noquear a sus contrincantes principales, PP y Vox.

Simetría parlamentaria: Abascal y Patxi López

Trato en paralelo los parlamentos de Santiago Abascal y de Patxi López porque, descontando la abismal diferencia ideológica entre ambos, han sido dos buenas muestras de coherencia política. Cada uno en su género han sido ejemplares, en el sentido de modelo para sus seguidores. 

Uno y otro habrán sido vistos como un paladín o como un indeseable según la óptica del oyente, pero cada uno de ellos, examinado desde sus coordenadas teóricas, no desde la del oyente, han sido modélicas. No importa cuáles sean las preferencias políticas de mis lectores, les sugiero que traten de examinarlas sobre ese prisma: desde los presupuestos políticos de referencia y no desde sus preferencias personales.

Santiago Abascal, contundente, acompasando gesto y texto, dominando el hemiciclo al que no perdió la cara en ningún momento, ofició como telonero del candidato cuando, en realidad era su mentor, su lazarillo, su padrino y lo que quieran añadir por su cuenta.

Desgranó con notable lógica interna y con evidente claridad el argumentario básico de su formación y transmitió convicción en lo que decía.

Más que probablemente, el líder de Vox trataba de minimizar el desastre que debió dar por supuesto que se avecinaba desde que la palabra pasara a su sorprendente candidato; como así fue, porque Tamames, a medio camino entre la conferencia académica, las memorias del abuelo y las ocurrencias de quien algún día fue el l’enfant terrible de la izquierda, se quedó a años luz de su predecesor.

La intervención de Patxi López puede haber resultado insoportable para la oposición pero estuvo muy por encima de la de su jefe de filas.

  • Cuando llegó su turno el debate ya estaba maduro, Todos habían hablado, incluyendo a los dos grandes de la derecha y a sus actuales y quizás futuros aliados a su izquierda. Sabía, por tanto a qué atenerse.
  • Y aprovechó la ocasión para despacharse a gusto. Tamames ironizó después sobre su tono mitinero y le advirtió del riesgo de infarto que corría por su acalorada intervención. ¡Claro que era un mitin, como los de todos los demás, salvo el del propio candidato que no tenía ninguna participación electoral a la vista!
  • Fue, como digo, el contrapunto a la primera de todas las intervenciones, la del Sr. Abascal. Alfa y omega de la moción. Pero, ojo, los que defiendan el tono, el fondo y la forma de uno deben aplicar el mismo criterio al otro. Están en las antípodas, pero eso no quita ni pone legitimidad a ninguno: ideas opuestas, métodos semejantes, como tantas veces hemos visto. Siéntanse, pues, como lo que son, demócratas maduros. Luego no olviden votar según sus preferencias.

Un curioso agujero negro

La izquierda, por sistema, suele echar en cara a la derecha que carece de programa y que su única cantinela es amagarle la siesta al oyente agobiándole con la catástrofe inmediata que se va a llevar por delante vidas y haciendas de la entera totalidad de la ciudadanía.

La socialdemocracia y todo lo que hay a su izquierda se supone que defienden la esencia del Estado social; además de otros flecos, se apoya en el consabido trípode de educación y sanidad pública, y sistema público de pensiones. Añadan la articulación de un modelo de fiscalidad redistributiva y tendrán el esqueleto del edificio.

Frente a ello, no es cierto que el universo conservador carezca de ideas. Claro que la derecha tiene programa; programa, hoja de ruta y medios para poner en práctica uno y otra ¿Por qué la izquierda niega la evidencia?

Todos los partidos conservadores del mundo nadan en dirección contraria a la descrita hace un par de párrafos: abogan por una menor fiscalidad, por la sanidad y la enseñanza privada y por los planes privados de pensiones. Esos son los objetivos finales, aunque por el camino se articulen sistemas híbridos de los que en España tenemos muy buenas muestras: centros de enseñanza concertados, hospitales privados a los que la sanidad pública deriva enfermos y recursos, y defensa cerrada de la alternativa al incremento de ingresos de la Seguridad Social: la reducción de las pensiones, "si fuera necesario".

También me llama la atención el cuidado que tiene la derecha en no darle demasiada publicidad a sus intenciones: ni uno solo de los Partidos conservadores de la Europa continental osa desmarcarse de las premisas del Estado Social. En Europa, claro, que en los Estados Unidos es al revés: se presume de ortodoxia republicana cuando se objeta cualquier intento de establecer como obligatorio, por ejemplo, un amago de sanidad pública.


Y para terminar, hablemos del candidato

Don Ramón, al final de su camino, ha tenido su postrer momento de gloria. Ha sido el centro de la atención del país durante día y medio. Ha dicho lo que le ha venido en gana y, si es sincero consigo mismo, debería reconocer que ha sido tratado con una más que razonable dosis de tolerancia y cortesía parlamentaria. Más que la que él ha tenido con sus oponentes.

No voy a reiterar ni sus datos biográficos, ni sus frecuentes derivas ideológicas. Me contento con ceñirme a sus propias ocurrencias. Me llegan en estos días tantos remitidos por las redes sociales que ni siquiera necesito la hemeroteca. Veamos:

  • "Como dijo Raymond Carr, 1934 fue el verdadero comienzo de la Guerra Civil". ¡Hay que ver! Cuarenta años hablando de "El Régimen del 18 de Julio del 36" y resulta que todo había empezado dos años antes. ¡Y el general Franco sin enterarse! Su país en plena guerra y él tardó dos años en tomar partido y ponerse al mando! Gracias, no obstante a Tamames y a Raymond Carr, todo  ha quedado aclarado. Qué batallas tiñeron de sangre el suelo español durante esos dos años, sigue siendo un misterio.
  • "Hay que dejar la Historia para los historiadores". No sé dónde ni cuándo oí por primera vez el dicho de que "los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla". Le haré el favor de creer que no era ésa la intención del candidato. Pero, por otra parte ¿A qué historiadores se refiere? ¿Raymond Carr, Gabriel Jackson, Salas Larrazábal, Ricardo de la Cierva? ¿Américo Castro o Claudio Sánchez Albornoz? Incluso ¿Oswald Spengler o Arnold J. Toynbee? Y, para terminar: cuando los historiadores hayan terminado de escribir sus libros ¿nos dejará que los leamos según nuestro criterio o será él quien nos diga a quién debemos hacer caso?
  • "Señora Presidenta, deberían cambiar el Reglamento del Congreso. Las intervenciones no pueden ser tan largas". Puedo estar de acuerdo en que hay quienes cuando les dan la mano se toman el brazo. Saben que no tienen limitación de tiempo y no hay manera de que terminen. Allá ellos, don Ramón, que no por mucho vocear se ganan más votos. Parecía que usted se aburría o se cansaba o las dos cosas. Midió la duración de cada parlamento y amonestó a los que a su juicio hablaron demasiado. Todos tendemos a considerarnos a nosotros mismos el canon, pero ¿se ha preguntado qué hemos opinado los demás de sus propias intervenciones? Se quedará sin saberlo, pero de lo que no hay duda es de que nadie le dijo que había estado demasiado prolijo o un tanto conciso: dijo lo que quiso y hasta que le pareció oportuno, como establece el Reglamento. Norma que por cierto no autoriza a interrumpir al orador que está en el uso de la palabra; algo que sin duda olvidó pese a la exquisita educación que recibió en el Liceo Francés.
  • "¿Blas Piñar? ¿Cuántos jóvenes cree usted que saben quién fue?" En eso tiene  razón el profesor. Aunque si la víspera de su primera intervención les hubieran preguntado a los mismos jóvenes por Ramón Tamames habrían obtenido el mismo resultado. Lo que quiere decir que Piñar y Tamames son ejemplares de la misma era geológica.
  • Volviendo a la Guerra Civil: no, señor Tamames, los dos bandos no fueron iguales. Ni en esa guerra, ni en ninguna. Puedo aceptar algo que no dijo, que en cualquier guerra sólo hay dos bandos, el malo y el peor, pero hasta en la maldad hay grados, y la historia suele reservar el papel de "peor" al agresor. A Hitler en el 39, a Stalin en Hungría, a Putin el año pasado en Ucrania, a Franco en el 36 en su país. Porque de la postguerra… Mejor no hablamos ¿verdad?

¿Y ahora qué?

Pues que la vida sigue. De momento, todos los Partidos se declaran vencedores. Como de costumbre. O sea, que no parecen haberse enterado de que el espectáculo fue televisado en directo.

Antes de que termine el mes la actualidad nos habrá regalado algún motivo para olvidar lo que pasó ese día y medio de hace tres jornadas. Por ejemplo la iniciativa de Dª Isabel de desmarcarse tan clarísimamente de Vox en la Comunidad de Madrid, que hasta don Alberto debe de haberse enterado mientras estaba en Bruselas hablando mal del Gobierno de su país. 

Analistas y tertulianos seguirán exprimiendo el limón, de algo hay que hablar, y tratarán de aventurar pronósticos sobre los efectos de la moción fracasada en las próximas elecciones. Ganas de marear la perdiz. Los Estados Mayores de los Partidos habrán sacado sus propias conclusiones y tratarán de plasmarlas en tácticas y estrategias. Crean lo que crean, lo imprevisible acabará dominando tanto cálculo.

Las cosas siguen igual que antes de que Santiago Abascal anunciara sus intenciones. Tal o cual detalle podría tener algún recorrido, las consecuencias a medio plazo de la abstención de Feijóo, el peso real que permitan tener a Yolanda Díaz en la articulación de la izquierda del PSOE, la reducción de las tensiones en la coalición gobernante… ¡Quién sabe!

De lo que no hay ninguna duda es de que el candidato seguirá siendo un poco más viejo y más irrelevante cada día. 






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